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Hasta pronto, querido padre Beda, osb.


Padre Lorenz Rudolph Hornung, osb. conocido como el monje benedictino padre Beda, de la Abadia "San Jose" (Guigue, Edo. Carabobo)

Cuando nos hacemos viejos muchas cosas que creíamos que nunca viviríamos suceden, y en este momento vivo una de ellas: el monje benedictino y sacerdote católico Lorenz Rudolph Hornung, conocido como el padre Beda de la Abadia “San Jose” de Guigue (Edo. Carabobo) se trasladara a Alemania, a la Archiabadia Benedictina de Santa Otilia, en Munich (Baviera) de la que es filial la Abadia venezolana, a cuya comunidad pertenece el P. Beda, el próximo 26 de marzol de 2017 para ser atendido y luego ser operado, por una dolencia en las válvulas de su corazón, que lo tiene postrado en la Abadia de Guigue, con muy poco presencia en los actos comunales que tanto disfrutamos entre los años 1992-1999 cuando trabaje alla. Se carateriza el P. Beda por su buen humor, simpatía, inteligencia y hermosísima voz, tanto para hablar como para cantar. Mis años dichosos de

Padre Beda con la comunidad benedictina de Guigue, es el primero de derecha a izquierda.l

trabajo en la Abadia estuvieron caracterizados por las enseñanzas que en la vida cotidiana y en la amistad que desde aquel entonces hemos compartido, me ha deparado el monje benedictino también alemán pero bávaro, cosa que no era mi padre, del norte de Alemania. Fue justamente el P. Beda quien celebro el entierro de mi papa en el 2007 en Aguirre (Edo. Carabobo), ha sido amigo de mi familia desde esos años y no puedo pensar en algo muy importante que haya sucedido en esa epoca, de crianza de hijos, viajes a Alemania para desenredar entuertos familiares de años en los que necesite su intervención oportuna y gentil, o como el que hicimos mi hija Francesca y yo que incluyo visita a la Archiabadia en pleno Congreso de Abades benedictinos mundiales, donde estaba el II Abad de Guigue, el P. Jose

Foto de Oswaldo Duran.

Maria Martinez y el inefable P. Beda, el cual fue un excelente cicerone nuestro, y hasta tuvo la valentía de ir a Munich solo con mi hija Francesca de apenas 8 años de edad, mientras yo cumplia labores asignadas en Santa Otilia. No encuentro una mejor forma de despedirme del P. Beda que transcribiendo sus opiniones sobre un Papa de la Iglesia Catolica que ambos admiramos: Benedicto XVI, el tan impopular Patriarca de la Iglesia oriundo como el de Baviera, pero que para el P. Beda y para mi fue un admirado y excelente Pastor de la Iglesia, cuya erudición y claridad en lo que es la Iglesia ambos admiramos.

Pero antes cito la referencia gracias a la cual comence a admirar al joven Josef Ratzinger desde 1969 cuando oi hablar de el mientras terminaba mis estudios de Bachillerato

Las profecías del joven Ratzinger

En 1969 un joven sacerdote llamado Joseph Ratzinger hacía un análisis certero en una radio de cómo sería la Iglesia en el tercer milenio.

Tomado de Libertad Digital

JAVIER LOZANO 2014-01-09

Joseph Ratzinger ha sido una de las mentes más lúcidas que ha dado el siglo XX. Ha sido el 265 Papa de la Iglesia Católica bajo el nombre de Benedicto XVI, prefecto de la importante Congregación de la Doctrina de la Fe durante 24 años, decano del Colegio cardenalicio y anteriormente arzobispo de Múnich, cátedra a la que llegó siendo un simple sacerdote. Y ante todo ha sido y es un gran teólogo, uno de los grandes, lo que le ha permitido dejar una impresionante obra a sus espaldas, siendo además uno de los más jóvenes participantes en el Concilio Vaticano II.

Ahora que descansa tras los muros del convento del Mater Eclessiae en una vida de oración y de estudio y la perspectiva permite una visión más relajada, se van conociendo más datos de la vida del Papa emérito. Y éstos muestran el gran discernimiento que ha tenido para leer los signos de los tiempos y cómo afectarían a la sociedad actual en general y a la Iglesia Católica en particular.

Charlas radiofónicas en 1969

En 1969 un joven sacerdote y teólogo de apellido Ratzinger ya destacaba como profesor y en una radio alemana daba una serie de charlas que habrían pasado inadvertidas de no ser porque ese joven se convirtió años después en uno de los personajes más relevantes de la Iglesia. Estas conferencias radiofónicas fueron recogidas más tarde en un libro que en español se ha reeditado como Fe y futuro.

Precisamente en el quinto punto de este libro el joven teólogo alemán reflexionaba sobre con qué aspecto se presentará la Iglesia en el año 2000. Más de cuarenta años después, este pensamiento de Ratzinger se manifiesta como de gran actualidad y lo que eran unos pensamientos razonados con el tiempo se han convertido en una especie de profecías, pues detectó de manera casi exacta lo que ha ocurrido en la Iglesia hasta hoy.

Este certero análisis no estuvo exento de dificultad. Sus charlas radiofónicas se produjeron en uno de los momentos de mayor inestabilidad de la historia contemporánea. El mundo estaba inmerso en la Guerra Fría, acaba de pasar el Mayo del 68 en París y la invasión de Checoslovaquia tras la Primavera de Praga. En África se daba de manera fulgurante la descolonización y numerosos grupos terroristas y guerrillas surgían por todo el mundo. Mientras tanto, en la Iglesia se vivían los confusos años del postconcilio y los problemas que surgieron en todo el mundo en su interpretación.

"Un teólogo no es un adivino"

Por todo ello, estas reflexiones se convierten más que nunca en unas profecías que permiten entender de manera aún más clara a Benedicto XVI y su lucha contra el relativismo y apuesta fiel por el diálogo entre fe y razón.

Ratzinger, al que le faltaban aún varios años para ser obispo, aclaraba que "un teólogo no es un adivino" y tampoco "un futurólogo" y explicaba que su oficio "establece lo que es calculable, y tiene que dejar pendiente lo que no es calculable" y tras analizar el ayer y el hoy reflexionaba sobre ese mañana que aparecía en el horizonte con el tercer milenio.

"El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual", afirmaba el joven sacerdote alemán.

"Ya no podrá llenar muchos edificios"

En ese contexto alertaba de lo que pasaría años más tarde y que acabó convirtiéndose en uno de los mayores problemas internos de la propia Iglesia. "El sacerdote que sólo sea un funcionario social puede ser reemplazado por psicoterapeutas y otros especialistas. Pero seguirá siendo aún necesario el sacerdote que no es especialista, que no se queda al margen cuando aconseja en el ejercicio de ministerio, sino que en nombre de Dios se pone a disposición de los demás y se entrega a ellos en sus tristezas, sus alegrías, su esperanza y su angustia", auguraba el años más tarde Papa.

Sobre la presencia de la institución en el mundo agregaba que "de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad".

Tal y como luego se ha demostrado años más tarde en Occidente, Ratzinger afirma que la Iglesia "se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión". Es decir, una Iglesia en la que los fieles lo serían por plena elección y donde en muchas ocasiones supusiese ir contracorriente.

"El proceso será largo y laborioso"

De este modo, añade que "la Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica". Y este es justamente el camino que se está siguiendo tras años de gran confusión con ideas progresistas y marxistas que se infiltraron en la Iglesia y que provocaron la desvirtualización o manipulación de los sacramentos y de los que ahora sólo quedan algunos nostálgicos.

En su charla radiofónica de 1969 el eminente profesor de Teología indicaba que el "proceso de cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños".

"El proceso será largo y laborioso, al igual que también fue muy largo el camino que llevó a los falsos progresismos, en vísperas de la revolución francesa -cuando también entre los obispos estaba de moda ridiculizar los dogmas y tal vez incluso dar a entender que ni siquiera la existencia de Dios era en modo alguno segura- hasta la renovación del siglo XIX", decía Ratzinger.

Sin embargo, a continuación resaltaba que "tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado". En su opinión, "experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo".

Y así, concluye el Joseph Ratzinger de 1969: "Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da la vida y esperanza más allá de la muerte".

A partir de ahora disfruten los artículos del P. Beda Hornung osb. tomados de su blog “Vision Contemplativa”.

Benedicto XVI (en latín, Benedictus PP. XVI), de nombre secular Joseph Aloisius Ratzinger (Marktl am Inn, Baviera, Alemania, 16 de abril de 1927), fue el papa número 265 de la Iglesia católica y séptimo soberano de la Ciudad del Vaticano. Resultó elegido el 19 de abril de 2005 tras el fallecimiento de Juan Pablo II, por los cardenales que votaron en el cónclave

El 28 de febrero de 2013 renunció al solio y asumió el título de papa emérito, con la intención de dedicarse a la oración y el retiro espiritual. Su renuncia fue anunciada por él mismo días antes, el 11 de febrero, y es una decisión excepcional en la historia de la Iglesia, ya que, si bien el sumo pontífice que renunció al papado más próximo fue Gregorio XII (1415), el precedente de Celestino V (1294) es el único del que puede asegurarse que fue de forma libre y voluntaria.

Tras su renuncia, se celebró el cónclave del que resultó electo papa el Cardenal argentino Jorge Bergoglio, que tomó el nombre de Francisco.

CIUDAD DEL VATICANO, 19 ABR 2005 (VIS).-Ofrecemos a continuación la biografía oficial del nuevo Papa Benedicto XVI, cardenal Joseph Ratzinger:

El cardenal Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, nació en Marktl am Inn, en la diócesis de Passau (Alemania), el 16 de abril de 1927. El padre, comisario de la gendarmería, provenía de una antigua familia de agricultores de la Baja Baviera. Pasó la adolescencia en Traunstein y fue llamado en los últimos meses de segundo conflicto mundial en los servicios auxiliares antiaéreos.

Era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y de la Pontificia Comisión Teológica Internacional, decaDe 1946 a 1951, año en que fue ordenado sacerdote (29 de junio) e iniciaba su actividad de profesor, estudió filosofía y teología en la universidad de Munich y en la escuela superior de Filosofía y Teología de Freising. En el año 1953 se doctora en Teología con la disertación "Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia de San Agustín". Cuatro años más tarde obtenía la cátedra con su trabajo sobre "La Teología de la Historia de San Buenaventura".

Tras conseguir el encargo de Dogmática y Teología Fundamental en la escuela superior de Filosofía y Teología de Freising, prosiguió la enseñanza en Bonn, de 1959 a 1969, Münster de 1963 a 1966 y Tubinga, de 1966 a 1969. En este último año pasó a ser catedrático de Dogmática e Historia del Dogma en la Universidad de Ratisbona y vicepresidente de la misma universidad. En 1962 aportó una notable contribución en el Concilio Vaticano II como consultor teológico del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia.

Entre sus numerosas publicaciones ocupa un lugar particular "Introducción al Cristianismo", recopilación de lecciones universitarias publicadas en 1968 sobre la profesión de fe apostólica; "Dogma y revelación" (1973), antología de ensayos, predicaciones y reflexiones, dedicadas a la pastoral. Obtuvo una notable resonancia el discurso pronunciado ante la Academia Católica bávara sobre el tema "¿Porqué sigo todavía en la Iglesia?, en la que afirmaba: "Solo es posible ser cristiano en la Iglesia y no al lado de la Iglesia". En 1985 publica "Informe sobre la fe" y en 1996 "La sal de la tierra".

El 24 de marzo de 1977, Pablo VI lo nombró arzobispo de München und Freising. El 28 de mayo sucesivo recibía la consagración episcopal. Fue el primer sacerdote diocesano que asumió después de 80 años el gobierno pastoral de la gran diócesis bávara.

Creado cardenal por el Papa Pablo VI en 1977, fue relator en la V Asamblea General del Sínodo de los Obispos (1980) sobre el tema: "Los deberes de la familia cristiana en el mundo contemporáneo" y presidente delegado de la VI Asamblea sinodal (1983) sobre "Reconciliación y penitencia en la misión de la Iglesia".

El 25 de noviembre de 1981 fue nombrado por Juan Pablo II prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y de la Pontificia Comisión Teológica Internacional.

El 5 de abril de 1993 entró a formar parte del orden de los obispos, con el título de la Iglesia Suburbicaria de Velletri-Segni.

El 6 de noviembre de 1998 fue elegido vicedecano del colegio cardenalicio. El 30 de noviembre de 2002 el Santo Padre aprobó la elección de decano del colegio cardenalicio, realizada por los cardenales del orden de los obispos.

Fue presidente de la Comisión para la preparación del Catecismo de la Iglesia Católica, que tras seis años de trabajo (1986-1992) pudo presentar al Santo Padre el nuevo Catecismo.

El 10 de noviembre de 1999 recibió el doctorado "honoris causa" en Derecho por la Universidad italiana LUMSA.

Desde el 13 de noviembre de 2000 era Académico honorario de la Pontificia Academia de las Ciencias.

Fue creado cardenal por Pablo VI en el consistorio del 27 de junio de 1977, titular de la Iglesia Suburbicaria de Velletri-Segni (5 abril 1993) y de la Iglesia Suburbicaria de Ostia (30 noviembre 2002).

Era miembro del Consejo de la II Sección de la Secretaría de Estado, de las Congregaciones paras las Iglesias Orientales, para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para los Obispos, para la Evangelización de los Pueblos, para la Educación Católica; del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y de las Pontificias Comisiones para América Latina y "Ecclesia Dei".

OP/BIO:BENEDICTO XVI/... VIS 050419 (640)

Textos tomados del blog “Vision Contemplativa” del padre Beda Hornung osb.

Iglesia de Paganos, I

miércoles, 25 de febrero de 2015

El joven sacerdote Joseph Ratzinger, más tarde Papa Benedicto XVI, recién habilitado como profesor ordinario de teología, publicó en octubre de 1958 en la revista Hochland un artículo sobre la situación y el futuro inmediato de la iglesia (http://kath.net/news/43699). Aunque trata de la situación en Europa, me parece que hay suficientes paralelos con la iglesia en nuestras latitudes que me motivaron a hacer una traducción al castellano (que, por cierto, no ha sido fácil porque el lenguaje de Ratzinger es muy pulido. Pido disculpas por si el castellano suena a extranjero). Sigue el texto: Los Nuevos Paganos y la Iglesia La des-identificación del mundo (en alemán: Entweltlichung) que le toca hacer a la iglesia en la vieja Europa plantea también la pregunta de ¿qué pasa con los nuevos paganos? Por Joseph Ratzinger

Según las estadísticas de afiliación religiosa, la vieja Europa todavía es un continente casi exclusivamente cristiano. Sin embargo, probablemente no habrá otro caso donde todo el mundo sabe que las estadísticas son engañosas. Esta Europa, por nombre cristiana, se convirtió desde hace unos cuatrocientos años en la cuna de un nuevo paganismo que crece inexorablemente en el corazón de la iglesia, y que amenaza con socavarla desde dentro. El fenómeno de la iglesia de los tiempos modernos es determinado esencialmente por el hecho de que, de una manera completamente nueva, llegó a ser una iglesia de paganos, un proceso que va aumentando siempre más: no como antes, una iglesia desde los paganos que se hicieron cristianos, sino una iglesia de paganos que todavía se llaman cristianos, pero que, en realidad, se hicieron paganos. Hoy en día, el paganismo está en la misma iglesia, y justamente esto es el distintivo tanto de la iglesia de nuestros días como también del paganismo nuevo: que se trata de un paganismo en la iglesia, y de una iglesia en cuyo corazón vive el paganismo. Por lo tanto, en el caso normal, el hombre de hoy puede suponer la falta de fe de su prójimo. Cuando nació la iglesia, se fundamentaba en la decisión espiritual del individuo de aceptar la fe, en el acto de conversión. Aunque al comienzo se esperaba que ya aquí en la tierra se edificaría de estos convertidos una comunidad de santos, una "iglesia sin mancha ni falta", por muchas luchas tenían que llegar a reconocer que también el convertido, el cristiano, sigue siendo pecador, y que incluso las faltas más graves serían posibles en la comunidad cristiana. Aunque el cristiano no era moralmente perfecto y, en este sentido, la comunidad de los santos siempre seguía siendo inacabada, sin embargo había un fundamento en común. La iglesia era una comunidad de gente convencida, de hombres que habían asumido una determinada decisión espiritual, y que, por lo tanto, se distinguían de todos los demás que se habían negado a tomar esta decisión. Ya en la edad media cambió esto en el sentido de que la iglesia y el mundo se identificaron y que, por lo tanto, el ser cristiano ya no era una decisión personal, sino un presupuesto político-cultural.

Tres niveles de des-identificación del mundo Hoy en día queda sólo una identificación aparente de la iglesia y el mundo; sin embargo, se ha perdido la convicción de que en este hecho - en la pertenencia no intencionada a la iglesia - se esconde un favor especial divino, una salvación en el más allá. Casi nadie quiere creer que la salvación eterna depende de esta "iglesia" como un supuesto político cultural. De ahí se desprende que hoy en día se plantea muchas veces con insistencia la pregunta si no tendríamos que convertir de nuevo la iglesia en una comunidad de convencidos, para devolverle de esta manera su gran seriedad. Eso significaría una renuncia rigurosa a todas las posiciones mundanas que todavía quedan, para desmantelar una posesión aparente que resulta ser más y más peligrosa porque, en el fondo, es un obstáculo para la verdad. A la larga, a la iglesia no le queda más remedio que tener que desmantelar poco a poco la apariencia de su identificación con el mundo, y volver a ser lo que es: una comunidad de creyentes. De hecho, estas pérdidas exteriores aumentarán su fuerza misionera: sólo cuando deja de ser un sencillo asunto sobreentendido, sólo cuando comienza a presentarse como la que es, su mensaje logrará alcanzar los oídos de los nuevos paganos que, hasta ahora, pueden complacerse en la ilusión de que no son tales. Por supuesto, el abandono de las posiciones externas traerá también la pérdida de unas ventajas valiosas que resultan sin duda de la combinación de la iglesia con la vida pública. Se trata de un proceso que se dará con o sin el consentimiento de la iglesia y con el que, por lo tanto, tiene que sintonizar. Total, en este proceso necesario de la iglesia de des-identificarse del mundo hay que distinguir nítidamente tres niveles: el nivel sacramental, el de la proclamación de la fe, y el de la relación personal humana entre creyentes y no creyentes. El nivel sacramental, antiguamente delimitado por la discipĺina arcana, es la esencia interior propiamente dicha de la iglesia. Hay que volver a dejar claro que los sacramentos sin fe no tienen sentido, y la iglesia, con mucho tacto y delicadeza, tendrá que renunciar a un radio de acción que, en último caso, conlleva a un auto-engaño y un engaño a la gente. Cuanto más la iglesia pone en práctica este distanciamiento, la discreción de lo cristiano, posiblemente en dirección al pequeño rebaño, de manera tanto más realista podrá y deberá reconocer su tarea en el segundo nivel, el del anuncio de la fe. Si el sacramento es aquel punto donde la iglesia se cierra, y debe cerrarse, contra la no-iglesia, entonces la palabra es la manera de extender el gesto abierto de invitación al banquete divino. En el nivel de las relaciones personales sería totalmente equivocado sacar de la auto-limitación que exige el nivel sacramental, la consecuencia de un aislamiento del cristiano creyente de los demás hombres que no son creyentes. Por supuesto, habrá que volver a construir entre los creyentes algo como una fraternidad de gente que se comunica que por la pertenencia común a la mesa eucarística se sientan unidos también en su vida privada y que en las necesidades puedan contar unos con otros, en fin, que sean una comunidad de familia. Pero esto no debe llevar a un aislamiento como de una secta, sino que el cristiano pueda ser un hombre alegre entre hombres, simplemente otro hombre donde no puede ser otro cristiano. Resumiendo podemos anotar como resultado de este primer aspecto: primeramente, la iglesia sufrió un cambio estructural creciendo desde el pequeño rebaño a la iglesia mundial; en el viejo mundo se identifica desde la edad media con el mundo. Hoy en día, esta identificación sólo queda como apariencia que opaca la verdadera esencia de la iglesia y del mundo, y que, en parte, le impide a la iglesia su necesaria actividad misionera. Así que, después del cambio estructural interno, se consumará tarde o temprano un cambio externo para llegar a ser el rebaño pequeño; y eso pasará tanto si la Iglesia consiente como también si se niega a este cambio.

¿Otro camino de salvación? Pero aparte del cambio estructural de la iglesia, descrito brevemente aquí, se percibe también un cambio de consciencia del creyente que es el resultado del hecho del paganismo dentro de la iglesia. El cristiano de hoy no puede imaginarse que el cristianismo o, más precisamente, la iglesia católica, sea la única vía de salvación. Con eso, desde dentro se hicieron cuestionables lo absoluto de la iglesia, junto con la grave seriedad de su deseo misionero y de todas sus exigencias. No podemos creer que el hombre de al lado, que es maravilloso, dado a ayudar y bondadoso, va al infierno por no ser católico practicante. Para el cristiano promedio, la idea de que todos los hombres buenos se salvarán, es tan aceptada como en tiempos anteriores lo contrario. Un poco confundido, el creyente se pregunta: ¿por qué se les hace tan fácil a los de fuera, mientras que a nosotros se nos hace tan difícil? Llega a percibir la fe como una carga y no como una gracia. En todo caso le queda la impresión de que, en último termino, hay dos caminos de salvación: para los que se encuentran fuera de la iglesia, a través de una simple moral juzgada muy subjetiva, y el otro a través de la iglesia. No logra tener la impresión de que le haya tocado el camino más agradable; en todo caso, su fe sufre mucho por la existencia de otro camino de salvación paralelo al de la iglesia. Está claro que el impulso misionero de la iglesia sufre enormemente por esta inseguridad interior.

Iglesia de Paganos, II

jueves, 26 de febrero de 2015

Aprovecho para enviar de una vez la segunda parte de la conferencia del entonces joven teólogo Ratzinger:

Los Pocos y los Muchos

Intentaré responder a esta cuestión que hoy en día pesa fuertemente a los cristianos; lo haré indicando muy brevemente que hay un solo camino de salvación: el que pasa por Cristo. Desde el principio tiene un radio doble: se refiere a "el mundo", "los muchos" (es decir: todos); pero, a la vez, se dice que su lugar es la iglesia. Así, la esencia de este camino es una relación de "pocos" y "muchos"; el ser los unos por los otros es parte de la manera en que Dios salva - no significa el fracaso de la voluntad divina. Para comenzar, Dios escoge al pueblo de Israel de entre todos los pueblos como su pueblo elegido. ¿Acaso significa esto que sólo Israel es escogido, y los demás pueblos son desechados?

A primera vista da la impresión de que hay que entender esta yuxtaposición del pueblo elegido y los pueblos no-elegidos en un sentido estático: la yuxtaposición de dos grupos distintos. Pero pronto se manifiesta que eso no es así; porque en Cristo la yuxtaposición de Judíos y paganos adquiere una dinámica tal que también los paganos a través de su no-elección llegan a ser elegidos, sin que la elección de Israel se convierta en una ilusión, como muestra el capítulo 11 de la carta del apóstol Pablo a los Romanos. Así vemos que Dios puede escoger a los hombres de dos maneras: la directa, o la otra, a través de su aparente rechazo. Para ser más claros: constatamos que Dios distingue en la humanidad a los "pocos" de los "muchos", una distinción que recurre a lo largo de la Escritura. Jesús da su vida en rescate por "los muchos" (Marcos 10,45); en los Judíos versus paganos, la iglesia versus no-iglesia, se repite esta división en los pocos y los muchos.

Pero Dios no divide a la humanidad en los pocos y los muchos para descartar a estos en el basurero y salvar a aquellos, tampoco para salvar a los muchos de manera fácil y a los pocos de manera complicada, sino que utiliza a los pocos como el punto de apoyo desde donde saca a los muchos de su fundamento, como la palanca con que los atrae hacia sí. Ambos tienen su lugar en el camino de salvación, que es distinto sin anular la unidad del camino. Sólo podemos comprender esta relación correctamente cuando vemos que su fundamento es la relación entre Cristo y la humanidad, el uno y los muchos. La salvación del hombre consiste en que es amado por Dios, en que su vida se encuentra, al final, en los brazos del amor infinito. Sin éste, todo lo demás le quedaría vacío. Una eternidad sin amor es el infierno, aunque no le pasara a uno nada más que eso. La salvación del hombre consiste en ser amado por Dios. Pero uno no puede reclamar un derecho a ser amado, ni siquiera por ventajas morales u otras. El amor es, en su esencia, un acto libre, o no es él mismo.

Queda, por lo tanto, esto: en la relación entre Cristo, el Uno, y nosotros, los muchos, nosotros no somos dignos de la salvación, tanto cristianos y no-cristianos, creyentes y no-creyentes, con o sin moral; realmente, nadie "merece" la salvación sino Cristo. Pero precisamente aquí ocurre el intercambio maravilloso: Los hombres, todos juntos, merecen la condena, Cristo merece la salvación - en el intercambio maravilloso ocurre lo contrario: Él solo asume toda la desgracia y, de esta manera, deja libre el lugar de la salvación para todos nosotros.

El Intercambio Maravilloso

Toda salvación que puede haber para el hombre, tiene su fundamento en este primer intercambio entre Cristo, el uno, y nosotros, los muchos, y reconocer esto es la humildad de la fe. Aquí podríamos dar el asunto por terminado; pero hay algo más: nos sorprende que además, según la voluntad de Dios, este gran misterio de tomar el lugar de otro continúa de múltiples maneras a lo largo de la historia, y encuentra su culminación y unificación en la relación entre Iglesia y No-Iglesia, entre creyentes y "paganos". El opuesto de Iglesia y No-Iglesia no significa que la una esté yuxtapuesta al lado de la otra, tampoco la una contra la otra, sino la una por la otra donde cada parte tiene su función. A los pocos, que son la iglesia, se les encarga, por la continuación de la misión de Cristo, tomar el lugar de los muchos; y la salvación de ambas se obra solamente en la relación de la una con la otra, y la subordinación de ambas bajo Cristo que tiene su lugar y abarca a ambas. Ahora bien, si la humanidad se salva porque Cristo toma su lugar y, a continuación, por la dialéctica de "pocos" y "muchos", eso significa que cada hombre, y especialmente los creyentes, tienen su función irrenunciable en el proceso total de la salvación de la humanidad. Nadie tiene derecho a decir: mira, otros se salvan sin las exigencias serias de la fe católica, entonces ¿por qué no yo también? De dónde sabes que la plena fe católica no es justamente tu misión muy necesaria que Dios te encargó por razones que no puedes regatear porque es uno de esos asuntos de los cuales dice Jesús: todavía no puedes entenderlo, sólo más tarde (vea: Juan 13,36).

Así que vale, en cuanto a los paganos modernos, que el cristiano puede estar seguro que la salvación de ellos está resguardada en la gracia de Dios de la cual depende también su propia salvación. Pero vale también que, con miras a la posible salvación de ellos, él no puede dispensarse de la seriedad de su propia existencia de creyente, sino que, al contrario, justamente la falta de fe de ellos debe serle estímulo a creer más plenamente, sabiendo que participa en la función de Cristo que toma nuestro lugar, de lo cual depende la salvación del mundo y no sólo la de los cristianos.

Sólo Dios justifica

Para terminar, quisiera precisar estos pensamientos poco más mediante una breve exégesis de dos textos de la Escritura donde se percibe una toma de posición frente a este problema.

Está, primero, este texto tan difícil donde se habla de manera especialmente clara de la oposición entre los muchos y los pocos: "Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos" (Mateo 22,14). ¿Qué dice este texto? No quiere decir que muchos serán desechados, como se supone normalmente. Sólo quiere decir que hay dos maneras diferentes de cómo Dios elige. Para ser más preciso: dice claramente que hay dos actos divinos diferentes que ambos apuntan a la elección sin que se nos diga de una vez si ambos logran su fin. Pero al mirar el desarrollo de la historia de la salvación, tal como lo explica el Nuevo Testamento, se nos ilustra esta palabra del Señor: la yuxtaposición de pueblo elegido y los pueblos no elegidos se convierte en Cristo en una relación dinámica, de tal manera que los paganos, justamente a través de su no elección, llegan a ser elegidos, y también los judíos, a través de la elección de los paganos, vuelven a su elección. De tal manera, esta palabra se convierte para nosotros en una enseñanza importante.

Cuando se la plantea la pregunta por la salvación del hombre desde abajo, siempre se la plantea de manera equivocada, preguntando cómo los hombres pueden justificarse. La pregunta por la salvación de los hombres no es una cuestión de auto justificación, sino de una justificación por pura gracia de Dios. Se trata de ver las cosas desde arriba. No hay dos maneras de cómo los hombres se justifican, sino dos maneras de cómo Dios los escoge. Y estas dos maneras de elección por Dios son el único camino de salvación en Cristo y su iglesia que consiste en la relación entre los pocos y los muchos, en el servicio de los pocos cuando continúan tomando, como Cristo, el lugar de los muchos.

El otro texto es el del gran banquete (Lucas 14,16-24 y paralelos). Este Evangelio es, en primer término, en un sentido muy radical: Buena Noticia. Porque nos cuenta que, al final, el cielo será llenado con todos los que se encuentran de alguna manera, con gente totalmente indigna que, en relación al cielo, son ciegos, sordos, cojos y mendigos. Por lo tanto, un acto radical de la gracia de Dios; y ¿quién querrá decir que acaso nuestros modernos paganos europeos no podrán entrar también de esta manera con los demás? Por este texto, todos tenemos esperanza. Por otra parte: queda la seriedad. Hay un grupo de aquellos que serán rechazados para siempre. ¿Quién sabe si no hay entre estos fariseos rechazados más que uno que se creía un buen católico, pero que, en realidad, era un fariseo? Por otra parte, ¿quién sabe si entre aquellos que no aceptan la invitación no están precisamente esos europeos a quienes se les ofreció el cristianismo, pero que lo desecharon?

De esta manera, queda para todos a la vez la esperanza y la amenaza. En este punto donde se tocan la esperanza y la amenaza que redundan en la seriedad y la gran alegría de ser cristiano, el cristiano tiene que mantenerse en medio de los nuevos paganos; porque ve que están puestos, de otra manera, en la misma esperanza y amenaza, porque también para ellos no hay otra salvación que la única en que cree él: Jesucristo el Señor.

Mi Homenaje Personal A Benedicto XVI

miércoles, 27 de febrero de 2013

Quisiera comentar brevemente cómo me ha tocado este Papa, Benedicto XVI, como ninguno de los anteriores. No sé por qué lo siento así, pero quiero compartirlo.

Cada Papa es exactamente el hombre que la iglesia necesita en ese momento. Así lo siento yo. Por supuesto, había muchos intentos de denigrarlo, ya antes cuando estaba todavía al frente de la Congregación de la Fe. Me parece buena señal. Porque los enemigos de la iglesia no se meten con gente “inofensiva” y mediocre. Este Papa ha dejado bien claro dónde están sus raíces: más allá de su nacionalidad y sus estudios, está plenamente arraigado en la fe y en una relación personal con Cristo. Eso lo noto al leer su libro sobre Jesús de Nazaret. No es un tratado seco, sino un testimonio que, más allá de toda profunda y amplia erudición, nos habla de una persona viva y presente, el centro de nuestra fe. De lo poquísimo que he leído del Papa, estos tres tomos me parecen la puesta en práctica de lo que puede considerarse un lema suyo: la fe que busca entender. Es la confianza en Dios, pero no una confianza ciega, sino una relación personal. Sobre esta relación se puede, y se debe, reflexionar. Sólo así es una fe personal y responsable.

En su última audiencia pública del 27 de febrero, reconoció haber tenido momentos «de gloria y de luz» y momentos «de aguas agitadas y viento contrario» a lo largo de estos casi ocho años, «pero en ningún momento me he sentido solo». Así lo comenta un artículo en Religión en Libertad. Es la vivencia de lo que dijo hace unos años en un viaje a Alemania: El que cree no está solo.

Ya antes de ser Papa, se le ha tildado de “Panzerkardinal” (Cardenal blindado), por considerarlo inflexible. Pero él mismo, en la misa para abrir el cónclave donde salió elegido, cuñó la expresión de la “dictadura del relativismo”. Con esto ha puesto el dedo en la llaga de nuestros tiempos. Inflexibles e intransigentes son los que quieren borrar a Dios de la consciencia; para eso recurren a todos los medios habidos y por haber. Es la fe en Cristo que, sí, nos blinda contra todo intento de alejarnos de la Fuente de nuestra vida.

Personalmente, creo que los tres tomos sobre Jesús de Nazaret y la proclamación de un Año de la Fe han sido el broche de oro de su pontificado; a la vez son, a mi manera de ver, dos temas de suma importancia para la gente de hoy. Podemos hablar mucho de renovación de la iglesia, de estructuras, de cambios; pero si éstos no provienen de una profunda fe que se manifiesta en una relación personal con Cristo, no nos llevan a ninguna parte.

Yo creía que con la obra sobre Jesús y el Año de la Fe iba a culminar su pontificado. Pero quedó una sorpresa mayúscula: su renuncia. Como dijo él mismo, según Religión en Libertad: Amar a la Iglesia es tomar decisiones difíciles. El Papa recordó que ha dado el paso de renunciar «en la plena conciencia de su gravedad y de su novedad, pero también con una profunda serenidad de ánimo», pues «amar a la Iglesia significa tener la valentía de tomar decisiones difíciles, dolorosas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el propio». Es el ejemplo de humildad que se refleja en esta postura que, como se ha dicho, convendría a más de un político y personaje eclesiástico que lo tomara en cuenta.

Hay una fundación que está publicando todo el trabajo intelectual de Joseph Ratzinger – Benedicto XVI; está planificado para 16 tomos. Será un gran legado que nos deja este Hombre de Dios. Y estoy seguro de que, en un futuro, será declarado “Doctor de la Iglesia”.Serán sólo las generaciones después de nosotros que verán toda la grandeza de este hombre y de su obra o – mejor dicho – la obra de Dios en y a través de él.

Ahora se dedicará a la oración. Para nosotros que estamos tan acostumbrados a la acción, nos parece algo sencillo y, quizá como lo único que le queda por hacer a un “jubilado”. Pero creo que es un gran paso adelante. El Papa siempre sabía que él era un servidor. El que realmente guía a su iglesia es Cristo. A menudo ha citado al teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer que dijo en una ocasión: Más vale hablarle a Dios del hermano, que hablarle al hermano de Dios. Con las fuerzas ya fallando, sólo le queda orar por sus hermanos y confiar en Cristo.

Doy gracias a Dios por habernos dado a este gran hombre como Papa.

La Renuncia de Benedicto XVI

miércoles, 20 de febrero de 2013

Encontré lo que considero una verdadera joya sobre la renuncia de Benedicto XVI. Aunque el artículo es un poco largo, quisiera compartirlo con los lectores de mi blog. Lo tomé del blog de Jorge Enrique Mujica, LC, publicado en Religión en Libertad:

En el artículo, Seewald ofrece una perspectiva más próxima y realista sobre la renuncia de Benedicto XVI y, sobre todo, sobre el mismo Papa: además de dar nuevas informaciones relevantes (la ceguera del ojo izquierdo, la deficiente audición del Papa o el adelantar algunos de los temas que aparecerán en la biografía oficial) saca a la luz algunos detalles de la personalidad de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI que, de otro modo, seguirían ocultos. Habla, en definitiva, del gran hombre que está detrás del Papa. El artículo en español es este:

Nuestro último encuentro se remonta a hace unas diez semanas. El Papa me recibió en el Palacio Apostólico para continuar con nuestros coloquios orientados a trabajar sobre su biografía. Su audición se había resentido; por el ojo izquierdo ya no veía bien; el cuerpo encorvado. Se le veía muy delicado, aún más amable y humilde, y totalmente reservado. No parecía enfermo, pero el cansancio se había apoderado de toda su persona, cuerpo y alma, ya no se podía ignorar.

Hablamos de cuando desertó del ejército de Hitler, de su relación con sus padres, de los discos con los que aprendía idiomas, de los años fundamentales en el «Mons doctus», en Frisinga, donde desde hace mil años las elites espirituales del país son introducidas en los misterios de la fe. Aquí dio sus primeras predicaciones ante una público escolar, como párroco acompañó a los estudiantes y en el frío confesionario del Duomo escuchó las penas de la gente. En agosto, durante un coloquio de hora y media en Castel Gandolfo, le pregunté cómo le había afectado el caso Vatileaks. "No me dejo llevar por una suerte de desesperación o dolor universal -me respondió-, simplemente me parece incomprensible. Incluso considerando a la persona (Paolo Gabriele, ndr), no entiende qué podemos esperar. No consigo penetrar en su psicología". Sin embargo, sostenía que ese caso no le había hecho perder el norte ni le había hecho sentir la fatiga que supone su papel, "porque siempre puede suceder". Lo importante para él era que en el desarrollo del caso "se garantice en el Vaticano la independencia de la justicia, que el monarca no diga: ¡ahora yo me hago cargo!".

Nunca le había visto tan exhausto, casi postrado. Con las últimas fuerzas que le quedaban llevó a término el tercer volumen de su obra sobre Jesús, "mi último libro", me dijo con una mirada triste cuando nos despedimos. Joseph Ratzinger es un hombre inquebrantable, una persona siempre capaz de recuperarse rápidamente. Mientras dos años atrás, a pesar de los primeros achaques propios de su edad, parecía aún ágil, casi joven, ahora percibía cada bandeja que llegaba a su escritorio de parte de la Secretaría del Estado como un golpe.

"¿Qué debemos esperar aún de Su Santidad, de Su pontificado?", le pregunté. "¿De mí? De mí, no mucho. Soy un hombre anciano y las fuerzas me abandonan. Creo que basta lo que he hecho". ¿Piensa en retirarse? "Depende de lo que me impongan mis energías físicas". Ese mismo mes escribió a uno de sus doctorandos que el siguiente encuentro sería el último.

Llovía en Roma, en noviembre de 1992, cuando nos encontramos por primera vez en el Palacio de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Su apretón de manos no era de esos que te rompen los dedos, su voz era del todo insólita para un «panzerkardinal», leve, delicada. Me gustaba cómo hablaba de las cuestiones pequeñas, y sobre todo de las grandes; cuando ponía en discusión nuestro concepto de progreso e invitaba a reflexionar sobre si verdaderamente se podía medir la felicidad del hombre en función del producto interior bruto.

Los años le pusieron duramente a prueba. Se le describió como perseguidor mientras que era perseguido, el chivo expiatorio al que cargar con todas las injusticias, el "gran inquisidor" por antonomasia, una definición tan adecuada como la de equiparar gato con liebre. Sin embargo, nunca nadie le oyó quejarse. Nadie ha oído salir de su boca una mala palabra, un comentario negativo sobre otras personas, ni siquiera sobre Hans Küng.(Ver nota al final de la entrada)

Cuatro años después pasamos juntos muchas jornadas para hablar del proyecto de un libro sobre la fe, la Iglesia, el celibato, el insomnio. Mi interlocutor no daba paseos por la sala, como suelen hacer los profesores. No había en él la más mínima huella de vanidad ni de presunción. Me impresionó su superioridad, su pensamiento no salía al paso de los tiempos y me sorprendió en cierto modo oír respuestas pertinentes a los problemas de nuestra época, aparentemente casi irresolubles, tomadas del gran tesoro de la revelación, de la inspiración de los padres de la Iglesia y de las reflexiones de aquel guardián de la fe que tenía sentado ante mí. Un pensador radical -esa fue la impresión que me causó- y un creyente radical que sin embargo en la radicalidad de su fe no agarra la espada sino otra arma mucho más potente: la fuerza de la humildad, de la sencillez y del amor.

Joseph Ratzinger es el hombre de las paradojas. Lenguaje suave, voz fuerte. Mansedumbre y rigor. Piensa en grande pero presta atención al detalle. Encarna una nueva inteligencia al reconocer y revelar los misterios de la fe, es un teólogo pero defiende la fe del pueblo contra la religión de los profesores, fría como ceniza.

Del mismo modo que él mismo era equilibrado, así era su modo de enseñar; con la ligereza que le era propia, con su elegancia, su capacidad de penetración, que hacía ligero lo que era serio, sin privarlo del misterio ni banalizar su sacralidad. Un pensador que reza, para quien los misterios de Cristo representan la realidad determinante de la creación y de la historia del mundo, un amante del hombre que ante la pregunta sobre cuántos caminos llevan a Dios no tenía que reflexionar mucho para responder: "Tantos como hombres hay".

Es el pequeño Papa que con su lápiz ha escrito grandes obras. Nadie antes que él, el mayor teólogo alemán de todos los tiempos, ha dejado al pueblo de Dios durante su Pontificado una obra tan imponente sobre Jesús ni ha redactado una cristología. Los críticos sostienes que su elección ha sido un error. La verdad es que no había otra opción. Ratzinger nunca buscó el poder. Se sustrajo al juego de las intrigas en el Vaticano. Siempre llevó una vida modesta de monje, el lujo le resultaba extraño y un ambiente con un confort superior al estrictamente necesario le resultaba completamente indiferente.

Pero vayamos a las pequeñas cosas, a menudo más elocuentes que las grandes declaraciones, los congresos o los programas. Me gustaba su estilo pontificio, que su primer acto fuera una carta a la comunidad hebrea, que retirara la tiara de su escudo, símbolo del poder terreno de la Iglesia; que en los sínodos de los obispos invitase también a hablar a los invitados de otras religiones -otra novedad-.

Con Benedicto XVI, por primera vez, el hombre de arriba ha participado en el debate, sin hablar de arriba abajo sino introduciendo esa colegialidad por la cual luchó en el Concilio. Corregidme, decía, cuando presentaba su libro sobre Jesús, que no quería anunciar como un dogma ni colocar el sello de la máxima autoridad. La abolición del besamanos fue la más difícil de llevar a cabo. Una vez tomó del brazo a un antiguo alumno que se inclinó para besarle el anillo y le dijo: "Comportémonos normalmente". Tantas primeras veces. Por primera vez un Papa visitó una sinagoga alemana. Por primera vez un Papa visitó el monasterio de Martin Lutero, un acto histórico sin igual.

Ratzinger es un hombre de la tradición, se confía voluntariamente a lo que está consolidado, pero sabe distinguir lo que es verdaderamente eterno de lo que es válido sólo para la época en que emerge. Y si es necesario, como en el caso de la misa tridentina, añade lo viejo a lo nuevo, porque estando juntos no reducen el espacio litúrgico, sino que lo amplían.

No lo ha hecho todo bien, ha admitido errores, incluso aquellos (como el escándalo Williamson) de los que no tenía ninguna responsabilidad. Ningún fracaso le ha hecho sufrir más que el de sus sacerdotes, aunque ya como prefecto tomó las medidas que le permitieran descubrir los terribles abusos y castigar a los culpables. Benedicto XVI se va, pero su herencia se queda.

El sucesor de este humilde Papa de la era moderna seguirá sus pasos. Será uno con otro carisma, con otro estilo, pero con la misma misión: no incentivar las fuerzas centrífugas sino aquello que mantenga unido el patrimonio de la fe, que infunda coraje, que anuncie un mensaje y dé un auténtico testimonio. No es casual que el Papa saliente haya elegido el Miércoles de Ceniza para su última gran liturgia. Mirad, parece querer decir, era aquí adonde os quería llevar desde el principio, este es el camino. Desintoxicaos, serenaos, liberaos de la zozobra, no os dejéis devorar por el espíritu del tiempo, no perdáis el tiempo, desecularizáos.

Aligerar la carga para aumentar el peso es el programa de la Iglesia del futuro. Privarse de la grasa para ganar vitalidad, frescura espiritual, no como una última inspiración o fascinación. Belleza, atractivo, en el fondo también fuerza, para hacer frente a una tarea que se ha hecho tan difícil. "Convertíos", dice usando las palabras de la Biblia al marcar la frente de los cardenales y abades con las cenizas, "y creed en el Evangelio". "¿Usted es el final de lo viejo -pregunté al Papa en nuestro último encuentro- o el inicio de lo nuevo?". La respuesta fue: "Las dos cosas".

El Futuro de la Iglesia, según Ratzinger

Este artículo me llegó a través de un correo electrónico. El autor es Marco Bardazzi, de Roma. Tiene fecha del 18 de febrero de 2013, o sea, una semana después de que el Papa Benedicto XVI anunciara su renuncia. Me parece muy importante, para ubicarnos en la realidad de la iglesia, no sólo en Europa, sino también en nuestra región. Si bien el problema tiene aspectos distintos, sin embargo, es universal. Sigue el texto de Bardazzi:

Una Iglesia redimensionada, con menos seguidores, obligada incluso a abandonar buena parte de los lugares de culto que ha construido a lo largo de los siglos. Una Iglesia católica de minoría, poco influyente en las decisiones políticas, socialmente irrelevante, humillada y obligada a «volver a empezar desde los orígenes». Pero también una Iglesia que, a través de esta enorme sacudida, se reencontrará a sí misma y renacerá «simplificada y más espiritual». Es la profecía sobre el futuro del cristianismo que pronunció hace 40 años un joven teólogo bávaro, Joseph Ratzinger. Redescubrirla en estos momentos tal vez ayuda a ofrecer otra clave de interpretación para descifrar la renuncia de Benedicto XVI, porque coloca el sorprendente gesto de Ratzinger en su lectura de la historia. La profecía cerró un ciclo de lecciones radiofónicas que el entonces profesor de teología pronunció en 1969, en un momento decisivo de su vida y de la vida de la Iglesia. Eran los años turbulentos de la contestación estudiantil, de la conquista de la Luna, pero también de las disputas tras el Concilio Vaticano II. Ratzinger, uno de los protagonistas del Concilio, acababa de dejar la turbulenta universidad de Tubinga y se había refugiado en la de Ratisbona, un poco más serena. Como teólogo, estaba aislado, después de haberse alejado de las interpretaciones del Concilio de sus amigos “progres” Küng, Schillebeeckx y Rahner sull’interpretazione del Concilio. En ese periodo se fueron consolidando nuevas amistades con los teólogos Hans Urs von Balthasar y Henri de Lubac, con quienes habría fundado la revista “Communio”, misma que se habría convertido en el espacio para algunos jóvenes sacerdotes “ratzingerianos” que hoy son cardenales (todos ellos indicados como posibles sucesores de Benedicto XVI: Angelo Scola, Christoph Schönborn y Marc Ouellet).

Era el complejo 1969 y el futuro Papa, en cinco discursos radiofónicos poco conocidos (y que la Ignatius Press publicó hace tiempo en el volumen “Faith and the Future”), expuso su visión sobre el futuro del hombre y de la Iglesia. La última lección, que fue leída el día de Navidad ante los micrófonos de la “Hessische Rundfunk”, tenía todo el tenor de una profecía. Ratzinger dijo que estaba convencido de que la Iglesia estaba viviendo una época parecida a la que vivió después de la Ilustración y de la Revolución francesa. «Nos encontramos en un enorme punto de cambio –explicaba– en la evolución del género humano. Un momento con respecto al cual el paso de la Edad Media a los tiempos modernos parece casi insignificante». El profesor Ratzinger comparaba la época actual con la del Papa Pío VI, raptado por las tropas de la República francesa y muerto en prisión en 1799. En esa época, la Iglesia se encontró frente a frente con una fuerza que pretendía cancelarla para siempre. Una situación parecida, explicaba, podría vivir la Iglesia de hoy, golpeada, según Ratzinger, por la tentación de reducir a los sacerdotes a meros «asistentes sociales» y la propia obra a mera presencia política. «De la crisis actual –afirmaba– surgirá una Iglesia que habrá perdido mucho. Será más pequeña y tendrá que volver a empezar más o menos desde el inicio. Ya no será capaz de habitar los edificios que construyó en tiempos de prosperidad.

Con la disminución de sus fieles, también perderá gran parte de los privilegios sociales». Volverá a empezar con pequeños grupos, con movimientos y gracias a una minoría que volverá a la fe como centro de la experiencia. «Será una Iglesia más espiritual, que no suscribirá un mandato político coqueteando ya con la Izquierda, ya con la Derecha. Será pobre y se convertirá en la Iglesia de los indigentes». Lo que Ratzinger exponía era un «largo proceso, pero cuando pase todo el trabajo, surgirá un gran poder de una Iglesia más espiritual y simplificada». Entonces, los hombres descubrirán que viven en un mundo de «indescriptible soledad», y cuando se den cuenta de que perdieron de vista a Dios, «advertirán el horror de su pobreza». Entonces, y solo entonces, concluía Ratzinger, verán «a ese pequeño rebaño de creyentes como algo completamente nuevo: lo descubrirán como una esperanza para sí mismos, la respuesta que siempre habían buscado en secreto».

NOTA: Hans Küng (Sursee, Cantón de Lucerna, Suiza; 19 de marzo de 1928), es un sacerdote suizo católico, teólogo y prolífico autor. En 1962 fue nombrado oficialmente teólogo conciliar por el papa Juan XXIII y en calidad de tal participó activamente como perito del Concilio Vaticano II. Colega de grandes teólogos de esta época como Karl Rahner, Yves Congar, Edward Schillebeeckx, Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger En 1979 la Santa Sede le retiró la licencia a Küng para enseñar teología católica, debido en parte a su libro ¿Infalible? Una pregunta, donde cuestiona el dogma de la Infalibilidad en la Iglesia. La Congregación para la Doctrina de la Fe le había citado en 1975 para confrontar sus opiniones pero Küng nunca acudió. Su actitud crítica frente a la Santa Sede, y especialmente frente a la figura del papa Juan Pablo II, le convirtieron en uno de los principales teólogos críticos. Desde 1995 es presidente de la Fundación por una Ética Mundial (Stiftung Weltethos). Küng es "un sacerdote católico en activo". Famoso por su postura contra la infalibilidad papal. Profesor emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tübingen desde 1996. A pesar de no tener permiso de la Santa Sede para enseñar teología católica, ni su obispo ni la Santa Sede han revocado sus facultades sacerdotales. El

papa Benedicto XVI lo recibió en 2005 y hubo un diálogo cordial entre ambos, como fue reconocido por ambas partes. El Servicio de Información del Vaticano publicó de forma oficial el encuentro, que según el propio Hans Küng, redactaron el propio Pontífice y Küng. Hans Küng reconoció la labor del Papa y Benedicto XVI reconoció la labor del teólogo en el estudio de las religiones y su propuesta de la ética mundial. En el comunicado también se establece que en dicho encuentro no se hablaron los temas discutidos de la teología dogmática

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