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¿Que ha nacido en Venezuela tras 20 años de aplicacion del Plan Maestro?


EL NIÑO NUEVO DE MADURO

Ana María Matute

Semanario ABC Abril 2, 2017

Cómo sobreponerse a la muerte. Cómo lidiar con esa manía egoísta de querer tener a nuestro lado para siempre a la gente que queremos profundamente. Hay tantos tipos de muerte, lo he tenido que aprender porque vivo en el infierno.

Muerte es ausencia. Esa que nos deja sin aliento, con la amargura en la boca porque sabemos que no veremos más a esa persona. Porque no hay despedida que llene ese vacío. Ni recuerdo lo suficientemente fuerte que haga materializar al que no está. La muerte es lo único que no tiene remedio, lo sé, pero cada vez que despedimos a alguien que se va del país es un pequeño duelo. Lo he experimentado.

Muerte es algo que se acaba, que deja de ser, que se termina. De allí el duelo, el dolor incontenible en el pecho. (Si creen que estoy siendo demasiado trágica, dejen de leer, porque se pone peor, no todo puede ser yuca).

Se mueren los sueños, se matan las ilusiones, no solo se acaba la vida. Hay gente que se especializa en matarle a uno los anhelos, en volverlos imposibles. Hay gente que goza con eso. Hay chavistas, maduristas, cabellistas, aissamistas.

II

No hay nada más terrible que ver morir a un niño. Es una tragedia inconmensurable, un dolor que no imagino ni quiero imaginar. Tenerlo en el vientre, sentirlo vivir, traerlo a la vida y que no pueda respirar, que no me lo pueda llevar a mi hogar, que no pueda conectarme con él a través del amamantamiento…

Ahora mismo hay una mujer llorando a ese bebé que nació con complicaciones y que no pudo sobrevivir por falta de tratamientos y equipos en la maternidad Santa Ana. Hay miles de madres que lloran y entierran a sus hijos porque se los llevó la desnutrición, no resistieron. Cuántas veces se escribe de este tema, pero no por eso deja de doler.

Una niña de 16 años, que parió a los 14, casi 15, perdió a su bebita porque el padre la maltrataba. Año y medio tenía la criatura, y llegó muerta al CDI de La Unión, en el municipio El Hatillo. El padre, de 20 años de edad y que debió estar preso por tener sexo con una menor de edad, las golpeaba a las dos. No puedo reproducir las heridas de la bebita, no quiero. Pero allí hay dos niños sin protección, y una de ellas sobrevivirá con el dolor nauseabundo y terrible de haber entregado a su hijita al más horrendo de los infiernos en vida. Ella también estará muerta por dentro.

III

Hay otro tipo de muerte, que parece más bien una condena. En la misma página de Sucesos, al lado de la espantosa noticia de la bebita muerta por maltrato, se lee una mucho peor. Hay una banda que opera entre Plaza Venezuela y Sabana Grande que tiene integrantes entre los 6 y los 15 años de edad.

Un bebé de 6 años de edad está implicado en la muerte de dos militares. Los mataron a cuchilladas después de robarlos. ¡Un niño de 6 años fue por lo menos testigo cuando acuchillaban a dos hombres!

¿Dónde está la infancia de ese niño? ¿Dónde está el futuro de ese niño? Ahora roba, ¿en dos años qué será capaz de hacer? No me queda duda de que ese es el niño nuevo, el infante que se convertirá en el tan mentado hombre nuevo. Y tampoco me queda duda de que el autor de ese niño nuevo no es otro que Maduro y su combo.

Hay más de una manera de asesinar a un niño. Aparte de la obvia, es acabar con su futuro, es hacerlo miserable, es arrebatarle el candor, la ilusión, los sueños. Y este régimen oprobioso está demostrando ser la maquinaria más efectiva que ha existido jamás para ese objetivo. Si Chávez una vez se llenó la boca diciendo que se cambiaría el nombre si veía a niños durmiendo en la calle, cumplió su cometido. Se cambió el nombre y ahora se llama Maduro.

LA CORRUPCIÓN CONSTITUYENTE

Axel Capriles

Semanario ABC Abril 3, 2017

Algo pasa con la corrupción que ya no afecta la popularidad o la vida política de los administradores y decisores políticos acusados de manejo irregular, fuera de norma, de los fondos públicos.

No se trata de una visión idealizada del pasado. Algo ha cambiado. Antes, la gente era menos complaciente con la corrupción. Hoy, las poblaciones aceptan pasivamente regímenes corruptos en la medida en que sean fuertes, autoritarios, se consideren revolucionarios o repartan parcialmente algo de lo robado al erario público.

En junio de 1967, durante la presidencia de Raúl Leoni, el Dr. Gilberto Morillo, Presidente de la Comisión Investigadora contra el Enriquecimiento Ilícito (CIEI), convocó a una rueda de prensa para exponer su preocupación en torno al incremento de delitos en contra de la cosa pública.

Los negocios denunciados por el compungido funcionario de la CIEI era la tarifa extraoficial establecida por el jefe de licencias de tránsito para el otorgamiento de placas de alquiler o casos como el de la línea aérea KLM que le había regalado al administrador postal del departamento internacional del Ministerio de Comunicaciones unos pasajes para un viaje a Europa con su familia.

Así como la Asamblea Nacional Constituyente de 1999 marcó una nueva etapa de la historia constitucional de Venezuela, la revolución bolivariana signó la era de la corrupción constituyente.

Cinco son los rasgos de la corrupción constituyente de la nueva sociedad marcada por el socialismo revolucionario.

El primero, es un cambio en la dimensión cuantitativa que por su magnitud representa un cambio cualitativo. Puesto que la apropiación indebida de cien mil dólares es igual delito que la incautación de un millón de millones, los chavistas optaron rápidamente por la segunda opción.

Los peajes, sobornos y porcentajes de comisión de los viejos políticos de la democracia pasaron a ser juegos de niños comparados con los volúmenes que manejan los representantes del pueblo. El salto numérico significó, sin embargo, un cambio en la valoración del delito. La magnitud de la riqueza de individuos sumamente jóvenes incursos en casos de corrupción de cientos y miles de millones de dólares trajo consigo alteraciones en las pautas de evaluación y la efectividad de la sanción social.

El segundo rasgo es que la corrupción constituyente alteró la definición de la corrupción misma. Como la corrupción administrativa implica la apropiación privada de lo público, la revolución bolivariana borró la distinción entre lo público y lo privado. En lugar de exigir una comisión o de desviar parte de los fondos de un presupuesto, los chavistas decidieron apropiarse del presupuesto de la República.

El objetivo fue, no una toma parcial, sino el saqueo entero de la nación. Las personas perdieron todo criterio para diferenciar qué era apropiación indebida o qué era labor patria.

Tercero, para evitar la crítica adversa que producía la corrupción en el pasado, la revolución bolivariana expandió de tal manera el sistema de reparto clientelar de la renta petrolera que logró corromper a la sociedad entera. Subvirtió los principios y valores que servían como cortapisas a la corrupción, convertida en un deslumbrante sistema de beneficencia pública.

La corrupción administrativa dejó de ser un vicio para convertirse en una simple queja cuando dejaba de salpicar a las personas que de ella se beneficiaban. Una especie de miasma moral infectó la consciencia colectiva y la corrupción se generalizó a la empresa privada, a las organizaciones sin fines de lucro, a las fundaciones, a las familias, en todas partes.

Cuarto, la corrupción tomó una dimensión global, geoestratégica. Así como los mercados comunes ofrecen ventajas y beneficios que superan los acuerdos bilaterales, los presidentes Ignacio Lula da Silva, Hugo Chávez, los hermanos Castro, los esposos Kirchner, Evo Morales y otros, decidieron beneficiarse de la economía de escala de la corrupción por medio de una red de negocios entre Estados amparados por acuerdos entre las naciones.

Los presidentes de las naciones del Foro de Sau Paulo crearon una internacional de la corrupción socialista como eje de su proyecto de influencia en el ajedrez de la geopolítica mundial.

Quinto, el reino indiscutido de la corrupción administrativa se vio beneficiado e impulsado por la reversión del discurso y el cinismo que comenzó a imperar en la era de la “posverdad”. En un mundo donde los criterios de falsación y verdad han sido totalmente borrados, donde la mentira y el descaro son elementos centrales de la diatriba y el discurso político, las poblaciones inseguras perdieron su capacidad de juzgar la integridad moral de sus mandatarios. La corrupción administrativa ha tomado la forma de una epidemia social.

Y la felicidad del venezolano también se esfumó…; por Gerver Torres

Por Gerver Torres | 24 de febrero, 2017

En el año 2006, la empresa Gallup inició un ambicioso proyecto dirigido a medir y estudiar el bienestar subjetivo en el mundo. Parte del esfuerzo lo constituyó encuestas que comenzaron a realizarse por lo menos una vez al año, en unos 160 países, alcanzando una muestra representativa del 98% de la población adulta mundial. Dependiendo del tipo y extensión de la penetración telefónica, las entrevistas se hacen a través de ese medio o presencialmente. Como resultado de ese criterio, en la mayoría de los países en desarrollo, incluida toda la América Latina, las encuestas se hacen cara a cara, sobre una muestra representativa de cada país a nivel nacional.

Cuando se habla de bienestar subjetivo, se alude a aquel bienestar que la gente declara por sí misma tener. No es el bienestar medido por terceros, por gobiernos u organismos internacionales a partir de variables objetivas, como pueden ser la tasa de desempleo, el ingreso o la tasa de mortalidad. Por esa razón, mucha gente habla indistintamente de bienestar subjetivo y felicidad como la misma cosa.

Para intentar capturar el bienestar subjetivo, se realizan baterías de preguntas que provienen a su vez de estudios y experimentos directos sobre grupos de individuos. Una de esas preguntas, la más directa y simple de todas, consiste en pedirle a las personas que imaginen una escalera con peldaños marcados del 0 al 10: cero significa la peor vida posible que ellas puedan estar viviendo y diez significa lo contrario, la mejor vida posible. La pregunta tiene dos partes: dónde se encuentra la persona hoy y dónde espera encontrarse en 5 años. Con ello se intenta captar, no solo el bienestar presente, sino también, la expectativa que la gente tiene sobre su bienestar futuro. Por esta razón, la segunda parte de la pregunta refleja lo que podríamos llamar un componente de esperanza.

Combinando las respuestas obtenidas a la primera y la segunda parte de la pregunta, Gallup crea un índice de evaluación de vida. El índice genera tres situaciones o categorías de bienestar con los cuales se clasifica a los entrevistados. A las personas que dicen estar hoy en alguno de los peldaños del 0 al 4 (inclusive) y que esperan mantenerse en esos mismos peldaños en 5 años, se les califica como “sufriendo” (suffering). A quienes se ubican hoy en los peldaños del 7 al 10 (inclusive) y en los peldaños del 8 al 10 en 5 años, se les califica como “pujantes” (thriving). A todos los demás, a los que no caen ni en uno ni en otro grupo, se les califica como “luchando” (struggling).

Al organizar la data de esa manera, nos encontramos con que en 2016, para el mundo en su conjunto, el 27% de la población cayó bajo la categoría de “pujante”, el 60% en la de “luchando” y el 13% como sufriendo. En los extremos resultaron, por una parte, Islandia con 70% de la población “pujante” y 2% “sufriendo” y, por la otra, Haití con valores radicalmente diferentes, de solo 3% de la población pujante y 43% sufriendo.

Para el mundo en su conjunto, igual que para la América Latina, los números agregados de todos los países se han mantenido bastante estables en los últimos once años, desde que se comenzó a realizar la medición. En cambio, a nivel de país, hay algunas variaciones muy significativas. Venezuela es uno de esos casos. En 2006, cuando se hizo la primera medición, Venezuela apareció con 59% de la población pujante y 4% sufriendo. En 2016 (la data se recogió en el tercer trimestre del año), esos números habían cambiado sustancialmente: la población pujante había descendido a 13% y la calificada como sufriendo había subido a 28%. En 2006, Venezuela tenía el porcentaje más alto de personas definidas como “pujantes” de toda la América Latina. En 2016 sólo superaba a Haití. Lo mismo ocurre con las personas en la categoría de “sufriendo”. En 2016, Venezuela aparecía con el segundo porcentaje más alto de la región sólo detrás de Haití.

Un dato más interesante y sorprendente aún es que en 2006, Venezuela resultó ser el país con el porcentaje más alto en el mundo entero de personas que decían estar viviendo la mejor vida posible, es decir, que se colocaban en el tramo diez de la escalera. Ese porcentaje fue 26,8%; o sea, más de un cuarto de la población. Para tener idea de lo que tal cifra significa, basta tener en cuenta que solo el 4% de la población mundial se ubicaba en ese peldaño para ese entonces. Solo el 4% de la población mundial decía en 2006 que estaba viviendo la mejor vida posible. En Venezuela ese porcentaje era casi siete veces superior. Cuando se trataba del futuro, del lugar donde esperaban estar los encuestados en 5 años, la singularidad venezolana era más acentuada: más de la mitad de la población, el 54,3% esperaba estar en el escalón 10 para ese momento. Es decir, en 2006 más de la mitad de la población esperaba estar viviendo la mejor vida posible para 2011. Para el total del mundo, solo el 12,4% tenía esa expectativa. Cuando veían esas cifras, colegas en Gallup me preguntaban qué pasaba en Venezuela; algunos a modo de broma decían que había que mudarse para allá, mientras que otros analistas preferían excluir al país de sus análisis, considerándolo un “outlier”: un caso que no se podía explicar, que no cuadraba en los modelos analíticos.

En Venezuela, algunos sí sabían qué era lo que estaba ocurriendo y alertaban sobre ello. Se trataba de la poderosa mezcla de un boom de consumo y de una narrativa muy atractiva sobre el país y su destino. Era Chávez en esteroides. Once años después, las dos cosas desaparecieron. Se acabó el boom; se extinguió también la narrativa. Primero fue pan y circo, después solo circo, y hoy no hay ya ni circo. Se esfumó la felicidad del venezolano.

Juan Requesens y las otras heridas; por Willy McKey

Por Willy McKey | 3 de abril, 2017

Es lunes y el diputado Juan Requesens es herido en la frente, justo delante de la Defensoría del Pueblo. Una herida real, profunda. Sangra desde lo que el boxeo nos enseñó a llamar el arco superciliar izquierdo. Sangra desde el lugar que intuitivamente señalamos con el índice cuando le pedimos a alguien que piense. Sangra y lo atiende José Manuel Olivares, un compañero del hemiciclo.

Era sábado y el diputado José Guerra cae inconsciente tras las acciones represivas a las protestas del sábado. Pierde el sentido, cae. Queda en ese estado del cuerpo que impide pensar. Cae y queda vulnerable, en medio de la masa. Cae y no puede reaccionar desde la inteligencia. Cae y lo auxilia María Beatriz Martínez, una compañera del hemiliclo. La imagen es feroz: es el poder agrediendo la capacidad de pensar, anulando cualquier posibilidad de las ideas, obligando a la incosciencia. La historia de la violencia nos ha enseñado a colocar el miedo a esa altura. El revólver puesto en la sien. La soga alrededor del cuello. La cabeza reposando en el quicio de la guillotina. Los terminales que van del cráneo a la silla eléctrica. Ahí, en el lugar donde la historia del poder ha colocado los laureles, las coronas y cachuchas militares, también reside la muerte más consciente y todas sus amenazas. Y hoy es ahí hacia donde apuntan los portadores de la violencia. Ambos diputados fueron agredidos durante acciones en las cuales estaban representando a un poder adquirido por el voto popular, directo, universal. El discurso oficial ha insistido en que los diputados de la oposición forman parte de una idea de la democracia representativa que el Poder desprecia. De ser así, entonces la pérdida del sentido del diputado Guerra y la herida del diputado Requesens también debe tener lugar en nosotros, en nuestras cabezas. Dudo que haya quien prefiera la versión participativa y protagónica, donde cada quien debe poner su frente y su sangre. Un diputado joven que viene del movimiento estudiantil y ha crecido en la polarización política es un síntoma del fracaso del Poder, pero cuando sangra al ser agredido delante de la Defensoría del Pueblo es una imagen más poderosa que una lucha de curules. Un economista que decide abandonar su vida académica para convertirse en el diputado que argumenta contra las políticas públicas que han generado la inflación y la pobreza es un síntoma del fracaso del Poder, pero cuando cae inconsciente mientras defiende los derechos civiles de sus electores en una imagen más poderosa que la ilusión de una guerra económica. Las agresiones no sólo tienen lugar como acontecimiento físico: cada herida compone una coordenada simbólica. No se trata tan sólo de estos dos diputados. La cantidad de presos de conciencia que hay, un profesor jubilado llevado a juicio militar, periodistas violentados por temor a que difundan noticias que saltan a la vista, familias a las que le niegan el acceso a unas cajas de comida por su manera de pensar. Todas son heridas causadas por el miedo que le tiene el Poder a lo que ocurre en las otras cabezas, ésas dónde después de años no han conseguido lugar los trombos del miedo, el chantaje, la amenaza. Como si se les hubieran agotado las propias, han decidido ir contra las ideas ajenas porque cada idea nueva es un sistema que se activa para poner en evidencia la ineficacia, su ineficacia.

Y siempre que el Poder se esfuerza en darle a las ideas, es porque esas ideas han empezado a ser peligrosas. Las coordenadas de la agresión contra Requesens suman un elemento ineludible: esto sucedió justo delante de la Defensoría del Pueblo, uno de los cargos políticos de la actual estructura de poder que, aunque no son electos por el pueblo, forman parte de la versión autodefinida como protagónica. Sin embargo, como si fuera una instancia virtual, la respuesta del Defensor del Pueblo fueron apenas unos argumentos al vuelo, publicados como una enumeración virtual en sus redes sociales, sin siquiera poner el nombre y el apellido del diputado agredido ahí, a unos metros de su despacho. La idea de lo protagónico haría previsible su presencia en el lugar de revuelo. Aparecer. Al menos levantar la mano y ponerse, por una vez, del lado del otro, de la sangre ajena. Estar defendiendo al Pueblo y volver a explicarle al ciudadano sus buenas intenciones, a unos metros de su escritorio.

Pero no.

No estuvo. No está.

Mientras tanto, Adán Chávez, ministro de Cultura, convoca una marcha oficialista para el mismo día de la concentración convocada por la oposición mucho antes. El recorrido propuesto es paradójico: irán desde la Defensoría del Pueblo hasta la esquina de San Francisco, frente a la Asamblea Nacional. Es decir: desde el lugar donde fue agredido el diputado Requesens hasta el lugar al cual fue llevado por el voto de una parte del pueblo que hoy no tuvo defensor. Ha de ser terrible ver las agresiones que tienen lugar en Paraguay y sentirse calcados en el ejercicio propio de la violencia.

Deben ser ese tipo de cosas las que hacen que el Poder tenga la cabeza puesta en otra parte.

El golpe permanente; por Alberto Barrera Tyszka

Por Alberto Barrera Tyszka | 2 de abril, 2017

Sorprende un poco que a algunos les sorprenda tanto. Tal vez se debe a que la palabra golpe, sobre todo en el contexto de la política, parece acompañarse de un cierto sentido de sobresalto, de movimiento violento e inesperado. Un golpe de Estado suele ser un imprevisto. Quizás. Pero no en Venezuela. Aquí es al revés. Esto es un golpe cantado con mucha antelación. Aquí vivimos, desde hace años, en un permanente golpe de Estado.

El principio siempre es el verbo. ¿Qué se puede esperar de un partido que llega al gobierno y jura que sus adversarios jamás volverán a ejercer el poder? Desde hace mucho, la idea del golpe se instaló en el lenguaje. Ese fue el primer desacato. Insistir, día tras días, de manera pública y oficial, en que la alternancia política es un delito, un pecado, una catástrofe, una traición a la historia. Llevan demasiado tiempo torciendo las palabras, intentando lograr que un golpe de Estado nos parezca algo natural. Lo que ocurrió esta semana, en el fondo, forma parte del horizonte previsible que todos los venezolanos conocemos. El oficialismo lleva años preparándose, minuciosamente, para gobernar sin pueblo.

Exceptuando a Rodríguez Zapatero (que actúa y opina como si fuera un empleado menor del Ministerio de Turismo de Venezuela), las reacciones internacionales han mostrado un rechazo contundente ante la actuación del TSJ. Sin embargo, lo que para la mayoría de los países del planeta resulta indignante e inaceptable, para el gobierno ha terminado siendo tan solo un leve malentendido. Creen que pueden funcionar afuera con la misma facilidad que dicen y se desdicen dentro del país. Se han acostumbrado a mentir de tal manera que ya han perdido cualquier noción de los parámetros. La política les parece un teatro donde todo es posible, donde ya no hace falta ningún sentido de verosimilitud. El público lo aguanta todo.

La obra de hoy, por ejemplo, es así: Maduro aparece vociferando, desde una tarima, repartiendo insultos y decretando que “ni por las malas ni por las buenas” la oposición volverá a ser gobierno. Dos minutos después, en medio de un consejo de Ministros, vestido de rojo, Maduro celebra la “sentencia histórica” del TSJ, que le permitirá a él –modestamente– defender la independencia institucional del país. Luego de dos minutos, con un pequeño cambio de vestuario, de liqui liqui a camisa de campaña, aparece de nuevo Maduro, sentadito en un estudio, calmado y estadista, pronunciando suavemente palabras como “controversia”, “discrepancia”, “impasse”… Se trata de un ejercicio ilimitado de representaciones. Maduro es Rambo con un fusil al hombro, Maduro es Candy Candy en una escuela primaria, Maduro es profesor de salsa casino en la televisión, Maduro se disfraza de billete de 100 para pasar desapercibido, Maduro nuevamente promete que muy pronto seremos una gran potencia. Es una gimnasia que practican todos. Todo el tiempo. Tarek William Saab, por ejemplo, puede también ser Defensor del Pueblo, poeta o militante pro gobierno según las ocasiones. El oficialismo vive en un constante juego de roles. Han convertido la identidad en un disfraz.

Pero detrás de toda esta alharaca, el proyecto continúa. De manera persistente y obcecada. Las palabras tratan de suavizar la realidad pero no lo logran. El impase es entre un gobierno que se cree eterno y un pueblo que quiere un cambio. La controversia es entre una cúpula que controla al poder electoral, postergando unos comicios que se han debido realizar el año pasado, y un país que está exigiendo que haya elecciones. La discrepancia es entre un gobierno cómplice que oculta información, actúa sin transparencia, sin controles, y los ciudadanos que quieren auditar al poder, que desean saber –por lo menos– quienes se robaron los miles de millones de dólares que faltan en el tesoro público. El impase es entre la mayoría de los votantes del 6 de diciembre del 2015 y la antigua Asamblea que –a última hora– le dio un golpe al TSJ para quitarle poder al resultado electoral. Y así podríamos seguir todos, enumerando puntualmente cada problema, cada tragedia. Desde el arco minero hasta la represión, desde la inseguridad hasta la escasez de medicamentos. En verdad, no son impases, no son controversias, no son discrepancias. Es un abismo. Es el vacío.

Es un error pensar que el golpe de Estado es un suceso, un hecho que ocurre de pronto y de una sola vez. Aquí se ha convertido en la rutina del poder. Avanza o retrocede, pero nunca cesa. Es un ejercicio lento y constante. Es el “Proceso”. El golpe de Estado no es otra cosa que la Revolución.

Vladimir Gessen: Los venezolanos están tristes y de luto

Wed, 15/03/2

Recientes y diferentes estudios confirman que los venezolanos están seriamente afectados en su emocionalidad. Por primera vez, se detecta la tristeza como un sentimiento generalizado en la población venezolana. Hombres, mujeres, jóvenes y adultos mayores, se auto perciben afligidos y apesadumbrados. La tristeza ha cundido en el venezolano sin importar tampoco su filiación política y el sector social. Chavistas y no chavistas, experimentan añoranza por tiempos mejores, además de tribulación y desdicha. Esta emoción que sufren los venezolanos no se encuentra aislada, sino que va unida a una profunda rabia, y a frustraciones y decepciones que sobrellevan la mayoría de los ciudadanos. Emociones que definen el estado de luto como cuando se pierde un ser querido. Luto que están sufriendo tanto los venezolanos que se han ido, como los que hasta ahora se han quedado...

El Luto

Cuando fallece un ser querido, soportamos un duelo que tenderá a asimilarse. Con el tiempo, irá disminuyendo el dolor y se va aceptando el hecho. La vida continuará.

En este duelo aparece, en primer lugar, una fase de Negación donde no se acepta el hecho de que el ser querido se ha ido definitivamente. Luego, en una segunda fase, se expresa una honda rabia y se busca un culpable de lo que ha acontecido. En tercer lugar, la persona negocia una solución para sobrellevar el dolor. En esta fase de negociación consigo mismo se evalúan las posibilidades de cómo continuar la vida. De esta forma se llega a la fase de aceptación de la pérdida y el deseo de seguir adelante.

Este duelo suele durar de tres a 12 meses, en el peor de los casos.

El duelo de los que se van

Hasta hace unos tres años esta tristeza y duelo o luto profundo solamente lo experimentaban los venezolanos que iban abandonando el país. Por cierto, ya aparecen cifras que alcanzan más de un millón ochocientos mil venezolanos que se han ido, buscando mejores condiciones de vida que en Venezuela.

La migración afecta emocionalmente al emigrante. El dejar prácticamente todo atrás, convivir con personas diferentes, de distintas culturas y formas de pensar, va creando una profunda huella afectiva. No olvidemos que, desde el mismo nacimiento, los seres humanos van creando vínculos y relaciones con el entorno que les rodea. Esto incluye a los seres queridos, a los amigos, al sitio donde se vive, al idioma que se habla, a la cultura de la cual se forma parte, a los hábitos y costumbres de los coterráneos, a la gastronomía que se ha compartido, y todos estos elementos han jugado un rol determinante en la estructuración de la personalidad de cada quien.

Cuando se pierden estos lazos se afecta de manera subterránea a la persona porque pondrá en juego su propia identidad y su seguridad como individuo. Es así, que comienza a padecer un largo y creciente luto.

No solo se da la separación de un ser querido, sino de la mayoría de los familiares y amigos. También, se pierde parte de la identidad, la estabilidad y la seguridad. Esta situación obliga a la persona que emigra a vivir en un estado de tensión y de estrés. que se desarrollará generalmente en un ambiente hostil, Sin duda alguna, habrá momentos de angustia, tensión, tristeza, añoranza y pena que pueden complicarse y desarrollar una depresión o un estado de permanente frustración.

El luto de los que se han quedado… por ahora

La pérdida que llevan los venezolanos que conviven en Venezuela son diferentes a los que se van, pero no menos importantes. La sociedad que surge como consecuencia del ascenso al poder de un estado socialista creó una nueva cultura, que tiene sus propias expresiones, su forma y manera de comportarse, de ser, hasta su forma de vestir. En un principio, cuando en una sociedad se practica un estado ideologizado como lo es el socialismo, o el comunismo, el fascismo, y otras formas de gobierno colectivizado, la sociedad se suma al cambio porque se promete una nueva forma de vida que ofrece esperanzas, bienestar, salud, educación, vivienda, y un futuro mejor. El cambio se acepta en un principio, y se asume el nuevo comportamiento social. La historia demuestra que en todos los países donde se han practicado estos cambios, luego viene el fracaso de estos sistemas, y se recuerdan los beneficios de la sociedad anterior, lo cual conforma las pérdidas que provocan el luto generalizado como es ahora en el presente, en el caso de Venezuela.

Una buena parte de los venezolanos han perdido, en primer lugar, a quien creían un enviado que los “salvaría”. Ese supuesto mesías, sembrador de grandes sueños, y de utópicas esperanzas murió. Otra parte de Venezuela, que no creía en esa quimera pensó, por su parte, que la “pesadilla” había pasado, pero no ha ocurrido.

Para ambas partes, el país cambió de la esperanza a la desesperanza. La realidad nos muestra un país, donde se han perdido seres queridos, porque prácticamente no existe familia que no tenga uno o varios de sus miembros en el exterior. Más grave aún, como nunca antes las familias venezolanas penan una muerte real de algún familiar asesinado por la monumental criminalidad existente.

Se han perdido los valores fundamentales de la venezolanidad. No es el estudio, ni el esfuerzo o el trabajo lo que permitiría salir de abajo y progresar, sino el amiguismo, la militancia partidista, la delincuencia, la corrupción, el “bachaqueo” o “rebusque”.

Hay pérdidas en la alimentación, la salud, la electricidad, los servicios públicos, el bienestar, la comodidad, la adquisición de ropa y enseres para el hogar. El venezolano ha perdido su poder adquisitivo, el valor de su sueldo, el denominado bolívar fuerte es la moneda de menor valor del planeta. Llegando al caso que un billete de 100 vale más el papel que su capacidad de adquirir algún bien.

Los jóvenes venezolanos perdieron su posibilidad de casarse, a esta altura, no pueden adquirir, ni alquilar, ni construir una vivienda. Ningún trabajo permite subsistir. Hay que “rebuscar” ingresos adicionales solamente para poder intentar conseguir el costo de algo para comer cada día. Los venezolanos gastan sus ingresos en casi su totalidad en comida. No alcanzará para más.

De allí, la rabia que se tiene, la ilimitada frustración que registran las investigaciones, la decepción generalizada, la angustia perenne en las colas, y la tristeza en grado superlativo que aguantan hombres, mujeres y niños, en Venezuela.

La diferencia con el Luto cuando se pierde a un ser querido

Cuando muere el ser querido, la persona sabe que pasará, que la vida continúa, y que en algún momento el tiempo ayudará a sanar. La vida se reconstruirá. Sin embargo, cuando las pérdidas son las que sufre la población de una sociedad, este luto no cesa hasta que las causas desaparecen, porque cada día algo se pierde, o falta y se renueva la tristeza, la rabia, la frustración, el luto, y así como el odio social fue el motor de la revolución comunista como lo enseñara Lenin, o el odio racista lo fue en la revolución nazi como lo pregonara Hitler, el luto, de una sociedad controlada y subyugada, es el motor que tarde o temprano lleva a las sociedades a buscar y lograr su plena libertad.

Vladimir Gessen / Diario de Caracas / Informe 21 / https://twitter.com/DivanGessen

INDOLENCIA

PUBLICADO EL 16/03/17 POR ANA FORERO EN EDITORIALES

El presidente Maduro transmite un micro en canal 8 llamado “Contacto con la realidad”, como si solo a través de ese micro televisado él tuviese el imprescindible contacto. Efecto Cocuyo titula hoy: “Maduro recibió doble dosis de “contacto con la realidad” en televisión nacional”. Estaba inaugurando el Centro Nacional de Genética Médica Dr. José Gregorio Hernández, en Guarenas, y la página muestra el video –tomado de la pantalla de VTV- cuando se le acercó una señora:

-“Presidente, mire, yo quería pedirle ayuda”.

-“Sí, cómo no. Estamos en vivo por televisión”.

El presidente, quizá sospechando que viene algún reclamo, le quita el micrófono y no oímos lo que dice la señora. Entonces comenta:

-“Bueno hay que resolver inmediatamente. ¿Dónde está la Almiranta, por favor?”

Y mientras mira alrededor, como buscando a la Almiranta, brevemente le acerca el micrófono a la señora. Ahora sí la oímos:

-“Nosotros somos de pocos recursos. Mis niños están presentando problemas de desnutrición”.

-“¿Verdad? –reacciona incómodo el presidente-. Bueno, vamos a atender todo eso, vamos a atenderla inmediatamente”.

Hasta allí el video. No sabemos qué pasó con la señora, tampoco qué más ordenó el presidente. Lo que sí nos queda claro es que el problema de la mujer le resulta, a parte de incómodo, indiferente. Su comentario (“¿Verdad? Bueno, vamos a atender todo eso…”) es banal, supérfluo, por salir del paso. Igual ha podido decir, chica hace frío, o hace calor, o me duele la barriga.

Ese segundo de televisión evidencia lo que está pasando en el país: la indolencia. El micrófono en manos del presidente simboliza todo el poder. A la señora se le escucha o no se le escucha según él manipule el micrófono. Él, autoungido dueño de la realidad, nos sube o nos baja el volúmen, nos da o nos quita voz, presencia, existencia, según su capricho y prepotencia. Desde esa altura lo que pasa aquí abajo no le importa y mucho menos le duele. Ese segundo de tv dejó a los ojos de todos lo que nos pasa. “Mis hijos están desnutridos”, dice la madre en su súplica, y la reacción de este señor -que se supone es el presidente de la republica y por lo tanto de todos los venezolanos- es dramatica, imperdonable: no le duele para nada lo que está pasando en el país.

Dice la nota de Efecto Cocuyo:

“Posteriormente en el mismo acto, el Jefe de Estado habló con un niño, cuyas palabras agarraron a Maduro “fuera de base”, pues ni siquiera le preguntó por el tema:

-“Señor Presidente, el Clap no llega a mi casa desde diciembre”.

“Ante la confesión infantil, el mandatario ordenó rápidamente solventar esa situación y siguió su camino. Minutos después, pusieron al mismo niño a cantarle al Presidente.”

Y en este segundo caso no solo tenemos indolencia sino también crueldad. Al niño no solo lo despacha con la misma indiferencia que a la señora, sino que luego le obligan a que le cante. (¿La Lopna?, muy bien gracias pasa la página).

¿Por qué un niño le tiene que cantar a este señor? ¿Por qué una madre humilde y abandonada tiene que cantarle a este señor?

¿Por qué Venezuela tiene que cantarle si a él, evidentemente, no le duele Venezuela?

¿QUÉ PASA CUANDO LA “SOMBRA” SE CONVIERTE EN “MÁSCARA”?

Axel Capriles

Semanario ABC Marzo 25, 2017

Las máscaras de Terminator las venden en todos lados. En mercadolibre.com las hay desde los $10.

Las vemos con frecuencia en fiestas de carnaval y en películas de ficción. Los niños se divierten con ellas. Pero ver máscaras de la muerte bajo los oscuros cascos de efectivos de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) en la Operación de Liberación Humanitaria del Pueblo (OLHP) realizada el pasado viernes 11 de marzo en Jardines del Valle, me causó peculiar desazón, una especie de subrepticio escalofrío.

No sé si el uso de máscaras de la muerte es una táctica policial habitual que sigue estándares internacionales, como señaló el diputado oficialista Ricardo Sánchez en respuesta a las fotos de Carlos Ramírez difundidas por Víctor Amaya. Yo me enteré por una alumna que me escribió por WhatsApp enviándome la imagen: “¿Qué dice de esto, Dr. Áxel? ¡Qué horror! Aquí se desataron todos los demonios”. Cuando leí la noticia y sentí la pausada aceptación, la normalidad, con que las páginas noticiosas narraban el operativo sorpresa con 250 uniformados armados que dejaron 9 muertos en la búsqueda del Coqui, líder de una banda dedicada al homicidio, el secuestro y la extorsión en las zonas de El Valle, El Cementerio y la Cota 905, pensé que, ciertamente, vivíamos en un estado de posesión por la Sombra.

Permítanme, por ello, hacer una breve aclaratoria conceptual de términos de psicología junguiana. C.G. Jung llamó “sombra” al arquetipo del mal, a la destructividad, a la parte del psiquismo que recoge lo sombrío y tenebroso, lo inadaptado, vandálico y corrosivo en cada uno de nosotros. La “máscara”, por su lado, es la parte de la personalidad con la que nos identificamos por motivos de adaptación al mundo exterior, el segmento de la psique con que cubrimos nuestra interioridad y que mostramos a los demás. Por lo general, los vicios, nuestra faceta lóbrega y destructiva, se esconde en la opacidad el inconsciente, en la sombra. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando la maldad, lo sombrío, se convierte en máscara?

Primo Levi, superviviente de Auschwitz, desarrolló el concepto de “zona gris” para describir una franja del psiquismo en la vida los judíos que colaboraban con los nazis y contribuían a su propia destrucción en los campos de exterminio. También Bruno Bettelheim y Víctor Frankl estudiaron lo que llamaron “la identificación inconsciente con el agresor”, un estado de indiferenciación en que agresor y víctima toman el mismo rostro, la misma máscara de la muerte, adoptan el mismo comportamiento, se identifican el uno con el otro. La “zona gris” dificulta el análisis moral porque borra la frontera y normal distinción entre verdugos y víctimas, una condición confusa propia del sistema de destrucción del totalitarismo.

En días pasados, caminando por el Paseo de la Castellana, en Madrid, escuché el habla característica de unos venezolanos. Volteé a verlos. Eran tres jóvenes, probablemente, estudiantes, con buena apariencia, perfecto corte de pelo y lujoso vestir. Se decían los unos a los otros: “-Dale guevón.” “-No joda, marico dale tú” “Coño, marico, eres un mamaguevo. Échale bolas tú.” Y así prosiguieron con su diferenciada y refinada conversación bajo los arces, magnolios, madroños y cipreses del bulevar. ¿Qué nos dice el lenguaje de una sociedad? ¿Por qué se extiende una manera de hablar que hace del insulto un intercambio amistoso y jovial? ¿Por qué jóvenes de familias pudientes adoptan el habla de las zonas marginales? ¿Qué indica que la mímica y la retórica del malandro se haya extendido a todos los niveles de la sociedad?

Cuando al lado de los 9 muertos en un sólo Operativo de Liberación Humanitaria del Pueblo aparece la noticia del hallazgo de 14 cadáveres en una fosa común en la Penitenciaría General de Venezuela, cuando los secuestros y las violaciones dejan de ser noticia, cuando un pueblo se acomoda a niveles instintivos de supervivencia y las formas de vida que debían yacer en la “sombra” se convierten en máscara para la adaptación, estamos ante un proceso de involución y regresión colectiva que es muy difícil atajar.

Es una transformación profunda que va más allá de la problemática económica y política, un movimiento con inercia propia, autónomo. La paz y las formas políticas por las que lucha la oposición democrática pueden ser arrasadas por este proceso de decadencia que viene de más lejos y va más allá de Chávez y Maduro. Necesitamos grandes gestos, ideas, imágenes y símbolos que puedan compensarlo.

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