“Cuando millones de personas aceptan los delirios de un fanático, la culpa está muy extendida”. Sas
El encontronazo de María Corina y Chávez
Published on Jan 13, 2012
Por favor no me mientan más…Si quieren ejercer el control de todo como buenos comunistas, díganlo, pero no engañen más…Censo de gasolina, 5 ceros menos en el cono monetario que aun no han podido hacer efectivo...YA BASTA...No nos envuelvan con sus galimatías...
Para establecer su ideología no nos lleven a la “banalidad del mal”, que es peor que el mal mismo. La expresión banalidad del mal fue acuñada por Hannah Arendt (1906-1975), teórica política alemana, en su libro Eichmann en Jerusalén, cuyo subtítulo es Un informe sobre la banalidad del mal. En 1963, basándose en sus reportajes del juicio y sobre todo su conocimiento filosófico-político, Arendt escribió un libro que tituló Eichmann en Jerusalén. En él, describe no solamente el desarrollo de las sesiones, sino que hace un análisis del «individuo Eichmann».
Según Arendt, Adolf Eichmann no poseía una trayectoria o características antisemitas y no presentaba los rasgos de una persona con carácter retorcido o mentalmente enferma. Actuó como actuó simplemente por deseo de ascender en su carrera profesional y sus actos fueron un resultado del cumplimiento de órdenes de superiores. Era un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann, todo era realizado con celo y eficiencia, y no había en él un sentimiento de «bien» o «mal» en sus actos.
Eichmann no era el «monstruo», el «pozo de maldad» que era considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente, pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio.
Sobre este análisis Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos «malvados» no son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores.
Hannah Arendt discurre sobre la complejidad de la condición humana y alerta de que es necesario estar siempre atento a lo que llamó la «banalidad del mal» y evitar que ocurra.
Hoy la frase es utilizada con un significado universal para describir el comportamiento de algunos personajes históricos que cometieron actos de extrema crueldad y sin ninguna compasión para con otros seres humanos, para los que no se han encontrado traumas o cualquier desvío de la personalidad que justificaran sus actos. En resumen: eran «personas normales», a pesar de los actos que cometieron.
Maduro garantizó subsidio de la gasolina a quien tenga carnet de la patria y se registre en el censo de transporte
El presidente de la República afirmó que "el que no se registre en el censo nacional de transporte queda por fuera de esta nueva política de protección"
CRISBEL VARELA
El Universal 31/07/2018 05:48 pm
Caracas.- El presidente de la República, Nicolás Maduro, garantizó que todas las personas que estén registradas en el Censo Nacional de Transporte y tengan el carnet de la patria tendrán un subsidio directo de la gasolina.
Afirmó que "el que no se registre en el censo nacional de transporte queda por fuera de esta nueva política de protección", asegurando que el objetivo es "integrar y proteger a todas las personas que tengan un vehículo automotor".
El vicepresidente de Comunicación, Cultura y Turismo, Jorge Rodríguez, informó este martes que a partir de mañana arrancará el censo nacional de transporte anunciado por el presidente Maduro el pasado 25 de julio, donde firmó un decreto para activar de manera inmediata el Censo Nacional del Transporte en todas sus modalidades.
“Le vamos a entregar al pueblo el subsidio directo a través del carnet de la patria y del censo nacional del transporte. El pueblo lo apoya y no va a haber fuerza en esta tierra que detenga que eso sea una realidad”, dijo.
En función de la reconversión monetaria que se tiene prevista para el 20 de agosto, indicó que se deben consolidar los sistemas de pago electrónico a pesar de que el papel moneda está listo para la circulación.
"Debemos llegar al momento de tener 100% el pago electrónico, la bancarización de toda la sociedad", expresó durante una reunión con gobernadores en el palacio de Miraflores.
Expresó que tienen hasta "diez, quince veces más papel moneda de lo que hace falta por si acaso nos tiran una remedida las mafias de Cúcuta".
Maduro instó a la vicepresidenta de la República, Delcy Rodíguez y Tareck El Aissami, ministro para las industrias y producción nacional y vicepresidente del área económica, a trabajar en el programa de Recuperación, Crecimiento y Prosperidad Económica para "recuperar la economía, vencer la inflación, la especulación, buscar el camino integrado de la economía, recuperar la capacidad adquisitiva, la estabilidad, instaurar un nuevo sistema de precios".
Explicó que la recuperación económica del país comenzará de "manera intensa desde el 20 de agosto con la reconversión monetaria" que estará anclada al petro para, según él, un mejor funcionamiento de la economía nacional, lo que va a generar "un impacto positivo".
El mandatario aseguró que las fallas eléctricas que se presentaron este martes en Caracas, Miranda y Vargas fue un saboteo y dijo que se realizarán las investigaciones pertinentes para encontrar los culpables.
Los volátiles escenarios de la gasolina
POR Víctor Salmerón
PRODAVINCI 01/08/2018
Nicolás Maduro ha disparado las hipótesis sobre qué ocurrirá con el precio y la venta de gasolina. El presidente de la República admitió el sábado, 28 de julio: “¿Cuánta gasolina se nos va al Caribe? ¿Cuánta gasolina se nos va a Colombia? Toneladas, producto de que en Venezuela los hidrocarburos, la gasolina, decir que se regala es poco, pagamos por echarla. Aquí la gasolina no vale nada. Pero decir eso es mentira, sí vale mucho, la paga el Estado. Tenemos que ir a un uso racional, justo”.
Inmediatamente informó que vinculará la venta de combustible para vehículos al Carnet de la Patria, la identificación que brinda acceso a los bonos y cajas de comida que reparte el gobierno: “Todas las personas que tengan un carro, una moto, el transporte público de pasajeros, el transporte público de carga, todo el que tenga un vehículo automotor debe acudir el viernes tres, sábado cuatro y domingo cinco de agosto a los lugares que se van a anunciar para el gran censo nacional automotor. Para una nueva política nacional energética, vinculada al carnet de la patria, el que no tenga el carnet de la patria se lo vamos a sacar”.
“Tenemos un problema con el transporte, un problema con los hidrocarburos internos, con la gasolina, que tenemos que abordar nacionalmente y para eso necesitamos un censo articulado al Carnet de la Patria”, añadió Nicolás Maduro.
La más barata del mundo
Actualmente, los venezolanos pagan por un litro de gasolina de 95 octanos seis bolívares, monto que al tipo de cambio oficial (Dicom) establecido por el Banco Central de 172 mil 800 bolívares por dólar equivale a 0,00003 centavos de dólar. Si se utiliza el tipo de cambio de 2 millones 900 mil bolívares, fijado por el mismo Banco Central para las remesas, el precio es aún más bajo: 0,000002 centavos de dólar por litro.
En el caso de la gasolina de 91 octanos hay que añadir más ceros a la derecha. Al tipo de cambio del Dicom equivale a 0,000005 centavos de dólar y al tipo de cambio de las remesas a 0,0000007 centavos de dólar.
Con estos precios, Venezuela tiene la gasolina más barata del mundo. De acuerdo con el último reporte de la consultora Global Petrol Prices, que analiza 165 países, el segundo país con la gasolina más económica es Irán, donde tiene un costo de 0,27 dólares por litro. En otros países latinoamericanos, como Ecuador, cuesta 0,39 dólares y en Colombia y Brasil, países que tienen frontera terrestre con Venezuela, 0,82 y 1,21 dólares, respectivamente.
El costo de oportunidad
Al vender la gasolina a estos precios, PDVSA incurre en pérdidas porque no recupera lo que invierte para producirla o importarla y es un enorme costo de oportunidad porque, en caso de exportarla, recibiría una cantidad importante de recursos que no ingresan al Estado.
Douglas Barrios, investigador del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard y quien ha publicado trabajos sobre el precio del combustible en el país, explica que “la gasolina de Venezuela es absurdamente barata. Estamos asumiendo un costo de oportunidad altísimo, es decir, tenemos que analizar cuánto habría recibido el país de haber exportado la gasolina que vende a estos precios irrisorios, por ejemplo, a Estados Unidos, donde actualmente cuesta 0,83 dólares el litro”.
Agrega que “si hacemos este cálculo, hablamos de que en los últimos quince años hay un monto acumulado que ronda los 135 mil millones de dólares, ésta es la magnitud del subsidio que otorga el estado venezolano a través del precio de la gasolina automotriz. En 2017, a pesar de la crisis que ya vivía Venezuela, se estima que este subsidio se ubicó en 5 mil millones de dólares”.
“En 2015 fue la última vez que el gobierno presentó un presupuesto. El subsidio a la gasolina de ese año superó tres veces a la suma del gasto presupuestado para educación, salud y seguridad social y diez veces al destinado a seguridad ciudadana. Si ese subsidio fuese explícito, fuese el mayor gasto del presupuesto nacional”, explica Douglas Barrios.
Los beneficiados
El subsidio a la gasolina no beneficia a todos los venezolanos por igual. “Las investigaciones que hemos realizado indican que 27% del subsidio va a la población sumergida en la pobreza, 26% al quintil de mayores ingresos y alrededor de 45% va a manos de los contrabandistas que adquieren la gasolina a precios ridículamente bajos y la revenden en otros países como Colombia”, indica Douglas Barrios.
El 24 de septiembre de 2014, Eulogio del Pino, en ese entonces presidente de PDVSA, afirmó que el contrabando diario de combustible se ubicaba entre 50 mil y 100 mil barriles.
“Si son 100 mil barriles, hablamos de 16 millones de litros de gasolina que diariamente se contrabandean, esto es un mecanismo de extracción de renta que pagamos todos los venezolanos”, sostiene Douglas Barrios.
El mercado interno
Francisco Monaldi, profesor del Instituto Baker de la Universidad de Rice en Houston y director fundador del Centro Internacional de Energía y Ambiente del IESA, considera que la urgencia del Gobierno por introducir cambios en el precio y la venta de la gasolina tiene que ver con que “necesitan suprimir el mercado interno porque el colapso de la producción es tan grande que es la manera de asegurar que exista un superávit destinado a la exportación”.
De acuerdo con las cifras reportadas por el gobierno a la OPEP, la producción petrolera de Venezuela se ubicó al cierre de julio en 1,5 millones de barriles diarios, una magnitud que se traduce en un descenso del 42% respecto a julio de 2015.
Diez años atrás, el consumo interno de combustible (no sólo gasolina) superó los 700 mil barriles diarios y Francisco Monaldi señala que, según documentos internos de PDVSA, se espera que se ubique en torno a 430 mil barriles este año.
Posibles escenarios
Francisco Monaldi no descarta que “el Gobierno haga algo parecido a lo que hizo Irán años atrás cuando trató de resolver el problema que le generaban los bajos precios de la gasolina. En una primera etapa colocaron chips en los carros que daban acceso a una tarifa subsidiada hasta cierta cantidad de litros. Superada esta cantidad, se pagaba la gasolina a precio internacional”.
“Esto generó mercado negro de chips, demandas de excepciones por distintos grupos y al poco tiempo, debido a la inflación, apareció nuevamente el subsidio en el precio más elevado de la gasolina, fue una política fallida. Probablemente el gobierno tiene pensado algo muy parecido, con la diferencia que los iraníes no lo diseñaron como un instrumento de dominio político a través de un Carnet de la Patria”, dice Francisco Monaldi.
Añade que “uno de los retos que va a tener el gobierno de Maduro es que debido a la hiperinflación tendría que ajustar los precios continuamente”.
Douglas Barrios considera que “lo más probable es que se instrumente un subsidio diferenciado, por ejemplo, no habrá aumento en el precio de la gasolina para el transporte de carga o de pasajeros y sí para los vehículos particulares. Si esto es lo que se termina haciendo, el resultado será que no se acabará con el contrabando porque seguirá habiendo una enorme ganancia con el arbitraje y el Estado sólo se ahorraría la parte del subsidio que va a un subsegmento del sector privado”.
Las propuestas
Francisco Monaldi considera que un esquema similar al que aplicó Irán tras el fracaso de las tarifas diferenciadas puede funcionar en Venezuela. “Básicamente se trata de que se cobra la gasolina al precio internacional y una porción de los recursos que se obtienen, digamos la mitad, se distribuye entre los ciudadanos”.
“Es necesario compensar a la población, sobre todo la de bajos ingresos, porque si no lo haces y cobras la gasolina a precio internacional, crearías un enorme impacto social. El subsidio actual es tan regresivo que con distribuir la mitad de lo que ingrese cobrando la gasolina al precio internacional, 80% de la población obtiene un beneficio importante”, dice Francisco Monaldi.
Douglas Barrios señala que “es necesario cobrar la gasolina a precio internacional para eliminar las oportunidades de arbitraje y el contrabando. Hecho esto, se le devuelve a la población los recursos que ingresen a través de subsidios directos y también podría evaluarse la inversión en planes sociales o en la mejora del transporte público. Como actualmente la mitad del subsidio va a los contrabandistas, todo el mundo estaría mejor menos ellos. Éste debería ser el esquema a implementar”.
PERSPECTIVAS
La venalidad del mal
POR Ricardo Hausmann
PRODAVINCI 31/07/2018
CAMBRIDGE – El 23 de julio, Alejandro Werner, el Director del Departamento del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional (FMI), anunció que su institución calculaba que para fin de año la inflación en Venezuela llegaría al 1.000.000%. En abril, el FMI declaró que para la misma fecha, se preveía que el PIB de Venezuela estaría el 45% por debajo del nivel de 2013. Estas cifras son alucinantes. ¿Cómo y por qué pudo suceder algo semejante?
La ciencia responde mejor a las preguntas sobre el “cómo” que a las preguntas sobre el “por qué”. La gravedad explica cómo los cuerpos celestiales se atraen entre sí a la distancia, por no nos dice por qué. Esta pregunta es para la metafísica. La biología puede explicar que subimos de peso cuando consumimos más calorías de las que quemamos. Pero no explica por qué es algo que yo suelo hacer. Si comprendemos los mecanismos que conducen a ciertos resultados, podemos desarrollar estrategias para detener, prevenir, fomentar o superar dichos resultados. Si yo consumo menos calorías y hago más ejercicio, debería bajar de peso.
Sin embargo, comprender la pregunta del “cómo” con frecuencia hace que la pregunta del “por qué” sea aún más misteriosa. El que haya tanta gente con sobrepeso, ¿obedece a falta de conocimientos, debilidad de carácter, adicción, o un problema con los procesos que causan tanto el hambre como la saciedad?
El Premio Nobel de economía Paul Samuelson elogió a la macroeconomía por haber transformado “el dinosaurio de preguerra en una lagartija de postguerra“. El descubrimiento de los mecanismos mediante los cuales ocurren las grandes fluctuaciones económicas, había llevado a que se comprendiera la forma de utilizar las políticas fiscales y monetarias si no para evitar, por lo menos para moderar el tamaño de las crisis como la Gran Depresión, cuando la economía estadounidense se contrajo en un 28,9% entre 1928 y 1933.
Los economistas han sido muy criticados por la Gran Recesión post 2008, pero gracias a oportunas acciones fiscales y monetarias basadas en la teoría macroeconómica, el PIB en Estados Unidos se redujo solo en 3,1%. En Europa, a pesar de los grandes déficits externos que enfrentaban algunos de los miembros del sur y del este de la Unión Europea cuando comenzó la crisis, y de las rigideces impuestas por el euro, la reducción del PIB se mantuvo en menos del 10% en Irlanda, Italia, Portugal y España, países fuertemente afectados. En este caso también las medidas agresivas –y polémicas en ese momento– que se tomaron, en especial por parte del Banco Central Europeo, contribuyeron a contener las consecuencias del cuasicolapso del sistema financiero global.
Entonces, ¿cómo puede ser que en Venezuela se produzca una contracción del PIB que eclipsa a la de la Gran Depresión, a la de la Guerra Civil Española (cuando el PIB cayó el 29%), e incluso a la de la reciente crisis de Grecia (cuando la economía se contrajo en un 26,9%)? Y ¿cómo puede suceder esto cuando al mismo tiempo se genera una hiperinflación de una magnitud solo vista en Alemania en 1923 o en Zimbabue en 2008-2009?
La respuesta sobre el “cómo” es sorprendentemente sencilla y fácil de entender. El gobierno utilizó el auge del petróleo que comenzó en 2004 para desempoderar a la sociedad y aumentar el control del Estado sobre la producción y el mercado, al mismo tiempo que se endeudaba de manera masiva en los mercados internacionales. A pesar de que el control estatal perjudicó la producción, el gobierno logró proteger a la ciudadanía de las consecuencias de esto a través de importaciones subvencionadas, con lo cual se deterioró aún más la producción nacional.
Para 2013, el excesivo endeudamiento del gobierno había hecho que este perdiera el acceso a los mercados internacionales de capital, lo que desencadenó el principio de la recesión. En 2014, el precio del petróleo experimentó una fuerte caída, lo que hizo insostenible el nivel previo de importaciones y provocó un colapso mucho más agudo. Era evidente en ese momento que el gobierno necesitaba modificar su rumbo. Incluso algunos miembros de la administración del presidente Nicolás Maduro propugnaron regresar a políticas más favorables al mercado y aceptar ayuda financiera internacional. En lugar de ello, el gobierno de Maduro endureció aún más su postura, lo que se tradujo en una intensificación de los controles que distorsionan la economía.
A fines de 2015, también era evidente que se aproximaba una catástrofe, e incluso que se estaba creando una hambruna. Nada se hizo por evitar esto. Los ofrecimientos de ayuda humanitaria fueron rechazados. Frente al colapso de las importaciones, la producción y los ingresos fiscales, el gobierno optó por imprimir el dinero necesario para cubrir el déficit fiscal, detonando una hiperinflación.
Si bien el “cómo” del colapso venezolano está claro y fue predicho ex ante, el “por qué” es más difícil de responder. ¿Por qué, teniendo ante sí alternativas claramente formuladas, optó el gobierno por una vía predeciblemente desastrosa, con un costo humano tan alto?
Existen tres posibles explicaciones: ignorancia, intención o lo que los economistas llaman interacciones estratégicas. Comencemos con esta última. En un estudio realizado en 1991, Allan Drazen y Alberto Alesina argumentaron que es posible que la estabilización económica se vea demorada cuando dos grupos opositores están atrapados en una guerra de desgaste; todos comprenden que un ajuste es necesario, pero cada cual espera que el otro grupo pague los costos del ajuste. En la demora, los grupos se proporcionan información uno a otro acerca de cuán dispuestos están a sobrellevar el dolor. El proceso continúa hasta que uno de los dos grupos capitula y asume los costos del ajuste a fin de beneficiarse de la estabilización. Sin embargo, en un régimen totalitario como el de Venezuela –y con Cuba a cargo de las decisiones sobre reforma– es difícil saber quién está atrapado en una guerra de desgaste con quién.
La ignorancia es una explicación débil. Es verdad que en el gobierno no hay ningún ministro con estudios de economía, y que Maduro apenas terminó la escuela secundaria; no obstante, en su momento muchos chavistas abogaron por un giro de política en una dirección más sensata. Si el gobierno es ignorante, su ignorancia fue una decisión deliberada.
Esto deja la intención. El gobierno escogió su curso de acción debido a que creía que era mejor que las otras alternativas. Sin embargo, cuesta imaginar un curso de acción con peores consecuencias para millones de personas que el actual. ¿Qué nos falta entender?
La única forma de salir de la crisis era reempoderar a la sociedad dándole la capacidad de organizar una producción basada en el mercado que supliera las necesidades de la población. Pero eso era anatema para el régimen. Frente a la opción de reempoderar o hacer pasar hambre a la ciudadanía, el régimen optó por esto último y sobornó, a través de medios venales, a tantos secuaces como le iban a ser necesarios. En efecto, la catástrofe iba a debilitar al régimen; pero la sociedad se iba a debilitar de manera aún más rápida, lo que aseguraba que el régimen seguiría en control.
El diccionario de la Real Academia define “hacer mal” como “perseguir a alguien, injuriarlo, procurarle daño o molestia”. En última instancia, no existe otra explicación plausible para lo que ha sucedido en Venezuela.
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Traducción de Ana María Velasco
Ricardo Hausmann, ex Ministro de Planificación de Venezuela y ex Economista Jefe del Banco Inter-Americano de Desarrollo, es Director del Center for International Development de la Universidad de Harvard y profesor de economía del Harvard Kennedy School.
Copyright: Project Syndicate, 2018.
www.project-syndicate.org
LABERINTOS: ¿SE ACABA EN CUBA EL SUEÑO DE LA REVOLUCIÓN?
Armando Durán | 01/08/2018 |Web del Frente Patriótico
Los parlamentarios les dijeron a quienes quieran escucharlos que sí, que el régimen tiene muy en cuenta que más allá de una simple actualización del sistema, lo que se ha decidido es hacer cambios de fondo en el proyecto revolucionario de Fidel Castro.
¿Hasta dónde llegarán los cambios que anuncia el texto de la nueva constitución cubana, aprobado el pasado domingo por la Asamblea del Poder Popular?
Resulta prematuro adentrarse en un laberinto de posibles conjeturas, pero dos hechos permiten presumir que en Cuba se avecina un significativo cambio de rumbo en el proceso político de la isla y de América Latina. Por una parte, acaba de celebrarse en La Habana la XXIV reunión plenaria del Foro de Sao Paulo, iniciativa que en 1990 promovieron Fidel Castro y Luiz Inácio Lula da Silva como salvavidas de la izquierda revolucionaria regional para sobrevivir a los efectos potencialmente devastadores del estrepitoso derrumbe del muro de Berlín. Yoani Sánchez, implacable cronista de la realidad cubana, señala en su diario digital 14 y medio que el evento tuvo todos los ingredientes de un entierro. “Solo faltó”, señala con agudo ingenio caribeño, “la música fúnebre, los crespones negros y los sollozos.”
Por otra parte, este 22 de julio, al alzar sus brazos los 600 miembros del parlamento cubano para aprobar por unanimidad el contenido de la futura constitucional nacional, proyecto elaborado bajo la dirección personal del general de ejército Raúl Castro Ruz, los parlamentarios les dijeron a quienes quieran escucharlos que sí, que el régimen tiene muy en cuenta que más allá de una simple actualización del sistema, lo que se ha decidido es hacer cambios de fondo en el proyecto revolucionario de Fidel Castro. Un hecho que reviste enorme importancia, porque la nueva constitución incluye trasformaciones que afectan directamente la esencia de la rígida estructura estalinista que establecía la constitución de 1976, todavía vigente, pero ya moribunda.
La primera de estas reformas del “raulismo” modifica el fondo ideológico que le ha servido de sustento a la vida cubana desde hace décadas, al arrebatársele al Estado el objetivo de hacer avanzar la transición socialista hacia el comunismo como etapa final inevitable del proceso revolucionario. En otras palabras, que si bien la nueva constitución persiste en reconocer al Partido Comunista de Cuba como órgano supremo del poder en Cuba y le encomienda, igual que hacía en el texto constitucional de 1976, la tarea de organizar y orientar “los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo”, suprime la obligada conclusión marxista-leninista que se hacía entonces, según la cual la finalidad del socialismo es hacer avanzar al país “hacia la sociedad comunista.” Misión que en definitiva justificaba, y ahora no lo hace, el uso del calificativo Comunista para identificar al partido y definir, de manera categórica, la ideología reguladora de la vida en Cuba. En este sentido, vale la pena citar un párrafo de la interpretación oficial de este cambio, publicada en la edición del diario Granmacorrespondiente al lunes 23 de julio: Este proyecto de constitución “reafirma el carácter socialista de muestro sistema político, económico y social, así como el papel rector del Partido Comunista de Cuba, y mantiene como principios esenciales la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios de producción fundamentales y la planificación…”, pero añade, y esto es lo que importa, “el reconocimiento del papel del mercado y de nuevas formas de propiedad no estatal, incluida la privada.” O sea, que la nueva constitución le niega al proceso revolucionario, de manera expresa, lo que hasta este instante era su razón de ser.
Complemento de esta decisión inaudita es el hecho de que la nueva constitución extirpa de un solo plumazo la concentración absoluta del poder en las manos de un solo hombre, las de Fidel Castro desde 1959 hasta hace 10 años, y en las de su hermano Raúl desde entonces. De acuerdo con la nueva constitución, Cuba contará a partir de ahora con un primer ministro con función de presidente del Consejo de Ministros y Jefe del Gobierno, al presidente de la República se le reducen sus funciones a las de un Jefe de Estado en la versión de las monarquías y repúblicas europeas con sistema parlamentario y al presidente de la Asamblea del Poder Popular se le asigna la Presidencia del Consejo de Estado, cargo que hasta ahora también le correspondía al presidente de la República. Se trata de una radical descentralización del poder unipersonal y totalitario que han ostentado los hermanos Castro desde 1959 y de sustituirlo por una suerte de jefatura colegiada, con Raúl aún como árbitro indiscutible, pero que anticipa una organización muy distinta de la cúpula del poder en la Cuba que vendrá cuando la biología termine de hacer de las suyas.
Un poco de historia
Es oportuno recordar en este punto que la revolución dirigida por Fidel Castro ha estremecido hasta el día de hoy el subsuelo de Cuba y del resto de América Latina desde el primer día, hasta el extremo de que podamos afirmar que el primero de enero de 1959, con el triunfo de la insurrección contra la dictadura militar de Fulgencio Batista, se inició un turbulento momento histórico para la región, que ahora, quizá, puede que esté a punto de terminar del todo. También debemos recordar que al comenzar aquella incierta década de los años cincuenta, el colombiano Germán Arciniegas había paseado su mirada por la geografía de América Latina y llegó a la triste conclusión de que los latinoamericanos de su tiempo estaban condenados a vivir, precariamente, “entre la libertad y el miedo”, dilema que le sirvió para titular su clásico libro sobre el tema.
Se refería Arciniegas, por supuesto, a la palpable contradicción existente entre las dos únicas opciones políticas posibles y reales del momento, democracia o dictadura. De un lado, el modelo representado por militares con entorchados de opereta y una concepción cuartelaría y vulgar del poder; del otro, movimientos políticos más o menos modernos, vagamente nacionalistas, algunos de ellos con fundamentos ideológicos que hundían sus raíces en un nostálgico socialismo utópico, pero cuyos objetivos se limitaban a proponer el establecimiento de regímenes formalmente democráticos. Hasta ahí, y sólo hasta ahí, llegaba entonces la romántica impaciencia rebelde del hombre de acción latinoamericano. Derrocar a Trujillo, a Batista, a Somoza, a Pérez Jiménez, a Odría, a Stroessner. Derrocarlos y reemplazarlos por gobiernos civiles de origen electoral, con sufragio universal, libertad de prensa y una justicia social retóricamente igualitaria pero nunca muy bien definida, que en ningún caso iba más allá de una simple declaración de buenas intenciones.
Puede decirse, pues, que al estallar la revolución cubana, la ilusión de un auténtico cambio en América Latina había terminado por diluirse casi por completo en la hojarasca del modesto propósito de sustituir los gobiernos militares que asfixiaban a la región por gobiernos respetuosos de los derechos políticos del hombre, sobriedad ideológica que en el fondo equivalía a un retroceso doctrinario hasta los tiempos de las revoluciones americana y francesa. Si tenemos en cuenta la aparición de movimientos políticos radicales en Asia y África a partir de 1945, el estallido de la Guerra Fría y el temor cierto al estallido en cualquier momento de una catástrofe nuclear, debemos admitir que esta aspiración latinoamericana era exageradamente tímida, aunque perfectamente válida y suficiente para la inmensa mayoría de las naciones de la región, sumidas, sin remedio aparente, en la oscuridad de atroces dictaduras militares.
Esta realidad hacía que, al iniciarse el año 1959, nadie incluyera en sus cálculos sobre el porvenir político de Cuba y de la región las traumáticas consecuencias, muchas de ellas irreversibles, que generaría en toda América Latina el ejemplo de la revolución cubana. Dentro del marco teórico que comenzaba a concebirse en Washington por aquellos días, los barbudos de la Sierra Maestra, transmutados de la noche a la mañana en gobierno revolucionario, apenas constituían una expresión más o menos folklórica de la subdesarrollada cultura política latinoamericana y nadie los percibía como un serio riesgo para la naciente estabilidad política regional. Los derrocamientos de Juan Domingo Perón y Manuel Odría en 1956, y de Marcos Pérez Jiménez en 1958, sin que en Argentina, Perú y Venezuela se produjeran turbulencias internas que pusieran en peligro el orden político y las relaciones de Washington con América Latina en el conflictivo marco de la Guerra Fría, hacían natural la cómoda tendencia a ubicar a Fidel Castro, al margen de los recelos que suscitaban en la Casa Blanca sus excentricidades y del rechazo general que causó en todo el mundo occidental la aplicación de una justicia “revolucionaria” entendida como exterminio físico del enemigo político, en el mismo espacio que de repente ocupaban tres importantes dirigentes democráticos latinoamericanos al conquistar electoralmente la Presidencia de sus países, Rómulo Betancourt en Venezuela, Arturo Frondizi en Argentina y Alberto Lleras Camargo en Colombia, mientras que otros, Janio Quadros en Brasil, Fernando Belaúnde Terry en Perú y Eduardo Frei Montalva en Chile, estaban a un paso de lograrlo.
Estas buenas noticias incluían la certeza de que ningún dirigente político con opción de poder real en América Latina pensara siquiera en la posibilidad de romper los equilibrios y la contención política que limitaban las posibles acciones políticas latinoamericanas a lo exclusivamente aceptado por Washington. Un conformismo que le concedía a los latinoamericanos poder pensar en un futuro político diferente, todo lo mediatizado que se quisiera, pero cambio, al fin y al cabo, real y factible. En realidad, esta parecía ser la única forma de construir en América Latina una sociedad distinta, aunque los condicionamientos interpuestos por Estados Unidos obligaban a las fuerzas democráticas del continente a confinar sus aspiraciones a satisfacciones muy exiguas, incluso para el pensamiento discretamente reformista de la época. Los dirigentes políticos latinoamericanos sencillamente entendían que a cambio de sacrificar sus proyectos más ambiciosos, si emprendían este rodeo de prudencia y buena conducta pública, al final alcanzarían un destino al menos formalmente democrático para sus naciones.
Muy pronto, sin embargo, lo que ocurría en Cuba, en lugar de dar nacimiento a una democracia más o menos negociada, como sucedía en otras naciones del continente, el derrocamiento de la dictadura militar de Batista se convirtió de repente en una revolución que dejaba muy atrás sus simpáticas características de estallido popular con aires de romanticismo garibaldino y le presentaba a los cubanos y al gobierno de Estados Unidos, a sólo 90 millas de su territorio, el desafío de una revolución socialista y antiimperialista, que además, desde el primer momento, se entregó de lleno a la tarea subversiva de exportar su ideología y sus métodos de lucha violentos.
Las actividades que desarrollaron Cuba y la izquierda latinoamericana a partir de 1959 ponen de relieve que, si 10 años más tarde, en el París de1968, la juventud francesa podía reclamar con romántico entusiasmo todo el poder para la imaginación, en América Latina, al concluir la década de los años cincuenta, el triunfo material de la insurrección contra Batista le ofrecía a la juventud latinoamericana la posibilidad de soñar con la demolición de los muros que la experiencia histórica, el oportunismo de sus élites y la corrupción intelectual de su dirigencia política habían contribuido a levantar como barreras infranqueables de cualquier cambio social revolucionario.
La toma del poder por Fidel Castro en Cuba, que muy pronto iba a retar a Estados Unidos hasta con el holocausto nuclear, y la adopción en América Latina de la radical tesis guevarista del “foquismo” como método de acción revolucionaria para abolir a punta de pistola la dogmática exigencia leninista de las condiciones objetivas, quemar en ese atajo heterodoxo largas etapas de todo proyecto insurreccional y acelerar al máximo la toma del poder por la vía fulminante de la lucha armada, todo ello basado exclusivamente en condiciones subjetivas, incendió desde 1959 la vasta pradera latinoamericana. En esta encrucijada excepcional del proceso político regional, aquel dilema con que Arciniegas resumía las angustias de la región antes de 1959, democracia o dictadura, pasaba a ser de pronto otra disyuntiva, mucho más inquietante y peligrosa: democracia burguesa o revolución socialista. Desde entonces, hasta hace bien poco, este era el gran dilema latinoamericano.
El fin del sueño revolucionario
Todo cambia ahora en Cuba y en América Latina.
En su mensaje a los revolucionarios de América Latina, África y Asia que participaban en la Conferencia Tricontinental reunida en La Habana en enero de 1966, Ernesto “Che”Guevara, ya fuera de Cuba para siempre, les expresó el deseo que resumía para él la estrategia a seguir por la izquierda revolucionaria en el tercer mundo: “Si dos, tres, muchos Vietnams florecieran en la superficie del globo...” La muerte del guerrillero argentino en el altiplano boliviano, el derrocamiento de Salvador Allende, la aparición de feroces dictaduras militares guiadas por el concepto de “seguridad nacional” en el marco de la guerra contra la expansión internacional del comunismo en su modalidad cubana, las intervenciones militares de Estados Unidos en Panamá y Grenada, fueron algunos de los sucesos que fueron borrando de la conciencia cubana el ambicioso proyecto de llevar la revolución a todo el continente. Hasta que al fin la realidad le hizo ver al régimen cubano la conveniencia de desplazar sus afanes guerreros en otras direcciones. En este caso, hacia el lejano escenario africano.
No obstante, en Cuba no se dejó de pensar en la ilusión de ampliar la esfera de su influencia en el sur del continente. Dos sobresaltos inesperados, el derrumbe del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética y del llamado “bloque socialista”,obligaron a los gobernantes cubanos a imponerle a sus ciudadanos los rigores del “período especial”, como valoró Fidel Castro la necesidad de reducir la precaria calidad de vida del cubano a niveles de crudeza extrema, y a admitir la conveniencia de un cambio, al menos táctico, en sus relaciones con el resto del mundo, especialmente con los gobiernos de América Latina, los únicos apoyos a los que ahora podría aspirar. De ahí que desde la primera Cumbre Iberoamericana, celebrada en septiembre de 1991 en la ciudad mexicana de Guadalajara, con el apoyo de los gobiernos de Carlos Andrés Pérez, César Gaviria, Carlos Salinas de Gortari y Felipe González, Fidel Castro aprovechó la circunstancia de que aquella era la primera vez que se celebraba una reunión de esa envergadura sin la presencia de Estados Unidos, para intentar reinsertar a la Cuba revolucionaria en la comunidad latinoamericana. En otras palabras, que las circunstancias exigían a Cuba olvidarse ahora de lo que había empezado a hacer 32 años para subvertir el orden político, democrático o no, en la región.
Una vez más, sin embargo, la suerte le fue propicia a Fidel Castro. Mientras avanzaba por ese tortuoso camino de tragar en seco, hacer cicatrizar viejas heridas y conquistar un grado mínimo de respetabilidad, se produjo la victoria de Hugo Chávez en las elecciones venezolanas de diciembre de 1998. De allí surgiría una alianza natural entre La Habana y Caracas que desde entonces, y durante muchísimos años, dominaría la escena política latinoamericana. Y así, con el apoyo financiero de la Venezuela chavista se fortaleció de manera muy notable el Foro de Sao Paulo y Fidel Castro recuperó de golpe y porrazo su liderazgo revolucionario, ahora no por la vía estrecha y fracasada de la lucha armada, sino por el exitoso camino que mostraba la experiencia venezolana: circunvalación electoral para tomar el poder pacífica y democráticamente, redacción de nuevas constituciones para definir un nuevo modo de gobierno; la continuidad de los gobernantes en el poder sin necesidad de violentar las formalidades de la democracia representativa; adopción de políticas económicas al margen de las voluntades de Washington y de la comunidad financiera internacional, y una política exterior de alianzas regionales y subregionales para fortalecer el crecimiento de esta revolución socialista, contraria a los intereses estratégicos de Estados Unidos en la región.
Gracias a esta nueva realidad, el dúo Castro-Chávez logró acumular en muy poco tiempo victorias tan importantes como las de Lula da Silva en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega de vuelta en Nicaragua, la deriva hacia la izquierda de los Kirchner en Argentina y los triunfos más moderados pero suficientes de los socialistas uruguayos y chilenos. Fue, sin la menor duda, el renacer de un sueño que Fidel Castro y sus lugartenientes daban por perdido para siempre. Claramente distinto al sueño que alimentó y le dio vida a la subversión latinoamericana de los años sesenta y setenta, porque como advirtió Fidel Castro en un acto celebrado en la caraqueña Universidad Central de Venezuela cuando la toma de posesión de Chávez en febrero de 1999, no se le podía pedir al nuevo presidente venezolano que hiciera ahora lo que él había hecho 40 años antes, porque las circunstancias eran otras. Los objetivos de una y otra revolución, sin embargo, eran los mismos, aunque el camino para conseguirlos fuera distinto. Paso a paso, gradualmente y por otros medios, entre Castro y Chávez, le dieron a la realidad política latinoamericana un vuelco que parecía no tener vuelta atrás.
Sin embargo, poco duró esta alegría. La muerte de Chávez en 2013, la crisis financiera mundial de 2008, el impacto de aquella catástrofe en los precios internacionales del petróleo y la crisis general del proyecto chavista tras años de despilfarro y pésima gestión del gobierno “bolivariano”, hundieron a Venezuela en un abismo de miseria que afectó directamente a sus aliados continentales. Tanto, que a Raúl Castro no le quedó más remedio que hacer las paces con su enemigo del norte y buscar en Washington, antes de que fuera demasiado tarde, acercarse al presidente Barack Obama, otro posible salvador extranjero del régimen cubano.
Mientras tanto, en Brasil, el Congreso destituía a la presidenta Dilma Rousseff y Lula da Silva iba a parar en prisión, un duro y mortal doble golpe al Foro de Sao Paulo. Por otra parte, el ALBA, ya sin el apoyo financiero de una Venezuela empobrecida y convertida por su rotundo fracaso en el ejemplo a no seguir, languidecía a velocidad de vértigo. En el cono sur, el poder del peronismo de los Kirchner se desvaneció con el triunfo Mauricio Macri, un mediático empresario de ideología liberal. En Chile, otro empresario exitoso, Sebastían Piñera, recuperaba el poder de manos de la socialista Michelle Bachelet. En Ecuador, Lenin Moreno, designado por Rafael Correa para sucederlo en la Presidencia de la República, le daba la espalda a su mentor, ahora perseguido por la justicia de su país, y se apartó claramente del Alba, de Cuba y del Foro de Sao Paulo. Evo Morales se mantiene firme en su alianza con Cuba y Venezuela, pero no parece que pueda legalmente presentarse a una nueva reelección. El Frente Amplio conserva su poder en Uruguay, pero solo gracias a la prudencia y a los esfuerzos de Tabaré Vásquez por pasar inadvertido. Por su parte, Daniel Ortega lo sigue conservando, pero al elevado precio de precipitar a Nicaragua en un insostenible y sangriento estado de guerra de su gobierno contra el pueblo. La elección del uribista Iván Duque en Colombia completa esta visión de los nuevos vientos que soplan sobre América Latina, tremendamente desalentadores para una izquierda a punto de renacer. Solo el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador en México le da un respiro a la causa socialista latinoamericana, pero más que insuficiente y de bajísima intensidad, pues nadie se pasea siquiera por la eventualidad de que vaya a echarlo todo por la borda para correr a abrazarse con Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel.
Desde esta perspectiva, la novedad de los cambios que promete la nueva constitución cubana, a pesar de que Raúl Castro continúa siendo el comandante en jefe absolutista y a que tal vez únicamente aspira a hacer unos pocos y retóricos cambios para que en Cuba no cambie nada, adquiere una dimensión que va mucho más allá de un simple maquillaje. Y permite advertir que la soledad creciente de un régimen que ya no se declara comunista sino simplemente socialista, acosado por su creciente soledad política en un entorno que cada día se hace más hostil y por apremiantes urgencias materiales, no le deja a sus jefes, sean de la ya escasa generación histórica o de la nueva y más tecnocrática generación de dirigentes que son hijos de la revolución pero que no la hicieron, otra alternativa que mirarse en el espejo de Vietnam, una nación muy parecida en todo a Cuba, donde la aplicación del modelo chino de “una nación y dos sistemas”, está teniendo un éxito indiscutible. A mediano plazo, ese parece que será el destino de esta Cuba, origen de un sueño revolucionario que ya no es viable, y al borde de una crisis que sin duda aprovechará Donald Trump para hacer sentir toda la influencia de su poderío. Como acaba de hacer, para sorpresa de todos, en Corea. Cuestión, sin duda, de realismo. Cuestión de tiempo.
HONRADEZ INTEGRAL
Oswaldo Alvarez Paz (Maracaibo, Edo. Zulia 10 ó 12 de febrero de 1943)| 01/08/2018 | Web del Frente Patriótico
Venezuela necesita líderes de probada honradez en todos los aspectos. No robar ni estafar, no caer en peculado de cualquier característica, no mentir ni engañar independientemente del propósito de las acciones, no son suficientes para acreditar la honestidad que la hora reclama. Lo importante es que los dirigentes, tanto del régimen como de la oposición, de los sectores económicos, sociales y hasta religiosos, hablen de acuerdo a lo que de verdad piensan y actúen en consecuencia con lo que dicen. Por supuesto que todo es importante, pero estas consideraciones son fundamentales.
Se trata de llevar una vida ejemplar que pedagógicamente sirva de ejemplo para la formación de las nuevas generaciones de compatriotas. Ya basta del disimulo y la mentira que caracterizan las conductas de demasiados dirigentes. Esta es la razón más importante del deplorable estado en que se encuentra la nación. La tendencia hay que revertirla hacia lo positivo sin más pérdida de tiempo.
Lo indispensable es tener claro el objetivo de cada una de las luchas que se están librando. Unificar todo lo posible para alcanzarlo y descartar, al menos por ahora, lo que perjudique. Lo primero y principal es liquidar al régimen lo cual pasa por la liquidación del gobierno y, por supuesto, la salida de Maduro de la posición que ocupa. Estoy convencido de que para lograrlo no son necesarios muchos protagonistas de primera línea. Tampoco excesos de valor. Pero las acciones deben encabezarlas personas justas y honradas que por el sólo hecho de estar, le den trascendencia y seriedad a la acción.
Es hora de definiciones irreversible. Tenemos una comunidad internacional esperando por nosotros. Las contradicciones internas, en todos los frentes, son como baldes de agua fría que le estamos lanzando con demasiada frecuencia. No olvidemos que la “imparcialidad” es, con frecuencia, el disfraz tramposo de los oportunistas.
Más de una vez hemos dicho, hoy lo repito, que este pueblo pacífico y cívico tiene que ejercer su derecho a la legítima defensa. Nadie podrá censurarlo por apelar a cuanto instrumento esté disponible para tal fin. El proceso de destrucción nacional, de disolución de la República, tenemos que detenerlo antes que sea demasiado tarde y no es precisamente tiempo lo que nos sobra.
El régimen profundizará en cuanto al uso de la violencia física e institucional para mantenerse. Sin Estado de Derecho ni Constitución, la confrontación irá adquiriendo características dramáticas que debemos asumir. Es criminal e irresponsable quien promueve una guerra que se puede evitar, pero tanto o peor es la conducta de quienes se abstienen de asumirla cuando es inevitable. Tal es el caso de la Venezuela actual. El cáncer que la liquida destruyendo órganos vitales, tiene que ser extirpado de manera resuelta y definitiva.