Venezuela es el último reducto de este sistema anacrónico, desechado por el propio Fidel Castro.
NGC1088 LA GALAXIA COMUNISTA.
Publicado por Tito Maciá en su blog el septiembre 8, 2010
Para los astrólogos todos los cuerpos celestes tienen una influencia especial sobre los seres humanos y el resto de la naturaleza.
Las galaxias tienen una influencia que afecta de manera especial a un tipo de personas, esta influencia está relacionada con el hecho de pertenecer o estar en contacto con un tipo determinado de grupo de personas, por influencias que no proceden de un individuo, ni de la gente en general, sino por influencias que se manifiestas a través de familias importantes, grandes compañias o colectividades de la más variada índole, sociales, profesionales, politicas o religiosas. La fuerza de la galaxia tira hacia arriba del individuo para encumbrarlo dentro de su colectivo, grupo social o profesional etc. Para ello ha de tener al Sol, la Luna o un punto importante del tema en el mismo lugar donde está la Galaxia.
El influjo de una galaxia siempre se refleja como la influencia de un colectivo sobre la persona o la influencia de una persona sobre un colectivo. Veamos el ejemplo de la galaxia NGC 1088 que fue descubierta en octubre de 1786 por Herschel. Antes de ese momento la humanidad no tenía consciencia de su existencia y por lo tanto no estaba sujeta a su influencia.
NGC1088 es una galaxia espiral situada casi en la línea de la eclíptica, es decir en la via o camino por donde pasa anualmente el Sol y con el que puede formar conjunciones verdaderas. Esta galaxia esta ubicada en el grado 14 Tauro 8 en 16 N 11 a principios del siglo XXI. Se puede observar con un telescopio mediano fijándose primero en la estrella Hamal y luego en la omicron de Tauro, se traza una línea recta y casi a la mitad está la galaxia NGC1088. Se trata de una galaxia astrológicamente muy activa, pues el Sol y los demás planetas pueden formar una conjunción con ella.
La galaxia NGC1088 es como un campo mórfico de memoria que emite una “onda” que lleva a las personas a las que influye a “bailar una melodía”, a integrar una idea que sitúa a la persona en un “bando”, equipo, grupo o partido político radical que translada a la persona a un ambiente de antagonismos y divisiones.
He buscado en el archivo Estudi, dat y en otros pero sólo he encontrado a un personaje famoso con el Sol eclipsando esta galaxia. Es un caso muy claro, este hombre tiene el Sol justo al lado de la Luna, en un momento previo a la conjunción con el Sol, lo que se conoce como Luna de siembra.
En este caso especial el Sol está eclipsando a la galaxia 1088. La influencia sobre un colectivo o grupo importante de personas de este personaje a marcado toda una época de la humanidad.
Se trata de Karl Marx que fue, junto a Friedrich Engels, el fundador del socialismo científico. Autor del Manifiesto Comunista y de El capital, ambas obras se convirtieron en el sustrato ideológico del comunismo.
El Sol del cielo de Marx se sitúa exactamente en la cúspide de la Casa IX de Engels, es su maestro, su ideólogo, además Saturno de Marx está sobre Júpiter de Engels, influencia esta que se escenificó cuando Engels tuvo que dar soporte social y familiar de Marx)
El nacimiento de Marx es absolutamente extraordinario, no sólo porque el Sol estaba en el mismo lugar de la galaxia NGC1088, sino porque el mismo día que nace Marx hay un eclipse solar de máxima importancia para el mundo occidental, pues su sombra parte el mundo antiguo en dos.
Rastro de la sombra del eclipse del nacimiento de Karl Marx. Este eclipse parte el mundo en dos. Marx y el comunismo han creado una idea de división de clases sociales, que mantiene al mundo dividido en dos, polarizado “o eres socialista o eres capitalista” el pensamiento marxista no permite matices, divide, polariza, enfrenta.
La influencia de la galaxia a través del pensamiento de Marx y sus seguidores es tan poderosa como el de las grandes sectas religiosas y cumple como ellas la misma función de dividir a los seres humanos entre buenos y malos, justos y pecadores. Al igual que las religiones, la división social originada por la influencia de esta galaxia, "emisora del comunismo" es uno de los detonantes que desatan las guerras y las matanzas entre los seres humanos
MURO DE BERLÍN 25 años del fin de la división de Alemania
El hundimiento del paraíso comunista
La Carta a Weidemeyer establecía la dictadura del proletariado como el gobierno de futuro
La debilidad del poder bolchevique en 1917 provoca el terror en el gobierno de Lenin
En 1989 Tian an Men y el Muro de Berlín muestran el desplome del régimen socialista
Varios jóvenes lanzan objetos a un tanque soviético durante la... Varios jóvenes lanzan objetos a un tanque soviético durante la llamada Primavera de Praga, 1968. JOSEF KOUDELKA
ANTONIO ELORZA Catedrático de Historia de la UCM Actualizado: 05/11/2014 14:48 horas
Los procesos históricos son complejos, pero rara vez resultan misteriosos. El inesperado hundimiento del socialismo real entre 1989 y 1991 viene a probarlo. En principio, el sistema soviético se presentaba ante el observador con visos de eternidad. Era el "socialismo realmente existente", había abolido definitivamente el capitalismo, y aun cuando ya pocos siguieran creyendo en que representaba un futuro venturoso para la humanidad, tuvo sobradas ocasiones para demostrar que toda alternativa sería aplastada de modo implacable. En particular, Budapest, 1956, y Praga, 1968, para la URSS, y en el mismo año Tian an Men para China eran la prueba de que, si bien los regímenes comunistas distaban de generar consenso entre quienes habitaban en sus sociedades, disponían de recursos suficientes para acabar con los movimientos de cambio mejor estructurados, incluso cuando al frente de los mismos se encontraba un partido comunista, como en la Primavera de Praga.
Las raíces del totalitarismo
El pensamiento de Marx y de Engels contenía sólo fragmentos inconexos acerca del orden que había de seguir al triunfo de la revolución. La Carta a Weidemeyer, de 1852, sentaba los cimientos del futuro, al designar la dictadura del proletariado como futura forma de gobierno y al partido obrero como instrumento para la conquista de un poder, con la Comuna de París por único referente concreto. Pero al mismo tiempo cabía pensar en línea con Saint-Simon que, guiado por un criterio de racionalidad y una vez eliminada la explotación, el gobierno de los hombres cedería paso a la administración de las cosas. Incluso en sus últimos años, Engels legitima la vía socialdemócrata al prever la llegada del socialismo, no por la insurrección, sino por la voluntad de la mayoría.
La herencia sansimoniana se encuentra presente, asimismo, en El Estado y la revolución de Lenin, pero no influye en la cohesión de su doctrina revolucionaria, poco dada a los acentos libertarios.
Lenin, durante su discurso sobre el poder soviético en Moscú. Marzo de 1919.
Aunque europeísta y enfrentado a la asiaticidad de la Rusia zarista, su concepción política parte de asumir las condiciones radicalmente distintas en que allí ha de desenvolverse la socialdemocracia. El partido de masas cedía paso a una organización dispuesta para la clandestinidad, con una organización jerarquizada de tipo militar, que restringe la democracia interna al momento del Congreso.
El partido-vanguardia
No cabe tampoco confiar en la propensión natural del proletariado, que se orienta hacia el reformismo: es preciso "ir al proletariado", al modo populista, para llevarle al cauce revolucionario, tal es la función del partido como partido-vanguardia. Nueva muestra de esa concepción militar que se ve confirmada por la experiencia de la Gran Guerra, útil, asimismo para confiar en la planificación de la economía: la lucha de clases se convierte en guerra de clases que sólo puede terminar con la destrucción del enemigo.
La lucha de clases se convierte en guerra de clases que sólo puede terminar con la destrucción del enemigo
La democracia pierde sentido, salvo como estadio en que han de resolverse cuestiones tales como la nacional y la agraria. Por su contenido político, es equivalente a la dictadura. Su rechazo será la seña de identidad que justifique el cambio de denominación del partido bolchevique en marzo de 1919, de socialdemócrata a comunista.
La debilidad del poder bolchevique en octubre de 1917 y la voluntad de aplastamiento convergen en fin para situar la llegada lógica del terror en el gobierno de Lenin, con particular intensidad en la guerra civil; Stalin llevará ese rasgo esencial, de instrumento a núcleo de la acción de gobierno. La brutalidad sin límites de los medios se justificaba por la sacralización de la dimensión teleológica, consistente en dar vida a un ser humano nuevo en la metahistoria de una sociedad sin clases.
Una construcción utópica que hacía imprescindible la violencia, como todos sus antecedentes basados en el esquema de the world upside-down. Todo paraíso necesita la espada del arcángel san Miguel. "El paraíso surge a la sombra de la espada", confirma la sentencia de Mahoma.
Los hundidos
De ahí que resulte posible entender cómo un proyecto de emancipación, que prometía una humanidad libre e igual, desembocó en un régimen totalitario que, a cambio de promover un desarrollo económico en los términos de la Segunda Revolución industrial, instauró un régimen de represión continuada que, de modo recurrente, desembocó en las formas más brutales de terror.
Desde muy pronto quedó de manifiesto un descontento muy extendido de los ciudadanos ante la socialización
Su dimensión teleológica, eficazmente instrumentalizada desde los primeros pasos de la Revolución y llevada al paroxismo a partir de Stalin, lo convirtió en una religión secular que explica el grado de entrega y sacrificio de quienes la hicieron suya. Víctimas luego convertidas con frecuencia en verdugos. Sólo que, a diferencia de las religiones clásicas, el paraíso comunista era falsable; no sólo su inexistencia, sino la distancia entre la imagen oficial y la realidad, podían ser comprobadas por cualquier habitante de los países del socialismo real.
En las llamadas democracias populares, no hace falta en consecuencia ahondar en las causas del desplome de los regímenes comunistas.
Desde muy pronto quedó de manifiesto un descontento muy extendido de los ciudadanos ante la socialización, dando lugar a sucesivos estallidos en la Alemania Oriental, primero, y más tarde en Polonia y en Hungría. Todo ello a pesar del inmediato establecimiento de estrictos controles mediante la policía y redes de delatores. Además, las sucesivas experiencias de rebeldía mostraron también la voluntad y la capacidad de represión, llegado el caso puesta en práctica desde la URSS (Budapest, 1956).
El esquema es bien simple: el malestar latente registra la incidencia de un acontecimiento, casi siempre de orden económico, que suscita una protesta popular, cuyo incremento se traduce en manifestaciones en otras localidades, dirigidas ya contra organismos del Gobierno. Sigue el tiempo de las concesiones, habitualmente gestionadas por sectores marginados de los partidos comunistas locales y, de fallar el restablecimiento de la "normalidad", la represión militar entra en juego.
El hecho de que el proceso de cambio fuera protagonizado por el gobierno comunista, caso de Checoslovaquia en 1968, no altera los elementos básicos de esta dinámica y, sobre todo, la decisión final de Moscú en el sentido de aplastar la disidencia si la misma representaba un riesgo para su control del bloque socialista.
Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido como Iósif Stalin (Gori, 6 de diciembre/ 18 de diciembre de 1878-Moscú, 5 de marzo de 1953)
Noviembre de 1989./FABRIZIO BENSCH. REUTER
A la inversa, como sucederá en 1989, en ausencia de esta decisión final de aplastamiento, tiene lugar el desplome del régimen socialista. Todo de una gran sencillez: Tian an Men y el Muro de Berlín explican la diferencia.
Tras la muerte de Stalin
El camino seguido por la URSS fue diferente, en la medida que no existía la variable externa representada por el centro de poder dominante, localizado en Moscú para las democracias populares, y por la ausencia de antecedentes de pluralismo político. Una vez resuelta la guerra civil contra los blancos y establecido un férreo control de la población, el conflicto se desarrolla en el vértice del poder, especialmente después de la muerte de Stalin. La disidencia sirve sólo para poner de manifiesto la falacia del triunfalista discurso oficial.
En los años setenta, empezó a ser evidente el fracaso de las expectativas económicas
Los fundamentos de la crisis serán endógenos. Primero afectaron a la voluntad de mantener la hegemonía soviética alcanzada con la Tercera Internacional sobre el resto de los movimientos comunistas: la alternativa del maoísmo fue la principal manifestación, pero con el tiempo el distanciamiento alcanzó a los antes dóciles partidos comunistas occidentales (euro comunismo).
Nikita Serguéievich Jruschov (Kalínovka, 3 de abriljul./ 15 de abril de 1894greg.-Moscú, 11 de septiembre de 1971)
Más tarde, en los años setenta, empezó a ser evidente el fracaso de las expectativas económicas. Kruschov preveía que en poco más de dos décadas la URSS alcanzaría el nivel de desarrollo económico occidental y al aparecer la crisis de los setenta los teóricos del marxismo-leninismo confirmaron el diagnóstico de superioridad. Fue todo lo contrario.
La reestructuración capitalista fue acompañada por una revolución tecnológica que dejó definitivamente atrás a las economías socialistas. Para la URSS, este desfase significó dificultades crecientes en la competencia militar con Occidente, culminadas tras la catastrófica invasión de Afganistán y con el reto de la guerra de las galaxias planteado por Reagan.
Para democracias populares como Polonia, el intento de mantener el nivel de vida llevó al endeudamiento y a auténticas crisis de subsistencia que agudizaron el rechazo de la población al régimen. En el aspecto esencial, el paraíso se revelaba un fiasco. En el caso de la URSS, era el momento para que volviese a la escena un factor casi olvidado, las reivindicaciones de las nacionalidades oprimidas por el federalismo de la URSS, de hecho sometido a la autocracia del Partido Comunista de la Unión Soviética.
Renovar la democracia popular
A mediados de los años ochenta, la exigencia de abordar una renovación era evidente, primero en la URSS, pero, asimismo, en las democracias populares, más conflictivas y/o afectadas por la situación económica desfavorable (Polonia en primer término). Llegados a este punto de inflexión, cuyo momento emblemático sería el acceso al poder de Gorbachov, los obstáculos surgían del propio sistema de poder. El centralismo burocrático, degeneración del centralismo democrático leninista al fundirse partido y Estado, funcionaba antes por criterios de lealtad y ciega subordinación al superior que por eficacia.
Mijaíl Gorbachov (Stávropol, RSFS de Rusia, Unión Soviética, 2 de marzo de 1931)
El propio Gorbachov sirvió de ejemplo, al manejar hábilmente lo que Daniels llamó el flujo circular del poder, la designación de cargos inferiores que garantizasen la seguridad de su pree minencia; sólo que como pudo apreciarse en la crisis de 1991 y en sus antecedentes, tales apoyos se encontraban más apegados a la supervivencia del sistema que a la gestión del cambio.
Por otra parte, el anuncio de un espíritu de cambio (perestroika) y de transparencia en la administración (glasnost) no eran capaces de modificar los comportamientos de los gestores comunistas, y menos de obtener un consenso activo del cual los sistemas posestalinistas carecían por entero. Menos cabía esperar éxito de una reintroducción parcial de elementos capitalistas, inspirados en una imagen mítica de la NEP.
El primer y último presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, en una imagen del 2000.
El fracaso económico, la apertura democrática como indicador de malestar, la resistencia de la nomenclatura y el despertar de los nacionalismos, fueron todos factores que convergieron en el fracaso inevitable de la experiencia reformadora y en el hundimiento del socialismo real.
El gran mérito de Gorbachov, con el apoyo de alguno de sus colaboradores más próximos, como Shevarnadze para la política exterior, consistió en rechazar la solución de fuerza, tanto para la URSS misma como para lo que con precisión el franquismo designó como "países satélites".
El gran mérito de Gorbachov consistió en rechazar la solución de fuerza
Cuando se produce el putsch de 19 de agosto de 1991, Gorbachov está políticamente agotado, abocado a ejercicios de arbitrismo como el proyecto de Unión de Estados Soberanos que mediante un Tratado de la Unión, que sólo tuvo por efectos desencadenar el golpe primero, y la disgregación de la URSS tras su fracaso. La vía de salida del sistema se encontraba ya en marcha en Polonia y en Hungría, y será contagiada a la aparentemente invulnerable RDA cuando el 23 de agosto de 1989 el gobierno húngaro permita la escapatoria de los alemanes orientales por su frontera en dirección a Austria.
Al rechazar desde este momento Gorbachov la solución practicada por Deng Xiaoping en Tian an Men, la suerte de las democracias populares estaba echada. La caída del Muro de Berlín fue sólo su momento emblemático. Sólo mediante la represión militar y policial habían sido contenidos ensayos anteriores de rebeldía. En ausencia de ambas, la utopía soviética carecía de posibilidades para mantenerse.
Raúl Modesto Castro Ruz (Birán, Cuba; 3 de junio de 1931)
Los supervivientes
Al terminar el año 1989, y en particular tras el espectacular fin de Ceaucescu, la desaparición de los demás regímenes comunistas se presentaba como inminente. Era el momento de la muerte de la consigna marxista "Proletarier aller Welt, vereignigt euch!", "¡Proletarios de todo el mundo, uníos!", sustituida en el grafitti germano-oriental de 1990 por "Proletarier aller Welt, verzeihen uns!", "¡Proletarios de todo el mundo, perdonadnos!".
La atención mundial se volvió sobre Cuba, donde el fin de la URSS, con la suspensión de la ayuda económica, hacía presentir el fin del castrismo, en plena catástrofe económica. Y no faltaron las expresiones de malestar y desesperación, como el maleconazo de 1994 en la sima del "período especial" con el que el régimen intentó sobrellevar una caída del 40 por ciento en el PIB. Sólo que Cuba era una sociedad militarizada, regida por la dialéctica de enfrentamiento permanente al enemigo norteamericano, y al frente de la misma se encontraba un dictador, Fidel Castro, de quien nadie dudaba de que en caso de encontrarse ante un movimiento de oposición masivo, haría disparar hasta su total aplastamiento. Una posición comparable a la de Kim Il Sung en Corea, quien además contaba con el respaldo de China.
La intensidad de la represión silenciosa a partir de Tian an Men nos ha sido revelada por las memorias del secretario general del PCCh, Zhao Ziyang, opuesto a la represión y desde entonces sometido a detención domiciliaria hasta su muerte, sin que llegara a enterarse de cómo había sido depuesto de su cargo formalmente supremo por el grupo dirigente encabezado por Deng, en principio al margen del mismo. Nunca hubo mejor prueba de que en el centralismo burocrático, las estructuras de poder real se encontraban por encima de las registradas en los estatutos del partido comunista.
Ni Marx ni Lenin podían haber previsto: la coexistencia del comunismo como régimen y el capitalismo como modelo económico.
En este escenario, el antecedente confuciano garantizaba una ética generalizada de subordinación al poder, y como en el caso ruso faltaba el factor existente en la Europa de las democracias populares de un pluralismo político en el pasado. El comunismo logró así sobrevivir venturosamente en tanto que sistema de poder político dictatorial, sacralización ritual de Mao incluida, en tanto que se desarrollaba un capitalismo con dos cifras en el índice de crecimiento anual y un alto grado de explotación de la mano de obra. En el círculo de influencia china, los regímenes comunistas de Vietnam y Laos registraron procesos de adaptación similares. Algo que ni Marx ni Lenin podían haber previsto: la coexistencia del comunismo como régimen y el capitalismo como modelo económico.
Más allá de las supervivencias, no faltaron las continuidades. La más significativa tuvo lugar en la antigua URSS, donde varias repúblicas se limitaron a reemplazar la autocracia comunista dirigida desde el centro por autocracias locales, incluso después de breves primaveras pluralistas (Bielorrusia). En los nuevos Estados asiáticos como Uzbekistán, todo cambió para que todo siguiera igual, sólo que donde antes se alzaba la estatua de Lenin ahora se encuentra la de Tamerlan.
La solución de Putin
La continuidad más relevante se localiza en el núcleo de la antigua URSS, lo que es hoy la Federación Rusa. Una vez disipado pronto el espejismo del mundo feliz occidental, ya en la década de los noventa, en plena crisis de la mentalidad soviética, las preferencias en las encuestas de opinión se inclinaban por una solución específicamente rusa, ligada al mantenimiento como gran potencia y al margen de todo supuesto exceso de libertad.
Aún hoy, Rusia es el país europeo donde la valoración de la democracia es más baja, poco por encima del 60 por ciento, mientras en los demás se encuentra más de veinte puntos por encima de esa cifra. Ello significa que pervive la vieja actitud eslavófila de considerar que la solución pasa, no por la división de poderes, sino por el fortalecimiento del poder para evitar la anarquía.
Vladímir Vladímirovich Putin (Leningrado, Unión Soviética, 7 de octubre de 1952) en Venezuela en el 2010
Sin duda, Vladimir Putin viene a satisfacer esa demanda, así como la nostalgia por el Imperio perdido, de cuyo ocaso él mismo fue doliente testigo desde su puesto en la KGB al producirse la caída del Muro de Berlín. Stalin declaró sin ambages que su política era continuadora de la zarista en cuanto al mantenimiento del gran Imperio ruso. Vladimir Putin encaja sin reserva alguna en esa tradición. No hay ya utopía alguna. Únicamente política de poder.
En 1989 nos dijeron que iba a finalizar un ciclo y venían nuevos tiempos, sucedió lo que declaró el ex presidente de Polonia Lech Walesa (Popowo, 1943): el final del comunismo el cual se debe en un 50 por ciento al trabajo de Juan Pablo II. Y en un 30 por ciento es obra mía y del sindicato Solidaridad. El 20 por ciento restante se debe a Reagan, Mitterrand, Kohl, los demás. Los tiempos crean a los dirigentes. Teníamos a Reagan, al que no le gustaba el comunismo ni en pintura, y forzaba la carrera armamentística, la guerra de la galaxias. Rusia no aguantó el ritmo de esa carrera armamentística. Por otro lado estaba Mitterrand, socialista,que les decía: «Yo soy socialista, pero no podéis tratar así a los obreros. No podéis pegar a los obreros. Yo estoy con vosotros, pero no en estas circunstancias». Por tanto ayudaba a Solidaridad. Estaba la señora Thatcher, que decía al régimen comunista: «¿Pero qué clase de economía tenéis, que no vale para nada? Tendrías que permitir la economía privada, para que las cosas funcionen. Hablaré con vosotros cuando todo esto vaya de otra manera». Y también Kohl. Y otros. Nosotros nos entendíamos sin palabras. Cada uno hacía su trabajo. Pero todo esto se unía y parecía que estábamos coaligados para luchar contra la URSS. El mundo sospechaba que estábamos confabulados. Pero no había ninguna confabulación. Simplemente, surgió así. Esto duró hasta la caída del comunismo, que era lo que nosotros pretendíamos. Luego, nació otra época. La reunificación de Alemania. Europa como un Estado. Un contexto completamente nuevo.
Eso creíamos muchos y vivíamos descansados, hasta que apareció Hugo Rafael Chávez y se está cumpliendo lo que el escritor español Iván de la Nuez nos comparte en su artículo ¿Qué queda del comunismo?
El escritor Iván de la Nuez aborda la herencia del sistema que empezó a caer un día como hoy de hace 24 años
Efe - Júlia Talarn / Barcelona 09.11.2013 |
Dos décadas después del fin de la Guerra Fría y a los 165 años de la aparición de "El Manifiesto Comunista", el escritor cubano Iván de la Nuez publica el ensayo "El comunista manifiesto", donde afirma que el muro de Berlín, de cuya caída se cumple este sábado 24 años, se desplomó hacia el Este, pero también hacia el Oeste, donde esta ideología aún pervive.
En una entrevista con Efe, el ensayista, considerado como comunista por unos y como postcomunista por otros, asegura que la tesis según la cual la caída del comunismo se llevó por delante también al capitalismo, su pareja de baile en la política del pasado siglo, es una afirmación que, tras la caída del banco Lehman Brothers y la instauración del neoliberalismo, "ya no es tan extravagante".
A partir de esta premisa, Iván de la Nuez articula una serie de capítulos en los que el escritor desarrolla distintas ideas que afloran a partir de estímulos "vitales, visuales, nocturnos, callejeros o literarios" que muestran cómo la cultura occidental, con una especie de fascinación y fetichismo "por ese mundo perdido comunista", ha acabado reciclando la iconografía de ese "imperio desplomado".
"Vivo en una Barcelona -prosigue- donde hay una discoteca que se llama KGB, una revista llamada Panenka o, entre otros, un programa de sátira política llamada Polonia... Cuando cae el comunismo, el capitalismo celebra la victoria y se apropia de sus activos culturales más rentables".
"El comunista manifiesto", publicado por Galaxia Gutenberg, se asemeja a un diario personal en el que el autor parte de su propia colección de experiencias para reflexionar sobre las formas en las que el comunismo revive en el mundo occidental con una lógica de mercado: "nos prepararon muy bien para cavar la tumba del comunismo, pero no sabemos nada sobre cómo lidiar con ella", afirma.
El escritor tiene claro que el ensayo no habría sido el mismo si él no hubiera nacido y se hubiera formado en el que llama "el único país comunista occidental", lo que ha añadido "visceralidad" a su discurso ya que, al reflexionar sobre este hecho, de alguna manera, "también estoy reflexionando -señala- sobre lo que puede pasar en mí país de origen".
El síntoma que quiere poner de manifiesto este ensayo tiene mucho que ver con la "ostalgia", un término berlinés que significa nostalgia por el mundo comunista, un mundo doméstico, manual y resguardado y un tipo de malestar con la cultura postcomunista donde "no hay espacios comunes y todo se disuelve en la red".
"Ese año 1989 -puntualiza- mientras caía el muro de Berlín, ascendía Microsoft y, con él, el mundo del trabajo virtual: se pasó del PC del Partido Comunista al 'pc' del 'personal computer".
A su juicio, el fenómeno reciente del 15M tiene similitudes con el 'revival' comunista, pues las protestas se asemejan a un "mundo táctil en medio de un mundo donde todo se hacía virtual" y es una muestra de cómo el comunismo se proyecta sobre el presente en forma de crítica al mercado y a la democracia representativa pero, a la vez, como culminación imaginaria de otra vida posible.
El ejemplo de estas últimas protestas le sirven al autor para hablar sobre cómo, en un lapsus de tiempo muy corto, las generaciones que lucharon por derribar el muro apostando por el multipartidismo, ven que sus hijos "no quieren ningún partido y luchan para eliminar la 'partitocracia".
Cuando se le pregunta sobre si el estalinismo es solo un momento histórico localizado en un lugar o si, además, podría convertirse en un totalitarismo que también podría poner su pie en Occidente, De la Nuez contesta que, de hecho, "ya estamos metidos en un tipo de estalinismo de mercado neocón" en el que podemos comprobar, por ejemplo, que la "estética de la ultraderecha americana, como el Tea Party, es muy parecida a la soviética".
Una similitud que el autor explica mediante una metáfora digestiva: "hay un momento en que el mundo capitalista acomete la ingestión del comunismo a lo que le sigue una indigestión por no poder digerir todo lo que ha intentado fagocitar".
En este punto, De la Nuez aborda uno de los grandes debates contemporáneos en torno a la posible decadencia del capitalismo: "Después de colonizar al comunismo, ¿el sistema capitalista será capaz de estirar sus límites y conseguir rehacerse? Aquí queda la pregunta", concluye el autor.