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En esta Contrarreforma del Siglo XXI, ¿cual camino como ser humano elijo transitar?


Es innegable que en Venezuela y en el mundo en general, vivimos un momento de intensa lucha entre la oscuridad y la luz., en los que es necesario sostener la vibracion personal alcanzada y mantenernos enfocados en el AMOR y las ENSEÑANZAS a las que mas nos sintamos cercanos, aquellas que digan VERDADES y DESPIERTEN NUESTRO CORAZON, lo demas es humano e historia que convierten la vida en la Tierra en un circulo repetitivo de experiencias que encarcelan. No debemos voltear para atras, ni al juicio ni al por que Sigamos a DIOS, no al de las masas y los vinculos, sino al DIOS DEL AMOR/CONCIENCIA que eleva la vibracion...Las cartas ya han sido echadas en este final de ciclos planetarios y de la humanidad

Fotografia realizada por Oswaldo Duran.

Tuve el 17 de febrero del 1992 una experiencia inesperada, unica, en la Abadia Benedictina "San Jose" en Guigue, en la que entre despues de una grave enfermedad que me dejo muy debil, un dengue no hemorragico, que obligo a que me retirara a un sitio donde pudiera reponer mis fuerzas interiores y fisicas

Me fue asignada la habitacion No.7 bajo el patrocinio de Santa Otilia, nombre asignado a dicha habitacion, patrona de la orden benedictina que me habia acogido y a la que pertenece el P. Beda Hornung OSB, autor del Blog "Vision Contemplativa" del que tomo este texto:

"En la Congregación Benedictina de Santa Otilia celebramos hoy la solemnidad de nuestra patrona. Por eso publico en este blog la segunda lectura del oficio de vigilias, que es una meditación sobre la Santa y sobre nuestra espiritualidad benedictino-misionera.

Cuando en el año 1887 la recién fundada asociación benedictino-misionera se estableció en Emming,(Baviera, Alemania) la capilla de Sta. Otilia, que allí se levantaba, no sólo le prestó el nombre, sino que también le indicó el camino de su futura misión. El lema de la Congregación “LUMEN CAECIS” (luz para los ciegos), tomado prestado del himno mariano “Ave Maris Stella”, encuentra en la vida y en el ejemplo de esta santa su primera y clara confirmación.

Odilia (“la pequeña joya”) nació alrededor del año 660 y murió en el año 720. Los monasterios de Odilienberg y de Niedermünster en Alsacia le atribuyen su fundación. Su detallada biografía, que data del siglo X, contiene rasgos marcadamente legendarios.

Cuenta la leyenda que Odilia nació ciega y que por esta razón fue repudiada por su padre. Una criada, que se hizo cargo de la criatura, la llevó a un monasterio, considerando que éste era un escondite seguro para la pequeña. En dicho lugar, mientras era bautizada, Odilia recibió el don de la vista.

Si nos preguntamos ahora por el verdadero trasfondo de esta tradición, nos encontramos en primer lugar con la razón de ser de la ceguera, la cual no se refiere únicamente a la falta de visión corporal, sino también y de manera general a la condición misma del hombre, motivada por el mal, la enfermedad y el pecado. Ciego es todo aquel que manifiesta una relación perturbada con la verdad y la realidad de su vida, de su corazón y de las cosas creadas. La mirada del ciego sólo se fija en lo superficial, en lo aparencial. No es capaz de penetrar en la realidad de Dios, como centro de todo y de cada individuo en particular. En este sentido, es sobre todo la falta de fe o una fe debilitada lo que hace ciego al hombre. Significativos representantes de esta situación son todos aquellos ciegos a los que Jesús, según nos refieren los Evangelios, curó. En ellos se evidencia al mismo tiempo cómo el estado de necesidad causado por la ceguera los ha preparado para la recepción de la luz.

Con relación a la luz, nos encontramos con otro impulso importante que emana de la figura de Santa Odilia. La imagen de la luz hace referencia a uno de esos símbolos primordiales mediante los cuales el Señor mismo describe su misterio. Como “Luz del mundo”, Jesús es aquel que hace brillar la verdad de Dios, del amor y de la vida, aquel que trae el mensaje de la luz al mundo y obliga a este último a tomar una decisión. Quien se acerca a Él se acerca al fuego y recibe del Espíritu unos “ojos del corazón” iluminados. Con la luz, que es Jesucristo y de la cual Él mismo es el portador, se le concede al creyente una nueva visión, una nueva manera de ver, que le capacita para un conocimiento más profundo de la realidad. La fe otorga al hombre unos ojos nuevos, enseñándole a contemplar toda su existencia, así como a las personas y a las cosas, desde una luz distinta de la habitual. Esta cualidad la recibe el hombre de Dios mismo, el cual es Luz por esencia. Quien tiene que vérselas con Él es trasladado en cierto modo desde las tinieblas a la luz. Siempre que de esta manera los ojos llegan a abrirse y a ver, tiene lugar la Pascua, acontece la conversión y la resurrección. A los ojos que ven se les abren las puertas que conducen a la vida.

La leyenda de Santa Odilia relaciona este acontecimiento de la antigua tradición cristiana con el Bautismo como Iluminacion. Lo cual quiere decir que en el Bautismo se nos otorgan los ojos pascuales de la fe, mediante los cuales podemos contemplar a Dios en el hombre y al hombre en Dios.

Esa energía pascual de unos ojos iluminados por la fe nos empuja a llevar el mensaje de la luz a todos aquellos que yacen en tinieblas y en sombras de muerte"

Pues esa luz ilumino mis ojos cuando mi habitacion a las 2 am. se ilumino, en medio de las tinieblas de la noche mientras de rodillas suplicaba ayuda a Dios, pues me encontraba muy debil y sola...Habia transitado ya muchos caminos, era madre y esposa muy bien estructurada, pero mi alma desde niña queria ALGO MAS PROFUNDO, PLENO, como lo que sentia en un orgasmo o cada vez que di a luz a cada uno de mis hijos en partos conscientes y psicoprofilacticos, o sea, sin anestesia, sin dolor...Y en medio de la tranquilidad que invadio mi alma, la PLENITUD que sentia, una voz dulce pero firme a la vez me dijo: "Pero si YO TE AMO..." Y enseguida volvio a hacerse la noche y yo cai en profundo sueño en medio de una gran PAZ y LLENA DEL AMOR QUE NUNCA HABIA EXPERIMENTADO.

El Abad Jose Maria Martinez OSB es el tercero de pie, de izquierda a derecha. Hoy en dia es Abad Emerito de dicha Comunidad.

A la mañana siguiente pedi conversar con el Abad Jose Maria Martinez Barrera OSB, a quien le conte lo vivido, y el sin sorpresa alguna me recibio en el seno de la comunidad donde trabaje hasta 1999, por espacio de 7 años. Un ciclo que marco mi vida para siempre, como mujer, laica, casada, pero "monja" en el sentido del monachos/unidad en medio de la cotidianidad de mi vida.

BENEDICTINOS (Orden de San Benito)

ESPIRITUALIDAD

San Benito de Nursia no pretendió fundar una espiritualidad y empresa guerrera particulares; tampoco lo intentaron sus hijos. Con todo, en la antigua y compleja familia benedictina se suele hacer hincapié en ciertos medios conducentes a la perfección sobrenatural con preferencia a otros. La concepción de la vida espiritual presenta características bien definidas y muy constantes, que la hacen inconfundible. Sólo en este sentido puede hablarse de espiritualidad benedictina, que es una de las formas de la espiritualidad cristiana y especialmente de la. monástica (V. MONAQUISMO).

Los autores espirituales benedictinos no forman un bloque monolítico, una escuela tan característica como, por ejemplo., la carmelitana. Algunos, además, se han dejado influir excesivamente por otras corrientes, como la devotio moderna (v.) o la escuela ignaciana, por lo que no pueden ser considerados realmente representativos. Los más son también hijos de su tiempo y acusan el impacto de otras formas de espiritualidad entonces en boga, pero conservan muchos de los rasgos de la espiritualidad benedictina. Sus representantes. En la base de ésta se halla, evidentemente, el propio S. Benito (v.). Su Regla, si bien se mira, es mucho más un texto espiritual que un código jurídico, como se ve al leer el prólogo y los capítulos, que tratan ex profeso de la vocación, los «instrumentos de las buenas obras», las virtudes más propias del monje benedictino, la ascensión espiritual y la oración. Pero toda la Regla está dominada por la visión espiritual de su autor, que, si hemos de creer a S. Gregorio Magno, fue un profeta en el sentido propio del vocablo. Incluso en los capítulos que reglamentan los pormenores más insignificantes de la observancia cenobítica, se hallan principios, orientaciones y normas prácticas que nos revelan una manera muy personal de entender la vida del espíritu. Esta espiritualidad de la Regla no pudo menos de influir profundamente en quienes hicieron de ella la norma de su vida.

Significado e historia de la Medalla de San Benito

Explicación del anverso

En las antiguas medallas aparece, rodeando la figura del santo, este texto latino en frase entera: Eius in óbitu nostro preséntia muniámur. "Que a la hora de nuestra muerte, nos proteja tu presencia". En las medallas actuales, frecuentemente desaparece la frase que es sustituida por esta: Crux Sancti Patris Benedicti, o todavía, más simplemente, por la inscripción: Sanctus Benedictus.

Explicación del reverso

  • En cada uno de los cuatro lados de la cruz: C. S. P. B. Crux Sancti Patris Benedicti. Cruz del Santo Padre Benito

  • En el palo vertical de la cruz: C. S. S. M. L. Crux Sácra Sit Mihi Lux. Que la Santa Cruz sea mi luz

  • En el palo horizontal de la cruz: N. D. S. M. D. Non Dráco Sit Mihi Dux. Que el demonio no sea mi jefe

  • Empezando por la parte superior, en el sentido del reloj: V. R. S. Vade Retro Satána. Aléjate Satanás - N. S. M. V. Non Suáde Mihi Vána. No me aconsejes cosas vanas - S. M. Q. L. Sunt Mála Quae Libas. Es malo lo que me ofreces - I. V. B. ípse Venéna Bíbas. Bebe tú mismo tu veneno

En la parte superior, encima de la cruz suele aparecer unas veces la palabra PAX y en las más antiguas IESUS

Historia de la medalla

No cabe duda que la medalla de San Benito es una de las más apreciadas por los fieles. A ella se le atribuyen poder y remedio, ya sea contra ciertas enfermedades de hombre y animales, ya contra los males que pueden afectar al espíritu, como las tentaciones del poder del mal. Es frecuente también colocarla en los cimientos de nuevos edificios como garantía de seguridad y bienestar de sus habitantes.

El origen de esta medalla se fundamenta en una verdad y experiencia del todo espiritual que aparece en la vida de san Benito tal como nos la describe el papa san Gregorio en el Libro II de los Diálogos. El Padre de los monjes usó con frecuencia del signo de la cruz como signo de salvación, de verdad, y purificación de los sentidos. San Benito quebró el vaso que contenía veneno con la sola señal de la cruz hecha sobre él. Cuando los monjes fueron perturbados por el maligno, el santo mandó que hicieran la señal de la cruz sobre sus corazones. Una cruz era la firma de los monjes en la carta de su profesión cuando no sabían escribir. Todo ello no hace más que invitar a sus discípulos a considerar la santa cruz como señal bienhechora que simboliza la pasión salvadora del Señor, por la que se venció el poder del mal y de la muerte.

La medalla tal como hoy la conocemos, se puede remontar al siglo XII o XIV o quizá a una época anterior y tiene su historia. En el siglo XVII, en Nattenberg -Baviera-, en un proceso contra unas mujeres acusadas de brujería, ellas reconocieron que nunca habían podido influir malignamente contra el monasterio benedictino de Metten porque estaba protegido por una cruz. Hechas, con curiosidad, investigaciones sobre esa cruz, se encontró que en las tapias del monasterio se hallaban pintadas varias cruces con unas siglas misteriosas que no supieron descifrar. Continuando la investigación entre los códices de la antigua biblioteca del monasterio, se encontró la clave de las misteriosas siglas en un libro miniado del siglo XIV. En efecto, entre las figuras aparecía una de san Benito alzando en su mano derecha una cruz que contenía parte del texto que se encontraba sólo en sus letras iniciales en las astas cruzadas de las cruces pintadas en las tapias del monasterio de Metten, y en la izquierda portaba una banderola con la continuación del texto que completaba todas las siglas hasta aquel momento misteriosas.

Mucho más tarde, ya en el siglo XX, se encontró otro dibujo en un manuscrito del monasterio de Wolfenbüttel representando a un monje que se defiende del mal, simbolizado en una mujer con una copa llena de todas las seducciones del mundo. El monje levanta contra ella una cruz que contienía la parte final del texto consabido. Es posible que la existencia de tal creencia religiosa no sea fruto del siglo XIV sino muy anterior.

Benedicto XIV, en marzo de 1742, aprobó el uso de la medalla que había sido tachada anteriormente, por algunos, de superstición. Dom Gueranger, liturgista y fundador de la Concregación Benedictina de Solesmes, comentó que el hecho de aparecer la figura de san Benito con la santa Cruz, confirma la fuerza que su signo obtuvo en sus manos. La devoción de los fieles y las muchas gracias obtenidas por ella es la mejor muestra de su auténtico valor cristiano.

Al lado de la Regla, hay que mencionar la Vida, esto es, el libro segundo de los Diálogos de S. Gregorio Magno. (Roma, c. 540-ibíd., 12 de marzo de 604)este, además de trazarnos la figura moral de un «hombre de Dios», nos describe el itinerario espiritual de un monje fiel a su vocación; itinerario que va desde la conversión hasta las alturas de la paternidad espiritual y la contemplación mística.

S. Gregorio Magno (v. GREGORIO VII) dio a las futuras generaciones de benedictinos, algo más que un eximio ejemplo que imitar. Fue el gran maestro espiritual de toda la Edad Media. Sus obras, sin excepción, fueron muy leídas en los monasterios. En todos los problemas que pueden presentarse al alma en su búsqueda de Dios, el Papa/Monje, rico noble, ex Prefecto de Roma, es a la vez testigo autorizado y guía seguro de la tradición espiritual a cuya formación tanto contribuyó. Entre la multitud de escritores benedictinos medievales, merecen especial mención desde nuestro punto de vista: Ambrosio Autperto, Hildemaro, S. Odón de Cluny (v.), Juan de Fruttuaria, Juan de Fécamp y, más particularmente, S. Anselmo de Canterbury (v.), Pedro el Venerable y Pedro de Celle. Entre las monjas

Santa Hildegarda de Bingen O.S.B. (en alemán: Hildegard von Bingen; Bermersheim vor der Höhe, distrito de Alzey-Worms, Rheinhessen, Renania-Palatinado, Alemania, 16 de septiembre de 1098-Monasterio de Rupertsberg, Bingen, Rheinhessen, Renania-Palatinado, Alemania, 17 de septiembre de 1179)

benedictinas, S. Hildegarda y las tres místicas de Helfta: Matilde de Magdeburgo, Matilde de Hackeborn y la gran Gertrudis de Hackeborn. A partir del Renacimiento, los escritores representativos son mucho más escasos y menos puros: Juan Tritemio, García de Cisneros (v.), Luis de Blois, tan leído en España bajo el nombre de Blosio (v.), Agustín Baker, A. Calmet, J. Mége, J. Mabillon y algunos más. Felizmente, en el progresivo movimiento de retorno a las fuentes que caracteriza la restauración monástica moderna, los representantes de la espiritualidad benedictina volvieron a ser abundantes: P. Guéranger, P. Delatte, C. Butler, J. Chapman, Columba Marmion (v.), I. Herwegen, G. Morin, etc. En esta enumeración, se omiten los autores cistercienses (trapenses) (v.) que tienen artículo propio. Sus fuentes. Como toda espiritualidad católica, la benedictina se alimenta en la Sagrada Escritura y en la liturgia. Pero es característico el uso que hace de ambas fuentes; cuantitativa y cualitativamente, la Biblia y el culto litúrgico ocupan en ella un lugar incomparable. El monje escucha largas lecturas de la Biblia en la iglesia y en el refectorio; lee y medita su texto o sus comentarios durante varias horas diarias. Es lo que S. Benito llama la lectio divina. La Palabra de Dios constituye, según la Regla, el alimento principal y más abundante de su alma. Pero, además, S. Benito tiene sumo cuidado en inspirarse en ella al establecer cada una de las grandes o pequeñas observancias de la vida cenobítica. No es, pues, de extrañar el apego de los benedictinos a la Escritura; han cultivado con amor su estudio científico y espiritual, han propugnado su lectura en lengua vulgar por todo el pueblo cristiano, incluso en épocas en que tal proposición parecía herética; pero, sobre todo, sus autores espirituales representativos están realmente saturados de citas, de reminiscencias y, sobre todo, del espíritu de las Escrituras. La diaria celebración de la liturgia ocupaba unas cuatro horas y media en el monasterio de S. Benito; en la inmensa mayoría de los cenobios medievales, casi todo el día y parte de la noche; afortunadamente, más tarde se volvió a proporciones más humanas. Hoy, la liturgia, patrimonio común de todos los cristianos, sigue ocupando las mejores horas del día benedictino. En este contexto, se ve bien claro que no es casual que el movimiento litúrgico haya tenido origen en los monasterios benedictinos y que sean benedictinos muchos de los modernos estudiosos y vulgarizadores de. la liturgia, como Guéranger (v.), Beauduin (v.), Herwegen, Casel (v.), etc.; ni que sus escritos de espiritualidad, paralelamente a lo que, sucede con la Biblia, estén impregnados de lo que sus autores vivían diariamente en la iglesia monasterial (V. LITÚRGICO, MOVIMIENTO). Tampoco es casual que los benedictinos medievales copiaran, y los de épocas más modernas editaran pulcramente, los textos de los Padres de la Iglesia. Es una constante de su espiritualidad, la devoción a los escritos patrísticos, a la literatura cristiana antigua y en particular a la monástica. Orígenes, Basilio, Agustín y muy especialmente Casiano han colaborado con S. Gregorio Magno a la plasmación de esta espiritualidad.

La vida ascética. Pese a sus posibles adaptaciones a otros estados de vida, la espiritualidad benedictina es esencialmente una forma de espiritualidad monástica. Eso implica, entre otras cosas, que dé gran importancia a la ascesis: la renuncia, la abnegación, el esfuerzo constante por realizar la total purificación del alma. Por lo que se refiere a austeridades corporales, los benedictinos se atienen al legado de la tradición monástica primitiva: ayuno, abstinencia, velas nocturnas, silencio. Estas privaciones ayudan mucho al dominio propio. Otras penitencias corporales directamente aflictivas, como los catigos o cilicios,no son propias de la espiritualidad benedictina. S. Benito imprimió al ascetismo una nota de «discreción», de humanidad, reconocida por todos. La proverbial discreción benedictina, sin embargo, no se debe a una falta de generosidad: es medida, equilibrio, discernimiento en determinar lo mejor posible, en la elección de los medios más apropiados y en su ordenación al fin que se pretende alcanzar. Ahora bien, la austeridad corporal está sobre todo al servicio de renuncias más internas y esenciales. Lo que realmente importa es el ascetismo espiritual. En esta materia, S. Benito es radical. Ya en el s. VIII estimaba Pablo Diácono que el Patriarca castiga de tal modo al hombre interior que ya no se puede ir más allá. La renuncia a la propia voluntad, la obediencia exterior e interior, la humildad, son las virtudes básicas de la ascesis benedictina. Humilitas tiene en la Regla un sentido mucho más amplio y profundo que el que se le suele atribuir modernamente: implica la renuncia más completa y la fiel imitación de Cristo. Bajo el título De humilitate, el capítulo VII de la Regla presenta todo el ascetismo del monje como un esfuerzo por seguir a Cristo hasta lo más hondo del anonadamiento; y esto, paradójicamente, constituye su ascensión espiritual; la humilitas reviste formas concretas, que forman otros tantos peldaños; por ellos el monje, simultáneamente, baja hasta la abnegación más radical y sube hasta las alturas más sublimes de la perfección sobrenatural. Este capítulo de la Regla ha sido considerado por toda la tradición benedictina como la base de su ascetismo y en esta escuela se forjaron los grandes monjes del pasado. La unión con Dios. La escala de la humilitas conduce al monje a la caridad perfecta, al apaciguamiento definitivo de las pasiones, la apátheia de los antiguos, a la contemplación, a la vida mística. Desde este momento la unión con Dios se intensifica y puede llegar a los grados más elevados. La espiritualidad benedictina es monástica y, por consiguiente, contemplativa. En todos los estadios de la ascensión espiritual concede a la oración un lugar realmente central. La oración, en su doble aspecto comunitario y privado, es la vida misma del monje. Una de las características más constantes de la espiritualidad benedictina a lo largo de los siglos es el singular aprecio en que se ha tenido el Oficio divino y la liturgia en general. Incluso en épocas en que no se vivía de la liturgia, se cumplía materialmente el precepto de la Regla: «nada se anteponga a la obra de Dios» (Oficio divino). Pero los representantes de la tradición benedictina no suelen distinguir netamente entre oración pública y privada; las consideran más bien como dos tiempos de una misma realidad: la «oración continua», el ideal que debía procurar realizar todo monje, La oración privada o «secreta» se distingue, sobre todo, por dos rasgos característicos: se inspira muy naturalmente en la Biblia y en la liturgia, y, amante de su libertad bajo el soplo del Espíritu, rechaza los cauces o trabas de cualquier clase de método. Con razón se ha escrito que el método benedictino de oración consiste en la ausencia de todo método.

Al mismo tiempo que fuente de oración, la lectio divina es considerada como la respuesta de Dios a la oración del monje. Esta idea, que se halla ya en S. Cipriano y S. jerónimo, fue adoptada con amor por la espiritualidad benedictina Los textos de la Escritura que el monje escucha, lee o medita, constituyen para cada uno un mensaje personal. A través de su Palabra escrita, Dios habla especial y concretamente al monje. De esta manera, oración y lectio divina vienen a ser las dos partes que alternan en un verdadero diálogo entre Dios y el alma. Gracias a la fidelidad a este diálogo interior en la fe y el amor, el alma va penetrando en la intimidad de Dios. Pero los representantes auténticos de la espiritualidad benedictina, no nos dan una exposición precisa, minuciosa, de los grados de oración ni del progreso del alma en su unión con Dios. Describen la unión mística sirviéndose de temas, imágenes y alegorías tomados del “Cantar de los Cantares” o de otros libros de la Sagrada Escritura, raras veces de otras fuentes; pero no la someten a un análisis riguroso. Más que describir la realidad, intentan suscitar su deseo. Sentido escatológico. En esta materia, como en todo, la espiritualidad benedictina, se caracteriza por su aspecto escatológico. Así, uno de los temas más corrientes en las obras representativas de esta espiritualidad es el del Paraíso. Consideran la vida monástica como la restauración del estado en que el hombre fue creado. El monje va penetrando más y más en este estado paradisíaco según la medida de su fidelidad a los deberes que le impone su vocación. El dominio de la concupiscencia, la paz consigo mismo, la armonía con el resto de la creación y, sobre todo, la íntima amistad y conversación con Dios, que son los grandes bienes propios del Paraíso, los posee el monje especialmente cuando alcanza las cumbres de la contemplación. Con todo, el «Paraíso del claustro» no es más que una anticipación, muy imperfecta, del Paraíso definitivo de la Jerusalén celestial. Los monjes no sólo lo saben, sino que lo experimentan. Y conciben la contemplación, en este mundo, ante todo como un deseo de la contemplación perfecta, de la visión divina en el cielo; un deseo alimentado por el amor y al que el amor ofrece un principio de satisfacción. Pero sólo un principio, un ligero ensayo de la unión total, que estimula al alma a desear más y más. V. t.: ESPIRITUALIDAD; MONAQUISMO; CISTERCIENSES.

Lo que yo busque en 1972-74 al redactar mi tesis de grado sobre el libro "Vida en el amor" de Ernesto Cardenal(Granada, Nicaragua, 20 de enero de 1925) cuando era monje trapense,en la Abadia de Gethsemani, Kentucky.USA, (NO EL SACERDOTE Y POLITICO COMO MUCHOS CREEN AUN HOY SOBRE MI TESIS),donde en una ceremonia solemne, dejaria de llamarse Ernesto para convertirse en Lawrence, o Lorenzo, en español, como su abuelo. O Laurentiuos, en latín. lo encontre 20 años despues en la Abadia Benedictina "San Jose" de Guigue, (Edo. Carabobo) en el silencio benedictino. GRACIAS A DIOS.

BIBLIOGRAFIA:

GARCÍA M. COLOMBÁS.

BIBL.: C. J. PEIFER, Monastic Spirituality, Nueva York 1966; I. WINANDY, La spiritualité bénédictine, en J. GAUTIER, La spiritualité catholique, París 1956, 1336; P. DE PUNIET, La spiritualité bénédictine, Praglia 1931; PH. SCHMITz, Histoire de i'Ordre de saint Benoit, 2 ed. Lieja 194856; J. LECLERQ, Cultura y vida cristiana, Iniciación a los autores monásticos medievales, Salamanca 1965; ID, La vida perfecta, Barcelona 1965; U. BERLIÉRE, L'ascése bénédictine, París 1927; F. VANDENBROUCKE, La morale monastique du XI' siécle, LovainaLille 1966; L. BOUYER, Le sens de la vie monastique, París 1950; C. MARMION, Jesucristo, ideal del monje, Barcelona 1955.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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