No tiene ningún sentido que los venezolanos hayamos pasado por 20 años de sufrimiento si no salimos
“Por la Vuelta” 1938 Letra: Enrique Cadícamo Música de José Tinelli
Canta Felipe Pirela Cantante venezolano, quién recibió la denominación de "El Bolerista de América" (4 de septiembre de 1941, Maracaibo, Venezuela; † 2 de julio de 1972, San Juan Puerto Rico) con la Orquesta Billo’s Caracas Boys.
Armando Durán / Laberintos: La pavorosa crisis venezolana (I)
Autor:Armando Durán
27 Abr 18
La noche de este jueves 26 de abril 2018 ocurrió un hecho insólito a las puertas del Palacio de Miraflores. Centenares de vecinos se reunieron allí, el punto más y mejor custodiado de la ciudad, para hacer sonar sus cacerolas y exigirle agua a Nicolás Maduro. Más insólito aún resultó que para aplacar esa desesperada expresión de indignación ciudadana, el alto gobierno mandó al lugar varios camiones cisternas para llenar de agua las sonoras ollas de los manifestantes. Este mismo y penoso suceso ocurre a diario en innumerables espacios de la geografía nacional, como reacción natural a los muy diversos y gravísimos efectos de una crisis que ya se ha hecho sencillamente insostenible.
La escasez de todo es la más dramática consecuencia de esta crisis que, combinada con la hiperinflación galopante de los últimos meses y una devaluación indetenible de la moneda nacional, ha convertido lo que en principio era una grave situación económica con resultados sociales devastadores, en una auténtica crisis humanitaria que ha disparado las alarmas de la comunidad internacional, altamente sensibilizada por hechos similares en los Balcanes, el norte de África y el Medio Oriente. Una situación que nos obliga a hacernos una pregunta inquietante. ¿Cómo es posible que Venezuela, país petrolero que hasta hace poco era modelo de democracia y desarrollo, sea hoy una nación miserable, al borde de un abismo que de manera tan patética queda perfectamente ilustrado por esta manifestación nada más y nada menos que frente al Palacio de Gobierno y al hecho de que el régimen se limite a repartir agua entre los ciudadanos, como desde hace muchísimo reparte bolsas de comida de muy mala calidad pero a precios muy bajos para atenuar el hambre de millones de venezolanos y hacerlos cada día más dependientes de la arbitraria voluntad del régimen?
La causa de la crisis
Por supuesto, es económico el origen de este desastre que ha generado la escasez de alimentos y medicinas, el colapso progresivo de los servicios de agua y electricidad, la ausencia de asistencia médica adecuada, calamidad que cada día sentencia a muerte a más y más ciudadanos con enfermedades letales como el cáncer, la hipertensión, el VIH, la diabetes, las enfermedades renales que necesitan ser sometidas a tratamientos regulares de diálisis para conservar la vida o con trasplantes que hacen necesarios ciertos medicamentos para evitar el rechazo a los órganos trasplantados. Se trata, sin embargo, de un trance que si bien afecta mortalmente el desempeño económico y social de la sociedad, tiene su origen en la decisión política de destruir sistemáticamente el aparato productivo nacional para construir una nueva sociedad, bajo rigurosos dominio estatal. La destrucción en primer lugar del sector privado de la economía, pero también del estatal, comenzando por la industria petrolera, que muy pronto dejó de ser una empresa ejemplar para pasar a ser la caja chica del régimen, ocupado en impulsar una economía de importaciones para suplir la oferta de productos procedentes de ese sector privado en proceso de desaparición, y para financiar, dentro y fuera de Venezuela, la puesta en marcha del proyecto político cuya meta ha sido desde siempre llevar a Venezuela a ese punto que Hugo Chávez decía que él veía allá a lo lejos, en el horizonte. “¿Es el comunismo la alternativa?”, preguntaba el 12 de noviembre de 2004 en el curso de una reunión con los miembros más destacados de su movimiento. Y él mismo se respondía: “No nos estamos planteando eliminar la propiedad privada, el planteamiento comunista, no. Hasta allá no llegamos. Nadie sabe lo que ocurrirá en el futuro, el mundo se está moviendo, pero en este momento sería una locura. No es el momento.”
Para buen entendedor, pocas palabras bastan. Hace 14 años era prematuro dar ese salto en el vacío, pero como él le señaló a su gente de confianza, “el mundo”, es decir, Venezuela, se estaba moviendo y nadie podía aventurarse a precisar todavía que ocurriría en el porvenir nacional. Por el momento era una locura. Lo había intentado a finales del año 2001 con la promulgación de 47 decretos-leyes elaborados en secreto al cobijo de los plenos poderes que le había dado una Asamblea Nacional bajo control suyo con la finalidad de cambiar a fondo la estructura del Estado y de la sociedad, y su precipitación casi le cuesta perder el poder que tanto le había costado conquistar. Los gremios empresariales y el mundo sindical, con el respaldo absoluto de la Iglesia Católica, asumieron de inmediato la responsabilidad de movilizar a la sociedad y el 11 de abril del año siguiente se produjo la mayor manifestación ciudadana de la historia venezolana, cuando centenares de miles de venezolanos marcharon desde el este de Caracas hasta el Palacio de Miraflores para exigirle a Chávez su renuncia. Todos sabemos lo que ocurrió entonces, el asesinato de casi 20 manifestantes y en horas de la noche, el pronunciamiento de los cuatro componentes de las Fuerzas Armadas y su encarcelamiento, aunque apenas por dos días.
Fragmento de la ceremonia de presentación de la memoria y cuenta de 2011 por parte del Jefe del Estado de la República Bolivariana de Venezuela, comandante Hugo Chávez Frías, que tuvo lugar en Caracas el viernes 13 de enero de 2012, de 14 a 24 horas, en el Palacio Legislativo. Habían transcurrido ocho horas de la intervención de diez horas sin interrupción que protagonizó el presidente venezolano, cuando la diputada María Corina Machado, aprovechando la amabilidad del orador al permitir que hiciese uso de la palabra, fue irrespetuosa con él y llegó a llamarle ladrón. Chávez respondió, entre otras cosas, los ya famosos "águila no caza moscas" y "usted está fuera de ranking". "¿Ladrón me dijiste?, No, yo no te voy a decir ladrona, sólo mujer venezolana." "Yo primero le sugiero que gane las primarias, diputada, es lo primero que tiene que hacer porque está fuera de ranking para debatir conmigo. Lo lamento mucho, pero esa es la verdad."
Chávez logró superar ese obstáculo, pero tuvo que morder el freno. Restaurado en el poder, pero no ileso del todo, comprendió que debía cambiar de estrategia. Surgió entonces la tesis de “O nos entendemos o nos matamos”, al calor de la cual le dio algo de oxígeno a unos partidos políticos en franca decadencia desde la década de los 90, fenómeno que había facilitado la victoria de Chávez en las elecciones de 1998, al invitarlos a una mesa de diálogo para acordar la normalización de la situación. De esa inesperada manera los hizo cómplices políticos en la tarea de neutralizar la fuerza demostrada por la llamada sociedad civil a cambio de un trozo, muy pequeño sin duda, pero trozo a fin de cuentas, de la gran torta nacional.
Rondas de diálogo y elecciones
Tras aquel fallido intento de entenderse con los partidos de oposición, César Gaviria, secretario general de la OEA, y el ex presidente estadounidense Jimmy Carter, acudieron en ayuda de Chávez. El resultado de ese esfuerzo conjunto de gobierno, partidos de oposición, un sector de la sociedad civil y dos representantes muy significativos de la comunidad internacional fue la instalación de una Mesa de Negociación y Acuerdos, que tras meses de retóricos debates, firmaron un acuerdo muy pomposo pero que decía poco o nada, que sin embargo le ofreció a los venezolanos y a los gobiernos del hemisferio la esperanza de que Venezuela dejaba atrás la opción de matarse, como había ocurrido el 11 de abril, y de ahora en adelante, al parecer sin cuentas por cobrar, estaba resuelta a dirimir sus diferencias por medios pacíficos y democráticos. Es decir, con rondas de diálogo entre las partes y con votos.
En la práctica, el mensaje que lograron darle Chávez y la oposición al mundo en ese punto crucial del proceso político venezolano era que en Venezuela había democracia, aunque para algunos espíritus intransigentes y radicales fuera una democracia maltrecha e insuficiente. Se trataba de reafirmar que a partir de ese instante la conflictividad política y social no desencadenaría estallidos de violencia que perturbaran el desarrollo normal de la convivencia civilizada gracias a una doble válvula de escape: diálogo entre gobierno y oposición reconocida por el gobierno y por lo tanto oposición oficial, ese era el premio político que recibían los partidos políticos que se adaptaran a las circunstancias cada vez que el régimen se sintiera acosado por algún peligro inminente, y elecciones a cada rato y para lo que sea, pero bajo el control de poderes públicos manejados por chavistas disciplinados y que la oposición aceptaba de mejor o peor grado pero con suficiente aquiescencia para darle a los resultados de las urnas electorales legitimidad política e institucional para continuar navegando sin mayores sobresaltos hacia ese punto aún no definido con claridad, pero que Chávez veía en el horizonte como único destino de la Venezuela por venir.
De esa manera, sinuosa pero hasta el día de hoy muy fructífera, se redujo el problema venezolano a un problema exclusivamente económico. Desde entonces, la oposición se limita a excluir de su discurso la naturaleza ideológica del desastre venezolano actual y achacarle a la incompetencia de los gobernantes a la hora de aplicar políticas públicas equivocadas. Nada más. El hecho de que las decisiones en materia económica fueran la causa esencial de la crisis que hoy acorrala a los venezolanos, es decir el proyecto de reproducir en Venezuela la fracasada experiencia cubana, quedó excluido del discurso de una oposición que, para poder seguir jugando en el tablero político, había entendido la necesidad del régimen de no agitar excesivamente las aguas de sus razones ideológicas, y a apostarle todo su capital al diálogo con el régimen y al respeto a las normas políticas y jurídicas impuestas precisamente por el régimen, aunque significara sacrificar su posible significación política y su trasfondo ideológico. Dos casos concretos ponen de manifiesto la magnitud de lo que ha significado esta estrategia política de la componenda con el régimen.
El primero de estos casos ocurrió con la elección presidencial del año 2013. La muerte de Chávez había dejado a Nicolás Maduro como presidente encargado y de acuerdo con la Constitución debían celebrarse elecciones para normalizar la situación. Los partidos de oposición, agrupados desde hacía algunos años en la alianza llamada Mesa de la Unidad Democrática, convocó elecciones internas y los electores decidieron que el abanderado de la oposición fuera Henrique Capriles, quien ya había asumido ese desafío al enfrentar a un Chávez moribundo pero todavía invencible, en las urnas electorales. Ahora todo parecía distinto. Las encuestas daban a Capriles como ganador y cuando el Consejo Nacional Electoral anunció el triunfo de Maduro por muy escaso margen, Capriles exigió un reconteo de los votos. En un primer momento Maduro respondió estar de acuerdo, pero muy poco después, sin duda porque le hicieron ver que eso sería un gravísimo error, cambió de opinión. Él reconocía el veredicto del CNE y le exigía a Capriles hacer otro tanto. Seguro de que había ganado, Capriles convocó entonces al pueblo a manifestarse ante las oficinas del CNE en Caracas y en todos los estados del país para exigir el dichoso reconteo. Las manifestaciones provocaron duros y sangrientos enfrentamientos y Capriles, aunque en ningún momento reconoció la victoria de Maduro, desactivó las protestas. Perdió ese día Capriles y le arrebató a los ciudadanos la oportunidad de orientar a Venezuela hacia la restauración plena de la democracia y la normalización de la economía y la producción, pero de este controversial modo impidió que el país reencontrara en el camino democrático y electoral los fundamentos de la Venezuela contraria a la que Chávez pretendía imponer.
El segundo caso ha resultado aún más dramático. El 2 de abril de 2016, después que el régimen, para eludir las consecuencias fatales de la histórica victoria opositora en las elecciones parlamentarias celebradas en diciembre de 2015, había reaccionado con sucesivos desconocimientos de su derrota, hasta que a finales de marzo el Tribunal Supremo de Justicia dictó dos sentencias que despojaban a la Asamblea de todas sus atribuciones constitucionales y se hacía cargo de ellas. Era un claro y definitivo golpe de Estado que suprimía de un plumazo el Poder Legislativo y la voluntad de los electores, y a la dirigencia de la MUD no le quedó más remedio que renunciar a su controversial acomodo con el régimen, denunciar lo sucedido como lo que en verdad era, un golpe de Estado, y convocar al pueblo a rebelarse en las calles de toda Venezuela hasta restituir el hilo constitucional roto irremediablemente por la voluntad totalitaria de Maduro. Cuatro meses más tarde, a pesar del sacrificio de aquellos días terribles y de la sangre derramada a raudales por centenar y medio de ciudadanos asesinados, a cambio de la oferta del régimen a celebrar las elecciones regionales y municipales canceladas sin ninguna explicación, abandonaron el mandato popular de cambiar de presidente, gobierno y régimen en el menor plazo posible y se lanzaron de cabeza a conquistar unos pocos espacios burocráticos de origen teóricamente electoral. Un mortal paso tan en falso, que fue burlado de inmediato por un régimen que al fin comprendía que su dilema era rendirse ante la presión de la calle o aprovechar la inexplicable claudicación de la MUD para tomar impulso y dar ese salto en el vacío que Chávez no había podido dar. Un salto que se inició actuando de frente y sin la menor consideración contra las dos oposiciones. Contra la oposición disidente y radical, y contra la dialogante y enfermizamente electoralista, herida ya de muerte por sus incorregible conducta de reiteradas incoherencias y deslealtades.
El fin del camino
Las nuevas circunstancias condenaban sin remedio a la MUD. De ahí que mientras en una nueva e injustificable ronda de conversaciones con representantes del régimen en Republica Dominicana intentaban lograr algunas condiciones que flexibilizaran las condiciones que el CNE imponía para la elección presidencial programada para diciembre, Maduro ordenaba al CNE adelantar esos comicios para el mes de abril. De paso, su presidenta anunció que quedaban inhabilitados para participar en este nuevo y definitivo fraude la MUD como alianza electoral y Primero Justicia, su principal partido. Quedaba así echada la suerte de los más cómodos opositores del régimen. Obligados a ir contra su propia razón de ser, no tuvieron otra alternativa que convocar a los electores a abstenerse de votar. Desde ese instante, la alianza y sus dirigentes comenzaron a disolverse en la niebla del no ser, sin pena ni gloria, melancólicamente.
Mientras tanto, la crisis, profundizada por estos componentes políticos abiertamente desestabilizadores y sin solución alguna a la vista, colocaba a los venezolanos ante una realidad desde todo punto de vista insostenible. Sin alimentos ni medicamentos o solo disponibles a precios inalcanzables para la inmensa mayoría de la población, vastos sectores de esa población condenada además a vivir sin servicios de agua ni electricidad, sin transporte terrestre por la falta de repuestos para el parque automotor, sin servicios asistenciales o médicos medianamente adecuados, con el hampa dueña cada día más absoluta de las calles, sin siquiera tener acceso al dinero efectivo excepto en el mercado negro y una juventud que se siente despojada de su legítimo futuro, Venezuela entra en una dimensión desconocida. La próxima semana trataremos de analizar cuáles son las opciones que la realidad le presenta a los ciudadanos.
LA PAVOROSA CRISIS VENEZOLANA (II)
Armando Durán | 09/05/2018 | Web del Frente Patriótico
Nadie lo pone en duda. La crisis que devasta material y espiritualmente a Venezuela es pavorosa. Nadie duda tampoco, ni en Venezuela ni en la comunidad internacional, que la culpa de esta catástrofe política y humanitaria es del régimen. No de la mala aplicación de políticas públicas equivocadas, como algunos dirigentes de la supuesta oposición política todavía insisten en recalcar, sino de una ideología, rebautizada por Hugo Chávez como socialismo del siglo XXI, que es, de la A a la Z, simple comunismo estalinista en su versión cubana.
El principal obstáculo para enfrentar eficazmente al régimen y superar la dramática situación socio económica que asfixia a Venezuela ha dependido de la manera de percibir o no querer ver la naturaleza real de la crisis. Este ha sido el fundamento de las dos estrategias que desde hace 15 años ilustran las contradicciones que minan las fuerzas de la oposición popular venezolana. Para el sector dominante de quienes no comparten las acciones del régimen chavista, reconocer las raíces marxistas-leninistas del proyecto que puso en marcha Chávez con su fracasada intentona golpista del 4 de febrero de 1992, equivaldría a caer en una trampa inadmisible. En verdad, una falsificada visión de la realidad nacional que surgió tras el fracaso de la rebelión civil y militar del 11 de abril de 2002 y que desde entonces ha llevado a numerosos dirigentes de la oposición a pasar por alto la necesidad de sustituir al régimen chavista por otro y los ha hecho en cambio comprometerse a fondo con la misión imposible de dialogar y entenderse con el régimen, argumentando que hablando con sus dirigentes conseguirían convencerlos a rectificar pacíficamente sus erradas políticas públicas. Dejaban así de lado el hecho indiscutible de que las medidas emprendidas por Chávez y sus demoledoras consecuencias sociales no son el resultado de la improvisación y la mala gestión de gobernantes incompetentes, sino el efecto inevitable de una doctrina que apunta directa e implacablemente a la reproducción en Venezuela de la fracasada experiencia cubana. Entrar en ese debate, han sostenido con inusitada insistencia, es hacerle el juego al régimen.
Las dos vías de la oposición
Este sector “moderado” de la oposición -hay que llamarlo de algún modo-, es reconocible porque siempre ha preferido no llamar en ningún momento las cosas por su nombre. De ahí las múltiples incoherencias opositoras, circunstancia que le ha permitido al régimen avanzar con absoluta impunidad hacia ese punto que Chávez decía ver allá a lo lejos, en el horizonte. Puro colaboracionismo, que también ha conducido a los débiles partidos no chavistas a aceptar las reglas imposibles del juego, dictadas con mano de hierro por el régimen, y sentir que gracias a esta claudicación el régimen los identificaba como oposición oficial. Gracias a este “entendimiento”, traducido en frecuentes rondas fraudulentas de diálogo y tramposas elecciones para todo, los jerarcas de la revolución venezolana del siglo XXI han podido elaborar y presentarle al mundo una fraudulenta pero suficiente legalidad democrática para que esas formalidades le permitan a la comunidad internacional justificar su indiferencia. Diálogo y elecciones que por otra parte son auténticos caramelos envenenados que comenzaron a dispensarse a quienes se portaran bien en la llamada Mesa de Negociación y Acuerdos, montada en 2003 por César Gaviria, entonces secretario general de la OEA, y el ex presidente estadounidense Jimmy Carter, a la medida exacta de los intereses de un Chávez vacilante después de su fugaz derrocamiento el año anterior. Desde entonces, con sus altas y sus bajas, este ha sido el mecanismo empleado por el régimen para conservar, consolidar y profundizar su dominio hegemónico hasta el penoso e incierto día de hoy.
Esta turbia y persistente manera de entenderse con el régimen a partir de la engañosa instancia negociadora y del trucado referéndum revocatorio del mandato presidencial de Chávez en agosto de 2004, le sirvió al The New York Times para destacar en un editorial publicado inmediatamente después de conocerse los resultados imprevistos del referéndum, el incomprensible quehacer opositor: “A la oposición venezolana siempre le ha faltado eficacia y realismo para encarar el reto que le presentaba Chávez.”
Esta ha sido desde entonces la línea estratégica y argumental de los llamados partidos de oposición agrupados, los primeros años en la Coordinadora Democrática y desde 2009 en la alianza de la Mesa de la Unidad Democrática. Sin importarles nunca para nada que esa claudicación era el ingrediente esencial que necesitaba el régimen para implantar su proyecto político sin mayores complicaciones, al muy bajo costo de cederles a sus presuntos adversarios reconocimiento oficial y algunos insignificantes espacios burocráticos de origen electoral. Suficientes concesiones, sin embargo, que les han servido a los dirigentes de esos partidos para hacerles creer a millones de venezolanos, víctimas inocentes de una desesperación creciente a medida que el régimen profundizaba su paralizante dominio político e ideológico por la muy cómoda vía pacífica y democrática del diálogo y las urnas electorales.
Precisamente por esta perversa razón, cuando años después el régimen anuncio la fraudulenta victoria de Nicolás Maduro sobre Henrique Capriles en la elección presidencial de 2013, el derrotado candidato de la oposición, a pesar de que había convocado al pueblo a denunciar el fraude en las calles, enseguida admitió la legalidad del evento, una decisión que desactivó de inmediato las protestas populares que habían comenzado a estremecer los cimientos del naciente segundo gobierno del régimen chavista. En ese punto crucial del proceso político venezolano, tres de los principales dirigentes de la oposición, Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado, que le habían dado todo su apoyo a la candidatura de Capriles, decidieron apartarse de esa estrategia contaminada abiertamente de colaboracionismo y llamaron al pueblo a tomar las calles y exigir la ¨salida” de Maduro y el fin del régimen.
Por esta misma razón, sin embargo, los restantes sectores de la oposición acudieron de prisa y corriendo al urgente llamado de Maduro a reunirse con él en el Palacio de Miraflores para “encontrar”, todos juntos y revueltos, la dichosa solución pacífica y negociada a las tensiones de aquel difícil momento entre el régimen y los ciudadanos. El resultado de aquella operación de maquillaje, gracias al falso mensaje de un potencial entendimiento de unos y otros sin violencia a pesar de que medio centenar de manifestantes habían sido asesinados por las fuerzas represivas del régimen, fue que tres meses después el régimen recuperó el control de la situación. López y Ledezma terminaron presos en la cárcel militar de Ramo Verde y Machado fue despojada de su condición de diputada a la Asamblea Nacional. Una vez más el régimen y la oposición oficial se daban las manos y de ese tácito acuerdo político salió un modus vivendi diseñado para continuar avanzando en el proyecto oficialista de destruir lo poco que iba quedando de la Venezuela de antaño para construir el futuro revolucionario de Venezuela sobre las ruinas del antiguo régimen democrático.
Se precipita la crisis
Un aparente remanso de paz invadió las calles de Venezuela. No obstante, la crisis socio-económica se fue abriendo paso aceleradamente en la realidad venezolana. Un hecho demasiado palpable y cada día más insostenible que impulsó a los venezolanos a aprovechar la convocatoria a elecciones parlamentarias en diciembre de 2015 para ajustar cuentas con un régimen que a pesar de todo iba transformando la crisis económica y social en auténtica e insostenible crisis humanitaria. La fuerza demostrada aquel día de la votación por millones de ciudadanos resueltos a darle un vuelco decisivo a la situación política produjo un hecho histórico: a pesar de los apaños, las trampas y las manipulaciones, la magnitud de la derrota del oficialismo obligó al Consejo Nacional Electoral a reconocer que los candidatos de la oposición habían conquistado la victoria y en cuatro semanas ocuparían las dos terceras partes de la nueva Asamblea Nacional.
Ya sabemos lo que ocurrió después. Si bien en un principio el régimen pareció reconocer la aplastante derrota de sus candidatos, muy pronto desataron una ofensiva encaminada a neutralizar por todos los medios esa irreversible contingencia. Día a día el Tribunal Supremo de Justicia, conformado por magistrados designados por la saliente Asamblea Nacional durante esas cuatro semanas que discurrieron entre la elección de los nuevos diputados y la instalación de la nueva Asamblea Nacional, desmantelaban las iniciativas legislativas aprobadas constitucionalmente por la nueva mayoría parlamentaria. Continuos desmanes antidemocráticos que a finales de marzo de 2017 llegaron al extremo de dictar dos sentencias mediante las cuales se despojaba a la Asamblea Nacional de las atribuciones y funciones que la Constitución le fija al Poder Legislativo y se las asignaban al ahora todopoderoso TSJ.
Aquello fue un auténtico golpe de Estado. Todas las alarmas se dispararon en una comunidad internacional que al fin dejaba atrás la aceptación de lo inaceptable porque hasta ese instante crucial la astucia del régimen había sabido aplicarle una ligera capa de legalidad a sus decisiones menos democráticas, y por otra parte obligó a los partidos de la Mesa de la Unidad Democrática a abandonar su cómoda posición de no ver lo evidente: ante una realidad que los dejaba por sorpresa fuera del juego, no les quedaba otro camino que reaccionar con firmeza contra esas nuevas decisiones del régimen que los condenaban a la no existencia en el escenario político al que se habían ido acomodando a lo largo de los últimos 15 baños. Denunciaron las dos sentencias del TSJ como lo que en verdad eran y, apoyados por un sector cada día mayor de la comunidad internacional, desde la MUD y desde la Asamblea Nacional, convocaron a los ciudadanos a invocar el derecho constitucional de rebelarse contra el régimen y tomar las calles hasta cambiar de presiente, gobierno y régimen en el menor plazo posible con la finalidad de restaurar el roto hilo constitucional y el Estado de Derecho. Y así, sin haberlo deseado en absoluto, se veían forzados a adoptar la postura disidente que habían rechazado con ciega vehemencia desde los ya remotos tiempos de la Mesa de la Negociación y Acuerdos y del referéndum revocatorio de 2004.
Ahora, con la dirigencia política de los dos sectores enfrentados de la oposición, Venezuela estalló el 2 de abril de 2017. Desde ese día, y durante cuatro sangrientos meses, el mundo contempló admirado cómo centenares de miles de venezolanos tomaban las calles de todo el país, se enfrentaban con palos y piedras a las fuerzas represivas del régimen, regaban el asfalto con la sangre de más de 150 manifestantes y con la fuerza incontenible de su voluntad de cambio acorralaban régimen. A todas luces, el tiempo se le acababa a velocidad de vértigo a la mal llamada revolución bolivariana. Nadie contaba, sin embargo, con la astucia de los asesores de Maduro para enfrentar el reto de la calle, ni con la elasticidad infinita del oportunismo de ese sector de la oposición con corazón colaboracionista. Y aquella burbuja, ya lo veremos la semana que viene, se disolvió de repente.
¿QUIÉNES HAN SIDO MAYORITARIAMENTE LOS ACTORES QUE ORIGINARON ESTE HORROR?
HENRY FALCÓN Y LA VENEZUELA DE LA DECADENCIA
El candidato opositor venezolano Henri Falcón, del partido Avanzada Progresista, es entrevistado en el programa Conclusiones de CNN en Español por Fernando del Rincón en torno a las próximas elecciones presidenciales del 20 de mayo en Venezuela y su posición ante las mas recientes declaraciones de la Mesa de Unidad Democrática (MUD).
Antonio Sánchez García | 09/05/2018 / Web del Frente Patriótico
Es útil y extraordinariamente entretenido estudiar la historia de la República de Venezuela. Pero recomiendo hacerlo con sumo cuidado. Es nada edificante.
Antonio Sánchez García @sangarccs
A Corina Yoris
“Se sabe que durante ese lapso de tiempo hubo debilidades y torpezas lamentables de parte del jefe de Gobierno, que hubo ineptitudes, cobardías y traiciones sin cuento por parte de muchos de los empleados militares y civiles a su servicio, y que una fortuna extraordinaria acompañó a Castro.”
Antonio Paredes, Cómo llegó Cipriano Castro al poder, 1906
Releo la historia de la República y me abisma constatar la reiteración de sórdidos capítulos que parecen obedecer a una maldición satánica. Quien quiera acercarse a su comprensión puede recurrir a ese compendio de canalladas, tartufadas, traiciones y aberrantes despropósitos ocurridos a lo largo de todo el Siglo XIX narrados con singular maestría por Ramón Díaz Sánchez en su obra Antonio Guzmán Blanco, Elipse de una Ambición de Poder. Recién llegado le pedí a un muy querido amigo, casado por entonces con una afamada historiadora, me recomendara algunos libros claves para la comprensión del país por el que había caído como embrujado y no titubeó en recomendármelo. Lo he releído dos o tres veces, a pesar y en contra de la opinión de algún historiador de postín que lo menosprecia. Lectura acompañada de las siempre estremecedoras Memorias de un venezolano de la decadencia, de José Rafael Pocaterra. Pues el Cabito condensa y prefigura la siniestra payasería de Chávez. Aunque no era un cobarde vendepatria. De esos polvos, estos lodos.
Ni Chávez ni las ominosas circunstancias de su asalto al poder – el golpe de estado, el perdón presidencial, su liberación, la fascinación desbordante que despertara entre las masas y sus élites, la emergencia de una nueva burguesía de ocasión, rapaz y salvaje, la obscena sumisión de los medios, el nacimiento intempestivo de bancos buitres y las pugnas de pandillas con sus consecuentes asesinatos, talanqueras y asaltos al tesoro público –, ninguna de esas barbaridades, repito, son inéditas. Todas, prácticamente sin excepción, están prefiguradas en la Venezuela portátil nacida intempestivamente del 19 de abril de 1810. Incluida, naturalmente, la perfidia de las sedicentes “oposiciones” y su disposición a dejarse embaucar, cooptar, comprar o corromper por los poderosos de turno. Notabilísimas y muy raras excepciones que ya nadie recuerda u honra: Antonio Paredes, Rómulo Betancourt, Carnevali, Ruiz Pineda y todas las víctimas de la dictadura anterior, representantes de un partido que dejó de existir en manos de sus capataces. Y todos a quienes se les pudrieron los huesos en La Rotunda. Ahora mismo: los doscientos mártires, encabezados por Oscar Pérez, masacrado junto a los suyos ante la indiferencia de un país catatónico, y quienes dejaron de ver la luz enterrados en la tumba ante la indiferencia de quienes “como sólo tienen el voto como arma de defensa, votarán por Falcón”. ¡Tartufos!
Y no desde que Adriano González León diera con esa maravillosa ocurrencia, sino desde la imperdonable traición de Bolívar a Miranda, las veleidades oportunistas del Marqués de Casa León, los vaivenes de los patriotas y el llaneraje salvaje devenido en asaltantes realistas o mercenarios independentistas, un día con Boves, otro con Monteverde, al siguiente con Páez, el de más allá con Bolívar y Sucre. Dependiendo de cuán sustanciosas fueran las recompensas y qué indicara la rosa de los vientos. De la misma calaña son los avatares de La Cosiata y el machetazo de Páez a Bolívar. Nihil novum sub sole.
Todos y cada uno de esos capítulos que se han reiterado en una historia que se ha negado desde entonces a cerrarlos, decantarlos, metabolizarlos para dejar de mirar al pasado y terminar por volver la página hacia un incierto futuro. ¿Qué ejemplo más siniestro y devastador de la maldición que cargamos – la he llamado la maldición de Bolívar – que el chavismo y la resurrección de su fantasma en el más terrorífico regreso al corazón de nuestras tinieblas? ¿Imaginable una revolución napoleónica en Francia, bismarckiana en Alemania, carlista en España, santanderista en Colombia u o’higginista en Chile? Mírese a cualquier país civilizado: en todos ellos los muertos ya enterraron a sus muertos. Sólo en Venezuela sus fantasmas salen de sus tumbas para hacernos la existencia imposible a los vivos.
Esta alevosa traición de Falcón a la MUD, como su anterior traición o simulacro de tal hacia Chávez, sigue con estricta fidelidad todas las traiciones que en Venezuela han sido. La de Arias Cárdenas a Chávez para sumarse al partido de Teodoro Petkoff, la del mismo Arias Cárdenas a Teodoro Petkoff para devolverse luego a los brazos de Chávez, la del mismo Petkoff y todos quienes traicionaron la democracia de Rómulo para correr como ratas detrás de la revolución de Fidel Castro. Suma y sigue. (Dejo entre paréntesis las traiciones de quienes se le voltearon a Marcos Pérez Jiménez) La de Gómez al Cabito, su compadre, cuando le arrebata el poder in absentia. Como la que le hace su estado mayor al presidente Ignacio Andrade, cuando éste los envía a La Victoria a negociar con Cipriano Castro su entrega y en donde todos, sin excepción, con sus ejércitos de 3.000 hombres, se suman a la llamada Revolución libertadora, que comenzara su aventura delirante pocos meses antes con sesenta campesinos. Fueron a meterlo preso y terminaron trayéndolo en hombros a Caracas.
El golpe de Chávez, las FAN, sus traiciones y la ultra reacción mercantilista contra Carlos Andrés Pérez continuó una saga iniciada con el golpe del militarismo paecista a José María Vargas, y exactamente como aquellos golpistas no serían tocados ni con el pétalo de una rosa por el gobernante José Antonio Páez, tampoco lo serían quienes, gracias a la aclamación del golpismo de la Cuarta y la cayapa de sus capitostes hoy saquean el Banco Central y aherrojan a la juventud en la Tumba, exactamente como Gómez lo hiciera con los jóvenes del 28 en el Cuartel San Carlos. Tampoco el asalto de los colectivos a la Asamblea Nacional tuvo mucho de inédito. Su versión original tuvo lugar en enero de 1848 con saldo de muertos y heridos. Culpables de la trifulca, los héroes Páez y Monagas. Esta carrerilla de las izquierdas opositoras, bolcheviques o socialdemocráticas, y las viejas y desnortadas élites políticas del Puntofijismo adecocopeyano ya riza el rizo del absurdo. Ver a Eduardo Fernández abrazado con Carlos Raúl Hernández y Claudio Fermín es como para coger palco. Me hace recordar a quienes esperaban ansiosos frente a la Quinta de Misia Jacinta por la decisión del de La Mulera para terminar de lanzar su basural de injurias y traiciones contra Cipriano Castro.
Mejor no hablemos de los fraudes electorales. Sir Robert Ker Porter, el cónsul británico llegado a Venezuela en 1825, da cuenta en sus memorias de que en ningún país por él conocido eran tan fraudulentos y se robaban tanto y de manera tan abierta y descarada los procesos electorales como en Venezuela. Ni era permitida tan ladrona voracidad funcionaria. El mismo Porter cuenta que el sisar era práctica corriente de todas sus servidumbres y el robo en gran escala, aspiración lógica y natural de los poderosos. Mariño se robaría la mitad del préstamo que Páez tramitaba para una compra de armas a los americanos. ¿De dónde sacó el mismo Páez su hacienda San Pablo con sus doce mil reses y sus kilómetros cuadrados sino del asalto y robo a mano armada a sus legítimos propietarios, mantuanos expropiados con violencia y muerte por la vorágine revolucionaria de la Guerra a Muerte? Con una diferencia abismal: Páez y el llaneraje que ascendería desde el hambre a las alturas de la pardocracia se ganó sus bienes combatiendo. ¿Cuándo y dónde combatieron los boliburgueses, ya poco importa si Diosdado Cabello o Rafael Ramírez, Tarek El Aissami o el tuerto Andrade?
Es útil y extraordinariamente entretenido estudiar la historia de la República de Venezuela. Pero recomiendo hacerlo con sumo cuidado. Es nada edificante.
María León Gibory, antigua guerrillera de 75 años, profesora, madre, abuela y bisabuela, en ese entonces diputada del Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, por Aragua, improvisó una intervención reflejo fiel de sus ideales sesentaocheros durante la ceremonia de presentación de la memoria y cuenta de 2011 por parte del Jefe del Estado de la República Bolivariana de Venezuela, comandante Hugo Chávez Frías, que tuvo lugar en Caracas el viernes 13 de enero de 2012, de 14 a 24 horas, en el Palacio Legislativo.
YO, EL SESENTAYOCHERO
Antonio Sánchez García | 08/05/2018 | Web del Frente Patriótico
Muchos años después, ya caraqueño y de paso por Berlín, descubrí que los fantasmas del 68, pálidos y desdentados por el abandono y la drogadicción, seguían vagando por las esquinas, viviendo en comunas, durmiendo interminablemente en cuartos malolientes a sahumerio y haschich, rodeados de tejidos hindúes y música oriental, prisioneros de un mundo definitivamente perdido, extraviados en el naufragio.
Antonio Sánchez García @sangarccs
“Es más fácil ponerse de acuerdo sobre lo que es el infierno que el paraíso”
Andre Glucksman
Pedro Mogna, in memoriam
Abro la edición especial de El País de España sobre la conmemoración del cincuentenario de Mayo del 68, del que recién me entero en este sábado de penurias, abrumado por esta dantesca pesadilla pos castrista: me encuentro con una colección de banalidades periodísticas que apenas rozan los estremecedores hechos que entonces protagonizáramos, con 27 años a las espaldas, en Europa, recibidos y rebotados desde el Muro de Berlín, en cuyos aledaños yo vivía, pero irradiados desde ese centro cordial de la revolución de los Beatles y los Rollings, Silvie Vartin y Johnny Holliday, Pierrot Le Fou y Monica Viti, Barbara y Jacques Brel, Pink Floyd y Charles Aznavour. No era el Palacio de Invierno ni el Cuartel Moncada: era La Sorbonne, el Quartier Latin, Nanterre y Vincenne, la Rive Gauche, el Sena, l’Odeon, Chatelet y el Boulevard Saint Germain, Luchino Visconti, Alain Delon y Claudia Cardinale, Godard y Federico Fellini. Hasta recibir como una bofetada la foto de Andre Glucksman, un sesentayochero parisiense de tomo y lomo que nos mostró el camino de la rebeldía dentro de la rebeldía desenmascarando la estafa marxista, viniendo a morirse, precisamente, en los comienzos de esta conmemoración, a la joven edad de setenta y ocho años. Merde alors!
Ha muerto el pasado fin de semana Pedrito Mogna, a los 73, que debe haber andado en esos tiempos de gloria por esos lados: la Place Saint Michel, el Quai des Grandes Augustins, esa orilla izquierda del Sena donde aún sobrevive L’Escluse, el tarantín en donde cantaban Barbara y Jacques Brel, no lejos de L’Escale, el tugurio subterráneo en donde cantaban Jesús Soto y Violeta Parra. Sucedió en Le Pont Neuf, Notre Dame y la librería de Francois Maspero. Nous etions tous des juifs allemands! Sería maravilloso imaginarse que en efecto, su fantasma burlón recorre les bouquinistes de la Rive Droite y la librería de Ruedo Ibérico, en donde encontrábamos a los viejos republicanos antifranquistas y su tozudo combate contra el imbatible Generalísimo. El índice desgastado de tanto golpearlo contra la mesa asegurando a los gritos que ese año sí que caía el tirano. Se murió de viejo. Como Fidel y Stalin, Mao y Augusto Pinochet. Los malos se mueren en sus lechos, no rendirán jamás cuenta de sus crímenes, salvo en Libia y en El Cairo, en Pakistán y en Berlín.
Por allí currucuteábamos con nuestros compañeros de andanzas: Rudi Dutschke, Gastón Salvatore, Danny el rojo, Gudrun Ensslin y Bernward Vesper-Triangel. Por esas callejuelas torcidas que trataban de imitar el zoco de Marraquech o los barrios del Pireo, en donde olía a cous cous y a chawarma, a cordero y queso de cabra, a salchicha con salsa de Dijon, a pizza, a resina, a Atenas y Alejandría. Paris se había convertido, por primera vez en su historia desde 1789, en la capital mundial de la revolución. La Habana era una alpargata. Moscú, un museo de cera. Pekin, una ilusión óptica. Era en Paris, era en Mayo, era en 1968. En el bulevar de los adoquines.
Yo vivía en Berlín, no en Paris. Y en mi memoria estaban Rosa Luxembourg y los espartaquistas de la revolución muniquense de noviembre de 1918. Teníamos suficientes antecedentes intelectuales como para no intimidarnos cuando venían los compañeros del 5eme a participar en el Vietnam Kongress que organizamos en enero de ese año glorioso. Daniel Cohn-Bendit era un joven discípulo judío alemán que solía visitarnos en la sede de la JUSO, Las Juventudes Socialistas, en la Kurfürstendamm. Tampoco me interesaban Sartre o George Bataille, Henry Lefebre o Michel Foucault, Jacques Lacan, Lucien Goldman o Claude Lévy-Strauss. Muchísimo menos el estructuralismo y Louis Althusser con su marxismo latoso, de ferretería. Nos sobraba de teoría crítica y marxismo auténtico con Herbert Marcuse y Ernst Bloch, Theodor Adorno y Jürgen Habermas, Günther Grass y Bertolt Brecht. Ansiosos por rescatar la memoria de la revolución bolchiveque habíamos rescatado del olvido a Georg Lukács y a Karl Korsch, imprimiendo a mimeógrafo en noches de cervecería, enfrentamientos con la policía y Penny Lane, Historia y Conciencia de Clase o Marxismo y Revolución. Para estar a tono con Mary Quant y la libertad sexual, también reprodujimos a estencil, en 1967, Die Funktion des Orgasmus, La Función del Orgasmo, de Wilhelm Reich. Y nos fajamos a estudiar a Freud y el psicoanálisis, para descifrar el laberinto de nuestros antepasados, las claves del autoritarismo, la esencia del nazismo. Volvíamos a las nostalgias del matriarcado. Fuimos militantemente anti autoritarios, anti militaristas, anti estalinistas, antiburgueses.
Fueron los años más apasionantes de la historia de la pos guerra europea. Años de ruptura existencial, de rechazo total al tradicionalismo castrador de la vieja vida universitaria europea, años de desenfado, de irrespeto, de heterodoxias. Años real y verdaderamente revolucionarios. Es cierto: de revolucionario en el sentido estrictamente político y marxista del término, fueron años de espuma y aromas revolucionarias. Superestructura pura. Sin una gota de proletariado ni campesinado. Y por lo mismo: auténticamente liberadores. Cuando llegó la derrota, acompañada de dolorosas experiencias individuales y colectivas, a mediados del 69, nos vimos náufragos de la nada, nuestras relaciones familiares destrozadas, cubiertos de fracasos académicos, con ilusiones rotas y las manos vacías. En rigor habíamos sido víctimas de nuestros delirios, sacudidos hasta la médula por las experiencias psicodélicas, borrachos de ideología y locura, la melena en los hombros, un mareo devastador y la sensación de haber pasado unas vacaciones en el paraíso. De regreso a los infiernos. Sin nada en las manos..
Como Sísifo: ascendimos hasta las alturas para deshacernos del fardo de las tradiciones y volvimos a caer con los brazos quebrados y las alas rotas, como el Ángel Nuevo de Paul Klee. Ni la música, ni la literatura, ni la vida cotidiana serían lo mismo. Habíamos logrado sacudirlo todo de raíz. Y cuando la polvareda volvió a decantarse y el mundo reapareció con el látigo en la mano para demostrar que era inmodificable y que la estupidez, como lo dijese el filósofo italiano Antonio Labriola, maestro de Gramsci, era la única realidad que podía desafiar eternidades.
Muchos años después, ya caraqueño y de paso por Berlín, descubrí que los fantasmas del 68, pálidos y desdentados por el abandono y la drogadicción, seguían vagando por las esquinas, viviendo en comunas, durmiendo interminablemente en cuartos malolientes a sahumerio y haschich, rodeados de tejidos hindúes y música oriental, prisioneros de un mundo definitivamente perdido, extraviados en el naufragio. Me abrieron los brazos y me dijeron, con lágrimas en los ojos, como si el náufrago, el que venía cuarenta años después desde Caracas, hubiera sido yo, “willkommen, achtundsechszigler”, bienvenido sesentayochero.
No pude contener las lágrimas.
LAS METAMORFOSIS DEL CHAVISMO
Héctor E. Schamis | 08/05/2018 | Web del Frente Patriótico
Maduro, Falcón y el gobierno de “unidad nacional”
En inherente al chavismo, su plástica naturaleza y sus transformaciones perpetuas. Metamorfosis kafkianas que siempre ha emprendido a voluntad. Por quedarse en el poder, todo; aun convirtiéndose en insecto gigante. Como Gregor Samsa, despreciado por su familia y confinado a su habitación pero con la capacidad de causar consternación.
El reacomodamiento de las piezas está en curso, según me llega desde varias fuentes confiables. En un almuerzo que habría tenido lugar hace dos semanas, los embajadores de algunos países de la Unión Europea en Caracas conversaron con el candidato Henri Falcón. Allí se hizo referencia a un gran acuerdo político preparado por José Luis Rodríguez Zapatero.
En base a dicho acuerdo, gobierno y oposición—léase el candidato Falcón—se comprometerán a asegurar la estabilidad y lanzar un plan económico de recuperación inmediatamente después de la elección del 20 de mayo. El escenario previsto es de siete millones de votos para Maduro y cinco millones para Falcón. Es la consabida fórmula del fraude inteligente: 60-40.
Con dicho resultado Falcón será el líder de una oposición a la medida del régimen. Tanto que se habla de ofrecerle la vicepresidencia. La idea ya estaba dando vueltas hacía tiempo, pero fue Zapatero, eximio diseñador de contubernios, quien aparentemente le dio las puntadas finales: un gran gobierno de reconciliación y unidad nacional.
Con tanta pompa no es difícil de imaginar la celebración de Maduro, su acostumbrada danza macabra. En la metamorfosis todo es posible. El insecto de hoy es el clásico consociacionalismo holandés en versión caribeña, una gran coalición de gobierno. Algo así como el Frente Nacional colombiano de 1958 a 1974, claro que en apariencia: Falcón no es más que un subcontratista de la franquicia chavista.
El esquema se ve como un barniz de legitimidad para salir del aislamiento internacional. Francisco Rodríguez, asesor de Falcón, se convertirá en zar de la economía. Tal vez sea zar en el futuro, pero hoy es conocido como el rey de los bonos de hambre. Es que Rodríguez es bróker de tenedores de deuda venezolana y fue eficaz en convencer al gobierno que pague. Es decir, que destine los recursos a Wall Street en lugar de atender la crisis humanitaria. Viva la revolución, de la hipocresía.
Pero servir la deuda fue cosa del pasado, varios de los bonos están impagos hoy. El riesgo, cierto e inmediato, es el default generalizado y luego los buitres. Para evitarlo traen a Rodríguez, con el apoyo de los acreedores, su propuesta de dolarización y su búsqueda de platas frescas.
Bien puede ser una expresión de deseos que, ante el fracaso, será leído como un engaño por parte del gobierno. El gobierno de Maduro no está en condiciones de emitir deuda nueva, salvo privatizando activos que asimismo están deteriorados. Y si el plan es usar la moneda Petro como instrumento de deuda, esa es precisamente la razón por la cual el Departamento del Tesoro de Estados Unidos lo incluyó en el régimen de sanciones existente.
Jugar con fuego supone el peligro de quemarse, deberían saber los zares, pero si todo esto resulta, el gobierno habrá logrado una vez más lo que hace ya varios años viene consiguiendo con éxito: alargar su horizonte temporal en el poder. O sea, ganar tiempo, desmovilizar, reprimir aunque mejor cooptar, con presos políticos y con rehenes silenciados, neutralizar a la oposición, barajar y dar de nuevo. Una y mil veces.
Y mientras tanto avanzar en la construcción de un sistema de partido único. En las elecciones regionales de octubre y las municipales de diciembre últimos, fue con fraude y disfraz de democracia competitiva. No debe olvidarse que hubo gobernadores de la MUD que se juramentaron frente a la Asamblea Constituyente, también fraudulenta. Ahora será igual pero con la máscara de un gobierno de unidad nacional.
El comodín de la baraja es qué hará la comunidad internacional el 20 de mayo por la noche. Muchas naciones han anunciado que desconocerán el resultado de dicha elección. Lo cual quiere decir desconocer al gobierno que de allí surja. Sin embargo, algunos países que habían retirado sus embajadores de Caracas—España y Panamá, por ejemplo—han vuelto a enviarlos. ¿Es un retorno temporal a sus destinos?
Es que si verdaderamente desconocen la elección, dichos embajadores deberían estar en casa el día 21. De otro modo, que se preparen para convivir con un insecto gigante en el hemisferio. A este no podrán encerrarlo en su habitación.
OPENHEIMER NO DEJÓ PARA NADIE CON LO QUE SOLTÓ DE HENRI FALCÓN
Andrés Openheimer | 08/05/2018/ Web del Frente Patriótico
En una fuerte columna de opinión publicada en El Nuevo Herald, el periodista argentino Andrés Openheimer descargó al candidato presidencial Henri Falcón, a quien calificó como el “mayor traidor” de la historia actual de Venezuela.
Hizo un llamado a las democracias occidentales a que se pronuncien contra su candidatura.
Seguidamente, dejamos el texto completo:
“Hay una gran falencia en la posición común del presidente Trump, la Unión Europea y los países más grandes de América Latina de no reconocer los resultados del fraudulento proceso electoral para las elecciones del 20 de mayo en Venezuela: la falta de una denuncia explícita a la candidatura del supuesto líder opositor Henri Falcón.
Falcón, el mayor traidor del momento en Venezuela, podría llegar a darle una cuota de credibilidad a las elecciones presidenciales más tramposas en la historia reciente de Sudamérica. A menos que las democracias occidentales lo denuncien explícitamente como un impostor, un número de venezolanos más grande de lo esperado podría votar por Falcón, e inadvertidamente darle un barniz de seriedad a la farsa electoral de Maduro.
Falcón es un ex gobernador del estado de Lara que rompió filas con el régimen de Chávez en 2010 y más tarde se convirtió en el jefe de campaña de la coalición opositora MUD en las elecciones de 2013.
Pero recientemente, cambió de bando nuevamente. Justo cuando sus ex compañeros de la MUD, la Organización de Estados Americanos, Estados Unidos, México, Brasil, Argentina y prácticamente todos los demás países latinoamericanos decidieron denunciar los comicios del 20 de mayo, Falcón anunció su candidatura presidencial para competir contra el dictador venezolano Nicolás Maduro.
Las elecciones del 20 de mayo, tal como están, son un chiste: Maduro ha prohibido a los líderes de la oposición competir contra él, ha inhabilitado a los principales partidos de oposición del país y se ha negado a permitir un tribunal electoral independiente.
Pero en un país que está sufriendo uno de los peores colapsos económicos del mundo en la historia reciente, y donde las encuestas muestran que el 80 por ciento de la población quiere que se vaya Maduro, la desesperación podría llevar a muchos venezolanos a votar por el mal menor.
Todo el mundo sabe que a Falcón no se le permitirá ganar. Incluso Smartmatic, la compañía de máquinas de votación automáticas que supervisó las elecciones venezolanas durante gran parte de la era chavista, se retiró del país el año pasado, diciendo que el gobierno estaba alterando los resultados electorales.
Ahora, todo indica que Maduro inventará un resultado electoral que lo mostrará ganándole a Falcón por un pequeño margen, para que parezca una elección competitiva. Maduro espera que un resultado apretado le dé al menos a algunos países un pretexto para seguir haciendo negocios con su dictadura.
¿Por qué se postularía Falcón, sabiendo que no lo dejarán ganar?, le pregunté a varios líderes opositores.
Me respondieron que Falcón aprovechó el boicot generalizado de la oposición a los comicios para posicionarse como el líder de la oposición elegido por Maduro. Falcón espera que, a medida que el colapso económico de Venezuela se vuelva insostenible, Maduro eventualmente convocará a un “gobierno de unidad nacional” y lo invitará a ocupar un cargo de importancia.
‘Falcón se ha convertido en la oposición ‘oficial’”, me dijo Julio Borges, líder del partido opositor Primero Justicia. ‘Lo está haciendo para su propio beneficio personal”’.
Falcón cuenta con el apoyo de algunos tenedores de bonos de Wall Street, que están ansiosos por tener un amigo en un potencial “gobierno de unidad nacional”, que esperan garantice los pagos de la deuda venezolana. El principal asesor económico de Falcón es el economista graduado de Harvard Francisco Rodríguez, de Torino Capital, una firma de inversiones de Nueva York especializada en América Latina.
Los defensores de Falcón dicen que la oposición venezolana no puede cometer el error que cometió en 2005, cuando boicoteó las elecciones legislativas y permitió que Chávez obtuviera el control del Congreso.
Pero, a diferencia de 2005, el boicot actual de la oposición venezolana es respaldado públicamente por todas las principales democracias del mundo. Es una diferencia clave. Nunca antes Maduro había estado tan aislado y tan presionado para postergar su elección y convocar a una votación libre, justa y creíble.
Para evitar que Falcón le de cierta legitimidad al fraudulento proceso electoral de Maduro, las democracias occidentales deberían decirle explícitamente a los votantes venezolanos que la candidatura de Falcón es un engaño, y amenazar con imponerle sanciones financieras al candidato a menos que se retire de la contienda. No se debe permitir que Maduro se salga con la suya con esta farsa electoral”.