Y siguiendo la linea de tiempo que me pide rescatar y difundir la memoria de Venezuela, NUNCA IMAGIN
La confirmaciòn de Simòn Bolivar en la capilla de su casa en Caracas, obra de Tito Salas.1930
Ilustrè la entrada de la tercera entrega del libro de Roberto Josè Lovera De Sola sobre Bolivar con el cuadro Una leccion de Andres Bello, pintor: Tito Salas , 1930, oleo sobre tela. Una pintura en donde esta recibiendo clases de Andres Bello, también puede verse a un Monje con sotana de Franciscano, a mano derecha de Andres Bello, Ese era el Padre Andújar que también le dio clases a Bolívar.
La lección de Andrés Bello
POR Mariano Nava Contreras
PRODAVINCI 04/08/2018
A raíz de la ilustración que acompañó a mi artículo de la semana pasada, “Bolívar lector”, y que no podía ser otra que el célebre cuadro de Tito Salas, “La lección de Andrés Bello”, recordé unas viejas notas que hace tiempo escribí a propósito de ese cuadro y que hoy quiero compartir aquí. Van, entonces, a continuación:
De toda la iconografía heroica de Venezuela, copiosa y repetitiva, no hay un cuadro que me guste tanto como la “La lección de Andrés Bello” de Tito Salas. Desde siempre sentí fascinación por ese cuadro que sin duda constituye una rara y hermosa excepción entre las imágenes que nos cuentan la fundación de nuestra nación. No hay sangrientas batallas, ni tropas embistiéndose con furia, no hay caballos desbocados, ni sangre, ni muerte, ni estruendo de galopes que retumban en la polvareda, ni disparos, ni cañones, ni rostros desencajados por el dolor o la ira, ni gritos de juramentos altisonantes, todas esas cosas que desde hace siglo y medio quieren que admiremos y que todavía hoy, a pesar de que por todos lados vemos las dolorosas consecuencias, algunos siguen empeñados en hacernos creer que representan a la patria. No. “La lección de Andrés Bello” nos habla de una Venezuela totalmente diferente.
La escena se sitúa, qué duda cabe, en un patio, afuera, a la luz de la mañana caraqueña. Una de esas clarísimas mañanas en que el sol dibuja con precisión las curvas del Ávila y derrama su luz por el valle. Es una escena bucólica, como todo lo que tiene que ver con el Bello de aquellos años. Ambos jóvenes (el maestro apenas le lleva dos años a Simón, quien tan solo cuenta catorce) están sentados a la mesa, a la sombra de un árbol ¿Es un samán, una caoba de esas fuertes y bellas que se dan en el Valle de San Francisco? Es una ceiba, dice Rafael Pineda en su estudio publicado por Ernesto Armitano (Caracas, 1974) ¿Dónde están? ¿Acaso en el Patio de los Granados? Casi se puede sentir la brisa bajando de la montaña. Casi se puede oír el canto de los güitíos, de los tico-ticos, de los ponchitos con su cabecita tan amarilla, el bochinche de los loros y las guacamayas retozando por las ramas. Casi se puede sentir la corriente limpia del Anauco, del Catuche (“…que entre peñascos corra un arroyito”). En cualquier momento podría aparecer una ardilla o una pereza entre lo verde, un colibrí buscando entre las flores.
Salas representa a dos hombres mucho más maduros y robustos que el par de imberbes que entonces eran. Andrés, sin embargo, tenía ya bien ganada fama de brillante y dedicado en esa Caracas de “ocho iglesias, cinco conventos y un teatro” que conoció Humboldt. Salas nos pinta un Simón en la flor de la edad, con esa mirada negra, eléctrica y penetrante que todos dicen que tenía, muy pendiente de la lectura del maestro. Eran los tiempos en que “le amaba con respeto”, como él mismo recordara después. Bello luce mayor y acuerpado. No parece el debilucho muchachito que no pudo acompañar a Humboldt en su expedición hasta La Silla. El sol le pega de lleno en la frente amplia que incluso luce algunos surcos. Lee en voz alta y con la mano gesticula. Alineado con el tronco de la ceiba, atento y discreto escucha el padre Andújar bajo su hábito franciscano capuchino.
Sin duda lo que leen les apasiona, se les ve en el gesto aunque la escena luce plácida. ¿Lee en latín, lee en español, en francés? ¿Qué le lee Bello a Bolívar? ¿Acaso aquella carta de Séneca que dice que la montaña más alta es la que más atrae al rayo? ¿Acaso aquél poema de Horacio, versión del viejo Arquíloco, donde dice que no hay que alegrarse tanto en la fortuna ni entristecerse demasiado en la desgracia? ¿Acaso la Égloga IV de Virgilio, donde el pastor Polión anuncia al mundo la llegada de un tiempo nuevo (“otro Tifis habrá, y otra Argos…”)? ¿Acaso el canto VI de la Eneida, cuando Eneas baja a los infiernos para conocer el futuro de Roma?
¿Por qué me gusta tanto este cuadro? Como toda obra maestra, “La lección de Andrés Bello” nos dice muchas cosas a la vez. Nos habla de otra Venezuela, pero también de otra manera de entender la historia y la vida. Nos habla de miles de personas que cada mañana, sin mucho grito ni aspaviento, salen a estudiar y a prepararse para un día poder ser útiles a su tierra. Nos habla de dos jóvenes que no sospechan el destino que les aguarda (Heu quantum fati!, dijo Ovidio), que llegaron a tenerse afecto, y a los que la vida juntó y separó sin ellos saber cómo ni por qué. Nos cuenta la historia de dos carajitos, dos chamitos que se ponían a leer con pasión y a aprender con humildad bajo un árbol de Caracas. Nos dice también que la historia se escribe todos los días con el esfuerzo callado de cada uno, en una mesa de estudio, a la sombra de un árbol, no en palacios ni en batallas, lejos del griterío y la arrogancia de los que creen que están escribiendo la historia. Que no hacen falta uniformes ni armas para escribir la historia. Que los verdaderos cambios solo se dan cuando hay mucho estudio y reflexión. “La lección de Bello” nos cuenta acerca de un país pequeño en el que poco a poco se fueron acumulando los libros y los lectores, de una larga tradición de lectura y pensamiento, de reflexión, de gente estudiosa que se preparó calladamente y con esfuerzo antes de tomar las graves decisiones que le tocó. Nos dice finalmente que, mientras haya gente estudiando bajo un árbol, esta historia no se termina.
El cuadro, pintado en 1930, está expuesto en la Casa Natal del Libertador, a la vista de todos, para recordarnos que “La lección de Andrés Bello” no es solamente para Bolívar.
Tito Salas (Caracas, Venezuela, 8 de mayo de 1887-18 de marzo de 1974)
¿QUIEN ES Tito Británico Antonio Salas (8 de mayo de 1887, Caracas - Venezuela- 18 de marzo de 1974, Caracas - Venezuela). Hijo del pintor y fotógrafo José Antonio Salas y Dolores Díaz. Realizó estudios en el Colegio Aveledo de Caracas y a los diez años se inscribe en la Academia de Bellas Artes, donde fue discípulo de Emilio J. Mauri. Desde muy temprano se destacó en los certámenes anuales de la Academia y pinta sus primeros grandes cuadros, La fragua de Vulcano (h. 1902) y La batalla de La Victoria (1903), así como bodegones y paisajes. En 1905 recibió una beca para continuar sus estudios en París, a donde llega a finales de abril. Se inscribe en la Academia Julian, donde recibe clases de Jean-Paul Laurens en las mañanas, y en La Grande Chaumière, donde es discípulo en los cursos nocturnos de Lucien Simon, Courtois y Prinet. En 1906 participa en el Salón de Artistas Franceses con Au bord de la mer (Embarque de papas en Bretaña) y un año después es premiado por su obra de gran formato, La San Genaro (colección Fundación Polar, Caracas). En 1907 viaja a Italia y, entre 1907 y 1908 se dirige a España, donde realiza escenas de costumbres. En 1908 participa nuevamente en el Salón de Artistas Franceses con Juerga en Sevilla y recibe una medalla de oro en la "Exposición de Bruselas" (Bruselas) con La capea. Salas se interesó en la obra de Ignacio Zuloaga y Joaquín Sorolla. En esa época trabajaba "la pincelada larga, el amplio arabesco de las figuras, cierto dramatismo del movimiento, que exime de tratar aisladamente los elementos de la composición, mayor interés en la energía del color que en el refinamiento de los tonos" (Planchart, 1956, p. 44). En 1910 firma La salida del perdón y el gobierno francés adquiere Procesión en España para el Museo de Luxemburgo. Regresa a Caracas en junio de 1911, trayendo consigo el Tríptico de Bolívar, el primero de una serie de encargos sobre el tema bolivariano (hoy en la colección Congreso Nacional). En 1912 colabora como dibujante en El Cojo Ilustrado (1 de enero) y en 1913 participa en el I Salón Anual del Círculo de Bellas Artes (Teatro Calcaño, Caracas), con estudios, dibujos y bocetos. Posteriormente, este mismo año, viaja a París y participa en el Salón de Artistas Franceses con Fiesta bretona y El milagro (colección GAN), pero al estallar la Primera Guerra Mundial emigra a La Gironda, donde trabaja como ilustrador de la revista L'Illustration Française. Se traslada a España donde colabora con la publicación Blanco y Negro. Un estudio de cabeza de anciana suyo fue incluido en el III Salón Anual del Círculo de Bellas Artes (Teatro Calcaño, Caracas, 1915). En 1919 se le encarga la decoración de la Casa Natal del
Boda de Bolívar. 1921.
Libertador, que concluye hacia 1931. En 1921 daba clases de pintura y composición en la Academia de Artes Plásticas de Caracas y durante la década de 1930 participó en importantes exposiciones colectivas como la "Exposición nacional de pintura y escultura" (1930) y la "Primera exposición de arte nacional" (Ateneo de Caracas, 1933). En 1931 contrae matrimonio con Carmen Ramírez; al año siguiente realiza Paisaje de Petare y Paisaje de la Universidad y recibe el encargo de las pinturas del Panteón Nacional, que termina en 1942. En 1933 se develaron sus retratos de próceres en el Salón Elíptico del Palacio Federal (Congreso de la República, Caracas). Tito Salas vive en exilio voluntario desde 1946, a la caída de Isaías Medina Angarita, hasta 1951. Durante su etapa tardía trabajó retirado en su casa de Petare obras de pequeño y mediano formato. A comienzos del siglo XX concluyó el ciclo de la pintura histórica tradicional que a mediados del siglo XIX iniciaron los pintores de la generación de Martín Tovar y Tovar y posteriormente Arturo Michelena. Sus vistas de Caracas, La Guaira y Petare fueron incluidas en la "Exposición del paisaje venezolano" (MBA, 1942) y su Cementerio de los Hijos de Dios, en "Paisaje de Caracas" (MBA, 1952). Tito Salas gozó de una gran celebridad, sobre todo por la iconografía bolivariana que cultivó durante el período gomecista. Sus retratos oficiales se encuentran en el Palacio de Miraflores de Caracas (Bolívar ecuestre, h. 1936), el Palacio Presidencial de Brasilia y el Palacio de la Carrera de Bogotá (El congreso de Angostura, 1939). Sus valores como paisajista han sido reconocidos recientemente. La GAN posee de Tito Salas Naturaleza muerta (1902), Mateo (1909), Perdón en Bretaña (1912), El milagro (1912) y La batalla de Araure (sin fecha).