Reflexiones de una compañera de colegio y otras expresiones de una generacion que vivio las dos Vene
AQUÍ NO SE HABLA MAL DE VENEZUELA
Charito Rojas | marzo 10, 2017 | Web del Frente Patriotico
“Llevo tu luz y tu aroma en mi piel, y el cuatro en el corazón…”. Letra de “Venezuela”, compuesta por Herrero y Armentero, dos españoles que nunca habían visto esta tierra de gracia.
¿Cómo hablar mal del país más hermoso del mundo? El buen gusto del Creador se lució aquí. Cuando recitamos nuestra memoria ancestral para enumerar lo que nos gusta de Venezuela, lo primero que se pone en guardia es un vaho de colores y olores: su naturaleza, lo rico y fragante de sus frutas, el esmeralda de sus playas, la nieve sobre los Andes, las mesas de los dioses de nuestros antepasados, esos tepuyes y sus impresionantes ríos y cascadas.
Sin embargo, lo que hace que nuestro país sea único e insustituible no son sus bellezas naturales: es la gente, la familia, los amigos, las jornadas recorridas entre sus calles, los colegios y universidades cuyas aulas nos reconocen, los recuerdos de una vida transitando un país que hasta hace poco llamamos nuestro.
Yo no hablo mal de mi país. Claro que no. Los recuerdos de toda una vida pesan mucho más que la trágica pesadilla que nos ha arrebatado esa Venezuela donde podíamos hablar sin ofendernos, donde un chiste subsanaba cualquier malentendido, donde los amigos no se peleaban por política sino por amores, donde acudíamos a universidades donde abiertamente se discutían todas las ideas, donde era impensable que un gobierno tuviese la osadía de tratar de meterse hasta en tus decisiones más íntimas, donde no éramos humillados por un plato de lentejas y los niños tomaban leche y tenían vacunas.
Yo crecí en una Venezuela que reía, que celebraba, que entendía de excelencia y competitividad. En un país donde hasta el más humilde tenía la posibilidad de estudiar en las mejores universidades, como la Central y la Simón Bolívar y después conseguir un trabajo que con el tiempo le permitiese comprarse un carro, una casa, casarse, enviar sus hijos al colegio. Una Venezuela de oportunidades, donde la educación era la vía para “surgir en la vida”, como decían nuestros padres, que jamás nos enseñaron a bachaquear sino a construir carreras, empresas y futuro.
Yo crecí en una Venezuela emocionada por sus logros como democracia, yo viví esos 40 años de libertad, donde nada era perfecto pero todo era perfectible. Yo viví en un país donde los ministros recibían a los periodistas, hablaban con la gente y presentaban una memoria y cuenta seria, no un panfleto ideológico. Yo crecí en un país donde se buscaba a los mejores para dirigir la construcción de carreteras, presas, edificaciones. Yo vi y conocí presidentes que sabían comer con cubiertos, que no se levantaban pensando a quién iban a jod… ese día sino qué iban a construir. Yo conocí diputados y senadores que se ponían paltó y corbata, que eran intelectuales, políticos, profesionales, y se esmeraban por dar discursos memorables.
Yo crecí en un país que honraba a Gallegos, a Uslar Pietri, al Dr. Tejera y al Dr. Gabaldón. Ese país generoso que abrió sus puertas a miles de inmigrantes que vinieron a matizar nuestros colores, a enseñarnos trabajo duro y el valor del esfuerzo para siempre. Yo estuve allí cuando un presidente copeyano le entregó la banda a un adeco, sin insultos, ni violencia, sin dividir al país ni derramar sangre. Yo viví la Venezuela donde podíamos ir a fiestas, trasnochar, amanecer en una playa, caminar las montañas y disfrutar cada rincón de esta hermosura que nos rodea. Yo gocé de la hospitalidad y sonrisa de desconocidos, de la mano tendida de extraños que se comportaban como si te conociesen de toda la vida. Y tú no desconfiabas.
Sin duda teníamos problemas, pero la autocrítica demoledora que pudo ser constructiva para mejorar, fue capitalizada por un rapaz militar pico’e plata para engatusar a quienes tenían resentimientos latentes, a quienes preferían el golpe de suerte o de violencia para lograr las metas en lugar del estudio y el trabajo. El populismo se instaló en Venezuela y una secta se empoderó, aislando a quienes ya nos creíamos en la senda del primer mundo. Todo el rencor y el odio de clases de Maisanta y Zamora se casaron con el veneno castrista.
Como venezolana, siento que he perdido a mi país. Ya no puedo disfrutar su hermosura. Es un riesgo circular por una carretera, acampar en una playa, salir en las noches, alejarse de la burbuja de seguridad del hogar, donde nos recluimos huyendo del hampa, del peligro del entorno y de costos que rompen un bolsillo ya escuálido gracias a las mortales políticas económicas de un gobierno que nos ha depreciado todos los bienes. La familia y los amigos están dispersos por el mundo, ya no hay reuniones dominicales ni parrillita con los panas. Casi el 40% de los venezolanos tienen familiares viviendo fuera del país, se estima que más de 2 millones de venezolanos han huido de la inseguridad, el acoso político, la ausencia de libertad y la inflación.
Venezuela ya no es la misma. Sigue teniendo todas sus bellezas, la mayoría de los venezolanos son de una calidad humana excepcional. Pero ha sido despojada de lo que diferencia a los países pobres de los países ricos: la educación, los valores, el respeto. Una vez leí la explicación de por qué países que no tienen petróleo o riquezas naturales, como Japón, son ricos. Su secreto es el deber ser: gastan mucho en educación. No invierten en revoluciones ideológicas sino en empresas productivas. Su norte es ser los mejores, trabajan con disciplina, como un solo bloque, con metas comunes. Y planifican la inversión de sus ganancias para generar más ganancias que den un alto nivel de vida a sus habitantes.
La cúpula que gobierna no tiene votos pero sí el poder y las arcas de Venezuela. Por eso no hay elecciones y por eso acciona contra los opositores para encarcelarlos, anularlos u obligarlos al exilio. Quieren que les dejemos el país, como los cubanos se lo dejaron a Fidel.
Yo no hablo mal de mi país pero sí de su incapaz gobierno. Cuando reaccionen las voluntades atropelladas por los diarios golpes a la dignidad y al bolsillo, comenzará la limpieza del estiércol. Y eso dolerá. Pero Venezuela volverá a ser esa belleza que mueve nuestros sueños y recuerdos.
Charitorojas2010@hotmail.com @charitorojas
Manuel Silva-Ferrer descifra la Venezuela contemporánea en su libro
El cuerpo dócil de la cultura será presentado este sábado a las 7:00 pm en la Feria Internacional del Libro del Caribe (Filcar) de Margarita por la editorial de la UCAB
By EL NACIONAL WEB
16 DE MARZO DE 2017 11:40 AM | ACTUALIZADO EL 16 DE MARZO DE 2017 14:37 PM
Manuel Silva-Ferrer decidió adentrarse en los cambios ocurridos en la cultura venezolana durante la era de Hugo Chávez, en su reciente publicación El cuerpo dócil de la cultura, que será presentado este sábado por la editorial de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) en la Feria Internacional del Libro de Margarita.
Su trabajo constituye la primera gran panorámica sobre la cultura en Venezuela a comienzos del siglo XXI, tras el ascenso al poder de Chávez y su denominada “revolución bolivariana". Aborda temas fundamentales como la problemática expansión del sistema educativo, la transformación de las instituciones de las artes y el campo intelectual, los radicales cambios en el espacio de la comunicación masiva, y el fenómeno de la emigración.
Para Fernando Rodríguez, profesor de la Universidad Central de Venezuela y autor del prólogo del libro, “se trata de una obra necesaria para toda bibliografía futura que trate de auscultar las neuronas de los venezolanos de esta era”.
El cuerpo dócil de la culturaes un agudo análisis que coloca en perspectiva global la evolución de la cultura venezolana en los últimos tres lustros, para observar cómo ésta ha sido modificada no sólo por los cambios inducidos por la expansión y sucesivo declive del estado petrolero, o los intensos conflictos políticos locales, sino también por las transformaciones que a la sociedad y la cultura ha impuesto la fase actual de la globalización tecnológica.
“He pretendido en primera instancia observar las transformaciones institucionales, aquello que ocurre en el marco de las estructuras de producción masiva y organizada de la cultura, pero siempre intentado desplazar el eje de observación hacia los sujetos, intermediarios de los procesos de la cultura y la comunicación”, explica Silva-Ferrer en la introducción del libro.
La ambición temática de la investigación abarca la polarización en todas las áreas de la cultura y sus principales instituciones, como reflejo de un intenso enfrentamiento de modelos ideológicos en el campo social. Describe también el desplazamiento de los medios privados más importantes y la inédita expansión del aparato comunicacional del Estado, bajo el control férreo del gobierno. Un periodo marcado por el asedio a la disidencia intelectual que decide quedarse en el país.
El análisis de Silva-Ferrer es muy penetrante porque logra enfatizar, no solo el contexto y los antecedentes de nuestra cultura, sino la novedad relativa de esos cambios. “Hasta un determinado momento del chavismo mismo, los medios de comunicación radioeléctricos están en manos privadas en su casi totalidad, y vinculados indirecta y muy poco constructivamente al Estado. Ahora paulatinamente ese espacio va a ser ocupado casi hegemónicamente por el gobierno revolucionario, bien por censura, bien por adquisición de dudosa transparencia (lo que alcanza a la gran prensa), bien por la creación de un extenso y materialmente poderoso emporio estatal”, afirma Rodríguez en el prólogo.
El cuerpo dócil de la cultura establece una lectura a profundidad sobre la imposición de esta nueva dinámica política en el país. Una serie de transformaciones culturales que comenzaron con la llegada al poder de Chávez en 1999, que se desplegaron a lo largo de dos fases claramente diferenciadas: antes y después del golpe de abril de 2002.
“En una frase estupenda Manuel dice: En el fondo nada ha cambiado y, sin embargo, es todo tan distinto. Mejor no se puede resumir lo que he pretendido decir sobre este libro que puede tejer una síntesis muy verosímil de esos momentos de alza y descenso del maná petrolero y sus ilusiones culturales modernizadoras, que lo sitúa como una variante fuerte dentro del continuo de sus ancestros militares bananeros, del impedimento o caída de las posibilidades democráticas, y los indudables cambios que han transformado y devastado la vida espiritual nacional. Sus continuidades y sus nuevas fachadas”, sentencia Rodríguez al final del prólogo.
En la actualidad, Manuel Silva-Ferrer es investigador asociado al Lateinamerika-Institut de la Freie Universität Berlin, una de las once instituciones que conforman la German Excellence Initiative. Allí desarrolla un proyecto titulado “Los Paisajes del petróleo: globalización, cultura y sociedad en torno al enclave petrolero en América Latina y el Caribe”.
Es autor de los volúmenes El cuerpo dócil de la cultura: poder, cultura y comunicación en la Venezuela de Chávez. Iberoamericana/Vervuert (2014) y Elogio del Icono. (ed.) Cinemateca Nacional de Venezuela (2001). Silva-Ferrer ha participado en numerosos encuentros y conferencias internacionales, y sus textos han aparecido en varios medios y revistas académicas. Es blogger del Hispanic American Historical Review (Duke University Press).
Con información de nota de prensa
By VÍCTOR BRAVO
12 DE MARZO DE 2017 12:01 AM
En Réquiem habanero por Fidel, de 2014, J.J. Armas Marcelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1946), autor de una importante obra novelística, en parte dedicada a países de América Latina, interroga la Revolución Cubana en su esplendor y en su fracaso; en la belleza de su fervor y en la distanciación melancólica del desencanto.
La novela es género moderno que propicia y hace brotar en su seno las preguntas fundamentales de una cultura: el espejo a lo largo del camino, según la conocida frase de Stendhal. Y la novela como historia privada de las naciones, según el decir de Balzac, para quien el novelista es el secretario de la sociedad. Historia privada donde confluyen reflexividad y levedad, en juegos propios de la ficción, diríamos hoy, y quizás de esta confluencia deriva el encanto del género.
Ese encanto se encuentra en la novela de Armas Marcelo: partiendo de la broma continuada en las últimas décadas sobre la muerte de Fidel (“¿Cuántas veces lo han matado a lo largo de estos cincuenta años?”),, de su “persistencia” en estar vivo (…después nos fuimos enterando que Fidel seguía vivo, que se había escapado otra vez, como las otras quinientas veces que quisieron matarlo”) y de su “inmortalidad” (“…nunca nos va a faltar porque, primero, no se va a morir nunca…”); y con una composición de múltiples perspectivas y los desplazamientos narrativos entre el registro histórico de la revolución y el impacto en el anhelo y el extravío de la subjetividad. La novela nos lleva de la convicción revolucionaria a la distancia irónica, en vasos comunicantes que se constituyen en el tramado mismo de la ficción. Lo primero que se muestra en ese tramado es la grandeza de la revolución, su formación histórica emergiendo del gran anhelo de la modernidad de la fuerza emancipatoria; formación que impactó al mundo y a generaciones de estudiantes, escritores, pensadores. La revolución cubana como el más esplendente cumplimiento del discurso emancipatorio de la modernidad, como el logro de la utopía, el tomar el cielo por asalto, diríamos con palabras del viejo Marx, para los desposeídos. La fiesta de la revolución, desde su condición insular, para la realización heroica de los ideales, y como la piedra caída en el centro del estanque expandiendo los círculos de sus resonancias en Latinoamérica y el mundo. Se sembraban las raíces del mito de la revolución y el comandante, en la convicción fervorosa de que durarían para siempre.
Pronto, sin embargo, aparecieron las grietas por donde el poder brotaba con fuerza en actos continuados de mutilación, discrecionalidad y privilegios. El pasaje del sueño a la pesadilla: la sustitución de la reflexión y el pensamiento por la consigna y las cadenas del vitoreo; la celebración, desde las rejillas de la ideología, de héroes y acontecimientos heroicos “fundacionales”; la saturación de “música protesta” como himnos cotidianos de celebración y furor antiimperialista; la artillería de adjetivos de adoración y fidelidad, y de injurias a lo “antirrevolucionario”; el acoso a la mitad de la población que por profundos surcos de dolor se abre paso en la ruta de naufragios de los balseros; el enrejado ideológico de la revolución, sistema autorregulador que transforma todo, lo bueno y lo malo para su fortalecimiento, en su empeño de durar para siempre, como la vida de su comandante. La novela de Armas Marcelo testimonia esa admiración que fue la del mundo y, en América latina, la de varias generaciones de jóvenes que entraban, que entrábamos fervorosos en la resistencia, en la convicción de que, como dice el verso de Víctor Valera Mora, “El día que las montañas tomen las ciudades / el mundo le va a quedar chiquito a la hermosura”.
La novela, ciertamente, realiza con sabiduría narrativa, el registro del voluntarismo de la utopía revolucionaria y, a la par, nos da el más terrible y doloroso testimonio del desencanto.
Sin duda que la revolución cubana encarnó de manera extrema el doble rostro que Erns Bloch observa en la condición humana: el acontecer utópico del mundo; y su fracaso. En la novela esa doble faz se representa en un juego de perspectivas: la visión del personaje narrador, Walter Cepeda, Coronel de la Seguridad del Estado, jubilado y taxista que recorre la Habana en un vehículo que la revolución le ha dado por sus servicios y lealtad; y, en oposición, el escepticismo cada vez más irónico de “Mami”, la esposa que finalmente lo abandonará; y las apreciaciones de la hija bailarina, desde Barcelona, España, desplazándose por sus distintos nombres como si fueran distintas máscaras, quien lo sorprenderá reiteradamente con la noticia de que el comandante, el caballo, ha muerto. Juego de perspectivas que nos muestra el fracaso de la utopía, sobre todo en los jóvenes (“Hicimos la revolución para ellos, para que el futuro fuera de ellos, de los nuevos hombres y mujeres y todo salió al revés”). El “gran derrumbe”, como se le dice en la novela, empieza a revelarse a medida en que el juego de perspectivas va mostrando las grietas del discurso “heroico” e ideológico por donde aparecen las verdades falaces impuestas por la ideología para confiscar la libertad y la vida misma, como uno de los actos más terribles de mutilación de lo humano; y por donde hace visible en el Estado criminal y en los héroes mayores y menores, la estela de sus crímenes, la impunidad y la corrupción y las miserias del servilismo; y todo, en la novela, en un tejido de perspectivas que resuena en el rumor de la ciudad, en “radio bemba”: la resistencia colectiva ante las implacables imposiciones de la ideología.
Un segundo movimiento de perspectivas ocurre en el mismo Walter Cepeda: en la herida que se va abriendo en la subjetividad del personaje que lo empuja al límite mismo de la locura, que lo lleva a atender, en extravío, la llamada del deseo, a apartarse del duro fluir colectivo y en feroz vigilancia de la revolución y precipitarse en la angustia, y así, por ejemplo, no conseguir las llaves de la casa ante sus ojos, o no poder salir de su cuarto de puertas abiertas, como en las escenas inolvidables del filme El ángel exterminador, de 1962, de Luis Buñuel.
“El gran derrumbe” abre en herida la subjetividad del personaje precipitándolo en la melancolía, y tiene sus momentos centrales en el escándalo del “caso Padilla”, punto de quiebre en el desencanto de escritores y pensadores de todo el mundo; y el fusilamiento de uno de uno de los héroes revolucionarios, el comandante Ochoa, que pone en evidencia la arbitrariedad del poder y la estela de crímenes del régimen.
Al igual que en grandes momentos narrativos de Carpentier y Lezama, la novela es también homenaje y celebración de la belleza y el misterio de la Habana; y al igual que importantes novelas como Las palabras perdidas, de 1992, de Jesús Díaz, Réquien habanero por Fidel, de J.J. Armas Marcelo, nos muestra, por arte de la ficción, la grandeza y el horror de la revolución.
Réquiem habanero por Fidel
J.J. Armas Marcelo
Alfaguara
España, 2014
El Nacional, Papel Literario