Premios, percepciones y presunciones
RAÚL FUENTES / RFUENTESX@GMAIL.COM23 DE OCTUBRE 2016
Hay sobre el tapete del acontecer nacional cuestiones de extrema gravedad que nos están precipitando al llegadero –los inicuos fallos y dictámenes de los poderes Judicial y Electoral y el no menos ignominioso chantaje del Ejecutivo a gobernadores y alcaldes para que las acaten–, mas, preferimos abordar de entrada un asunto que probablemente hoy, y como cantaba Héctor Lavoe, sea «materia ya olvidada en un periódico de ayer». Nos referimos a los premios Nobel 2016 y el revuelo ocasionado por la concesión de dos de ellos: paz y literatura –los otros cuatro honran méritos en áreas inescrutables para el común–. El primero, encumbró, para perplejidad de Uribe y arrechera de Maduro (en el fondo, caimanes del mismo caño), a Juan Manuel Santos quien, digan lo que digan y a pesar de los pesares, ha sido quien, desde el Palacio de Nariño, más ha bregado por la pacificación de Colombia, comprometiendo en ello su autoridad y predicamento. A objeto de mitigar la mortificación que le produjo el reconocimiento tributado al vecino, Nick Maduro (nada que ver con Bobby Maduro, propietario del legendario team beisbolero Havana Sugar Kings) anunció la creación de un premio de consolación, el Hugo Chávez de la paz, para cuya primera entrega postuló a Vladimir Putin, haciéndose el sueco –voz derivada del latín soccus (calzado de una sola pieza, zueco) y no del gentilicio de los nacidos en Suecia– con la anexión de Crimea y las amenazas a Ucrania.
El otro galardón, el siempre controvertido Nobel de Literatura, fue a dar a manos de Bob Dylan, cantautor que, además de componer e interpretar canciones, colecciona premios –ha recibido numerosas distinciones por sus éxitos discográficos y un par de doctorados honoris causa, así como el Polar Music Price (equivalente musical del Nobel que compartió, en 2000, nada menos que con el violinista Isaac Stern), un Pulitzer, el Príncipe de Asturias, la Orden de las Artes y de las Letras y la Medalla Presidencial de la Libertad–. Esa inesperada vindicación del mester de juglaría dejó con los crespos hechos a Haruki Murakami, Philip Roth, Ismail Kadare, Adonis y Milan Kundera, entre otros, y fue quizá presentida por los bromistas que dieron ganador al insufrible Paulo Coelho, implícita advertencia de que, si semejante desaguisado no es descartable en el civilizado mundo de la corrección política, no deben sorprendernos los imposibles del insólito universo castro-bolivariano en el que la sindéresis no tiene cabida. De allí, seguramente, la sospecha de que nos hayamos resignado a vivir entre paréntesis y ser parte del largo etcétera que en su retórica al uso, reservan los rojos a las mayorías en su inocultable afán de negarles el derecho de decidir sobre la cesación o permanencia del Sr. Maduro en un cargo que le estaba constitucionalmente vedado. Es, más que barrunto, temor a estar encapsulado en una realidad alterna o un ámbito ajeno al país; de habitar en una dimensión desconocida por el gobierno, ya que entre el infierno cotidiano que padecemos y la patria celestial fabulada por la propaganda fascio-chavista media un descomunal abismo.
Descolocado por tal percepción, nos dispusimos a poner en blanco y negro estas cavilaciones, sin saber cómo sintonizar con ese incalificable –¿extraño, difuso, escurridizo?– entorno caracterizado por la ambigüedad de un anacrónico discurso, deliberadamente contradictorio, y el lenguaje engañosamente banal del ocultamiento; lenguaje que requiere la mediación de avezados hermeneutas para decodificar su querer decir, sus duplicidades y sus arrière-pensées. O tal vez no. Acaso el idioma de los hegemones –empoderados gracias a la candidez y desesperanza de los que mordieron el anzuelo de la redención y fueron seducidos por el vacilón, qué rico vacilón, del protagonismo y el chachachá, qué rico chachachá, de la participación–, es el de la presunción.
Sobre el vocablo escribió Mario Briceño Iragorry un breve ensayo,Pequeño tratado de la presunción, en el que examina concienzudamente la etimología, evolución y polisemia del término, a fin de «aclarar en su extrema realidad el concepto simbolizado por la palabra». Interesa al autor de Mensaje sin destino precisar qué quiere significar cuando sugiere que somos pueblo de engreimientos y usurpaciones: pueblo de presunciones. Y lo somos. Presumimos de un pasado magnificado por, ¡bienvenidas dos frases hechas!, el «militarismo chauvinista» y el «patrioterismo vocinglero» de caporales como Hugo y su carnal Nicolás. Se presume de lo que se carece para ejercer magistraturas judiciales y altos cargos en la gerencia del Estado o en Pdvsa Nada importan la deshonestidad, prevaricación y petrocorrupción; se da por sentado que son fechorías amparadas en el beneficio de la duda y la «presunción de inocencia».
Presumir es andar con echonerías. Cierto; pero es también formular hipótesis, elucubrar, especular, de modo que nos es dado suponer que los premios Nobel, en su totalidad, debieron concedérsele al jefe civil vernáculo. El de química, por refutar a Lavoisier y demostrar, en la práctica, que la materia es destructible y susceptible de esfumarse; el de física, por desafiar la ley de gravedad y aventar a la estratósfera precios y comida sin más ayuda que la inflación; el de medicina, por el desarrollo de la «cardiopatria», remedio virtual infalible contra todo los males, excepto el mal de ojo; el de economía –compartido con Alfredo Serrano Mancilla–, por la teoría del milagro que vendrá y el salario innecesario; el de la paz, por la Operación para la Liberación y Protección del Pueblo (OLP); y last but no least, el de literatura por hacer de la procacidad piedra angular de la arenga política. Podríamos, asimismo, presumir que la abominable asociación para delinquir de jueces venales, que no penales, y gobernadores desvergonzados que ha provocado la suspensión del firmazo, incentivará la imaginación de los líderes de la concertación democrática para instrumentar otras formas de lucha, más creativas y concluyentes, sin violentar el agónico Estado de Derecho, entre ellas la asentada en el artículo 350 de lo que alguna vez fue –o se presumió que era– la mejor carta magna del planeta. Podríamos continuar tejiendo conjeturas al respecto; sería llover sobre mojado y, entonces –perdónesenos el cantinflérico galimatías–, no habríamos percibido que, gracias a las ciencias y artes de birlibirloque de su presunto y presumido presidente, Venezuela ya no es un país sino una presunción… ¿O una percepción?
Quiero ser premio nobel!, por Carlos Dorado
El Universal 23 de octubre de 2016 OPINION
Yo nunca me sentí un escritor, y jamás se me pasó por la cabeza el hecho de que algún día pudiese ganar el Premio Nobel de Literatura, y menos aún el de La Paz.
Pero viendo a Bob Dylan, que siempre lo reconocí como un excelente cantautor americano, y creador de canciones inolvidables (pero muy lejos de llegar a la categoría de escritor); yo también, tendría derecho a albergar unos gramos de esperanza de recibirlo algún día, aunque tenga que aprender a tocar guitarra como requisito adicional.
Si no logro el de Literatura, quizás pueda aspirar al de La Paz, ya que si lo logró un hombre que dividió en tres a Colombia: unos que quieren la paz, otros que quieren la justicia, y la mayoría que no les importa ninguna de las dos; pues a mí que nunca me gustó la guerra, y siempre busco la conciliación, también tengo derecho a soñar.
Yo siempre creí que el Nobel de La Paz se lo daban a alguien que logra unión sobre una causa noble, y no al que desune, a los que consolidan y no a los que des-consolidan. Llevar a un pueblo ensangrentado que quiere la paz, a uno dolido que quiere justicia, y a otros donde la sangre y la justicia no le dicen nada, no creo sean méritos suficientes para merecer tan importante distinción.
Muchos son los que aplaudieron, y se deshicieron en elogios con el jurado que eligió al Nobel de Literatura, argumentando que finalmente rompieron con los muros que separan la alta cultura de la literatura clásica con la cultura popular, mediante la creación de canciones, y la palabra cantada. ¡El problema radica en que el Premio Nobel no fue creado para que termine siendo un Grammy de la Literatura!
Es como si terminase otorgándosele el mismo a: Zadie Smith, Mary Gaitskill, Jennifer Egan, Anne Carson, Warsan Shire; o a tantos otros que se lo merecen, por el hecho de que alguna vez actuaron en un festival de música en sus pueblos natales.
Yo me imagino que Bod Dylan, que ha probado de todo en esta vida, todavía le quedan suficientes dosis de vergüenza, como para esconderse, y no comentar, ni festejar el hecho de que le hayan otorgado el Nobel, ya que seguramente en el fondo de su corazón estará pensando lo que solía decirme mi madre: “Es mejor preguntarse por qué no le han dado una medalla, que el por qué se la han dado”. Se le caerá la cara de vergüenza con Walt Whitman y Emily Dickinson (creadores de muchos de los versos de sus canciones), al no haber recibido nunca el Nobel por escribirlos, y a él sí, por cantarlos.
El Presidente Santos, que seguramente en sensibilidad debe estar muy lejos de Bob Dylan, demostrándolo al consultar al pueblo su proceso de paz, seguramente convencido de que iba a ganarlo; ni se le ocurre pensar por qué se lo han dado; simplemente lo festeja, ya que viene a ser la capa que cubre los muros de un fracaso.
Pero el verdadero perdedor es el prestigio del Nobel, donde quizás comienzan a vérsele las costuras; y esa rigidez objetiva con la que evaluaban a cada uno de los candidatos, comienza a dar qué pensar cuando empresarios relacionados con el jurado terminan siendo beneficiarios de obras de infraestructura en Colombia.
A lo mejor no falta mucho, para que algún día se lo otorguen a uno que tenga muchos seguidores en Twitter, aunque su currículum literario se resuma a unos pocos caracteres, o a uno de ISIS por el hecho de que se arrepintió y depuso las armas.
¿Acaso yo, no tengo derecho a soñar con un Nobel? ¡Quiero ser Premio Nobel!
Vargas Llosa: «El Nobel de Literatura debe ser para escritores, no para cantantes»
No dudó en pronunciarse sobre el debate que rodea el galardón a Bob Dylan durante la presentación de «Cinco esquinas» en Berlín
EFE - abc_cultura Berlín27/10/2016 10:12h - Actualizado: 27/10/2016 10:26h.Guardado en: Cultura Libros
El escritor Mario Vargas Llosa ha asegurado, durante la presentación de la edición alemana de su novela «Cinco esquinas» (publicada en España por Alfaguara) en Berlín, que el Premio Nobel de Literatura debe ser para escritores y no para cantantes, en alusión a la decisión de la Academia Sueca de otorgar el galardón a Bob Dylan.
Vargas Llosa, que logró el galardón en 2010, al ser interrogado acerca de si conocía las canciones de Dylan, respondió afirmativamente y dijo que le gustaban pero luego, cuando se le planteo la posibilidad de que el Premio Nobel se abriera en general a la poesía cantada, la rechazó.
«El Premio Nobel debe ser para una obra literaria de calidad y reconocida. Debe ser un premio para escritores y no para cantantes», dijo desatando una ovación en el auditorio de la emisora RBB.
La pregunta sobre Bob Dylan surgió cuando se habló de uno de los personajes de la novela, que es un recitador de poesía, y Vargas Llosaseñaló que la poesía actualmente ya no se escribe para ser recitada, sino para ser leída o cantada.