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Nuestro amigo común: “La verdadera historia de la Unión Soviética” La verdadera historia de la Unión


La verdadera historia de la Unión Soviética, el documental claro y directo de EdvinsSnore (2008), denuncia el totalitarismo genocida del comunismo equivalente al del nazismo, y arroja la pregunta:¿por qué Europa escoge hacerse la vista gorda con lo que Rusia ha hecho en el siglo XX?

The Soviet Story

Por NARCISA GARCÍA

21 DE ABRIL DE 2017 12:01 AM | ACTUALIZADO EL 21 DE ABRIL DE 2017 14:18 PM

A Oksana

La escultura Obrero y koljosiana de Vera Mújina, el hombre y la mujer sujetando el martillo y la hoz, símbolo mayor de ese atentado terrorista que fuese el realismo socialista soviético y, como debe ser, logotipo de los estudios soviéticos Mosfilm, aparece en la presentación y póster del documental letón La verdadera historia de la Unión Soviética (EdvinsSnore, 2008), esta vez rodeada de cadáveres.

Y es que este documental no pretende ser sino directo, claro, parcial. Nada de pretender objetividades ni equilibrios, el tema no los puede admitir. Cuando lo hace, queda claro que hay cinismo y alcahuetería de por medio. Transmitido por HistoryChannel, este documental poco eco tuvo, por razones que el mismo apunta a responder. ¿Por qué Europa escoge hacerse la vista gorda con lo que Rusia ha hecho en el siglo XX?

Inicia y prosigue con los nazis a lo largo de toda la cinta, sin embargo, aclara de inmediato que esta no será una película sobre el nacionalsocialismo, sino de las víctimas del comunismo soviético, siempre volviendo para vincularse con las maneras de la Alemania de Hitler. Lo primero que se cuestiona Snore: por qué jugar con una esvástica es considerado de mal gusto mientras que los símbolos e íconos comunistas no solo no lo son, sino que lejos de eso se hacen chistes, se llevan con orgullo.

La cinta está dividida en las distintas etapas –de Vladimir a Vladimir– de la historia contemporánea de Rusia para contar en cada una de ellas los muertos a manos de los rojos a través de sobrevivientes, profesores, historiadores, politólogos, investigadores y material de archivo. Y empieza: “un nuevo hombre”, el lema del comunismo es también el del nazismo. Ambos sistemas en su origen están de acuerdo con crear un hombre nuevo, por lo tanto ninguno de los dos está satisfecho con la naturaleza humana como es. Ambos tienen la pretensión de descansar sobre bases científicas, y ambos están en guerra con la naturaleza humana. Un plano elocuente muestra a un grupo de jóvenes nazis alzando en el aire a un compañero que, en un corte al estilo del hueso y la nave en 2001 Odisea en el espacio, se transforma en un cadáver que cae sobre otros en una carreta. El totalitarismo genocida.

Hay cantidad de declaraciones que resultan tranquilizantes en tanto existen, es decir, en tanto hay quienes las hacen sin titubeos. George Watson, historiador de la Universidad de Cambridge: “Los socialistas han defendido los genocidios de los siglos XIX y XX”; NicolasWerth, uno de los autores de El libro negro del comunismo: “En las prisiones de la Unión Soviética eran fusilados entre uno y varios centenares por noche”; Winston Churchill: “…el despotismo nazi, esa igualmente odiosa aunque más eficiente forma del despotismo comunista”; Vladimir Karpov, un militar condecorado por valentía en la Segunda Guerra Mundial: “un acuerdo secreto se firmó entre la NKVD y la Gestapo de colaboración”; una profesora e investigadora: “Si un régimen es criminal, lo es en todos los ámbitos. Incluyendo relaciones internacionales. ¡Esto debe reconocerse de una vez por todas!”; y una del propio narrador de la cinta: “La URSS de Stalin y la Alemania de Hitler no solo son Estados que cometieron crímenes, sino que eran en su esencia Estados criminales (…) para tener un cargo en el politburó de Stalin, habíaque ser corresponsable de asesinato. Para ganar confianza, como en una banda de criminales”. (Mis preferidas, la primera de un historiador, la segunda cortesía del narrador: “Marx es el fundador del genocidio político moderno”, y “La izquierda apoyó a Hitler no porque hubiesen sido engañados. Sabían que Hitler mataría. De hecho, por eso le apoyaron”).

Esta cinta deja en evidencia la postura de Stalin y la Unión Soviética con respecto al nazismo. Hacia afuera, Stalin hacía parecer que la Unión era antifascista, cuando en realidad reunía a los judíos que se habían creído tal cuento y habían viajado desesperados para escapar de Hitler, y se los entregaba de regreso a la Gestapo, como ofrenda de amistad. Stalin además tenía muy clara su estrategia: dejaría que Hitler fuese el malo. Y entonces aparecería el Ejército rojo como liberador, algo que Snore aclara es una farsa que continúa hasta hoy con el gobierno de Putin.

Soldados soviéticos aparecen haciendo el saludo nazi en material de archivo, además de fotografías de Molotov reunido con Hitler y documentos firmados por oficiales de las SS y, junto a sus nombres, la firma del violador LavrentiBeria. Una sección entera está dedicada a las similitudes entre la propaganda nazi y comunista: carteles casi idénticos con dibujos de hombres llevando la bandera con la esvástica al lado de dibujos con un hombre que en lugar de bandera lleva el martillo y la hoz en su pecho.

Las intenciones de ese despotismo comunista más eficiente que es la Rusia contemporánea de Putin, y el silencio de Europa, cierran la cinta. Snore apunta a la alcahuetería de Occidente, y a la vez establece con mucha claridad que el chantaje de la Rusia de Putin con el gas que provee a toda Europa es una de las razones por las cuales el continente no insta a que esta abra investigaciones sobre el genocidio. (Este año del centenario de la muerte roja, ya Rusia ha anunciado pompas y desfiles para conmemorar la mentada “victoria” del Ejército rojo en la Segunda Guerra Mundial. Si alguien niega la majestuosidad de ella, el gobierno de Putin puede considerarle un criminal: “Delante de nuestros ojos se desarrolla una campaña para la revisión de los resultados de la Segunda Guerra Mundial y disminuir el aporte del Ejército rojo en la Gran Victoria. Tenemos que luchar contra todo intento de falsificar la historia y defender la verdad sobre la guerra” declaró el villano Bond Vladimir Putin en 2015. Goebbels estaría orgulloso. La vinculación que el ministro nazi hace entre Lenin y Hitler, prueba el documental, está en un artículo diminuto del New York Times antes de que iniciase la guerra. Y para la guinda del postre: en 2009 Medvedev llevó a cabo una conferencia sobre la Historia de Rusia la cual excluía a todo aquel que estuviese en desacuerdo con una visión estalinista sobre ella. Entre los pocos invitados internacionales, el expresidente Rodríguez Zapatero).

El orgullo con el que se despliegan hoy los íconos comunistas parece ser casi unánime. Lo que La verdadera historia de la Unión Soviéticasentencia, por fin, es que más de veinte millones de seres humanos fueron asesinados por un sistema ideológico que aún está entre nosotros y que se salió con la suya, tal como los asesinos corresponsables del genocidio que aún condecoran en Rusia y que se pasean con orgullo por su país, con la complacencia e incluso asistencia del socialismo europeo. La pila de cadáveres cubre por completo el bodrio pétreo real socialista. Nuestras estatuas también:nunca falta la necia bahorrina que se pregunta para cuándo un documental sobre los daños del capitalismo. Que Dios nos asista.

Papel Literario

Foro por Centenario de la Revolución Rusa en la UCAB

Los historiadores Antonio García Ponce, María Magdalena Ziegler y Lucía Reynero expusieron sus ponencias en el foro por el centenario de la Revolución Rusa. Cada uno tocó temas fundamentales de la revolución, como su desarrollo, el arte y el uso de la violencia

En el marco del centenario de la Revolución Rusa, el Centro de Investigación y Formación Humanística y el Instituto de Investigaciones Históricas ofrecieron un foro sobre este hecho histórico. Tomás Straka, historiador y moderador del evento, presentó a los ponentes: Lucía Raynero, Antonio García Ponce y María Magdalena Ziegler, cuyas ponencias trataron sobre las realidades de aquella revolución. Por una parte, Lucía Reynero, historiadora y profesora, explicó cuál era la situación que vivían los rusos en aquel momento y qué hechos propiciaron tal revolución. Reynero describió que en aquel momento sólo había un tercio de abastecimiento y la falta de alimentos se debía a especulación y corrupción. María Magdalenda Ziegler, licenciada en artes plásticas y doctora en historia, habló sobre la realidad del arte en la Rusia revolucionaria. Ziegler destaca que en ese entonces se desarrolló la mayor autopropaganda política y que, además, el régimen buscaba cómo representar el ideal revolucionario en las artes. Según la historiadora, antes de 1917 había una gran actividad artística en el país y una vanguardia artística diversa. Por su parte, el profesor García Ponce habló sobre la clave fundamental de la teoría marxista: la violencia. Según el profesor, de los líderes de la revolución se tienen muchas referencias sobre su inclinación hacia la violencia. Para ilustrar su ponencia, utilizó el ejemplo de algunos perseguidos por el gobierno bolchevique. Uno de ellos, de hecho, fue el reconocido médico y fisiólogo Iván Pávlov. El profesor afirmó que el doctor fue rígidamente vigilado.

♦Patricia Graziani

Lenin prisionero de Nicolás II, y Nicolás II prisionero de Lenin

Justicia imperial y justicia socialista. Serie “Hechos y personajes de la revolución rusa en su centenario (7 de noviembre de 1917 - 2017)”. Parte II

Rusopedia

Vladimir Lenin

Por ANTONIO GARCÍA PONCE

28 DE ENERO DE 2017 12:01 AM

Una de las más portentosas justificaciones que ante los ojos de la Humanidad mostró la Revolución Rusa fue la de acabar con el régimen zarista, cárcel de pueblos y autocracia de la horca y del knut. En su lugar, después del 7 de noviembre de 1917 (24 de octubre según el viejo calendario juliano), los nuevos gobernantes bolcheviques ofrecieron libertad, justicia, pan, tierra y dignidad para todos. La justicia imperial fue sustituida por la justicia proletaria y, coincidencias de la hora, las dos cabezas dirigentes, la del mundo que se iba y la del mundo que llegaba, Nicolás II y Vladimir Lenin, soportaron en su momento, el rigor de la ley de aquellos dos regímenes. Pero, ¡de qué modo!

El 29 de enero de 1897, casi todos los miembros del partido “Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera” que habían sido detenidos en San Petersburgo, emprendieron el viaje a Siberia, condenados a tres años de “destierro administrativo”. Entre ellos estaba el abogado Vladimir Ulianov (Lenin), quien no había cumplido todavía los 27 años de edad. Provisto de dinero, gracias a su profesión y a la calidad social de su familia, consiguió permiso para pagarse el viaje al destierro y así evitar las incomodidades del furgón de tercera clase del tren. Dispuso, entonces, de tres días de libertad para preparar maletas, despedirse de sus allegados, e incluso visitar una biblioteca, en compañía de su madre. El viaje por tren y luego por barco hasta Shushenskoe no tuvo tropiezo alguno. Para llegar al propio lugar de deportación, alquiló un coche de dos caballos. El rigor del clima de Siberia no lo afectó: se bañaba en los ríos cercanos, la comida era barata y el aire muy limpio. En sus primeras cartas, escribe a su madre: “Todo el mundo dice que he engordado en el verano, estoy bronceado y parezco un siberiano en todo. Es el resultado de salir de caza y vivir en el campo”. En enero del año siguiente, pide permiso al Departamento de Policía de San Petersburgo para que su novia y compañera de partido, Nadezhda Krupskaia, que estaba presa en Ufá, fuese trasladada a su lado. Entonces, Lenin alquiló una casa más grande para los dos y contrató a una muchacha del lugar como sirvienta. Además, compró un perro, un setter irlandés. Se casaron el 10 de julio de 1898, y el padre Orest ofició la boda en la iglesia de Pedro y Pablo de la aldea. Todo el tiempo lo dedicaba Lenin, salvo sus ratos de ocio, a cazar y explorar en el bosque, a leer y escribir y, de ese modo, terminó en poco tiempo su famoso libro El desarrollo del capitalismo en Rusia, que fue publicado al poco tiempo, bajo pseudónimo, en San Petersburgo. El destierro terminó el 10 de enero de 1900, y el mayor obstáculo que encontró en su viaje de regreso a la capital lo constituyó su equipaje con 200 kilos de libros, folletos y papeles. A poco, Lenin salía al destierro en el extranjero y solo regresaría al estallar la revolución de febrero de 1917 que derrocó al zar.

Luego de ser derrocado en febrero de 1917, Nicolás Romanov fue llevado a un arresto domiciliario en Tsarkoi-Seló, un imponente palacio cerca de San Petersburgo, ciudad que se llamaba ahora Petrogrado. Allí estuvo, con su esposa e hijos, varios familiares y un buen tren de servicio de la vieja Corte, hasta noviembre, cuando los bolcheviques tomaron el poder. El gobierno socialista decidió en ese momento deportarlo a Siberia. El tren llevó a la familia imperial, junto con un médico y varios sirvientes, a Tobolsk, mucho más allá de los Urales, y luego a Ekaterinburg, bajo estrecha vigilancia, de día y de noche. No habían pasado 17 meses de su derrocamiento, ni 9 meses de su deportación por los bolcheviques cuando en la madrugada del 18 de julio de 1918, Nicolás, de 50 años; su esposa Alejandra, de 46 años; sus cuatro hijas, las grandes duquesas Olga (23 años), Tatiana (21 años), María (19 años), y Anastasia (17 años), su hijo el zarévich Alexis (14 años), enfermo de hemofilia; y su médico, el doctor Botkin, fueron sacados de sus camas y llevados a un sótano de la casa Ipater, donde un oscuro oficial les leyó una sentencia de muerte, aprobado por el gobierno de obreros y campesinos de la Federación Rusa, encabezado por Vladimir Ilich Ulianov (Lenin). De inmediato, fueron fusilados por un pelotón de soldados rojos. Nunca fue emitida por el Kremlin ninguna declaración oficial sobre el fusilamiento, ni siquiera se habló de juicio ni se publicó sentencia de un tribunal o institución alguna, tal como sucedió con la sentencia a la guillotina del rey de Francia Luis XVI.

En resumen, después de cumplir su destierro de tres años, Lenin regresaba a San Petersburgo con su esposa y 200 kilos de equipaje, y pronto viajaba al exterior.

Y tuvieron que pasar ochenta años para que Nicolás Romanov y sus cinco hijos regresaran a San Petersburgo, pero convertidos en una osamenta toda revuelta.

Papel Literario

Autor: Antonio García Ponce - El Nacional 14 Abr 17

La vida atormentada de Marina Tsvietáieva

Un recorrido por la vida y muerte de una de las poetas más leídas del planeta. Serie “Hechos y personajes de la revolución rusa en su centenario (7 de noviembre de 1917 – 2017)”.

Considerada por Joseph Brodsky como la poeta más grande del siglo XX, Marina Tsvietáieva es un ejemplo emblemático de la manera como el genio artístico era devorado por la aguda distorsión que en la URSS se hacía del compromiso del creador: o estás incondicionalmente con el régimen o el régimen te aniquila.

Marina nació en Moscú en 1892. Su padre, historiador y fundador del Museo de Bellas Artes de Moscú, y su madre, pianista, pertenecían a familias aristocráticas. Su infancia y primeros años juveniles transcurrieron en Italia, Suiza, Alemania, Francia. Aprende alemán (internado en Friburgo) y francés (internado en Lausana), y sus primeros versos están escritos en esos idiomas, además del ruso natal. Desde muy niña también muestra los rasgos más acusados de su carácter: amor por la lectura y escritura, indiferencia por los juegos, vehemencia y furia, y enorme autoestima. A los 18 años, publica su primer libro de versos. A los 19 años se casa con Sergei Efrom, de familia rica que simpatizaba con el movimiento anarquista del siglo XIX. En su matrimonio tendrán tres hijos: Ariadna (Alia), Irina y Gueorgui (Mur). Duran casados toda la vida. Una vez dijo ella:

“He compartido con él treinta años de mi vida y jamás conocí a un hombre mejor”.

Pero tendrá lo que llama su biógrafo, Tzvetan Todorov, encandilamientos, relaciones muy íntimas, algunas hasta el erotismo, con literatos y artistas, hombres y mujeres, entre ellos, Boris Pasternak. Ella lo explica así:

“Yo quiero ligereza, libertad, comprensión –¡no quiero retener a nadie ni que nadie me retenga! Mi vida entera es un idilio con mi alma, con la ciudad en que vivo, con el árbol a la orilla del camino –con el aire. Y soy infinitamente feliz”.

Está contenta en el Moscú imperial, visita el Kremlin con la hija, sus iglesias, sus torres, los retratos de los zares en la galería de Alejandro II, los cañones franceses. Ya es conocida como una poeta de calidad. Pero la revolución de 1917 altera por completo su vida. El marido se enrola en los ejércitos contrarrevolucionarios, y ella pierde todas sus posesiones y fuentes de ingreso (y su nana, su cochero, sus joyas, sus pieles). Sigue escribiendo y no se parcializa por ningún bando. El hambre se enseñorea sobre el país entero. Tiene que acudir al comedor público gratuito para obtener una sopa que es agua con unos trozos de pan y unas manchas de grasa. A las dos hijas las recluye en un orfanato. Durante el invierno no hay agua en el hospicio, no hay ropa de abrigo, no hay médico ni medicamentos, mucha suciedad, comen agua con hojas de col y una cucharada de lentejas, sin pan. Las dos niñas, con sus cabecitas rapadas y sus batas raídas y mugrientas, se enferman, y a los pocos meses muere Irina.

Marina sigue escribiendo. Entre mayo de 1920 y mayo de 1922, crea más de un centenar de poesías líricas, y varios poemas en prosa, más sus proverbiales cuadernos de apuntes diarios. El marido se ha ido, derrotado en la guerra civil, a Praga y Berlín. Marina al fin recala en Berlín, y después de cinco años de ausencia se reencuentran los dos. Los ingresos económicos son escasos e irregulares. Después de cocinar, barrer, coser y limpiar la habitación donde vive, gana tiempo para seguir escribiendo sus libros. En 1925, se muda a París. Hasta ese momento, Marina no ha pertenecido a ningún grupo político, ni con los bolcheviques ni con la emigración rusa.

“Vivo únicamente en mis cuadernos – en mis deudas… Estoy completamente sola, en la vida y en el trabajo… Completamente sola – con mi voz”.

Sigue la pobreza. Las personas que la ayudaban ya no lo hacen, una beca que el gobierno checo le daba no llega, acumula deudas en la tienda, con el carbonero, están a punto de cortarle el gas y la electricidad, y pronto la desalojarán porque no paga el piso. Y el marido, después de su alistamiento con los blancos, empieza a simpatizar con los rojos a partir de 1931, y se afilia a un grupo prosoviético de París llamado Eurasiático. Termina por ser reclutado por la policía secreta rusa NKVD. Marina no lo sabe; pelea con Alia y con Mur, que quieren regresar a Moscú. El marido Efrom es el primero que regresa. Su vuelta a Rusia es precipitada cuando la policía francesa lo busca como participante del asesinato de un agente doble ruso, de apellido Reiss, que intentaba desertar. La hija Alia también se marcha a Moscú. Queda entonces vencida su larga resistencia, Marina se doblega al fin y pide pasaporte de regreso a la URSS junto con su hijo Mur.

No sabían que estaban incubando su propia sentencia de muerte.

El regreso de Marina a Moscú –un verdadero via crucis– se inicia al zarpar el barco que han abordado ella y su hijo Mur en Le Havre el 12 de junio de 1939. A bordo, españoles ruidosos, vistas espectaculares del mar, de las costas de Dinamarca, Suecia, mareos… Marina busca un disco de Maurice Chevalier con su canción preferida, “Donnez-moi la main, Mamzelle”:

“Sur le bord du lac Léman, un beau jour d’été,

Je la vis passer sans hésiter.

Voyant son regard charmant, je lui dis bientôt

‘Voulez-vous faire un tour en bateau?’

‘Oh non’ dit-elle en rougissant

J’ajoutais très prévenant:

Donnez-moi la main mam’zelle et ne dites rien,

Mon canot vous semble frêle, donnez-moi la main”.

Llegan a Leningrado. Registro minucioso en la aduana. Le decomisan buena parte del equipaje. Y el 19 están en Moscú. La espera la hija. El marido está enfermo. Marina se entera de la prisión y deportación a un campo de trabajo de su hermana Anastasia. La radican en un pueblucho, Bólshevo, cerca de Moscú. Vive casi en promiscuidad con gente desconocida repatriada de Francia (agentes de la NKVD). El 27 arrestan a Alia, la hija. Y el 10 de octubre, a Sergei, y luego a otros de la casa. Marina hace algunas traducciones, pero sigue mísera. Pide ayuda a la Unión de Escritores (Fadéiev) y le consiguen traslado a otro pueblucho, Golítsyno. Apela a Beria en una larga carta donde pide la libertad del marido (preso en la Butirka) y la hija (presa en la Lubianka). No le responden. Marina llora, se apodera de ella el miedo. No sabe que a la hija la acusan de ser un agente de los servicios de información franceses y la emplazan a que acuse de ello también a su padre. En los archivos abiertos de la policía se lee ahora su declaración hecha al Procurador General en aquel momento:

“Me interrogaban ‘en cadena’, de día y de noche; no me dejaban dormir, descalza, desnuda; me golpeaban con unos ‘interrogadores para damas’ (¡!) de caucho, me amenazaban con fusilarme y hacían simulacro de fusilamiento”.

Fue tanta la tortura que al fin confesó lo que no era. En 1940 es condenada a ocho años en un campo de trabajo, luego a otro de más severidad en 1943, es liberada en 1947, y otra vez presa en 1949, en Siberia. Su novio, Mulia, es fusilado en 1952. Y ella obtiene su libertad cuando muere Stalin. En lo ulterior, se dedica a la traducción, y aboga por la publicación de los escritos de su madre Marina. Muere en 1975, sin renegar de sus ideas socialistas.

En cuanto a Sergei Efrom, su vida en la URSS a partir de 1937 es incierta. Dura cerca de tres años en un sanatorio. Durante su prisión, niega cualquier tipo de conducta antisoviética y, por ello, es sometido a crueles torturas. Le diagnostican angina de pecho, miocarditis crónica, neurastenia aguda y lo recluyen en el servicio psiquiátrico de la cárcel, por intento de suicidio. Al fin, lo acusan de espionaje, junto con otros cinco detenidos, y los condenan a muerte en 1941. No obstante, siempre negó los cargos contra él:

“Jamás fui un espía, fui un honesto agente de los servicios de información soviéticos. Solo sé una cosa: a partir de 1931, toda mi actividad ha estado dirigida en bien de la Unión Soviética. Les pido que consideren mi caso con objetividad”.

A todas estas, ¿qué era de Marina Tsvietáieva? Le escribe a una amiga: “Salvo usted, aquí, a mí, nadie me quiere, y sin eso tengo frío y hambre, y sin eso (amor) no puedo vivir… ¡Ah, sí!, muy importante: usted no me restringió – a la poesía, incluso quizás a mis versos – me prefirió a mí (viva), y por eso le estoy infinitamente agradecida”.

Y a una cuñada:

“Ya no vivo. No escribo, no leo… Temo estas afueras con sus terrazas vidriadas, sus noches negras, sus casas selladas, son – la muerte, ¿para qué morir tan lentamente?”

Pero pasa el invierno traduciendo (del inglés al ruso, del ruso al francés, del alemán al francés)… sin descanso – ni un día de reposo.

Pasa tres meses en Moscú en el apartamento de un profesor amigo; está vendiendo todos sus libros. Está al borde de la locura, le escribe a Stalin. Subarrienda en Moscú otro apartamento. Una editorial le rechaza un libro de poemas porque contiene una “representación hostil del mundo en que vive el hombre soviético”. Escribe a la hija presa, correspondencia en que describe, a medias, sus padecimientos y le dice que sea valiente, que no pierda el ánimo.

Es ella quien lo pierde. Ha estallado la guerra con Alemania (junio de 1941). Es evacuada con el hijo a la República Tártara, reside en Elábuga, a casi mil kilómetros al este de Moscú. Pide empleo como lavaplatos. El 30 de agosto escribe tres cartas de despedida, a los testigos, al poeta N. Aséiev y a su hijo:

Perdóname, pero en adelante habría sido todavía peor. Estoy gravemente enferma, esto ya no soy yo. Te amo enloquecidamente. Entiende que no podía seguir viviendo. A papá y a Alia diles –si los ves– que los amé hasta el último minuto y explícales que caí en un callejón sin salida.

Y se ahorca.

**

En el diario El Mercurio, de Chile, el 26 / 9 / 2010 fue publicada la siguiente nota:

“Todos los días aparecen estudios sobre su obra; cada año sale una biografía; es la autora rusa más leída en su país y en el planeta; su departamento moscovita es sitio de peregrinaje para miles de personas; se planea la construcción de un gran museo en su honor; se ha bautizado con su nombre a un gigantesco barco que transporta turistas al Polo Norte; se han hecho películas, óperas y dramas basados en su vida; las composiciones que Shostakovich le dedicó se han incorporado al repertorio en los teatros de concierto; Susan Sontag, Joseph Brodsky y Doris Lessing se cuentan entre sus fervientes admiradores; Judi Dench lee sus versos en Londres y Nueva York ante salas repletas; en París, Roma, Berlín y muchas ciudades, los textos de Tsvetáieva se agotan en las librerías.”

Vitali Shentalinski. Crimen sin castigo. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2007.

Marina Tsvietáieva. Confesiones. Vivir en el fuego. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2008.

Georgui Efron (Murr). Journal (1939-1943). Traducido del ruso al francés por Simone Goblot. Con prefacio y anotaciones de Véronique Lossky. París: Éditions des Syrtes, 2014.

Anastassia Tsvetaeva. Memorias (Souvenirs). Traducción del ruso por Michèle Kahn. Actes Sud-Solin, 2003.

Ariadna Efron. Crónica de un gulag ordinario. (Chronique d’un goulag ordinaire (1942-1955). Traducción al francés por Simone Goblot. Phébus, 2005.

*—. Marina Tsvietaieva, mi madre (Marina Tsvetaeva, ma mère). Traducción de Simone Goblot. Éditions des Syrtes, 2008.

León Trotsky

Por ANTONIO GARCÍA PONCE

22 DE ABRIL DE 2017 08:07 AM | ACTUALIZADO EL 22 DE ABRIL DE 2017 10:41 AM

Furioso apologista de la violencia cuando fue líder del gobierno bolchevique, León Trotsky fue víctima de su propio credo. El líder con el carisma y la formación política y cultural casi igual a la de Lenin, a quien se enfrentó en varias ocasiones antes y después del triunfo de la revolución, perdió su disputa por el control del partido con Stalin. Fue apartado de la dirección del partido, fue deportado a Alma-Ata, lejos en la frontera con China, fue expulsado del país y encontró asilo en la pequeña isla turca de Prinkipo, hostigado allí viajó a varios países europeos y finalmente recibió asilo en México, donde vivió varios años hasta que en 1940 la mano siniestra de Stalin, por medio de un sicario especialmente preparado al efecto, le clavó en el cráneo un pico de alpinista que lo dejó sin vida.

En su libro Mi vida había escrito lo siguiente:

“Nuestros amigos humanitarios, de esos que no sienten frío ni calor ante las cosas, no se cansaban de repetirnos que, si bien comprendían que las represalias, en general, eran inevitables, el fusilar a un enemigo preso era salirse de los límites justos de la legítima defensa. Querían que mostrásemos ‘benevolencia’ en aquel asunto. Clara Zetkin y otros comunistas europeos –que por aquel entonces todavía se atrevían a decirnos a Lenin y a mí, a la cara, lo que pensaban– insistían en que perdonásemos la vida a los acusados y que nos limitásemos a imponerles penas de cárcel. Esta solución era, aparentemente, la más sencilla. Pero el problema de las represalias personales cobra, en una época de revolución, un carácter muy especial, contra el que rebotan impotentes todos los humanitarios lugares comunes. La lucha gira toda ella en torno al poder, y es una lucha implacable a vida o muerte. No en otra cosa consiste la revolución.” (Edición digital en castellano: Marxists Internet Archive, 2002).

Los integrantes de la dirección de su grupo Oposición de Izquierda, entre ellos Leonid Serebriakov, Karl Radek, Mijaíl Boguslavski, Yevgueni Preobrazhenski, Christian Rakovski, Yákov Drobnis, Aleksandr Beloboródov y Lev Sosnovski, todos fueron fusilados durante la Gran Purga.

Y sus familiares más cercanos no escaparon ni de Siberia ni del paredón.

Olga Kámeneva Bronstein, su hermana, fue fusilada el 11 de septiembre de 1941 en el bosque de Medvédevski, en las afueras de la ciudad de Oriol. Y quien fuera su esposo, Lev Kámenev, fue fusilado en 1936.

Alexandr, otro hermano de Trotsky, fue también fusilado, así como su esposa tras pasar 18 años en un lager. Tuvieron un hijo (sobrino de Trotsky, por supuesto) llamado Valeri. Geofísico jubilado, después de la disolución de la URSS, Valeri se ha dedicado a exhumar la identidad de muchísimas personas ejecutadas por Stalin y enterradas en fosas comunes, olvidados por el mundo. Ingresó en un orfanato bajo su apellido real, Bronstein, y luego participó como soldado soviético en la liberación de Berlín y Varsovia. Hasta que un día el régimen descubrió su verdadera identidad. “Me encarcelaron en 1948 acusado de ser un elemento social peligroso. Los interrogatorios nocturnos se prolongaban hasta que caía desmayado. Me enseñaban fotos de trotskistas a los que no había visto en mi vida... yo soy geofísico, les decía, no político”. Y agrega: “Me he acostumbrado a vivir con la carga de llevar un apellido escrito con sangre y desgracia”.

La primera esposa de Trotsky, Alexandra Sokolovskaya, fue deportada a Siberia y muere en 1938.

La primera hija de Trotsky es Zinaida Lvovna Volkova (1901-1933). Obtuvo permiso en 1931 para visitar a su padre en Turquía. Sufría de depresiones y tuberculosis, entonces incurable. Se suicidó, con gas, en Berlín, en octubre de 1933. Zinaida contrajo matrimonio, primero con Zakhar Borisovich Moglin (1897-1937), quien murió fusilado durante la Gran Purga. Este matrimonio tuvo una hija, Alexandra (nieta de Trotsky), que también estuvo exilada en Kazajstán, retornó a Moscú a la muerte de Stalin y murió de cáncer en 1989. Su segundo esposo fue Platon Ivanovich Volkov (1898-1936), miembro de la Oposición de Izquierda, quien fue deportado a Siberia en 1928, regresó a Moscú en 1931 y fue arrestado de nuevo en 1935, para desaparecer en uno de los campos del Gulag.

La segunda hija de Trotsky fue Nina Nevelson (1902-1928). El padre cuenta así la muerte de su hija: “En 1928 debió ser hospitalizada. Se le diagnosticó una tuberculosis aguda. Me dirigió una carta puramente personal, pero ustedes (el Kremlin) la detuvieron durante 70 días, de modo que cuando le llegó mi respuesta ella había muerto”. Su esposo, Man Samoilovich Nevelson (1896-1937), fue fusilado.

El tercer hijo de Trotsky, León Sedov, fue fruto de su segundo matrimonio. Militante muy firme, Trotsky esperaba muchas cosas de él, incluso pensaba escribir la historia de la oposición rusa para un instituto científico; rebosaba de planes; solo dos días antes de la noticia de su muerte se recibió una carta suya, desbordante de coraje. ¿De dónde salió entonces esta enfermedad maligna y esta muerte repentina? ¿En doce días? La primera suposición, y la más natural, es que lo envenenaron. En verdad, murió durante una operación de apendicitis en París. Luego se descubrió que la clínica y el médico que lo operó eran parte del estalinismo.

El cuarto hijo de Trotsky, Sergei Sedov, fue un ingeniero que se mantuvo alejado de la política, pero fue arrestado en 1934 y enviado a un campo de trabajo. En 1937, después de los famosos procesos de Moscú, Sedov fue trasladado a Moscú y ejecutado.

Papel Literario

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