Comienzan a tejerse los hilos del Plan Maestro...y sus protagonistas
El trabajo de quién escribe, o intenta escribir con algo de legitimidad y orgullo, representa una tarea un tanto ingrata y solitaria. Paradójicamente muy pocos nos leen, con todo y que logramos que se nos publique en la prensa escrita mediante la buena pro de algunos amigos. De igual forma representa un “trabajo de la voluntad”, ya que no es tarea nada fácil opinar todas las semanas. ¿Entonces porque lo hacemos? Apartando la vanidad de ver nuestro nombre grabado al final de un trabajo, pretexto esencial en la escritura de la mayoría, lo que nos motiva es una especie de responsabilidad como intelectual. Fijar posición ante “nuestra historia”, no mostrar indiferencia a lo que nos rodea, y contribuir, muy modestamente, al esclarecimiento u orientación sobre aquellos temas por los que nos hemos atrevido a opinar. Una opinión no debe confundirse con un prejuicio, y lejos de nosotros la pretensión de ser dueños de alguna verdad. Además, y creo que es lo mas importante, escribo porqué en el fondo disfruto haciéndolo.
Angel Rafael Lombardi Boscán 17 de febrero del 2010 Maracaibo
By NORBERTO JOSÉ OLIVAR
El Nacional Papel Literario 05 DE FEBRERO DE 2017
I.
¿De qué hablamos cuando hablamos de la guerra de independencia? Seguramente de épicas irrepetibles, no por falta de otra matanza sino porque ya nadie tiene aquellos corajes fundacionales. Y así nos ponemos por techo a un puñado de jefes de a caballo que, en realidad, deben sus glorias más a las plumas de ciertos historiadores que al acero, la sangre y, peor aún, a las ideas –o más bien a la falta de ellas– en los descampados de la república.
Los vemos vadeando ríos, sorteando páramos por estrechos precipicios que cierta filmografía empieza a inocular, o por aquellas magníficas obras de nuestros pintores decimonónicos que nos metieron en la cabeza escenas que, vaya usted a saber, qué tan fieles pueden ser. Pongamos por caso el Miranda de Michelena que, como se ha dicho, es nuestro egregio escritor, Eduardo Blanco, quien a falta de regalías hacía de modelo. ¿Pero cuántos escolares, incluyéndonos, tienen en su mente esa imagen de nuestro mariscal? No obstante, toda esta obra pictórica y cinematográfica está construida sobre lo único que permite examinar el pasado: las palabras. Por eso Sartre decía que es posible cambiar el pasado, pues el pasado no es más que un largo palabrerío. Si queremos complicarlo, digamos que el pasado es una construcción del lenguaje. Y así entramos en la “Matrix” que sostiene toda esta “simulación” que acaba siendo la guerra de independencia.
En todo esto pensé mientras leía Estrategia de la derrota. El ejército realista en Venezuela, 1819-1823 (Universidad Católica Cecilio Acosta, 2016) de Ángel Rafael Lombardi Boscán. Una minuciosa investigación que nos deja ver el “doble pensamiento” de los jefes realistas sobre nuestra mítica guerra. Es decir, con la facilidad que da el tiempo, se intuye el pesimismo con que enfrentaban a los insurgentes y el hastío que les provocaba la burocracia local y peninsular que nunca asumieron las revueltas del Nuevo Mundo como algo definitivo. Ni las combatían con la firmeza que ameritaban, ni negociaban nuevas formas políticas de entendimiento. Y menos si estas eran acaudilladas desde Venezuela que, aunque nos duela, no despertaba ninguna consideración importante dentro del esquema de poder de los territorios ultramarinos.
Con Estrategia de la derrota, la épica de la independencia se desvanece. Salvo un par de batallas decisivas “respecto a Venezuela, la batalla de San Félix, que Piar le ganó a La Torre, en 1817, y que significó la ocupación de Guayana; y respecto a la América del Sur, el combate en Boyacá, en agosto de 1819… Ambos encuentros llegaron a desequilibrar a favor de los independentistas el futuro de la guerra. No fue Carabobo ni Ayacucho los que establecieron la victoria”.
La aclamada toma de Nueva Granada, 1819, citemos la ocasión, ilustra bien la idea del autor en cuanto a bajar esa grandiosidad, de cinemascope, a la guerra. El Virrey Sánamo apenas cuenta con fuerzas que, a decir verdad, son más un débil cuerpo policial y no un ejército profesional. Y no por ello disminuye la astucia militar de Bolívar, que huyendo sabiamente de enfrentar en una batalla campal a Morillo, prefiere dar la vuelta por caminos complicadísimos y hacerse de Nueva Granada que, no solo será un golpe psicológico y la posibilidad de apertrecharse, sino también para reconfirmar su liderazgo. Lo importante no es la cronología de los hechos. Lo significativo es percibir que ese relato que la historiografía romántica llama «El paso de los Andes» tiene dimensiones diferentes a lo que recibimos en nuestros pupitres. Pero este es solo un ejemplo, Lombardi Boscán le pasa la esquiladora a buena parte de nuestra algodonada epopeya. Lo que para muchos, la mayoría diría yo, es nuestra versión de aquel extraordinario episodio de GOT (La guerra de los bastardos), pasa a ser un asunto más lento, modesto y creíble, incluso, más fácil de imaginar.
La correspondencia entre La Torre y Morillo, estudiada aquí, revela la consternación de la oficialidad encargada de pacificar estos territorios y, por si fuera poco, el abandono de los expedicionarios realistas, la escasez de hombres y otros tantos males. Las órdenes de Morillo son dirigidas, dice Lombardi Boscán, a batallones y regimientos fantasmas. Ya esto dice mucho de la situación del Real Ejército Pacificador. Basta recordar la ferocidad de los españoles contra Napoleón para imaginarse la mengua de sus capacidades en ese momento. De hecho, el coronel León de Ortega, curtido en siete años de guerra contra los franceses imperiales, acude a Madrid, por orden de Morillo, a dejar en claro que, o les refuerzan con treinta mil hombres cuando mínimo, o que se vayan acostumbrando a la idea de que perderán sus dominios americanos. Esta actitud hacia las demandas de Morillo solo se explica porque “la crisis española no era algo circunscrito a los territorios coloniales, sino expresión de un proceso de transformación estructural de todos los fundamentos de una sociedad en conflicto permanente desde la invasión napoleónica en 1808. ¡Qué error tan lamentable ha sido estudiar las luchas independentistas sin tomar en cuenta los sucesos peninsulares y de toda la vertiente atlántica entre 1750 y 1850!”. En pocas palabras, nuestro ejército libertador no luchó contra la verdadera potencia militar que era España. Esto, en vez de empequeñecer, debe mostrarnos la buena lectura que hicieron nuestros queridos revolvedores. Bien por Bolívar que entendía esta situación. Y, lógicamente, se comprende que a la hora de relatar los protagonistas su particular epopeya, aumenten sus logros o justifiquen sus errores. Pero una cosa es que ellos lo hagan y otra que nosotros nos traguemos el cuento sin poner la cabeza en el asunto. Que va siendo la tarea del historiador serio porque, a fin de cuentas, este pasado debe servir para construir ciudadanía y no para triturarla. Los héroes infalibles y mesiánicos solo enferman a la sociedad. La debilitan. Eso lo entendemos de sobra.
II.
A la calamidad militar que agobia a Morillo, se suma el golpe anímico que simbolizó, para sus maltrechas fuerzas, que Fernando VII volviera a jurar la Constitución liberal en marzo de 1820. Dice Lombardi Boscán, con claridad meridiana, que esto los llenó de desconcierto y de una insufrible sensación de abandono y traición. Además de “un sentimiento de humillación por considerar que poco valieron tantos esfuerzos y sacrificios por un Rey lejano y una Metrópoli indiferente al destino final de sus súbditos más leales en ultramar”. También desgrana, y el lector verdadero lo agradece, cómo este conflicto entre liberales y absolutistas le facilitó la vida a Bolívar y a los independentistas, pues “el asunto ultramarino fue terriblemente descuidado”.
El autor describe este descalabro adicional con trazo simple y claro, de manera que uno puede hacerse una idea bastante cercana a circunstancias poco conocidas que configuraron una guerra un tanto diferente a cómo se ha manejado en los manuales escolares. Circunstancias, sin duda, decisivas para un desenlace favorable a la causa patriota.
Esta manera de indagar la guerra de independencia desde el otro lado de la cerca, que bien logra Estrategia de la derrota, nos permite una percepción de Bolívar, en mi criterio, más interesante y entretenida. Sin disminuir sus dotes de guerrero, Lombardi Boscán replantea la dimensión del caudillo. Si bien es cierto que terminó imponiendo sus pareceres en un momento dado, esto no deja de ser coyuntural, siempre obtuvo resistencia y eso es historia conocida pasada la guerra, o manejada con toda intención para acrecentar la grandeza del Libertador haciendo creer que, en definitiva, pasó por encima de ella. Lo cierto es que no lo consigue, esto hace importante mantener en claro que la supuesta supremacía de Bolívar fue siempre coyuntural. No obstante, en pleno fuego independentista, la oposición que se le hizo a veces fue absurda, como Páez cuando se niega a seguirlo a Nueva Granada alegando que sus llaneros no tolerarían los fríos páramos. Esta negativa costó, puede decirse, un año más de guerra. Recuerdo ese diabólico ensayo que es El gendarme necesario: Bolívar deja de su cuenta a Páez, ya terminada la guerra, porque –supone uno– entiende que no tiene la fuerza para someterlo. Así le recomienda Don Fernando Peñalver, perversamente citado por Vallenilla Lanz, por supuesto: “Creo que el general Páez debe ser tratado con mucha lenidad por ti y por el gobierno, pues, si se quiere emplear en él el rigor de las leyes y no la política, pueden muy bien resultar las más funestas consecuencias”. Ya sabemos cuál es la enfermiza intención de este texto alcahuete de gamonales. En fin, volvamos a nuestro asunto.
De manera que llevar a Bolívar a una dimensión creíble, a través de una revisión del entorno histórico en el cual padeció, es una operación más efectiva que la tradicional, simplona y habilidosa tarea de “humanizarlo” con debilidades pecaminosas (concupiscencia) que, en el fondo, solo buscan resaltar y dejar en pie el mito militar y político. Dice Lombardi Boscán que: “Es interesante palpar que toda la hagiografía elaborada posterior a la Independencia alrededor del culto a Bolívar, pronto olvidó, que el libertador fue a lo largo de su vida política y militar un jefe discutido y adversado por sus principales subordinados”.
Estrategia de la derrota. El ejército realista en Venezuela, 1819-1823, va atando cabos, por un lado con los legajos de los archivos madrileños y, por el otro, con la historiografía más o menos tradicional sobre el periodo y, adicionalmente, sobre un informe, aún inédito, de José Domingo Díaz, con los cuales Lombardi Boscán construye múltiples posibilidades de interpretación, sin cerrar el camino a los lectores que, en definitiva, son los más llamados a buscar un punto de acomodo en su memoria.
No cabe duda, la obra resiste muchas lecturas y levanta buenas excusas para la discusión, y en todo caso queda el lector con la idea, bastante subrayada, de que la derrota irreversible del ejército expedicionario va de la mano con el abandono de la Metrópoli: falta de reemplazos, suministros, desmoralización, deserciones y la feroz disminución por las inclemencias del trópico. Acierta el autor en recordarnos la expedición francesa a Haití, en 1802, de cincuenta y ocho mil hombres que fueron reducidos a la nada por la fiebre amarilla. Una especie de guerra de los mundos decimonónica, pudiéramos pensar.
El punto final de este nuevo trabajo de Lombardi Boscán nos coloca ante un viejo dilema que, desde Zumeta hasta Briceño-Iragorry, por poner dos casos, han planteado con mucha preocupación y, como ellos mismos dicen, en leguaje de malabaristas: y que no es más que un supuesto hiato que separa a la colonia de la república, como si se tratara del Viejo y Nuevo Testamento. Sin embargo, advierte que para hacernos una idea de lo que somos, no podemos renunciar ni fragmentar nuestro pasado. Lo que fuimos.
Con esta inquietud concluye Lombardi Boscán su reciente trabajo: “La historia de España en Venezuela no acabó con ese hecho militar. Por el contrario, su legado en hombres y obras pervive hasta el presente llenándonos de orgullo y satisfacción. Las circunstancias históricas nos llevaron a ser antes españoles que venezolanos…”.
Nada mal para los tiempos que corren.
Estrategia de la derrota. El ejército realista en Venezuela, 1819-1823
Ángel Rafael Lombardi Boscán
Universidad Católica Cecilio Acosta.
Colección: El nombre secreto.
Maracaibo, 2016. 135 páginas.
BOLIVAR VISTO POR SUS CONTEMPORANEOS
octubre 29, 2015
BOLIVAR VISTO POR SUS CONTEMPORANEOS
Simón Bolívar (1783-1830), el Padre de la Patria, nuestro icono nacional, tuvo una vida intensa y agitada caracterizada por las contradicciones de sus actos que la mayoría de los venezolanos desconocen. El Bolívar de la historia es muy diferente al Bolívar de las estatuas que el culto bolivariano ha contribuido a deformar. Bolívar gana en grandeza humana cuando somos capaces de conocer y contrastar tanto sus triunfos como fracasos, así como las virtudes y debilidades en su carácter.
Existe una obra casi desconocida: Bolívar visto por sus Contemporáneos del ya fallecido profesor argentino José Luis Busaniche (1892-1959) (Tierra Firme/Fondo de Cultura Económica, 1981). Que tiene la virtud de retratar las muchas fotografías en forma de testimonios escritos que le hicieron a Bolívar quienes le conocieron en vida.
En la selección que Busaniche ofrece destaca la presencia de nombres y autores extranjeros, desconocidos para la mayoría, de procedencia británica, francesa y estadounidense como son los casos de: Jules Mancini, General Ducoudray-Holstein, Coronel Hippisley, G. Guenin, J. Nouaillac, Coronel J.P. Hamilton, George Laval Chesterton, Samuel Haigh, Gabriel Lafond, Robert Proctor, James Thomson, Francisco Burdett O¨Connor, Guillermo Miller, Alfonso Moyer, Capitán Malling, José Andrews, Cónsul Ricketts, Buchet-Martigny, Contraalmirante Rosamel, Francois Desiré Roulin, Lallement M., el médico A. P. Reverend entre otros, lo cuál evidencia la importante presencia de oficiales, comerciantes, diplomáticos y soldados extranjeros al lado de las fuerzas republicanas durante la Guerra de la Independencia (1810-1824).
Cobra sentido el reclamo de la oficialidad española en Tierra Firme, y de manera concreta, los desesperados informes del General Don Pablo Morillo a la Monarquía durante los últimos años de la guerra, donde denunció el abandono a que estuvo sometido su ejército, y señalaba el contraste con el de su rival, apoyado desde el extranjero.
Llama la atención que en esos tan dispares testimonios, unos favorables y otros contrarios al Libertador, la mayoría destaque como su principal rasgo en el carácter: la constancia y la desmedida auto/confianza en sus posibilidades. Los españoles llegaron a señalar que Bolívar era más peligroso derrotado que vencedor.
Luego del triunfo de Ayacucho en 1824, Bolívar fue considerado en vida el otro Washington del continente americano, pero ese logro supremo no le bastó para impedir la anarquía y la desunión entre los hombres de los territorios recién liberados. En el año 1828, Bolívar es un hombre derrotado, acusado de ser un pérfido tirano devastador rechazado por sus ideas constitucionales que le acercaban a la monarquía parlamentaria. Desesperado, escribe misivas a diplomáticos estadounidenses, franceses y británicos solicitándoles ayuda para acabar con el caos político de los colombianos.
Perdió la confianza en los suyos y sintió el abandono y la traición, la cuál se consumó con el atentado de septiembre del año 28 en Bogotá y la indiferencia y el rechazo de Páez y los venezolanos en acogerlo. Su correspondencia privada en los últimos años de su existencia lo presentan bajo la estela del desconsuelo y la amargura; rumiando entre sus más allegados una incomoda conciencia y sentimiento de fracaso.
Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez, conocido como Francisco de Miranda (Caracas, 28 de marzo de 1750-San Fernando, Cádiz, 14 de julio de 1816)(Oleo de Martín Tovar y Tovar (n. Caracas, Venezuela; 10 de febrero de 1827 - f. íb.; 17 de diciembre de 1902) quien fue uno de los más importantes pintores venezolanos del siglo XIX, destacando principalmente en los géneros del retrato y de la pintura histórica
EL HIJO DE LA PANADERA
noviembre 8, 2015
Inés Mercedes Quintero Montiel (Caracas, 12 de junio de 1955) es una historiadora venezolana, Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia,escribió “El Hijo de la Panadera” (Alfa, 2014), “su biografía” sobre Francisco de Miranda. No tengo nada que reprocharle, al contrario, agradecerle porque sus cualidades como historiadora competente, una vez más, salieron a relucir y esto nos permitió deleitarnos con su lectura, además de aprender acerca de tan fascinante como controvertido personaje.
Noto que en “El Hijo de la Panadera” hay varios libros de Miranda a la vez, una reescritura cuya armonía no es idéntica en el todo. Al comienzo la autora se rinde a los encantos de la figura trágica de Miranda a través de la afrenta que sufrió el padre, luego queda aún más admirada por ese afán de ver mundo y hacerse de la nada de una figuración relevante tocado por la gracia de una personalidad curiosa y encantadora. Su paso por las grandes revoluciones de la época la dejan atónita, ¿y a quién no? Más luego, se atreve a documentar hechos controversiales en la vida de Miranda que la mayoría de los biógrafos omiten, aunque se abstiene de algún juicio negativo que pudiese menguar “su grandeza” de gran artífice de la Independencia hispanoamericana. Inés Quintero se enamoró de Miranda platónicamente hablando. Al final queda conmovida de su desgracia y extremo sacrificio por una causa perdida en la cual creyó como un poseso. No sé si mi apreciación es justa o correcta, sólo sé que esas fueron las impresiones que tuve.
Trataré de hacer de “Abogado del Diablo” aprovechando el atrevimiento de Inés Quintero en revisitar a Miranda en un momento de bolivarianismo en declive para fortuna de sus angustiadas víctimas. De antemano diré que luego de avocarme al estudio de nuestra Independencia y su espiral destructora no siento ninguna simpatía por los militares que hicieron posible esa gesta. No creo en la guerra como entramado civilizatorio, por el contrario, representa un absurdo y su negación.
Miranda fue un hombre tocado por el peor de los pecados bíblicos: la vanidad (“Orgullo de la persona que tiene en un alto concepto sus propios méritos y un afán excesivo de ser admirado y considerado por ellos”). Autosuficiente, incapaz de practicar la auto-critica y extremadamente pretencioso. No caía bien entre sus interlocutores a menos que estos tuviesen una autoconfianza superior. Otro rasgo de su personalidad fue el dogmatismo, su falta de flexibilidad, que algunos pueden tildar esto como un déficit de inteligencia (Gerhard Masur: “Miranda fracasó porque sus ambiciones personales superaban a su capacidad”).
No conocemos ningún escrito de Miranda auténticamente de alto vuelo, algo equivalente a una “Carta de Jamaica” (1815), por ejemplo, que le equipare a un “filosofo de la libertad” de cierta alcurnia. Por el contrario, su escritura es “normal” y su pensamiento liberal nunca se manifestó como profundo conceptualmente hablando. Si lo evaluamos por sus costumbres mundanas en la vida civil su comportamiento fue la de un burgués libre pensador, un vistoso dandy. Hombre de acción, eso sí, aventurero empedernido y hasta un tanto irresponsable y terco porque la derrota fue su hábitat natural, alguien por ahí lo tildó de ser un “pomposo derrotado”. Su debilidad fueron los saraos y bochinches, cualquier llamarada revolucionaria de su época en la extensa geografía de la fachada atlántica era una invitación a su espíritu inquieto. Como Don Quijote su partido fue el de las causas perdidas, y en algunos casos, hasta nobles. En esto último, junto a su tenacidad irracional en pro de la Independencia de una patria continental utópica es lo que más me simpatiza y rescato de Miranda. Con todo, aún adolezco de la capacidad para elaborar un juicio equilibrado sobre la vida de Miranda. Mariano Picón Salas e Inés Quintero son estadios de pensamiento concatenados que ahora me invitan a transitar por otra obra fundamental y clásica sobre Miranda: la del escocés William Spence Robertson (1872-1955).
Quizás nunca sabremos reconocer al verdadero Miranda, sólo la variopinta opinión de sus más ilustres biógrafos, los cuales unos le admiran y otros le detestan. Su Colombeia es la única posibilidad que tenemos de rastrearlo y de reconfigurar sus hábitos, destrezas y falencias. Aunque hay que señalar que Miranda nunca escribió un “Diario” para ser mantenido en íntimo secreto, lo que tenemos es un ampuloso y desmedido tratado de propaganda personal (63 tomos) para ser leído y admirado en la posteridad. ¿Auténtico? ¿Atado por los convencionalismos de su época? ¿Inmadurez? ¿Revolucionario sin patria?, ¿Agente o Espía al Servicio del Imperio inglés? Figura poliédrica, paradójica y trágica. Con todos los reparos que podamos hacerle a la parte humana que la mitología ha vedado no hay la menor duda que estamos en presencia de un grande y complejo hombre.
Muy pocos se han sumergido en la psique de Miranda y sus patinazos de carácter porque se trata de una deidad: el precursor de la independencia hispanoamericana, y algo que no es poca cosa, uno de los artífices de la Revolución Francesa en 1789, y si alguien duda de ello sólo tiene que visitar París e hinchar el pecho de orgullo cuando se visualiza el nombre de Miranda en el Arco de Triunfo en los Campos Elíseos.
Para Inés Quintero, la galantería de Miranda es normal en un hombre soltero y apuesto. Uno se sorprende y hasta envidia tiene de las colecciones de mujeres y amantes que tuvo. El “Miranda Intimo” es un discípulo de Don Juan, conquistador irresponsable de núbiles y casadas. ¿Sabía corresponder Miranda a un compromiso amoroso de alto calado? ¿Sabía respetar Miranda las convenciones matrimoniales de la época? En lo absoluto.
¿Cómo hizo Miranda para ser un trotamundos y llevar una vida dispendiosa sin que se lo conociese un empleo estable? A mí me sorprende en Miranda su capacidad para entrar en contacto con Catalina, la zarina de Rusia, y los pro-hombres de la Independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa en París siendo apenas un desconocido. Por timidez no le encontramos flaquezas. Aunque creo que su secreto estuvo en que terminó siendo una especie de súbdito inglés, un espía al servicio de Inglaterra para socavar el dominio español en América. Inés Quintero incluso nos revela la cantidad de dinero mensual que recibió de la Corona Británica por un largo lapso de veinte años o más. Decir esto es herético. Incluso, la cesión de la Isla de Margarita, formaba parte de la estrategia de Miranda para ganar el apoyo político inglés en la proyectada invasión de la América española. Miranda al igual que Bolívar, tamaña contradicción, estimaron que el imperialismo inglés era superior al imperialismo hispánico.
Inglaterra nunca respaldó a Miranda porque lo percibió como un solitario filibustero dueño de una fantasía revolucionaria sin apenas basamento real. La famosa Acta de París (1797) es sólo un ardid para cazar incautos. Cuando Miranda invade Venezuela (1806) en una expedición suicida, orquestada ésta desde los Estados Unidos, todo su aislamiento se hace palpable. Miranda se auto engañó respecto a sus aliados ingleses y venezolanos. Mondolfi Gudat, Edgardo, experto en el tema mirandino y estudioso de los testimonios de los mercenarios extranjeros que le acompañaron en tan arriesgada empresa “bajo engaño”, son unánimes en reprobar el liderazgo de Miranda tildándolo de autoritario e incompetente.
Donde el libro de Inés Quintero se hace grande de acuerdo a nuestro parecer es cuando indaga en el momento estelar de la vida de Miranda, el de su triunfo histórico, y a la vez ocaso, como artífice de la Independencia (5 de julio de 1811) y Dictador de la Primera Republica (1812). En ese momento la autora habla del cierre de una parábola alrededor de una historia de resentimientos, rencores, odios, rechazos y venganzas que se inició con la afrenta al padre (1769) y su entrega a Monteverde por parte de Simón Bolívar (1812) (una felonía de éste sin darle muchas vueltas al deplorable asunto, tal como acotó asertivamente Elías Pino Iturrieta). Miranda no sólo vino en 1810 a independizar a Venezuela sino también a cobrarse una vieja afrenta. Su linaje cuestionado ahora estaba revestido de un prestigio de clase mundial que el sector mantuano se resistió en reconocer.
El triste final de un Miranda incapacitado para reaccionar con furor ante el realista Monteverde y sus huestes tiene que ver con su derrumbe moral y emocional ante el cerco de sus “amigos” criollos. Esos mismos amigos devenidos en enanos al entrar en la escena caribeña el “viejo” titán de 60 años. Los chismes y la inquina contra Miranda no dejaron de maltratarlo ni un solo momento, hasta una infamante bofetada tuvo que sufrir, y no es una metáfora porque Inés Quintero recoge el incidente en la página 159. El orgulloso Miranda pensó en una aclamación imaginaria que los criollos desmintieron de inmediato. Hasta Juan Germán Roscio, miembro de la Junta Suprema, no disimuló nunca su rechazo y antipatía personal.
En fin, Miranda fue percibido como un enemigo irreconciliable de la nobleza caraqueña y como tal fue combatido. Y esto sí es una ironía porque el posterior desarrollo de la historiografía nacionalista soslayó éste hecho. Al igual que el Bolívar aristocrático santificado y reconvertido en héroe popular hacía falta su equivalente en el período de la pre-independencia (1749-1808) y ese vacío mitológico fue llenado por Miranda.
Según Heidegger, pensar es agradecer. “Gendake viene de gedane (gracias, recuerdo, memoria)”. Y ésta propuesta intelectual de Inés Quintero no sólo viene a enriquecer el alicaído mundo cultural venezolano alrededor de la historiografía sino a volver sobre los tan necesarios debates acerca de los grandes prohombres de nuestra recargada memoria de la Independencia nacional en unos términos de ejercicio profesional solvente, indistintamente si sus apreciaciones concuerdan o no con nuestras opiniones. Yo le estoy agradecido.
Textos tomados del blog del DR ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
@LOMBARDIBOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS DE LUZ