“Yo debería ser la cara del #MeToo”. Allan Stewart Königsberg: Woody Allen.
El director de cine estadounidense Woody Allen ha expresado su respaldo al movimiento Me Too, que ha desnudado abusos de mujeres por parte de hombres poderosos y considera su carrera como símbolo en favor de esa lucha."Es gracioso, yo debería ser la cara de los carteles del movimiento Me Too", dijo en una entrevista en Nueva York al programa de televisión argentino Periodismo para Todos de Canal 13 el 6 JUN 2018
Le ha llegado la hora a Woody Allen?
Amazon Studios se plantea no estrenar la próxima película del realizador neoyorquino, de quien están abjurando las estrellas de sus anteriores trabajos
ROCÍO AYUSO
Los Ángeles 29 ENE 2018 - 10:02 CET
Cuando el huracán Harvey sacudió Hollywood, a Woody Allen le pilló presentando su último trabajo a la prensa. “Es trágico para las mujeres que tuvieron que pasar por esto y para Harvey Weinstein que tuviera una vida tan retorcida. Una historia triste sin ganadores”, reconocía el realizador a EL PAÍS. Su actriz en Wonder Wheel, Kate Winslet, añadía que de toparse con alguien así le daría con el zapato en la cabeza. Pero en este clima Allen hacía una advertencia: “Solo espero que no nos lleve a una caza de brujas”. Tres meses más tarde las tornas han cambiado. Al legendario actor, escritor y director parece llegarle su hora tras 25 años perseguido por el escándalo. Winslet calla mientras otros muchos le repudian. La lista aumenta cada día. Desde Natalie Portman a Mira Sorvino, Colin Firth, Greta Gerwig, Susan Sarandon, Reese Witherspoon, Rebecca Hall, Rachel Brosnahan o más recientemente Timothée Chalamet, todos han jurado no trabajar con Allen en solidaridad con las acusaciones de Dylan Farrow, que asegura que su padre adoptivo abusó de ella cuando tenía 7 años.
Amazon Studios, según diversas publicaciones estadounidenses, se está planteando qué hacer con la nueva película del realizador de 82 años, A Rainy Day in New York, que financia íntegramente la productora (ha costado 25 millones de euros). Incluso podría dejarla inédita. Más claro parece que está será su última colaboración, porque el principal valedor de Allen en la compañía, Roy Price, tuvo que dejar la presidencia de la productora en octubre acusado él mismo de abusos sexuales. "Amazon apoyó mis libros, mis películas y mis series. Pero no tengo más relación. Me dan el dinero y yo les hago una película”, se distanció en su momento Allen de Price. Ahora le toca a él.
Mia Farrow cuyo nombre real es María de Lourdes Villiers Farrow (Los Ángeles, 9 de febrero de 1945) acusó a Allen por primera vez en 1992, en mitad de la amarga separación entre el realizador y su musa de 12 años, 13 películas y tres hijos, Mia Farrow. Meses antes quedaba al descubierto la relación entre Allen, 55 años, y la hija adoptiva de la actriz, Soon-Yi Previn, de unos 20 (se desconoce su fecha de nacimiento). Hubo dos investigaciones independientes, pero en ambos casos no se encontraron pruebas contra Allen. Periódicamente las acusaciones, siempre negadas por el director, vuelven a resurgir. Una sombra de duda que nunca detuvo al realizador, produciendo una película al año incluso en tiempos de crisis. Si alguien pensó que la carrera del autor de Annie Hall o Manhattan estaba acabada entonces, se equivocó. Tomando como ejemplo la última década, Allen ha dirigido 10 filmes, una miniserie televisiva -Crisis en seis escenas, también para Amazon-, tiene en posproducción A Rainy Day in New York, y otro guion a punto para filmar. Galardonado con cuatro oscars, uno de ellos lo recibió tras las acusaciones al igual que otros honores como el premio Príncipe de Asturias (2002) o el galardón Cecil B. DeMille a toda su obra (2014).
¿Por qué ahora iba a ser diferente? Porque como recordó Dylan Farrow, casada y madre, ha llegado su momento. El clima ha cambiado gracias entre otras cosas a la labor de su hermano Ronan Farrow, el hombre que expuso en toda su crudeza los abusos sexuales y de poder cometidos en Hollywood. Y Ronan siempre creyó a su hermana, como ahora toda una nueva generación de estrellas.
En su última negativa, Allen reiteró su inocencia asegurando que la familia Farrow utiliza con “cinismo” la oportunidad ofrecida por el movimiento Time’s Up. No es el único que habla de oportunismo. Chalamet fue censurado por escudarse en una supuesta cláusula inexistente en su contrato por la que no podía criticar a Allen. De ahí que su gesto altruista de donar el salario por su trabajo —algo que también han hecho Rebecca Hall, Selena Gomez y Griffin Newman— en A Rainy Day in New York fuera analizado como parte de su campaña en esta temporada de premios en la que el actor está nominado por Call Me By Your Name.
En el caso de Woody Allen, a diferencia de otros grandes nombres caídos en desgracia en estos dos últimos años solo una mujer ha denunciado al autor. Como recuerda en su defensa su biógrafo Robert Weide, acostarse con la hija adoptiva de su pareja -que no de Allen, que ni siquiera vivía con ella- puede parecer moralmente erróneo, lo mismo que la diferencia de edad que les separa, “pero eso no le convierte en pederasta”. Y las acusaciones de Dylan, de las que nunca se encontraron pruebas, han sido consideradas durante mucho tiempo un “asunto de familia” donde el pasado de Mia Farrow no hace más que polarizar los bandos. Moses Farrow, otro de los hijos de Mia, asegura que las acusaciones fueron “plantadas” por su madre en la mente de una niña demasiado impresionable. Allen, casado desde hace 20 años, aún cuenta con muchos defensores, como Diane Keaton o Alec Baldwin, que salió en su apoyo insistiendo en que trabajar junto al neoyorquino fue “un privilegio”.
Pero los tiempos que corren harán cuando menos un futuro más cuesta arriba para el autor de 82 años. Artículos como el de Por qué dejé ver películas de Woody Allen en la popular página cinematográfica RogerEbert.com hacen poco por su popularidad. “La vida ha cambiado también para Woody Allen pero no se puede negar su larga carrera”, resume Kim
Masters, jefa de sección de The Hollywood Reporter. Sin financiación, público o prestigio que ofrecer a sus estrellas, el ocaso del octogenario puede estar cada vez más cerca.
EL PAIS Madrid 22 SEP 2018 - 00:00 CEST
HÉCTOR LLANOS MARTÍNEZ
Soon-Yi, el epicentro de la guerra entre Woody Allen y Mia Farrow
El cineasta nunca fue una figura paterna para su actual esposa. Su relación se estrechó cuando ella era ya universitaria y comenzó a participar en algunos de sus rodajes
Hacía más de 25 años que Soon-Yi Previn no defendía con tanta rotundidad a su marido como lo hizo en Nueva York 18 SEP 2018[J1] escribiendo un nuevo capítulo en el culebrón de la familia Allen-Farrow. Soon-Yi Previn, la hija adoptiva de Mia Farrow y esposa de Woody Allen, ha hablado este domingo en una entrevista con la revista New York Magazine sobre su relación con el cineasta. Soon-Yi Previn lleva dos décadas casada con Woody Allen y siempre ha tratado de llevar una vida discreta. Ahora ha salido en defensa del director de cine contra las acusaciones de abuso por parte de Dylan Farrow, su hermana adoptiva, y lo hace cargando contra su madre, Mia Farrow. Les acusa de estar aprovechándose del movimiento #MeToo con la intención de hacer daño a Allen.
Soon-Yi ha sido durante todo este tiempo el silencioso epicentro de una guerra que comienza a pasar factura a Woody Allen. Por primera vez en mucho tiempo, el cineasta se ha visto obligado a hacer un parón en su carrera al encontrarse sin apoyo financiero para seguir trabajando. Mientras su contrato con Amazon Studios parece hacer aguas, está a la espera de poder retomar su relación profesional con Jaume Roures para rodar con Mediapro una nueva película ambientada en Barcelona. Ahora que todo está en juego, su esposa vuelve a alzar la voz.
En sus nuevas declaraciones Previn defiende que el relato del cineasta cincuentón que abandona a su mujer, Mia Farrow, para irse a vivir con su propia hija adoptiva menor de edad es tan atractivo para lo opinión pública como falso. También se convierte en la segunda de los hijos de la actriz que desmienten que Allen haya abusado sexualmente de su hermana Dylan. La acusación, surgida justo después de que Allen abandonara a Farrow, resucita de forma cíclica a pesar de que el director ha sido absuelto de todos los cargos.
Cuando Soon-Yi llegó a la vida de MiaFarrow, en 1975, la intérprete estaba casada con el director de orquesta André Previn, con quien ya tenía cinco hijos: tres biológicos y dos adoptados. Se desconoce su edad exacta, pero se calcula que era una huérfana de cinco años en el momento de ser adoptada tras vivir durante un tiempo en las calles de Seúl. Tuvo que aprender inglés y comenzar a estudiar en un idioma que no era el suyo.
Woody Allen nunca fue una figura paterna para Soon-Yi ni formó parte de su educación. El director comenzó una relación amorosa con Farrow en 1979, pero nunca compartieron el mismo techo. La pareja explicaba en primera persona del plural las particularidades de su vida en común a The New York Times en 1991, poco antes de su escandalosa ruptura. Por aquel entonces, seguían viviendo en apartamentos separados, cada uno situado a un extremo del extenso Central Park neoyorquino. Mantenían las distancias a pesar de haber tenido un hijo biológico, Ronan, y de haber adoptado a otros dos niños, Moses y Dylan.
“Si viviéramos juntos, nuestra relación no habría funcionado, ahora estaríamos gritándonos el uno al otro”, decía entonces el cineasta, quien enumeraba la infinidad de cosas que no tenía en común con su pareja". “A ella le gusta pasar todo el tiempo con los niños y yo prefiero pasarlo trabajando y tener solo un tiempo limitado con ellos”, comentaba Allen. Su relación con Soon-Yi se hizo más estrecha cuando ella era ya universitaria y comenzó a participar en algunos de sus rodajes.
No es el primer bulo que ella ha tenido que desmentir sobre los orígenes de la relación con su marido. Su tía Tisa Farrow alimentaba el morbo asegurando que su sobrina contaba con “un cociente intelectual de dos dígitos”, muy inferior a la media de la población. La hija de Mia Farrow envió un comunicado a Newsweek en 1992, poco después de saltar a los tabloides por su relación con el director. “No soy, ni de lejos, una florecita menor de edad con retraso mental a la que su malvado padrastro ha violado. Soy una estudiante de Psicología que resulta que se ha enamorado del ex novio de su madre. Admito que no es lo frecuente, pero no nos pongamos histéricos”, decía en el texto. Son palabras no muy distintas a las que ha pronunciado ahora ante una periodista de The New Yorker.
Moses Farrow sale en defensa de Woody Allen y acusa a su madre de malos tratos.
El hijo adoptivo de Woody Allen, Moses Farrow, ha salido en defensa de su padre tras las acusaciones de abuso sexual realizadas por parte de su hermana Dylan. Lo ha hecho en un carta en la que también acusa a su madre adoptiva Mia Farrow de abusar de sus hijos.
El hijo de cineasta niega que su padre abusara de su hermana y asegura que todo se debe a una venganza de la actriz. Acusa a Mia Farrow de manipular a Dylan para incriminar a Woody Allen e insiste en que él mismo se vio obligado a volverse en contra de su padre adoptivo. "Esta denuncia pública sobre mi padre sigue siendo el mayor lamento de mi vida". Como lo ha hecho en muchas ocasiones, Moses Farrow afirma haber sido víctima de abuso por parte de su madre adoptiva. Según él, golpeaba regularmente a varios de sus hijos y no dudaba en arrastrarlos al suelo y encerrarlos en un baño o en un armario. Mia Farrow tuvo cuatro hijos biológicos y adoptó otros diez. En mayo de este año Moses Farrow, de 40 años, adoptado en 1980 por Mia Farrow y luego en 1992 por Woody Allen, publicó un largo mensaje en el que cuestiona las acusaciones de su hermana. Explica que el día de los supuestos hechos, tres adultos estuvieron presentes con Woody Allen en la casa de Mia Farrow en Connecticut.
Gracias a películas como 'Hannah y sus hermanas' (1986) escrita y dirigida por Woody Allen, y con él mismo, Mia Farrow, Michael Caine, Barbara Hershey y Dianne Wiest como actores principales, acompañados de un reparto estelar, descubrí que las penurias se podían convertir en obras de arte
El fracaso de Woody Allen
ELISA MARTÍN ORTEGA
EL PAIS 15 DIC 2018 - 17:58 CET
Woody Allen ha desaparecido. Condenado al ostracismo tras las acusaciones de abuso por parte de su hija adoptiva Dylan Farrow, repudiado por muchos de los actores que han trabajado con él y gran parte de la opinión pública, el director ha caído completamente en desgracia; parece que su última película ni siquiera llegará a estrenarse y que es muy poco probable que encuentre el modo de hacer ninguna otra. Habrá quienes piensen que nuestro mundo así es un poco más justo. Yo, quizá llevada por mis debilidades, no puedo dejar de sentir que he perdido algo. Y querría expresar eso que he perdido en términos de gratitud.
Cuando era adolescente fantaseaba a menudo con la idea de escribir una carta a Woody Allen. Pero mi escaso conocimiento del inglés me disuadió una y otra vez de hacerlo. Quería decirle algo tan sencillo, o tan absurdo viniendo de una chica de dieciséis años, como que era mi alter ego, y que estaba segura de que no habría nunca nadie en el mundo que me entendiera mejor que él. En mi vida de adolescente incomprendida, una realidad de la que –estaba convencida– solo podría salvarme una conversación con Woody Allen, sus películas se convirtieron en un talismán y una obsesión. Cuando las descubrí empecé a afirmar, ante la hilaridad de todos los miembros de mi familia, que Woody Allen era el hombre más atractivo que había visto nunca, de una belleza inigualable. Después aquel amour fou tomó la forma de una profunda identificación. Me fascinaba el personaje neurótico atormentado con un maravilloso sentido del humor. Porque podía reírse de lo que a mí también me pasaba, porque me ofrecía un espejo para reírme de mí misma.
No es fácil ser una adolescente envuelta a menudo en una profunda angustia vital. Yo tendía a vivir mis obsesiones como un signo patológico que debía arrancar y desterrar de mi existencia; como un fracaso, a fin de cuentas, de mí misma. Gracias a mi encuentro con Woody Allen les pude conferir una nueva forma de dignidad. Quizá mis frecuentes visitas a Urgencias aquejada de enfermedades imaginarias, acompañadas a menudo de acusaciones de exageración o fingimiento, o los escalofríos de angustia que a veces me recorrían el cuerpo, no fueran solo expresión de un desecho humano, de una inclinación enfermiza de la que me debía despojar a cualquier precio. Resulta que había alguien que había sido capaz de convertir esas mismas penurias en una obra de arte. Aquello me confería una esperanza y una forma de conexión conmigo misma cuyo valor solo he podido apreciar en toda su magnitud con el paso del tiempo.
¿Cómo un hombre mucho mayor que yo, que vivía al otro lado del Atlántico y al que seguramente nunca conocería, podía retratar así mis pensamientos más inconfesables?
Me sorprendían sobre todo los detalles: como cuando, en Annie Hall, el niño protagonista se sume en una profunda pesadumbre que le paraliza al saber que las galaxias se están separando muy rápido en el Universo. Era prodigioso que aparecieran en aquellas películas detalles íntimos de mi vida, ¡aparentemente irrelevantes!, ¿pero no son esas pequeñeces las que mejor nos definen?, ¿y cómo un hombre mucho mayor que yo, que vivía al otro lado del Atlántico y al que seguramente nunca conocería, podía retratar así mis pensamientos más inconfesables?
Un día de octubre, al poco tiempo de llegar a estudiar a París, con veinte años; un día en que me encontraba inmersa en una crisis hipocondríaca que me hacía creer realmente que aquellas eran mis últimas horas de vida, salí a caminar al borde de la desesperación, y encontré por casualidad un cine en el que ponían una película de Woody Allen que yo no había visto: Hannah y sus hermanas. Entré y me encontré cuerpo a cuerpo con un personaje que teme sufrir un tumor cerebral, se sume en el pánico, y finalmente sale pegando saltos de alegría del hospital cuando le dicen que no tiene nada grave. Pero también con otro personaje que le regala a la mujer a la que quiere seducir un libro pidiéndole que lea un poema en concreto, un poema de amor de E. E. Cummings que acaba diciendo: “nadie, ni siquiera la lluvia / tiene manos tan pequeñas”. Aquellos versos se quedaron en mí y, muchos años más tarde, cuando nacieron mis hijos, mientras escribía mis propios poemas, me acompañaron como una verdad profunda y misteriosa. Esa tarde aciaga en París me pasé toda la película entre la risa y el llanto y, al terminar, sentí que Woody Allen me había salvado la vida. Sí, sé que parece una afirmación muy excesiva, pero es lo que tienen a veces las cosas del corazón, que resultan incomprensibles. Aquella mezcla de identificación humorística y poesía caló en mí tan hondo que no puedo evitar, cada vez que veo alguna escena de Hannah y sus hermanas, recordar con nostalgia que una vez me salvó, que hizo mi existencia un poco más soportable y más hermosa, pues si algo tienen los momentos de angustia es que son pura intensidad que desborda: todo lo que sucede hace mella en el interior, como si uno no tuviera piel, ya sea en forma de sufrimiento o conmoción.
Siguieron muchas otras películas pobladas de fantasías, como Otra mujer, en la que una escritora oye a través de un orificio de su despacho a la paciente de un psicoanalista. El deseo de escuchar, la transgresión, las palabras del otro que invaden con sus deseos la propia mente: todo ello girando en torno a la maternidad frustrada, la creación literaria y el paso del tiempo. Una y otra vez Woody Allen era capaz de penetrar en mi intimidad de una forma secreta y asombrosa.
En una ocasión, siendo aún bastante joven, vi una entrevista suya en la que afirmaba con ironía que él era un fracaso del psicoanálisis. Y pensé entonces que tenía que ir a un psicoanalista, porque era precisamente ese tipo de fracaso lo que yo necesitaba. No curarme, ni entenderme mejor, ni estar más tranquila, sino fracasar de aquella manera indescriptible en que fracasaba una y otra vez Woody Allen, volviendo siempre a los mismos lugares y siendo capaz de iluminarlos cada vez de un modo distinto.
En un mundo en que se valora el éxito por encima de todo, entendí el poder seductor del fracaso, la necesidad de vivir en la pérdida. Encontré un sentido de la dignidad en mis experiencias más estériles, más duras. Aprendí que es posible aunar el humor con la melancolía: que, de hecho, el humor es a menudo una forma de melancolía. Todo esto, a lo que seguramente se puede llegar de mil maneras, yo se lo tengo que agradecer a Woody Allen. Por ello, desde mi presente de mujer feminista, profesional, madre de dos niños pequeños, hago una petición, casi una súplica, creo que tan humilde como necesaria: por favor, quiero ver la última película de Woody Allen. Espero que ustedes lo entiendan.
Elisa Martín Ortega es profesora de Literatura en la Universidad Autónoma de Madrid y escritora.
“La nada eterna está muy bien si vas vestido para la ocasión”
Woody Allen
Woody Allen, nacido como Allan Stewart Königsberg (Brooklyn, 1 de diciembre de 1935), es un director, guionista, actor, músico, dramaturgo, humorista y escritor estadounidense. Ha sido ganador del premio Óscar en cuatro ocasiones. Proviene de una familia judía de orígenes ruso-austríacos, a la que el propio Allen define como «burguesa, bien alimentada, bien vestida, e instalada en una cómoda casa». Sus padres y su hermana también son neoyorquinos.
Es uno de los directores más respetados, influyentes y prolíficos de la era moderna. Desde 1969, ha producido un total de 45 películas, una cada año. Sus grandes influencias cinematográficas están en directores europeos como Ingmar Bergman y Federico Fellini, y también comediantes como Groucho Marx y Bob Hope.
Magia a la luz de Luna (2014) es una obra que puede considerarse menor en la producción de Woody Allen. Sin embargo, posee tenor filosófico, aunque nos haga añorar el nivel artístico de Dos extraños amantes (Annie Hall, 1977) o de Zellig (1983).
Ubicada en el sur de Francia, en el año 1928, Magia a la luz de Luna narra la aventura de un prestidigitador profesional, Stanley Crawford (Colin Firth), un nihilista y escéptico empedernido, quien también es un famoso desenmascarador de falsos psíquicos. Eventualmente es invitado por su mejor amigo a la Riviera Francesa para intentar socorrer a una familia de millonarios norteamericanos que ha caído en las manos de una supuesta espiritista, quien, a todas luces, pretende desplumar a la familia con mesas temblorosas, velas que levitan y susurros de ultratumba. Para colmo de males, el heredero de la familia está locamente prendado de ella.
La psíquica se llama Sophie Baker (Emma Stone). Desde el primer momento, con sus encantos femeninos y una especial sensibilidad, pone patas arriba el mundo de Stanley. Sophie parece conocer los detalles del pasado de Stanley. El terco cientificista comienza a sentir el inexplicable cosquilleo de la incredulidad ante lo maravilloso. Es atraído por la tentación de aceptar que esta linda mujer le abra las puertas del mundo sobrenatural y derribe sus firmes creencias materialistas.
Woody Allen nos ha acostumbrado a asociar dos elementos que parecían muy distantes entre sí: la seriedad de la filosofía existencialista y la irreverencia de la comedia. Allen nos ha permitido el acceso a las grandes cuestiones existenciales con un lenguaje amable y en un empaque gracioso que nos hace reflexionar. En Magia a la luz de Luna parece adentrarse en el existencialismo para explorar el concepto de superhombre.
El superhombre de Shaw
Magia a la luz de la Luna presenta muchas similitudes con la obra teatral Hombre y superhombre (1903) de George Bernard Shaw (Dublín, 26 de julio de 1856-Ayot St. Lawrence, Reino Unido; 2 de noviembre de 1950) El argumento es muy semejante. Allí también se expone la historia de un cínico pensador que es seducido por una mujer. Da la impresión de que Allen, en Magia a la luz de la Luna, además del argumento, toma prestada la explicación metafísica de Shaw: las mujeres se enamoran de los hombres que representan la fuerza vital. Al final, Sophie prefiere el superhombre Stanley al acaudalado pretendiente. Shaw y Allen nos cuentan la misma historia y parecen compartir el mismo presupuesto metafísico. Queda por aclarar si coinciden en la misma moraleja.
En la obra de Shaw, Tanner, el protagonista, es un superhombre, un tipo distinguido, confiado en sí mismo, de fuerte voluntad, que está cómodo con la muerte de Dios. Ese no es el perfil de “Woody”, el típico protagonista neurótico e indeciso de los filmes de Allen.
Allen utiliza el humor para criticar al mundillo intelectual neoyorkino. Vale la pena hacer notar que su humor no está basado en la humillación del otro, sino todo lo contrario, prefiere autohumillarse a sí mismo. De esta forma, Allen quiere confesar que él mismo ha incurrido en los pecados que denuncia. Con ese propósito ha creado un personaje, constante en su filmografía, “Woody”, una caricatura de sí mismo. Caracterizado por ser completamente urbano y sufrir de angustia existencial, es temeroso de la muerte, no encuentra el significado de la vida, lo cual se manifiesta en una atormentada relación con las mujeres y en su frustrante relación con el universo.
En la mayoría de las películas donde aparece “Woody”, al comienzo se encuentra sufriendo de la falta de sentido de la vida. Es la desesperación propia de la esfera estética de la que nos habla Kierkegaard. Para tratar de escapar a la desesperación, busca consuelo en alguna religión. Pero ninguna religión le convence. Su hiperracionalismo le impide acceder a esa experiencia. Al final, la crisis se resuelve cuando la situación dramática lo conduce al aprendizaje moral. Así logra acceder a la esfera ética. Aunque esta esfera tiene como efecto secundario la angustia, es mucho más controlable que la desesperación. Así sale del egocentrismo estético y se conforma con el sentido de la vida producto de servir a sus semejantes.
(1969) Robó, huyó y lo pescaron - Woody Allen - Escena graciosa
El cine de Allen nunca ha sido un arte superficial, pero fue ganando profundidad. Comenzó dedicado a la jocosidad. Sus primeras películas son un rosario de gags, como Robó, huyó y los pescaron (1969) y Todo lo que usted quería saber sobre el sexo y no se atrevía preguntar (1972). Luego, poco a poco, fue articulando mejor el argumento y explorando regiones más profundas del ser. El giro filosófico lo dio en La última noche de Boris Grushenko (1975), donde lleva a cabo una parodia de La guerra y la paz de Tolstoi, muy condimentada con temas de Dostoievski. A partir de allí, siguió la reflexión existencial en toda su producción. En tal sentido, destacan Interiores (1978), Hannah y sus hermanas (1986), y Deconstruyendo a Harry (1997).
Confieso mi predilección por “The Purple Rose of Cairo (La rosa púrpura del Cairo en Hispanoamérica y La rosa púrpura de El Cairo en España) comedia de fantasía romántica de 1985 inspirada en El moderno Sherlock Holmes (título original: Sherlock, Jr.) película de comedia muda estadounidense de 1924 dirigida y protagonizada por Buster Keaton como conocemos a Joseph Frank "Buster" Keaton (Piqua, Kansas, 4 de octubre de 1895-Woodland Hills, California, 1 de febrero de 1966) actor, guionista y director estadounidense de cine mudo cómico y Seis personajes en busca de autor, famosa obra del escritor Luigi Pirandello, estrenada en Italia en 1921 y su primera publicación fue en 1925, que en conjunto con el resto de su producción dramática de la época, propone innovadores procedimientos que serán posteriormente influyentes fundamentos del teatro moderno, especialmente en el llamado Teatro del absurdo. La película de Woody Allen es la historia de un personaje de una película que sale de dicha película y entra en el mundo real.
Aunque el existencialismo se centra en la experiencia personal, paradójicamente, no es un humanismo. Por lo menos en su forma más pura. Para esta forma de existencialismo es punto de honor la negación de la esencia humana, hecho que lo aleja del humanismo. Sartre quiso traducir el existencialismo a humanismo, pero no parece que su intento haya tenido éxito. Heidegger negó cualquier conexión entre la filosofía existencial y el humanismo. Por otra parte, es muy significativo que tanto Sartre como Heidegger hayan sido militantes de sistemas totalitarios.
Otras formas menos radicales de existencialismo se han mostrado más afines al humanismo al aceptar la idea de esencia humana y principios éticos, tal como sucede en Camus. Por cierto, el existencialismo de Allen parece muy afín al de Camus, aunque nunca hace referencia explícita al autor francés. En sus películas, es mucho más fácil oír citas de Heidegger o Freud.
La filosofía que se destila de las películas de Allen es un existencialismo humanista. Ante el absurdo de la vida, hay que ir llevando la existencia de la mejor forma posible, es decir, con humor y amor. El sentido de la vida está relacionado con dar y recibir afecto. Asimismo, Allen parece señalar que, en lugar de atormentarse, por muy seria o dramática que se presente la vida, lo mejor es reír y procurar verla desde un punto de vista divertido.
Luego de tanto explorar al desarraigo existencial, Allen ha querido enfrentar el problema del superhombre en uno de sus promotores. El superhombre es quien se encuentra a sus anchas donde otros solo encuentran desesperación. Para lograr eso, la estrategia psicológica que sigue es afirmar que su vida es superior al rebaño humano, así como desarrollar el culto a la fuerza, y la admiración a los poderes tiránicos. Todo eso supone, previamente, la negación de la esencia humana.
No parece que Allen comparta estos supuestos. A pesar de que Stanley, de Magia a la luz de la Luna, ha demostrado que el espiritismo no funciona, no ha podido evitar descubrir que el amor, esa otra magia, sí funciona. El amor afirma que hay otro sentido, inefable, que conecta almas.
La proeza de Allen ha sido mostrarnos que el superhombre de Shaw, un individuo distinguido, escéptico e irónico, con citas nietzscheanas a flor de labios, no es tan superior como él mismo creía.
En Annie Hall (1977) Woody Allen presentò una película que rompió todos los esquemas. En ella funge como guionista, director y protagonista, esto último al lado de su entonces amor, Diane Keaton.
Ganadora de cuatro premios Oscar (mejor película, mejor director, mejor actriz y mejor guión); es parte del top de AFI en la categoría “comedia romántica”. La asociación de guionistas americanos (WGA) la calificó como la película más divertida de la historia y la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos la seleccionó para su preservación en el National Film Registry por considerarla “cultural, histórica y estéticamente significativa”.
La historia de Annie Hall inicia con un spoiler: Annie ha abandonado a Alvy y él realmente no entiende qué ha ocurrido, si siendo dos neuróticos, parecía una unión creada por los ángeles. Entonces veremos los inicios de la relación, su punto más álgido y su picada, todo con unas características innovadoras que han intentado duplicarse en la pantalla grande, sin lograr el mismo efecto.
¿Por qué Annie Hall? ¿Qué hay de especial en esta “comedia romántica”, si este género se convirtió en un compilado vomitivo que es reconocido por obras como
City Lights (1931)
It Happened One Night (1934)
Pretty Woman (1990)
Exploremos cómo fue que este experimento de Woody Allen lo elevó como uno de los mejores directores en la historia del séptimo arte.
https://youtu.be/HmRfK9huDvQ
La quintaesencia de Woody
Antes de Annie Hall, Woody Allen era uno más del montón. Comediante de stand up, escribió y dirigió algunas películas que ni se acercaron al éxito de Annie: Love and Death (1975), Sleeper (1973), Bananas (1971), por recordar algunas.
Pero Annie Hall marcó lo que sería su estilo y voz: un en el que el psicoanálisis tendría un espacio fundamental, donde hay muchas referencias culturales y cinematográficas, comentarios sobre herencia judía, su neurosis y su obsesión por la muerte.
El filme impuso el sello Allen y lo elevó como uno de los mejores directores del cine moderno. Aún hoy se trata de su cuarta película más taquillera, solo por detrás de Manhattan, Hannah and Her Sisters y Midnight in Paris.
Lo cierto es que Annie Hall iba a ser muy diferente del resultado final. Allen escribió el guión inspirándose en conversaciones y caminatas en Nueva York y originalmente, había creado varias subtramas.
Marshall Brickman llegó al rescate. Se convirtió en el coescritor de la historia, y le hizo ver a Allen que la espina dorsal y única relación necesaria era la principal. Durante la producción se escribieron varias escenas para mostrar la personalidad de Alvy y el resultado fue una película de más de tres horas que tuvo que ser muy bien editada con un resultado magnífico.
Allen tomó el manual para hacer cine, lo rompió en pedacitos y los quemó para que no quedara rastro de él. Antes de Annie Hall, era impensable que un actor rompiera la cuarta pared, esa barrera invisible entre la cámara y el espectador.
La película inicia de esta forma, con Woody contando un chiste directamente a la cámara, comentando que Annie lo ha abandonado y dando a conocer un poco lo que está en su cabeza.
Pero no fue la única “locura” de Allen. También se atrevió a subtitular una escena para reflejar lo que realmente pensaban los personajes.
Hay saltos en el tiempo, pantalla divididas y hasta una secuencia de animación que parodia a Blancanieves y los siete enanitos de Disney, donde Allen se atreve a decirle a la reina malvada que seguramente está en sus días.
Annie era una mujer irreverente. Eso era algo que podías notar desde el principio, al verla ataviada de chalecos, pantalones anchos, corbatas, sombreros y camisa blanca. El estilo buscaba representar a neoyorquina, algo en lo que Diane Keaton colaboró suministrando piezas de su propio guardarropa.
Si bien ella no fue la primera en mostrar ese look, es innegable que después de ella, todas las bohemias querían vestir como Annie. La misma actriz lo dijo en una entrevista:
“Woody nos dirigió como siempre (…) 'No te preocupes demasiado por las palabras y vístete como te apetezca' ¿Vestirnos como nos apeteciera? Eso era una novedad”.
Para algunos analistas, Annie era un retrato de la segunda ola de feminismo, aunque algunos otros cuestionan esto, considerándolo un filme machista.
La historia de amor tras la pantalla
Woody y Diane. Pareja en pantalla, pareja cuando las cámaras se apagaban. El amor se acabó un año después de que la película fuera filmada y algunos se atreven a decir que la historia es autobiográfica y muestra la relación entre los actores, algo con lo que Allen tuvo problemas:
“La gente todo el tiempo me dice que Annie Hall es autobiográfica y les sigo diciendo que no es realmente autobiográfica, pero nadie quiere oír eso. En una reseña que leí decía que para apreciar la película, era necesario saber mucho sobre la vida privada de Diane y yo, y claro, esto es completamente falso porque, yo diría que el ochenta por ciento de este filme es completamente ficción”. Más allá de las técnicas, la historia detrás de cámara, los corazones y la relevancia, Annie Hall es una película importante por un brillante guión que nos mostró que las cosas siempre pueden ser peores.
Por ejemplo, Allen se atrevió a hablar abiertamente de sexo algo que nunca se había visto antes. ¿Cómo olvidar aquello de que la masturbación es el acto de hacerse el amor a uno mismo?
Fue una época distinta a esta signada por la corrección política, lo que permitió comentarios mordaces y audaces que hoy habrían sido censurados. Además, se trata de una comedia que no tiene la necesidad de recurrir a chistes obvios ni físicos para conseguir el beneplácito de las mentes. Es inteligencia pura.
Los films de Woody Allen suelen existir en una zona donde la comedia y el drama se entrecruzan (o están a tan solo algunos matices de distancia) y lo que nos hace reír no es tan distinto de lo que nos incomoda. Se suele considerar además que la obra de Woody es bastante redundante, es decir, su atracción por ciertos temas, personajes y dinámicas hace que a través de los más o menos 50 films que dirigió, se cree una unidad y se consolide un universo gracias a esa especie de “firma”, de estilo y lógica que los caracteriza. Otra cosa singular de los films de Woody es que sus personajes se transforman muy poco, más bien expresan problemas que siempre tuvieron latentes y que se mantienen sin resolver. ¿Qué mas aprendimos de las relaciones humanas gracias a esta provocadora mirada?
1. El amor es como un tic nervioso, al principio piensas que es grave y que estás enfermo hasta que te acostumbras
Dos cosas parecen ser cruciales para Woody: el amor entre hombres neuróticos e inseguros y mujeres dominantes… y lo fácil que es para cualquiera obsesionarse (al punto que algunos de estos personajes se tranforman en criminales como en Match Point y Hombre Irracional). En los films de Woody, el amor es como el pegote de un chicle, como una picazón que intentamos impacientemente calmar.
2. La necesidad de ciertos personajes de psicoanalizarse constantemente puede resultar muy graciosa
No puedes evitar seguir hurgando. En un segundo, dos o tres angustias se transforman en una gigante bola de nieve: ves que viene hacia ti pero nunca te alcanza del todo. Woody ha creado personajes que se sienten tan incómodos consigo mismos y que, sin embargo, entendemos a la perfección.
3. Tremendas fuerzas motoras son capaces de surgir del aburrimiento
Más que fijarse objetivos ambiciosos, los personajes de Woody necesitan ponerse en marcha para luchar contra el tedio de tener todo resuelto.
4. Ser intelectual es un dolor de cabeza
¡Deja de pensar por un momento! El intelectual está siempre temiendo que su inspiración, su brillo, se apague. Y además, el tedio de la vida no deja de golpearlo en la cara.
5. Elegir siempre nos pone neuróticos
Todas nuestras inseguridades salen a la luz. En los films de Woody, elegir es una compulsión... o un calvario. El personaje de Woody elige para escapar de sí mismo, no para encontrarse.
6. El egoísmo mueve al mundo
Woody no nos plantea un mundo ideal donde todos cooperan y se comunican para lograr objetivos armoniosos. Por el contrario, nos ve como un cúmulo de intereses contradictorios.
7. Relaciones intergeneracionales: ¿hay realmente otra opción?
No es raro que Woody explore romances que parecen condenados desde un principio, como en Manhattan o Vicky Cristina Barcelona.
8. Los contrastes económicos en una pareja no permiten que el amor fluya
De Match Point a Blue Jasmine, el dinero construye una "falsa" o "ilusoria" estabilidad que, si se modifica, hace que los personajes tambaleen enseguida.
9. Ciertos triángulos amorosos son capaces de mantenerse en equilibrio
Podemos vivir situaciones complejas y desgastantes disfrutando de la tensión, aunque eventualmente nos cansemos... y perdamos interés. Los personajes de Woody precisan muy poco para desenamorarse.
Por eso el mundo del cine necesita más directores como Woody Allen. El realizador neoyorquino tiene una pluma bien afilada, que no teme en lo absoluto a decir lo que piensa sobre cualquier tópico, en especial, sobre el amor.
A continuación, compartimos cinco momentos en sus películas donde tuvo razón casi absoluta sobre el amor y nadie se debería atrever a contrariarlo:
1. En el monólogo inicial de Annie Hall
2. En Love & Death
“Amar es sufrir. Para evitar el sufrimiento no se debe amar, pero entonces se sufre por no amar, de modo que amar es sufrir y no amar es sufrir, y sufrir es sufrir. Si para ser feliz hay que amar, para ser feliz hay que sufrir, pero sufrir hace a uno infeliz, por lo tanto, para ser infeliz uno debe amar o amar para sufrir o sufrir de tanta felicidad, y dejémoslo que es un lío.”
3. En Alice
“El amor es la emoción más compleja. Los seres humanos son imprevisibles. No hay lógica en sus emociones. Donde no hay lógica no hay pensamiento racional. Y donde no hay pensamiento racional puede haber mucho romance, pero mucho sufrimiento.”
4. En el final de Annie Hall
“Y recordé aquel viejo chiste, aquel del tipo que va al psiquiatra y le dice: Doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina. Y el doctor responde: ¿Pues por qué no le mete en un manicomio? Y el tipo le dice: Lo haría, pero necesito los huevos. Pues eso más o menos es lo que pienso sobre las relaciones humanas, saben, son totalmente irracionales y locas y absurdas, pero supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos.”
5. En el final de Whatever Works
“Casualmente, odio las celebraciones de Año Nuevo. Todos desesperados por divertirse. Intentando celebrarlo de una manera patética. ¿Celebrar qué? ¿Estar más cerca de la tumba? Por eso no puedo cansarme de decir que cualquier amor puedes conseguir y ofrecer... cualquier felicidad puedes birlar o proporcionar... cada cantidad transitoria de gracia... cualquier cosa que sirva. Y no se engañen... claro que depende de su propio ingenio humano. Pero la mayor parte de la existencia es suerte, más de lo que les gustaría admitir. ¡Cristo!, ¿saben las probabilidades de que el espermatozoide de su padre, uno de miles de millones, encontrara al óvulo que los creó? No piensen en eso. Les dará un ataque de pánico.”
Qué hacer con el arte de hombres monstruosos?
Hicieron o dijeron algo horrible y crearon algo maravilloso. ¿Debe la biografía de un artista influir en la apreciación de su obra? Las denuncias por acoso reabren la pregunta
CLAIRE DEDERER
9 ENE 2018 - 12:33 CET
Roman Polanski, Woody Allen, Bill Cosby, William Burroughs, Richard Wagner, Sid Vicious, V. S. Naipaul, John Galliano, Norman Mailer, Ezra Pound, Caravaggio, Floyd Mayweather, y si empezamos a enumerar deportistas no acabaremos nunca. ¿Y qué decir de las mujeres? De inmediato, la lista se vuelve mucho más difícil e incierta: ¿Anne Sexton? ¿Joan Crawford? ¿Sylvia Plath? ¿Cuenta las que se hacían daño a sí mismas? Vale, supongo que entonces es mejor volver a los hombres: Pablo Picasso, Max Ernst, Lead Belly, Miles Davis, Phil Spector.
Todos ellos hicieron o dijeron algo horrible y crearon algo maravilloso. Lo horrible afecta a lo maravilloso; no podemos ver, oír o leer esa obra de arte sin recordar el horror. Desbordados por lo que sabemos de la monstruosidad del creador, nos apartamos, llenos de repugnancia. O quizá no. Seguimos mirando, intentando separar al artista de la obra de arte. En cualquier caso, es perturbador. Son genios y son monstruos, y no sé qué hacer con ellos.
En la era de Trump, todos hemos estado pensando en monstruos. Por lo que a mí respecta, empecé hace varios años. Estaba investigando sobre Roman Polanski para un libro que estaba escribiendo y me quedé sobrecogida por sus atrocidades. Era algo monumental, como el Gran Cañón del Colorado. Y sin embargo... Cuando veía sus películas, tenían una belleza que era otro tipo de monumento, inmune a todo lo que sabía de su maldad. Había leído muchísimo sobre cuando violó a la chica de 13 años Samantha Gailey; estoy segura de que no me queda un detalle por saber. Pero, a pesar de ello, seguía siendo capaz de ver sus películas. Deseándolo, incluso. Cuanto más investigaba sobre Polanski, más empujada me sentía a ver su cine, y lo hacía una y otra vez, sobre todo los grandes títulos: Repulsión, La semilla del diablo, Chinatown. Como todas las obras maestras, invitan a verlas repetidamente. Yo las devoraba. Se convirtieron en parte de mí, como pasa cuando se ama algo.
No me deberían haber gustado esas películas ni ese director. Polanski es el blanco de boicots, querellas e indignación. Para la gente, el hombre y su obra parecen ser la misma cosa. ¿Pero lo son? ¿Debemos intentar separar el arte del artista, al creador de su obra? ¿Nos sumimos en un olvido voluntario cuando queremos escuchar, por ejemplo, el ciclo del Anillo de Wagner? (Olvidar es más fácil para algunas personas que para otras; las obras de Wagner se han representado muy pocas veces en Israel). ¿O pensamos que el genio merece una dispensa especial, un permiso para comportarse mal?
¿Y cómo varía nuestra respuesta en función de las situaciones? Da la impresión de que algunas obras de arte son ya imposibles de disfrutar por las transgresiones de su creador: ¿Cómo podemos ver The Cosby Show después de las acusaciones de violación contra Bill Cosby? Por supuesto, se puede hacer, pero ¿estaremos viendo verdaderamente la serie? ¿O más bien el espectáculo de nuestra inocencia perdida?
¿Y es solo una cuestión pragmática? ¿Retiramos nuestro apoyo a esa persona si está viva, para que no obtenga beneficios económicos de nuestro consumo de su obra? ¿Votamos con la cartera? En ese caso, ¿está bien bajarse gratis de Internet una película de Roman Polanski, por ejemplo? ¿Podemos verla en casa de un amigo?
Un momento: ¿quién es ese “nosotros” que aparece siempre en los ensayos críticos? Nosotros es una escapatoria. Nosotros es barato. Nosotros es una forma de deshacernos de la responsabilidad personal y, al mismo tiempo, asumir fácilmente la autoridad. Es la voz del crítico masculino tradicional, el que cree sinceramente que sabe lo que debe pensar todo el mundo. Nosotros es corrupto. Nosotros es artificial. La pregunta que hay que hacerse es: ¿Puedo yo amar el arte pero odiar al artista? ¿Puede usted? Cuando digo nosotros, me refiero a mí. Me refiero a usted.
Sé que Polanski es peor, -signifique esto lo que signifique-, pero para mí el ultramonstruo es Woody Allen.
Los hombres quieren saber por qué nos indigna tanto Woody Allen. Woody Allen se acostó con Soon-Yi Previn, hija de su pareja Mia Farrow. La primera vez que se acostaron juntos, Soon-Yi era una adolescente que estaba bajo su cuidado, y él era el director de cine más famoso del mundo.
La relación sexual con Soon-Yi me afectó como una traición personal. Cuando era joven, yo me sentía como Woody Allen. Intuía o creía que él me representaba en la pantalla. Era yo. Ese es uno de los aspectos peculiares de su talento, su capacidad para suplantar al espectador. La identificación era aún más intensa por su personaje habitual: flaco como un niño, bajito como un niño, confuso ante un mundo frío e incomprensible (como antes Chaplin). Sentía una afinidad con él superior a la normal entre una niña y un cineasta adulto. De una manera algo absurda, me parecía que era mío. Siempre le había considerado uno de nosotros, los indefensos. A partir de Soon-Yi, me pareció un depredador. Mi reacción no era lógica; era emocional.
Una tarde lluviosa de la primavera de 2017, me dejé caer en el sofá del cuarto de estar y cometí un acto transgresor. No el que están ustedes pensando. Lo que hice fue contratar Annie Hall en el servicio a la carta de mi televisor. Fue fácil. Me limité a darle al botón de OK en mi enorme mando y luego me dediqué a rebuscar galletas en un paquete mientras aparecían los títulos de crédito. Como acto transgresor, fue bastante modesto.
Había visto la película al menos una docena de veces, pero volvió a cautivarme. Annie Hall es una comedia ingeniosa, como un terso paso de baile de Fred Astaire, un globo lleno de helio que tensa la cuerda que lo sujeta. Es una historia de amor para gente que no cree en el amor: Annie y Alvy se unen, se distancian, vuelven a unirse y se separan definitivamente. Su relación no ha tenido sentido en ningún momento y, al mismo tiempo, ha merecido la pena. El estribillo de Annie, “la la la”, es el principio que rige la aventura, la colección de sílabas sin sentido que dan feliz expresión al existencialismo de Allen. “La la la” significa “No importa nada”. Significa “Vamos a divertirnos mientras nos estrellamos”. Significa “Se nos van a romper los corazones, ¿a que es una juerga?
Annie Hall es el mejor film cómico del siglo XX —mejor que La fiera de mi niña, mejor incluso que Caddyshack—, porque reconoce el incontenible nihilismo que acecha dentro de toda comedia. Y además, es muy divertido. Ver Annie Hall es sentir por un instante que una pertenece a la humanidad. Sentirse casi asaltada por ese sentimiento de pertenencia, esa conexión inventada que puede ser más bella incluso que el amor. Y eso es lo que llamamos verdadero arte. Por si no lo sabían.
Yo no siempre me siento conectada con la humanidad. Es un placer poco frecuente. ¿Y tengo que renunciar a él solo porque Woody Allen se portó mal? No me parece justo.
Cuando le mencioné a mi amiga Sara que estaba escribiendo sobre Woody Allen, me dijo que había visto en su barrio una biblioteca de intercambio que estaba hasta arriba de libros escritos por y sobre él. Nos reímos al imaginar a algún furioso aficionado, seguramente una mujer, que había decidido que no podía soportar seguir teniendo esos libros en su casa y los había llevado todos a la biblioteca.
Y entonces Sara dijo en tono nostálgico: “Yo no sé dónde poner todo lo que siento sobre Woody Allen”. Exacto.
También le conté que estaba escribiendo sobre Allen a otra amiga muy inteligente. “¡Yo tengo muchas opiniones sobre Woody Allen!”, exclamó entusiasmada. Estábamos bebiendo una copa de vino en el porche de su casa y la luz de la tarde le iluminaba el rostro. “¡Estoy furiosa con él! Ya estaba cabreada con él por lo de Soon-Yi, y entonces llegó lo de ¿cómo se llama? ¿Dylan? Llegaron las acusaciones de Dylan, y la reacción tan desdeñosa que tuvo. Y detesto cómo habla sobre Soon-Yi, siempre diciendo que gracias a él tiene una vida más plena”.
Y para màs agua a la sopa, apareciò este artìculo : "La novia secreta de Woody Allen.
Babi Christina Engelhardt ha confesado que mantuvo una historia de amor clandestina con el cineasta durante ocho años y que coincidió con diferentes mujeres, entre ellas Mia Farrow.
La novia secreta de Woody Allen/
EFE
No discutir sobre su trabajo y reunirse únicamente en su apartamento de la Quinta Avenida de Nueva York para respetar su privacidad eran las dos condiciones que Woody Allen puso a la modelo Christina Engelhardt. En 1976 ella tenía dieciséis años y se embarcó en una relación de ocho años con el director de películas como “Medianoche en París” (2011) o “Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo, pero nunca se atrevió a preguntar” (1972), que entonces tenía 41 años. Todo comenzó en “Elaine”, un restaurante de Nueva York en el que Engelhardt dejó caer una nota con su número de teléfono sobre la mesa del cineasta. Él la llamó y, sin preguntarle su edad, la invitó a su apartamento iniciando una historia de amor clandestina. “Las cortinas siempre estaban cerradas”, decía Engelhardt en sus confesiones a “The Hollywood Reporter” acerca de su historia con Allen, “la vista -que daba a Central Park- debía ser espectacular, pero yo no estaba allí para la vista”. Con el reciente movimiento #MeToo y los recientes escándalos sobre la vida privada de Woody Allen, la modelo se ha atrevido a contar cómo fue su relación con el director de cine, que coincidió con la que mantuvo con la actriz Mia Farrow. Engelhardt acaba de cumplir 59 años y se atreve a hablar sobre esa historia clandestina y sobre cómo la vio reflejada en “Manhattan” (1979), película con la que, confiesa a la citada publicación, lloró de principio a fin. “
¿Cómo podía ser que él se sintiese así? Nuestra relación fue algo mágico, ¿cómo fue que solo era una aventura para él?”, se preguntaba la modelo. Tras cuatro años de relación “a escondidas”, Allen le anunció que quería presentarle a su nueva novia, Mia Farrow, que entonces ya era famosa por “El Gran Gatsby” (1974). Esto fue muy doloroso para Engelhardt, pues ella presumía de ser la novia del cineasta y, según explicaba al diario americano, “no quería estar allí en absoluto pero no encontraba el coraje de levantarme e irme y la idea de no tener a Woody en mi vida me aterrorizaba”, confesaba. Sin embargo, con el paso del tiempo estos celos se atenuaron durante el gran número de veces que los tres practicaban sexo juntos. “Ella era hermosa y dulce y él era encantador y atractivo”, decía Engelhardt sobre Farrow y Allen, pero “no fue hasta después cuando pensé en lo retorcido que era y en que yo era poco más que un juguete”. La única vez que, según recuerda, vio salir a la luz la vulnerabilidad del cineasta fue cuando su ex pareja, Diane Keaton, le llamó por teléfono para anunciarle que el gato que tuvieron mientras vivían juntos había muerto. “Le temblaban las manos”, confesaba Engelhardt ante la cantidad de mujeres que pasaron por la vida de Allen. Para la modelo, el director era un arco iris con muchos colores “y yo fui uno de ellos”, por lo que decidió seguir con su vida y convertirse en una musa platónica para Federico Fellini. Entre estas confesiones, Engelhardt afirma que su intención no es la de atacar a Woody Allen, sino que, a partir del #MeToo y los escándalos mediáticos recientemente publicados sobre el director de cine, solo habla “de mi historia de amor, que me hizo quien soy y no me arrepiento”.
¿QUE SIGNIFICA QUE GRANDES ARTISTAS SEAN "UNOS MONSTRUOS?
Esto creo que es lo que nos sucede a muchos cuando pensamos en la obra de genios monstruosos: nos decimos que tenemos pensamientos éticos cuando, en realidad, lo que tenemos son sentimientos morales. Ponemos palabras alrededor de esos sentimientos y lo llamamos opiniones: “Lo que hizo Woody Allen estuvo muy mal”. Y los sentimientos nacen de un lugar más elemental que los pensamientos. El hecho era que me sentía disgustada por la historia de Woody y Soon-Yi. No estaba pensando; estaba sintiendo. Me sentía personalmente ofendida.
Manhattan es una película dirigida y protagonizada por Woody Allen, estrenada en 1979. Obtuvo dos nominaciones a los Óscar.
La película describe la vida de Isaac Davis (Woody Allen), un escritor de chistes para televisión, que ha pasado los cuarenta y que, tras dos fracasos matrimoniales, se entera de que su última esposa (Meryl Streep) publica un libro con los detalles de su vida sexual, mantiene una relación con una joven de diecisiete años llamada Tracy (Mariel Hemingway), pero se enamora de Mary Wilkie (Diane Keaton), amante de su mejor amigo Yale (Michael Murphy).
Si quieren emociones complicadas, vean Manhattan.
Como muchas personas —¿muchas qué? ¿Muchas mujeres? ¿Muchas madres? ¿Muchas que fueron niñas? ¿Muchas personas con sentimientos morales?— he pasado años sin ser capaz de ver Manhattan. Hace unos meses, cuando empecé a pensar en Woody Allen como monstruo, vi prácticamente todas las demás películas que ha dirigido antes de afrontar que en algún momento tendría que ver Manhattan.
Y ese día llegó. Me senté en el bonito sofá de mi cómodo cuarto de estar mientras se celebraba el juicio a Bill Cosby. Era junio de 2017. Mi marido, que tiene un don para el dramatismo discreto, me sugirió que alternara entre el juicio y la película para construir una especie de metarrelato de la monstruosidad. Pero su austero sentido noreuropeo del espectáculo no sirvió de nada, porque no retransmitieron el juicio de Cosby. Aun así, estaba celebrándose.
El ambiente, ese verano, era de enorme malestar. Cundía un sentimiento general de que algo no estaba bien. Las gentes, y al decir gentes me refiero a las mujeres, estaban agitadas e insatisfechas. Se encontraban en la calle, se miraban, negaban con la cabeza y se alejaban en silencio. Las mujeres estaban hartas. Organizaron una manifestación gigantesca del hartazgo. Empezaron a comunicarse por Facebook y Twitter, a hacer largas marchas indignadas, a dar dinero a organizaciones de derechos civiles, a preguntarse por qué sus parejas y sus hijos no fregaban más los platos. Empezaron a darse cuenta de que el paradigma de los platos era odioso. Empezaron a radicalizarse, pese a que no tenían tiempo de ser radicales. Arlie Hochschild publicó The Second Shift (La doble jornada) en 1989, y en 2017 las mujeres empezaron a descubrir que esa mierda era más verdad que nunca. Un par de meses después surgieron las acusaciones contra Harvey Weinstein y, con ellas, el desbordamiento de la campaña de #MeToo.
Como escribí cuando era adolescente en mi diario: “En estos momentos no tengo una gran opinión de los hombres”. En el verano de 2017 seguía sin tenerla, y otras muchas mujeres tampoco la tenían. Muchos hombres tampoco se sentían muy bien sobre otros hombres. Incluso los patriarcas estaban hartos del patriarcado.
A pesar de toda esta bola masticada de opiniones, sentimientos y rabia, tenía la determinación de al menos intentar acercarme a Manhattan con la mente abierta. Después de todo, mucha gente piensa que es la obra maestra de Allen, y yo estaba dispuesta a dejarme conquistar. Y me conquistó con los títulos de crédito, en blanco y negro; con los saltos temporales editados a la perfección, casi cómicamente, para coincidir con los acordes triunfales de Rhapsody in Blue. Momentos después, cortamos a un plano de Isaac (el personaje de Allen), de cena con sus amigos Yale (¿Yale? ¿De verdad? ¿Estás de coña?) y su mujer, Emily. Está también la acompañante de Allen, una estudiante de 17 años llamada Tracy, a la que interpreta Mariel Hemingway.
Lo asombroso de esta escena es su despreocupación. Claro, él sabe que la relación no va a durar, pero las implicaciones morales que esto tiene parece que solo le perturban ligeramente. A Allen le fascinan la sombras morales, salvo en este tema concreto, el de los hombres de mediana edad que se acuestan con adolescentes. Frente a este asunto en particular, uno de los grandes observadores de la ética contemporánea -alguien cuyas obras de madurez son casi dignas de Flaubert- se vuelve de repente idiota.
“En el instituto, hasta las chicas más feas son guapas”. Esta frase me la dijo una vez un profesor.
El rostro de Tracy, que es el de Mariel, está hecho de planos abiertos que recuerdan a los pioneros, los campos de trigo y el sol (es una chica de Idaho, al fin y al cabo). Para Allen, Tracy tiene una bondad y una pureza que las mujeres adultas de la película no pueden tener jamás. Tracy es sabia, tal como la ha escrito Allen, pero, a diferencia de los adultos, está milagrosamente libre de cualquier neurosis.
Heidegger utilizaba los conceptos de Dasein y Vorhandensein. Dasein significa la presencia consciente, una entidad consciente de su mortalidad; por ejemplo, los personajes de todas las películas de Woody Allen salvo Tracy. Vorhandensein , por el contrario, es un ser que existe en sí mismo, simplemente es, como un objeto o un animal. O Tracy. La joven es gloriosa sin necesidad de hacer nada: inerte, como un objeto, Vorhandensein . Como las grandes estrellas del cine clásico, es un rostro, e Isaac lo deja claro en su letanía de motivos para vivir: “Groucho Marx y Willie Mays, las increíbles peras y manzanas de Cézanne, los cangrejos de Sam Wo’s y, ah, sí, el rostro de Tracy”. (Al ver la película por primera vez desde hacía décadas, me sorprendió lo mucho que la lista de Isaac se parece a una nota de Facebook).
Allen/Isaac puede acercarse más a ese mundo ideal, un mundo que ha olvidado su conocimiento de la muerte, acostándose con Tracy. Como es Woody Allen —un gran cineasta—, deja hablar a Tracy, y ella no es ninguna tonta. “Tus preocupaciones son mis preocupaciones”, dice. “Tenemos un sexo estupendo”. A Isaac le resulta muy conveniente: consigue absorber su sencillez encerrada en un cuerpo tan hermoso y queda absuelto de culpa. Las mujeres de la película no tienen esa suerte.
Las mujeres adultas de Manhattan son frágiles y demasiado conscientes de la muerte; lo saben todo. Una mujer que piensa está atrapada, alejada del cuerpo, de la belleza, de la propia vida.
En mi opinión, el momento más significativo de la película es una frase que dice una mujer muy elegante en tono quejumbroso durante un cóctel: “Por fin he tenido un orgasmo y mi médico me ha dicho que era de los malos”. La (divertida) respuesta de Isaac: “¿Que era de los malos? Nunca he tenido uno de los malos, jamás. El peor mío dio en la diana”.
Todas las mujeres que ven la película saben que el estúpido es el médico, no la mujer. Pero Woody/Isaac no lo ve así.
Si una mujer es capaz de pensar, no puede tener un orgasmo; si puede tener un orgasmo, no es capaz de pensar.
Igual que Manhattan no examina nunca de verdad o por completo las complejidades de que un vejestorio se acueste con una adolescente, el propio Allen —un individuo extremadamente elocuente— se vuelve extrañamente incoherente cuando habla de Soon-Yi. En una entrevista que le hizo en 1992 Walter Isaacson, para la revista Time, Allen soltó una frase que se hizo famosa por el fatuo desprecio de sus fallos morales: “El corazón quiere lo que quiere”.
Fue una de esas respuestas que nunca olvidas una vez que la has oído. Todos la memorizamos de inmediato, nos gustase o no. Su atroz desdén por todo lo que no sea él mismo, su orgullosa irracionalidad. Y Allen continuaba: “Estas cosas no siguen ninguna lógica. Conoces a alguien, te enamoras y a está”.
Rumié aquello como una perra.
Me costó terminar de ver Manhattan -tardé un par de sesiones-. Mencioné en las redes sociales esa dificultad para ver Manhattan en ese momento Trump (confiaba fervientemente en que fuera un momento). “¡Manhattan es una obra maestra! ¡He terminado contigo, Claire!”, respondió un escritor a quien no conozco personalmente. Este escritor había soportado varios pronunciamientos míos de lo más escandalosos, incluidos algunos sobre mi deseo de ejecutar y trocear a la mitad masculina de la humanidad, al estilo de Valerie Solanas. Sin embargo, cuando confesé que me sentía incómoda viendo Manhattan —creo que dije que la película me había dado “un poco de náuseas”—, salió furioso a decirme que me borraba y no pensaba dialogar conmigo nunca más.
Había fallado en lo que él consideraba que era mi deber: en la capacidad de superar mi moralina y mis tonterías -mis emociones - y hacer el trabajo de apreciación del genio. ¿Pero quién se mostró más emocional en esta situación? Fue él quien salió furioso de la habitación virtual. En los meses sucesivos repetí esta conversación con muchos hombres, listos y tontos: “¡Tienes que juzgar Manhattan por su estética!”, decían todos.
Otro escritor y yo lo discutimos una noche mientras cenábamos. Fue como una obra de teatro:
Escritora: “Mmm, no se sostiene”.
Escritor, con brusquedad: “¿A qué te refieres?”
Ella: “Bueno, parece todo un poco displicente. A Isaac no le preocupa que ella esté en el instituto”.
Él: “No, no, no, le preocupa muchísimo”.
Ella: “Hace bromas al respecto, pero no le preocupa tanto”.
Él: “Estás pensando en Soon-Yi estás dejando que eso te influya a la hora de ver la película. Creía que eras más seria”.
Ella: “Me parece siniestra por méritos propios, aunque no supiera nada de Soon-Yi”.
Él: Tienes que olvidarte. Tienes que juzgarla solo por sus valores estéticos”.
Ella: “¿Y qué le da esa calidad estética, objetivamente?”
El escritor dice algo sobre “equilibrio y elegancia” que suena muy inteligente.
Me gustaría que la escritora hubiera sido capaz de dar la puntilla, pero no fue así. No estaba segura de sí misma.
¿Quién es más clarividente? ¿Aquel que tiene la capacidad —algunos dirían el privilegio— de que no le preocuparan las actitudes del cineasta respecto a las mujeres ni sus antecedentes con jovencitas? ¿Aquel que puede contemplar el arte caer en las falacias biográficas? ¿O quien no puede evitar ver las antipatías y los impulsos que parecen dar vida al proyecto? Lo pregunto sinceramente.
¿Estaban siendo esos espectadores orgullosos de su objetividad tan objetivos como piensan?La genialidad habitual de Woody Allen es su capacidad para autoinculparse, y aquí está una película en la que esa capacidad falla y en la que también se acuesta con una adolescente; ¿y esa es la película que es calificada de obra maestra? ¿Qué es exactamente lo que defienden estos tipos? ¿Es la película? ¿O es otra cosa?
Creo que Manhattan , y su historia pro-chica anti-mujer, sería inquietante incluso aunque nunca hubiera aterrizado el huracán Soon-Yi, pero no lo podemos saber, y ahí está la clave del asunto. La película de Louis C. K. I Love You, Daddy -el relato de un padre que trata de evitar que su hija adolescente se líe con un hombre mayor- va a tener una suerte similar. Será imposible verla como algo ajeno al mal comportamiento sexual de Louis C. K., si es que alguna vez llega a verse. Por el momento, se ha parado la distribución y no se va a estrenar.
Una gran obra de arte nos provoca sentimientos. Y, sin embargo, cuando digo que Manhattan me provoca náuseas, un hombre me responde: “No, ese sentimiento no. Estás teniendo el sentimiento equivocado”. Y habla con autoridad: “Manhattan es una obra maestra”. ¿Pero quién lo dice? La voz autorizada dice que la obra no debe verse afectada por la vida. Que la biografía es una falacia. Que la obra existe en un mundo ideal (ahistórico, alpino, nevado, puro). La voz autorizada desprecia el sentimiento natural que provoca conocer la biografía de un sujeto. Reacciona con brusquedad ante cosas así. Dice que es capaz de apreciar la obra sin tener en cuenta la biografía ni la historia. La voz autorizada se coloca del lado del creador (masculino) y en contra del público.
Yo no soy ahistórica, ni inmune a la biografía. Eso queda para los vencedores de la historia (los hombres) (hasta ahora).
La cosa es que no digo que yo tenga razón. Pero soy el público. Y lo único que hago es ser consciente de la realidad de esta situación: la película Manhattan se ve de otra manera por lo que sabemos sobre Soon-Yi, pero además es ligeramente repugnante por sí misma y, al mismo tiempo, tiene un montón de cosas que son maravillosas. Y todo eso puede ser verdad al mismo tiempo. Que los hombres te digan simplemente que la historia de Allen no cuenta no logra el objetivo de que deje de importar.
¿Y qué hago con el monstruo? ¿Tengo alguna responsabilidad? ¿Debo apartarme, o superar mi desagrado biográfico y en su lugar ver, leer, escuchar?
¿Y por qué nos pone tan furiosos - me pone tan furiosa- el monstruo?
El público quiere algo que ver, leer o escuchar. Eso es lo que lo convierte en público. En este momento histórico concreto en el que estamos abrumados por las amargas revelaciones, el público se indigna de nuevo con la aparición de nuevos monstruos cada día, una y otra vez. El público palpita con el drama de las denuncias contra los monstruos. Se da media vuelta y jura que nunca más verá una película de Kevin Spacey.
Quizá los sentimientos del público son puros, justos y sinceros. Pero también puede estar pasando otra cosa.
Cuando tienes un sentimiento moral, estás satisfecho contigo mismo. Colocas tus emociones en un lecho de lenguaje ético y te admiras por hacerlo. Nos regimos por las emociones, unas emociones que rodeamos de lenguaje. La transmisión de nuestros sentimientos virtuosos nos parece muy importante y extrañamente apasionante.
Recordatorio: no hay que decir “tú”, ni “nosotros”, no hay que hablar de “alguien”, soy “yo” Hay que reconocer las cosas. Yo soy el público. Y me doy cuenta de que dentro de mí acecha algo completamente inaceptable. Incluso en medio de mis arrebatos de justa indignación por Woody y Soon-Yi, sé que, en cierto sentido, yo no soy una ciudadana completamente noble. Me llevo bien con mis hijos y cuido a mis amigos; tengo una casa acogedora, escucho a mi marido y soy razonablemente buena con mis padres. En lo que hago y pienso a diario, soy un ser humano más o menos decente. Pero también soy algo más, algo que se parece vagamente a un monstruo. Los victorianos comprendían ese sentimiento; por eso nos dieron las tremendas dicotomías de Dorian Gray, de Jekyll y Hyde. Supongo que esa es la condición humana, esa leve sospecha de nuestra propia maldad. Es lo que subyace en nuestra fascinación con las personas que hacen cosas terribles. Algo en nosotros -en mí- vibra con ese horror, lo reconoce, se espanta al reconocerlo y luego se entusiasma con el espectáculo de denunciar públicamente al monstruo en cuestión.
El teatro psicológico de la condena pública de los monstruos puede considerarse una especie de complejo engaño: No me miren a mí, no hay nada que ver. Yo no soy ningún monstruo. En cambio, fíjense en ese tipo de ahí fuera.
¿Soy un monstruo? Nunca he matado a nadie. ¿Soy un monstruo? Nunca he preconizado el fascismo. ¿Soy un monstruo? Yo no he cometido abusos sexuales contra un niño. ¿Soy un monstruo? A mí no me han acusado docenas de mujeres de drogarlas y violarlas. ¿Soy un monstruo? No pego a mis hijos (todavía). ¿Soy un monstruo? No soy antisemita. ¿Soy un monstruo? Nunca he presidido una secta sexual que capture a mujeres jóvenes en una mansión dorada de Atlanta. ¿Soy un monstruo? Yo no he violado analmente a un chico de 13 años.
Con todas las cosas horribles que no he hecho, a lo mejor no soy un monstruo.
Pero hay una cosa que sí he hecho: escribir un libro. Y escribir otro libro más. Ensayos, artículos y reseñas. O quizá eso me convierte en monstruo, pero en un sentido muy específico.
El crítico Walter Benjamin hablaba de “la barbarie que está en la base de toda gran obra de arte”. Mis obras no son precisamente grandes, pero me pregunto: ¿quizá en la base de toda pequeña obra de arte hay un poco de barbarie? ¿Una pizca?
Para ser escritor o artista, una persona debe poseer muchas cualidades. Talento, inteligencia, tenacidad. No viene mal contar con padres ricos. Es decididamente conveniente. Pero el ingrediente más necesario es el egoísmo. Un libro está hecho de pequeños egoísmos. El egoísmo de cerrar la puerta a la familia. El egoísmo de ignorar el cochecito que aguarda en el pasillo. El egoísmo de olvidarse del mundo real para crear otro distinto. El egoísmo de robar historias a personas de carne y hueso. El egoísmo de reservar lo mejor de uno mismo para ese amante anónimo y sin rostro, el lector. El egoísmo de decir lo que uno tiene que decir.
Me pregunto si soy suficientemente monstruosa. Soy consciente de mis fallos como escritora —conozco la lista al detalle, y lo peor son los fallos que sé que no conozco—, pero una pequeña parte de mí tiene que preguntar: si fuera más egoísta, ¿sería mejor mi trabajo? ¿Debería aspirar a ser más egoísta?
Todas las escritoras y madres a las que conozco se han hecho esta pregunta. Ninguna lo dice en voz alta, pero puedo oír cómo lo piensan; es casi ensordecedor. ¿Acaso una identidad corta fatalmente la otra? ¿Mi trabajo me hace ser una madre peor? ¿Eso es lo que te preguntas todo el tiempo. Pero también me pregunto: ¿La maternidad me hace ser peor escritora? Esta pregunta es un poco más incómoda.
Jenny Offill aborda esta idea en un fragmento de su novela Dept. of Speculation, un pasaje muy comentado por las escritoras y artistas que conozco: “Mi plan era no casarme jamás. En lugar de ello, iba a ser un monstruo del arte. Las mujeres no llegan casi nunca a ser monstruos del arte, porque los monstruos del arte solo se ocupan de ese arte, nunca de las cosas cotidianas. Nabokov ni siquiera cerraba su paraguas. Y Vera le humedecía los sellos”.
Aborrezco chupar los sellos con la lengua. Un monstruo del arte, pensé cuando leí este fragmento. Eso es lo que quiero ser. Mis amigas pensaron lo mismo. Victoria, que es pintora, se dedicó a ir por ahí gritando “monstruo del arte” durante varios días.
Las escritoras que conozco sueñan con ser más monstruosas. Lo dicen medio en broma: "Ojalá tuviera una esposa”. ¿Qué quiere decir eso? Quiere decir que sueñan con abandonar los cuidados cotidianos para practicar los sacramentos egoístas que exige el arte.
¿Y si no soy suficientemente monstruosa?
En cierto modo, llevo años preguntándoselo a un par de amigos escritores a los que considero magníficos. Les envío correos llenos de simpatía pero en los que, en realidad, siempre estoy intentando saber: ¿cuánto tienes de egoísta? O, para decirlo de otro modo: ¿Cómo de egoísta debo ser para ser tan buena artista como tú?
Muy egoísta, según he descubierto observando a esos hombres desde lejos. Egoísta de cerrar la puerta y no hacer caso a tu hijo cuando trabajas. Egoísta de trabajar todos los días, incluidas las fiestas, incluido Navidad. Egoísta para irte semanas seguidas de gira para promocionar un libro. Egoísta como para acostarte con otras mujeres en congresos. Tan egoísta para hacer lo que haga falta.
Una noche reciente, me encontraba en el caótico salón lleno de libros de una joven escritora y su marido, también escritor. Sus hijos estaban ya en la cama, en el piso de arriba; de vez en cuando se oía algún llanto.
Mi amiga estaba en su salsa: los tres hijos estaban en el colegio y su marido tenía un trabajo a tiempo completo mientras ella trataba de labrarse una carrera con colaboraciones y escribiendo libros. Una nube de intensa ambición literaria cubría la casa, como un microclima tormentoso. Era un día laborable; todos deberíamos habernos ido ya a la cama, pero allí estábamos, bebiendo vino y hablando de trabajo. El marido me pareció encantador, lo que quiere decir que se reía con todos mis chistes. Estaba muy tenso y alerta, quizá porque, como escritor, no estaba teniendo demasiado éxito. La mujer, en cambio, sí lo tenía, y mucho.
Ella mencionó un relato breve que acababa de escribir y publicar.
“Ah, ¿te refieres a la última excusa para abandonarnos a los niños y a mí?”, preguntó el inteligente y encantador marido.
La mujer se había convertido en un monstruo capaz de terminar su obra. El marido, no.
Esa es la monstruosidad femenina: abandonar a los hijos. Siempre. El monstruo femenino es Doris Lessing dejando a sus hijos para entregarse a una vida literaria a Londres. El monstruo femenino es Sylvia Plath, que, por si fuera poco su suicidio, antes se molestó en sellar la habitación de los niños. Y de dejarles pan y leche preparados, todo un poema en sí. Soñaba con devorar hombres como el aire, pero era monstruosa porque dejó a sus hijos sin madre.
Una mujer escritora no necesariamente se suicida ni abandona a sus hijos. Pero siempre abandona algo, una parte solícita de sí misma. Cuando acaba un libro, el suelo está lleno de pequeñas cosas rotas: citas canceladas, promesas incumplidas, compromisos deshechos. Y otros olvidos y fallos más importantes: los deberes de los hijos sin haber sido repasados, las llamadas no hechas a los padres, el sexo conyugal olvidado. Todas esas cosas tienen que romperse para que se escriba el libro.
Desde luego, poseo la monstruosidad corriente de una persona normal, las profundidades insondables, el Hyde reprimido. Pero también tengo otra monstruosidad más visible y cuantificable, la de la artista que termina su trabajo. Los artistas que terminan sus obras siempre son monstruos. Woody Allen no solo intenta rodar una película al año; intenta estrenar una película al año.
En mi caso, la monstruosidad de terminar mi trabajo siempre se ha parecido mucho a la soledad: apartarme de la familia, encerrarme en una cabaña prestada o en una habitación de motel. Si no puedo alejarme físicamente, me encierro en mi despacho helador, envuelta en bufandas y mitones, con un gorro de piel en la cabeza, aislada del mundo, intentando acabar.
Porque acabar es lo que hace al artista. El artista debe ser suficientemente monstruoso como para no solo empezar la obra sino terminarla. Y cometer todas las barbaridades que salpican el camino entre el principio y el final.
Mi amiga y yo no habíamos hecho nada más que contar con que alguien se ocuparía de nuestros hijos mientras terminábamos nuestra obra. No es algo tan malo como la violación ni como, por ejemplo, obligar a alguien a que mire mientras te masturbas junto a una planta. Puede dar la impresión de que estoy mezclando dos cosas —los hombres depredadores y las mujeres artistas— y que resulta preocupante. Es posible. Porque, cuando las mujeres hacemos lo que hay que hacer para escribir o crear arte, a veces, nos sentimos monstruosas. Y otros se apresuran a calificarnos como tales.
La pareja de Hemingway, la escritora Martha Gellhorn, no pensaba que el artista tuviera que ser un monstruo; pensaba que el monstruo necesitaba convertirse en artista. “Un hombre debe ser un genio inmenso para compensar el hecho de ser una persona tan abominable” (supongo que sabía de lo que hablaba). Lo que dice es que alguien que es verdaderamente horrible se siente arrastrado a ser un genio para compensar al mundo por todas las cosas espantosas que le va a hacer. En cierto modo, es una revisión feminista de toda la historia del arte; una historia que ella, con una sola frase ácida y brillante, convierte en un alegoría moral de compensación.
En cualquier caso, quedan preguntas por responder: ¿Qué hacemos con los monstruos? ¿Podemos y debemos amar sus obras? ¿Todos los artistas ambiciosos son monstruos? Y en voz muy baja: ¿Soy un monstruo?
Claire Dederer (6 de enero de 1967 Seattle, Washington, Estados Unidos) es la autora de las memorias Love and Trouble. Está escribiendo un libro sobre la relación entre el mal comportamiento y el arte de calidad. Este artículo fue publicado en inglés por The Paris Review Daily.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
"Woody Allen es mi amigo y continúo creyendo en él". Diane Keaton se ha convertido este martes en una de las pocas personalidades de Hollywood, sino la única, en salir públicamente en defensa del cineasta, que está en el centro de la polémica por la acusación de su hija adoptiva Dylan Farrow, que asegura que abusó de ella en 1992, cuando tenía siete años, y ha señalado que sigue creyendo en su inocencia.
Madrid / Los Ángeles 31 ENE 2018 -
Keaton, una de las grandes musas del realizador neoyorquino y protagonista de obras como Annie Hall (1977) y Manhattan (1979) ha tuiteado este mensaje, que acompaña con el vídeo de una entrevista a Woody Allen emitida en 1992 por el programa 60 Minutes en la que este se defiende. En esa conversación televisiva, Allen negó unas acusaciones que le persiguen desde hace 25 años y que han vuelto a salir a la luz tras la catarata de casos de agresión sexual en Hollywood y el impulso de los movimientos #MeToo (Yo también) y Time's Up (Se acabó el tiempo).
Diane Keaton, sobre Woody Allen: “Es mi amigo y sigo creyendo en él”Kate Winslet lamenta las "malas decisiones" de trabajar con ciertos cineastas
Las declaraciones de Diane Keaton se unen a las recientes afirmaciones de Alec Baldwin, quien opinó que "renunciar" a Woody Allen es "injusto y triste". "¿Es posible apoyar a los supervivientes de la pedofilia y de abusos y acosos sexuales y, al mismo tiempo, creer que Woody Allen es inocente? Así lo creo", escribió en Twitter. Sin embargo, Keaton y Baldwin son sólo una minoría en Hollywood frente a los intérpretes que han mostrado en los últimos días su arrepentimiento y tristeza por haber trabajado con Allen.
Como muestra, Rebecca Hall y Timothée Chalamet donaron sus sueldos correspondientes a sus papeles en películas de Woody Allen, Selena Gómez hizo una importante contribución a Time's Up, y Greta Gerwig dijo tenía remordimientos por haber trabajado en la película To Rome With Love (A Roma con amor, 2012).
Asimismo, Kate Winslet admitió el domingo, en un encuentro con críticos de cine en Londres, que lamenta las "malas decisiones" que tomó al haber trabajado con ciertos cineastas, si bien no los citó por su nombre. Natalie Portman, Mira Sorvino, Colin Firth, Susan Sarandon, Reese Witherspoon o Rachel Brosnahan han jurado no trabajar con Allen en solidaridad con Dylan Farrow. Woody Allen, mientras tanto, insiste en que nunca abusó de su hija adoptiva y acusa a la familia de su expareja Mia Farrow de aprovecharse del momento para reavivar una "denuncia desacreditada".
"Aunque la familia Farrow está cínicamente usando la oportunidad brindada por el movimiento Time's Up para repetir esta denuncia desacreditada, eso no la torna más verdadera hoy que en el pasado", escribió Allen, de 82 años, en un comunicado divulgado el jueves. "Nunca abusé de mi hija, como concluyeron todas las investigaciones hace un cuarto de siglo", añadió.Después del escándalo en torno al productor Harvey Weinstein, acusado de decenas de casos de agresión sexual, numerosas revelaciones del mismo tipo salpicaron a artistas como Kevin Spacey, Dustin Hoffman, James Franco, Brett Ratner, John Lasseter, Louis C.K. o Bryan Singer.
Alec Badlwin considera que "renunciar" a Woody Allen es "injusto y triste" EFE 16.01.2018
El actor estadounidense Alec Baldwin indicó hoy a través de su perfil en Twitter que "renunciar" a Woody Allen, como han hecho recientemente Rebecca Hall y Timothée Chalamet al donar los sueldos que cobraron por trabajar con él, es "injusto y triste". El intérprete criticó que resurjan las acusaciones de abuso sexual contra el artista neoyorquino y señaló que ese tipo de alegaciones "deberían ser tratadas con cuidado". Chalamet se unió este martes a Hall en la decisión de donar el salario recibido por su participación en A Rainy Day in New York, de Woody Allen, para ayudar a "acabar con la injusticia, la desigualdad y, sobre todo, el silencio". El joven de 22 años anunció en su cuenta de Instagram que donará el dinero al fondo de defensa legal "Time is Up", movimiento contra el acoso sexual creado por centenares de actrices y productoras de Hollywood, al Centro LGTB de Nueva York y a RAINN (Red Nacional de Violación, Abuso e Incesto). Dylan Farrow, hija de Woody Allen y Mia Farrow, ha acusado en los últimos años al realizador de haberla sometido a abusos sexuales cuando era niña. "Woody Allen fue investigado por dos estados y no se presentaron cargos. Renunciar a él y a su trabajo, sin duda, tiene un propósito. Pero me parece injusto y triste. He trabajado con él en tres ocasiones y fue uno de los privilegios de mi carrera", señaló Baldwin. "¿Es posible apoyar a los supervivientes de la pedofilia y de abusos y acosos sexuales y, al mismo tiempo, creer que Woody Allen es inocente? Así lo creo", escribió Baldwin. "La intención no es ignorar o rechazar esas quejas. Pero acusar a la gente de esos crímenes es algo que debería tratarse con cuidado. En nombre de las víctimas, también", opinó Baldwin. Ver más en:
La Comedia del latín comoedĭa, es una obra que presenta una mayoría de escenas y situaciones humorísticas o festivas. Las comedias buscan entretener al público y generar risas, con finales que suelen ser felices. Comedia es también el género que agrupa a todas las obras de dichas características.
Asimismo otra de las importantes señas de identidad que tiene toda comedia es el hecho de que en ella el eje central de la historia gira en torno a los defectos o vicios que tiene el personaje protagonista que ejerce como una representación de la sociedad en general. De esta manera, lo que se hace es exagerar y mostrar aquellos para así llevar a cabo un tono moralizante.
Aunque parezca contradictorio, la comedia es un género dramático, en el sentido de que se trata de un género literario o artístico que presenta distintos episodios de la vida mediante el diálogo de los personajes.
El personaje principal de una comedia suele representar un arquetipo (ser mentiroso o avaro, por ejemplo). Sus actuaciones pueden responder a un estereotipo, donde la exageración de las conductas divierte al espectador o lector
Una comedia de situación(situation comedy o sitcom) es un formato televisivo que nació en los Estados Unidos con “I love Lucy” o “Yo amo a Lucy”, protagonizada por Lucille Ball.
El nombre de sitcom proviene de la audiencia sentada frente a los actores, cuyas risas quedan grabadas en los capítulos o, en el caso de que la emisión sea en vivo, es captada en el momento por los micrófonos. Fue una serie que se emitió durante la década de los 50, desde 1951 a 1957. Se transmitió por la CBS y fue la serie más vista en los Estados Unidos durante cuatro temporadas. Fue retransmitida en numerosos países y ganó importantes menciones, entre ellas cinco premios Emmy. La comedia llevó la fama a su actriz principal Lucille Désirée Ball Morton, conocida como Lucille Ball, quien cautivó al público demostrando sus habilidades como intérprete cómica.El espectáculo fue el primer programa de televisión en haber sido grabado en el estudio en película de 35 mm frente a una audiencia, ganó cinco premios Emmy y ha recibido numerosas nominaciones. En 2002, ocupó el segundo lugar en la lista de TV Guide de los más grandes programas de televisión, detrás de Seinfeld y por delante de The Honeymooners. En 2007 fue catalogado como uno de los "100 Best TV Shows of All-TIME"
Tampoco podemos olvidar que dentro del ámbito televisivo se ha puesto de moda lo que se conoce con el nombre de stand-up comedy que es aquel espacio que se lleva a cabo por una persona, un humorista, en directo y delante de un público. Así realiza monólogos acerca de hechos o situaciones de nuestra vida diaria con la que los asistentes puedan identificarse. De esta manera, gracias a dicha identificación explota la vena más divertida de aquellas para conseguir que todos se rían de las mismas.
En España, por ejemplo, existe un programa de gran éxito de este tipo que tiene por título “El Club de la Comedia”. Un espacio semanal donde los mejores monologuistas del momento se suben al escenario para explotar el lado ás cómico de situaciones habituales de nuestra existencia tales como el enamoramiento, las dietas, la práctica del deporte o las peleas familiares.
En el cine, las comedias se caracterizan por la inclusión de bromas verbales o visuales. Las comedias cinematográficas se remontan a los orígenes del séptimo arte, con filmes como “El regador regado”, que se estrenó en 1896.
La comedia es una parte fundamental de la vida, si no, ¿que sería del cine? De vez en cuando es necesario ver una película simplemente para reírnos. El Sindicato de Guionistas de Estados Unidos (WGA) ha llevado a cabo una votación entre todos sus miembros para determinar cuáles son las películas más graciosas de todos los tiempos, o más precisamente, cuáles son los guiones más graciosos de todos los tiempos, que en esencia es lo mismo (no se puede hacer una película demasiado graciosa si el guión no lo es).
En el ámbito cinematográfico es interesante resaltar el hecho de que existen diversos tipos de comedias. Así, nos encontramos con la comedia animada que es de dibujos animados, las parodias que son versiones divertidas de películas anteriores o la comedia romántica. En este último caso se trata de filmes que abordan todo tipo de enredos dentro de las relaciones de pareja y de ello son ejemplos producciones tales como “Cuando Harry encontró a Sally” (1989) o “Pretty Woman” (1990).
Por último, podemos mencionar que una historieta cómica es una publicación impresa de humor gráfico, en general caracterizada por las caricaturas. En la actualidad, la mayoría de los diarios incluyen alguna historieta cómica.
Así, la página oficial del Sindicato de Guionistas publicó una lista con los 101 guiones más graciosos de la historia del cine. El resultado es realmente interesante y no hay demasiado que se pueda cuestionar.
Primero de los guiones de comedias:
Annie Hall (1977)
Some Like it Hot (1959)
Groundhog Day (1993)
Airplane! (1980)
Tootsie (1982)
Young Frankenstein (1974)
Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (1964)
Blazing Saddles (1974)
Monty Python and the Holy Grail (1975)
National Lampoon’s Animal House (1978)
This is Spinal Tap (1984)
The Producers (1967)
The Big Lebowski (1998)
Ghostbusters (1984)
When Harry Met Sally… (1989)
Bridesmaids (2011)
Duck Soup (1933)
There’s Something About Mary (1998)
The Jerk (1979)
A Fish Called Wanda
Tambièn hay actores que lo hacen mucho mejor que otros, y cuando hablamos de los grandes comediantes del cine, es necesario hacer memoria y recordar a quienes lo hicieron con mayor estilo. Veamos si coincides con este listado:
Caryn Elaine Johnson (Nueva York, Estados Unidos, 13 de noviembre de 1955), más conocida por su seudónimo Whoopi Goldberg. Quizás ya no la recordamos tanto como deberíamos, pero Whoopi Goldberg es una actriz de comedia que nos divirtió por años. Los 90 no hubieran sido lo mismo sin películas como Sister Act, en la que la vimos vestida de monja, o Corrina, Corrina, donde se las arregló para introducir el humor en una historia en realidad un poco triste.
#16 Sandra Bullock. Annette Bullock (Condado de Arlington, Virginia, Estados Unidos; 26 de julio de 1964)Si bien sus últimos papeles no han sido de comedia y tiene muchas películas dramáticas en su haber, Sandra Bullock supo conquistar al público con Miss Congeniality y comedias románticas como Two Week Notice.
#15 Rowan Atkinson
Rowan Sebastian Atkinson (Consett, Condado de Durham, Inglaterra, Reino Unido, 6 de enero de 1955) ¿Qué decir de Mr. Bean? Seguro que es ese el nombre por el cual lo conoces. No hay manera de que este personaje no sea gracioso, porque logró construir algo totalmente nuevo tanto en la televisión como en el cine.
#14 Steve Martin
Stephen Glenn "Steve" Martin (Waco, 14 de agosto de 1945)Quizás es uno de los actores con perfil bajo, pero hace un buen trabajo en cualquier comedia donde está presente. En los 90 debes recordarlo por Father of the Bride, la cual también tiene una secuela. Si miras a tiempos más actuales, probablemente hayas visto The Pink Panther.
#13 Christina Applegate
Christina Applegate (25 de noviembre de 1971, Hollywood, California)Desde su aparición como adolescente en la sitcom Married With Children hasta ahora, Christina Applegate tuvo una carrera muy amplia en cine. Se la conoce mejor por su papel junto a Cameron Díaz en The Sweetest Thing y además por las dos películas de Anchorman.
#12 Rick Moranis
Frederick Allan Ricky o Rick Moranis (Toronto, 18 de abril de 1953)Aunque desapareció de la escena hace mucho tiempo, es imposible no relacionarlo con las películas de comedia de los años 90. Podemos contar Spaceballs, Ghostbusters y Honey, I Shrunk the Kids.
#11 Chris Rock
Christopher Julius Rock III (n. Andrews, Carolina del Sur; 7 de febrero de 1965), más conocido comoChris Rock comenzó su carrera haciendo stand up, pero sus papeles en cine son también muy buenos. Es uno de los mejores comediantes del momento, no solo en pantalla sino escribiendo y produciendo.
#10 Mike Myers
Michael John Myers (n. 25 de mayo de 1963)Mike Myers se hizo un nombre como comediante con las películas de Austin Powers, pero hay también quienes lo conocen por Wayne’s World. Es sin dudas de los comediantes más reconocidos del cine.
#9 Jennifer Coolidge
Jennifer Coolidge (Boston, Estados Unidos, 28 de agosto de 1961)A pesar de que raramente la vemos como protagonista, es una de las actrices que siempre está presente y de las más graciosas. Entre las películas en las que participó se encuentran Legally Blonde, A Cinderella Story y Epic Movie.
#8 Robin Williams
Robin McLaurin Williams (Chicago, Illinois, 21 de julio de 1951 – Paradise Cay, California, 11 de agosto de 2014) Robin Williams es uno de los actores de comedia más destacados, aunque debamos lamentar su inexplicable muerte. Desde Patch Adams hasta Mrs. Doubtfire, toda su carrera es impecable.
#7 Tina Fey
Elizabeth Stamatina Fey (n. Upper Darby, Pensilvania; 18 de mayo de 1970), más conocida comoTina Fey,Si bien Tina Fey es más conocida por su trabajo en televisión, tiene apariciones en cine en las que hace uso de su increíble humor. Por ejemplo, en Mean Girls o en la reciente This is Where I Leave You.
#6 Danny Devito
Daniel Michael "Danny" DeVito, Jr. (Neptune, Nueva Jersey, 17 de noviembre de 1944)tiene una filmografía muy extensa. Hay quienes quizás lo recuerden por ser el gemelo de Arnold Schwarzenegger en Twins, el dueño del circo en The Big Fish, o el padre de Matilda.
#5 Brendan Fraser
Brendan James Fraser (Indianápolis, Indiana; 3 de diciembre de 1968) No todo el mundo es fanático de Brendan Fraser, pero creo que hay que darle crédito por una serie de películas que siguen siendo clásicos del humor y se repiten una y otra vez. Por ejemplo, La Momia, George of the Jungle y Bedazzled.
En diciembre de 2016, AOL publicó en YouTubeuna entrevista con Brendan Fraser, el actor estadounidense conocido por taquillazos como George de la jungla (1997) o La momia (1999) . La forma en la que Fraser aparece en el vídeo, encorvado y casi susurrando a un micrófono con el que no sabe muy bien qué hacer, logró que la entrevista se hiciera viral y Fraser volviera a ser relevante por primera vez en probablemente casi dos décadas. De estrella de Hollywood... a meme.Fraser recuerda ese instante en una nueva y extensa entrevista con la revista GQ que se ha publicado este jueves, así como las razones por las que su carrera en el mundo del cine se desintegró con tanta rapidez a mediados de los 2000, incluyendo una supuesta agresión sexual a manos de un expresidente de una de las instituciones más importantes de Hollywood.El actor cuenta que días antes de su entrevista con AOL su madre había fallecido y que el luto, sumado a que aquel evento de prensa era el primero después de varios años apartado de los focos, le pusieron en una situación algo incómoda: "No tenía del todo claro cuál era el formato. Y pensé: 'Tío, me he hecho jodidamente viejo. ¿Es esta la forma en la que se hace esto ahora?".Fraser recuerda que sus años como estrella de acción todoterreno de Hollywood acabaron pasándole factura en torno a 2008, cuando estaba rodando en China la tercera parte de la saga La momia —ahora reimaginada con Tom Cruise a la cabeza . Su cuerpo ya no daba para más. Cirugías, una operación parcial de la rodilla, lesiones de espalda e incluso una reparación de cuerdas vocales.“Me cambié de casas, pasé por un divorcio. Algunos niños nacieron. Quiero decir, nacieron, pero se están haciendo mayores", dice Fraser en la entrevista con GQ. "Estaba pasando por cosas que te moldean y cambian y para las que no estás preparado hasta que pasas por ellas".Aunque el punto que Fraser considera determinante, y sobre el cual ha hablado por primera vez con GQ, es la agresión sexual que alega que sufrió en el verano de 2003. En un almuerzo organizado por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood , la poderosa HFPAque organiza los Globos de Oro, Fraser dice que el que fuera uno de los presidentes de la misma, Philip Berk, fue a saludarle y aprovechó el gentío para tocarle el culo. El propio Berk hace mención en sus memorias a ese, escribió él, pellizco en el culo.
Pero Fraser tiene otra versión: "Su mano izquierda hace un rodeo, me coge la nalga y uno de sus dedos me toca en el perineo. Y lo empieza a mover por ahí". El actor confiesa que aquello le abrumó de pánico y que su reacción fue la de apartarle la mano a Berk y salir disparado del hotel sin hablar con nadie. "Me sentí enfermo, como un niño pequeño, como si tuviera una bola en la garganta. Creí que me iba a poner a llorar, [...] como si alguien me hubiera tirado pintura invisible por encima".
Berk asegura que Fraser se ha inventado la historia por completo, pero el actor dice que aquel instante le persiguió durante años y que la experiencia cambió la forma en la que él se veía a sí mismo o lo que estaba haciendo con su vida: "En mi cabeza, por lo menos, había algo que me habían robado [...] El teléfono deja de sonar en tu carrera y te empiezas a preguntar por qué. Hay muchas razones, ¿pero fue esta una de ellas? Yo creo que sí".
“¿Todavía tengo miedo? Por supuesto. ¿Siento que necesito decir algo? Por supuesto. ¿He querido hacerlo muchas, muchas veces? Por supuesto. ¿Me he impedido a mí mismo hacerlo? Sin duda", dice Fraser. "Y quizá esté sobreactuando en cuanto a lo que ocurrió. Solo sé cuál es mi verdad y es la que te acabo de contar".
#4 Charles Chaplin
Charles Spencer «Charlie» Chaplin (Londres, Inglaterra, Reino Unido, 16 de abril de 1889-Corsier-sur-Vevey, Suiza, 25 de diciembre de 1977)Chaplin merece estar en esta lista, porque estuvo en el cine de humor desde el comienzo. Incluso hay clásicos, como El Gran Dictador o Tiempos Modernos, que pueden causar risa incluso en la actualidad.
#3 Jack Black
Thomas Jacob Black (Santa Mónica, California, 28 de agosto de 1969), más conocido como Jack Black,es de los actores de humor que son aptos para todo público, y me refiero a que generalmente sus películas son tanto para niños como para adultos. Sin embargo, eso no le quita gracia alguna, y por eso recordamos Nacho Libre o School of Rock.
#2 Jim Carrey
James Eugene "Jim" Carrey (Newmarket, Ontario, 17 de enero de 1962)tiene uno de los primeros puestos como actor de humor, porque nadie puede olvidar a Ace Ventura, Tonto y Retonto o Mentiroso, Mentiroso. Desde un comienzo, tuvo su estilo propio y supo utilizarlo a su favor, lo que lo convierte en un genio de la comedia.
#1 Leslie Nielsen
Leslie William Nielsen, Oficial de la Orden de Canadá (Regina, Canadá, 11 de febrero de 1926-Fort Lauderdale, Estados Unidos, 28 de noviembre de 2010) es otro de los comediantes que perdimos recientemente, pero todavía podemos recordarlo por Naked Gun, Mister Magoo o Scary Movie 3.
Los Tres Chiflados (The Three Stooges en inglés) fue un grupo de actores cómicos estadounidenses activo entre 1922 y 1970.
El conjunto conoció varias formaciones, y sus integrantes principales son más conocidos por sus apodos que por sus nombres: Moe, Larry y Curly (escrito como Curley en algunas de las presentaciones de sus cortos); Shemp, Joe y Curly Joe. El grupo principal estaba formado por Moe, Larry y Curly (que a veces era reemplazado por Shemp). En total fueron seis actores los que llegaron a integrar circunstancialmente el grupo a lo largo de su historia.
Se hicieron famosos por sus cortometrajes en donde cultivaron una comicidad basada en la violencia física y en el juego de apuestas. Protagonizaron 190 cortos (de aproximadamente 16 minutos cada uno) para la Columbia Picturesentre 1934 y 1958, los cuales, luego del cine, pasaron a la televisión, medio que los hizo conocer a las nuevas generaciones. Los Tres Chiflados siguieron manteniendo en muchos países una inmensa popularidad.
De 1934 a 1946, Moe, Larry y Curly produjeron más de 90 cortometrajes para Columbia Pictures. Fue durante este período que los tres estuvieron en su máxima popularidad.
La larga permanencia del trío en actividad (cuarenta y ocho años) se debió no solamente a la popularidad fundamentada en su humor agresivo y verbal, sino en el lamentable hecho de que, por disposiciones contractuales, no habían sido propietarios de su obra sino empleados a sueldo por semana. Esta circunstancia les obligó a actuar incansablemente hasta que las enfermedades, la vejez o la muerte los fueron alejando del cine.
Stan y Oliver en español con este video de alta definición titulado "Veinte Años Después". Actualmente los derechos son de dominio popular. Película doblada en México al español con las voces de Lorenzo Lezama y Carlos Riquelme. Dirige el doblaje Rubén Arvizu.
El Gordo y el Flaco fue el nombre que se le puso en español al dúo cómico Laurel and Hardy (en inglés), aunque ocasionalmente en español también se les llama "Laurel y Hardy", la traducción literal. Lo formaban los actores Norvell Hardy (Harlem, Georgia, 18 de enero de 1892-Los Ángeles, California, 7 de agosto de 1957), más conocido como Oliver Hardy (el Gordo) y Stan Laurel (el Flaco)nombre artístico de Arthur Stanley Jefferson (Ulverston, Lancashire, Reino Unido, 16 de junio de 1890-Los Ángeles, 23 de febrero de 1965) estadounidense y británico, respectivamente.
Su carrera como pareja se inició en el cine mudo, en los años 1920 y se prolongó hasta la segunda mitad del siglo XX. Considerados una de las mejores parejas cómicas del cine, consiguieron aunar sus distintos estilos de comedia en una sincronía casi perfecta.