Pero para seguir el hilo narrativo volvamos al año 1968 cuando comenzaba mi 5° año de Bachillerato..
“La imaginación al poder”, la inmortal consigna del 68
Los estudiantes no tienen, sin duda, una visión precisa y detallada de la sociedad que quieren —lo que, por otra parte, sería prematuro e irresponsable de su parte— pero saben perfectamente lo que no quieren y, en la fase actual, que es de preparación y no de revolución, es suficiente.
John Lennon (de nacimiento John Winston Lennon; Liverpool, 9 de octubre de 1940-Nueva York, 8 de diciembre de 1980) y Yoko Ono (kanji: 小野 洋子, hiragana: おの ようこ,, Ono Yōko)-Tokio, 18 de febrero
de 1933)fotografiados por Annie Leibovitz (Anna Lou «Annie» Leibovitz (Waterbury, Connecticut, 2 de octubre de 1949) es una fotógrafa estadounidense. Fue la primera mujer en exponer su obra en la Galería Nacional de Retratos de Washington D. C. y la última en retratar al músico John Lennon, antes de que este fuera asesinado en 1980).
Herbert Marcuse (Berlín, 19 de julio de 1898 – Starnberg, Alemania, 29 de julio de 1979) fue un filósofo y sociólogojudío de nacionalidad alemana y estadounidense, una de las principales figuras de la primera generación de la Escuela de Frankfurt)llega a París a principios de mayo de 1968, con el objeto de participar en un coloquio celebrado por la UNESCO, en ocasión del 150 aniversario del nacimiento de Karl Marx. Estas declaraciones son recogidas por Le Monde y Le Nouvel Observateur entre el 5 y el 9 de mayo aproximadamente. Abandonaría París, antes del estallido general, para hacer una visita en su lecho de convaleciente a Rudi Dutschke, líder de los estudiantes alemanes, víctima de un atentado fascista.
Los estudiantes no son pacifistas; no más que yo.
¿Se identifica usted con la violencia revolucionaria que ha caracterizado a ciertas manifestaciones estudiantiles en Berlín y otras partes, o usted se siente desbordado por un movimiento que se sustenta, en parte, por sus ideas?
Como buen ciudadano, jamás he predicado la violencia. Pero creo seriamente que la violencia de los estudiantes no es sino una respuesta a la violencia institucionalizada de las fuerzas del orden. Me identifico con las motivaciones profundas de una lucha estudiantil que ataca no sólo a las estructuras perimidas de la Universidad, sino a todo un orden social, donde la prosperidad y la cohesión tiene por fundamento la incentivación de la explotación, la competencia brutal y una moral hipócrita. Creo que los estudiantes se rebelan contra todo nuestro modo de vida, que ellos rechazan las ventajas de esta sociedad tanto como sus males, y que aspiran a un modo de vida radicalmente nuevo: a un mundo donde la competencia, la lucha de los individuos unos contra otros, el engaño, la crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser. Un modo de vida que, para retomar las nociones de mi obra “Eros y Civilización”, ponga realmente los instintos de agresión al servicio de los instintos de vida y eduque a las jóvenes generaciones en vista a la vida y no a la muerte.
Si esas son las aspiraciones de los jóvenes, ¿cómo explica usted que tengan por héroes al Che Guevara, a Fidel Castro, a Mao, a Ho Chi Minh?
Los estudiantes no son pacifistas; no más que yo. Creo que la lucha será necesaria, más necesaria que nunca quizás, si se vislumbra la posibilidad de un nuevo modo de vida. Los estudiantes ven en el Che Guevara, en Fidel Castro, en Ho Chi Minh figuras simbólicas que encarnan no sólo la posibilidad de un nuevo camino hacia el socialismo, sino también un nuevo socialismo exento de los métodos estalinistas.
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Por más que admiremos la combatividad y el radicalismo de los estudiantes, ¿no puede inquietar el hecho de que el contenido de sus movimientos aparezca muy confuso? ¿Cómo cree usted que ese contenido puede adquirir una mayor coherencia?
Voy a responderle citando la declaración que acaban de hacer pública un grupo de filósofos y escritores (Sartre, Lefebvre, Lacan, Blanchot, Gorz, Claude Roy, etc.) y con quienes estoy enteramente de acuerdo en lo que dicen: “Estamos dispuestos a afirmar que, frente al sistema establecido, el movimiento estudiantil es de una importancia capital y quizás decisiva, ya que, sin hacer promesas y, por el contrario, descartando toda afirmación prematura, opone y mantiene una potencia de rechazo capaz, creemos nosotros, de abrir un porvenir”. Los estudiantes no tienen, sin duda, una visión precisa y detallada de la sociedad que quieren —lo que, por otra parte, sería prematuro e irresponsable de su parte— pero saben perfectamente lo que no quieren y, en la fase actual, que es de preparación y no de revolución, es suficiente. En lo que respecta a la Universidad, saben lo que quieren: ellos toman en serio el principio democrático de la autodeterminación y quieren ser educados en la autodeterminación.
¿Se trata para usted de explicar solamente el mundo en que vivimos, o busca también transformarlo?
Es un buen planteo. Toda explicación verdadera debe conducir a buscar una transformación, y hay una relación interna evidente entre la explicación y la transformación. En verdad desde hace mucho tiempo no tengo una actividad política militante. Escribo, enseño, doy conferencias, hablo con los estudiantes: es la forma de acción normal para un intelectual en los Estados Unidos, ya que, en ese país, la situación no es de ninguna manera revolucionaria, ni siquiera pre-revolucionaria. En fin, la tarea de un intelectual es ante todo una misión de educación radical. Entramos, en Norteamérica, en un nuevo “período de iluminismo”.
Si son violentos es porque están desesperados. Y la desesperación puede ser el motor de una acción política eficaz. Mire a los habitantes de los ghettos negros en los Estados Unidos: prenden fuego a sus propios barrios, incendian sus propias casas.
¿Y en Europa?
En Europa no es lo mismo porque la política está todavía ampliamente determinada por la clase obrera. Además hay grandes diferencias de un país a otro: Alemania está muy próxima al “modelo” norteamericano; Italia bastante cerca; Francia mucho más lejos. Conozco bien a Rudi Dutschke y a sus amigos, los muchachos de la SDS, la organización de izquierda de los estudiantes. Es una persona muy simpática, muy sensible, de ninguna manera demagogo. Ha trabajado mucho, reflexionado mucho; el lazo está sólidamente establecido, para él y sus camaradas, entre al teoría y la acción. Se dice que ellos necesitaron meses para elaborar su acción. No es cierto: necesitaron ocho años. En Francia, ¿los estudiantes rebeldes trabajaron del mismo modo? ¿Establecieron bases ideológicas sólidas? No tengo esa impresión.
¿No tiene usted a veces la impresión de haber sido rebasado por aquellos que recurren a sus tesis?
Puede ser. Si son violentos es porque están desesperados. Y la desesperación puede ser el motor de una acción política eficaz. Mire a los habitantes de los ghettos negros en los Estados Unidos: prenden fuego a sus propios barrios, incendian sus propias casas. Esa no es una acción revolucionaria, pero es un acto de desesperación y un acto político. Por otra parte, en los Estados Unidos, el malestar no se limita a los estudiantes; es general. Los estudiantes no se rebelan contra una sociedad pobre y mal organizada, sino contra una sociedad bastante rica, bastante bien organizada en el lujo y en el despilfarro, mientras el 25% de la población del país vive en los ghettos, en medio de la pobreza. La rebelión no está dirigida contra los males que provoca esta sociedad, sino contra sus beneficios. Es un fenómeno nuevo, característico de lo que se ha dado en llamar “la sociedad de la opulencia”. En Alemania el proceso es el mismo. En Francia no creo que sea este el caso, porque la sociedad francesa no es todavía una sociedad de abundancia.
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¿Cuál es a su criterio la razón esencial de las violentas demostraciones de estudiantes en todos los países?
Para los estudiantes norteamericanos y alemanes, a los que conozco mejor, es una exigencia no sólo intelectual sino más bien “instintual”. Quieren una forma de vida completamente diferente. Rechazan una vida que es sólo una guerra por la existencia, se niegan a integrarse en lo que los ingleses llaman el “Establishement”, porque piensan que ya no es necesario. Sienten que toda su vida será desbordada por las exigencias de la sociedad industrial y por los grandes negociados militares y políticos. Miren a los hippies. Su rebelión está dirigida contra una moral puritana, contra una sociedad norteamericana donde uno se lava diez veces por día y que, al mismo tiempo, mata e incendia en el Vietnam con toda pureza. Entonces, ellos protestan metódicamente contra esa hipocresía dejándose largos cabellos, barba, no se bañan y se niegan ir a la guerra. Para ellos la contradicción es cegadora. Pero, como en el caso de los estudiantes, se trata sólo de una minoría muy reducida. Los estudiantes saben que la sociedad absorbe las oposiciones y presenta lo irracional como racional. Sienten más o menos claramente que el hombre “unidimensional” ha perdido su poder de negación, su posibilidad de rechazo. Entonces, ellos se niegan a dejarse integrar en esta sociedad.
Este tipo de rebelión… Es una poderosa fuerza de desintegración.
¿Qué respuesta daría usted a los estudiantes que vinieran a preguntarle si sus manifestaciones tienen algún sentido y pueden contribuir a transformar la sociedad?
Les diría ante todo que no se puede hacer otra cosa que grandes manifestaciones como las que tienen lugar en todas partes, aun en Francia, en una situación que no es ni pre ni contra-revolucionaria. Pero yo no soy nunca un derrotista. En los Estados Unidos la creciente oposición a la guerra del Vietnam ha contribuido a provocar, al menos en parte, un cambio en la política norteamericana. No hay que hacerse ilusiones, pero tampoco se debe ser derrotista. Es inútil esperar, en semejante conflicto, que las masas vengan a integrarse al movimiento, participar en el proceso. Todo comenzó siempre por un puñado de intelectuales en rebelión. Puede detectarse un síntoma con estas características, creo yo, en las revueltas actuales de los estudiantes. Son, sin embargo, rebeliones siempre espontáneas; en los Estados Unidos no existe ninguna coordinación, ninguna organización que actúe en una escala nacional, ni siquiera a nivel de uno de los Estados, y estamos bien lejos de cualquier organización internacional. Este tipo de rebelión no conduce, ciertamente, a la creación de una fuerza revolucionaria. Pero es convergente con los movimientos del “tercer mundo”, con la actividad de los ghettos. Es una poderosa fuerza de desintegración.
Fuente: Entrevista a Herbert Marcuse acerca de las revueltas estudiantiles del Mayo del ’68. Tomado de «Imaginación al poder», de Editorial Argonauta.