"La trama secreta còsmica de una crónica extraña y silenciada..."
Anima y animus segun Carl Gustav Jung.
Los maestros espirituales han sido muy precisos y a nivel personal puedo decir que confirmo muchas de sus predicciones de aquellos años, como por ejemplo:
“A nivel global vemos la probabilidad de que exista un fuerte crecimiento económico que llegará, principalmente, a través de Internet. El hambre por obtener información de todo tipo va a signar este boom financiero. A nivel personal vemos que aquellos que están en el negocio de diseminar información vía Internet van a prosperar con aquellos que son maestros, ayudando a otros a tener acceso y a asimilar la información, beneficiándose al máximo.
Nos hablaron de una fuerte probabilidad de cambios sociales para este nivel de conciencia causado por una enorme cantidad de información secreta que está siendo revelada. Mucho de lo que consideràbamos actividades oscuras y negativas de los gobiernos, ideologias, y de la Elite Global estàn saliendo a la luz... Surge información en relación a actividades tales como control de la mente, planes para esclavizar a la Tierra, armas químicas y biológicas para la guerra así como los campos de prisioneros y los laboratorios clandestinos en donde muchos de los “niños desaparecidos” están cautivos. Junto con la información más oscura, saldrá a la luz mucha información positiva. Sobrevino el COVID 19 y sufrimos la lucha para integrar el horror y encontrar el valor de la información más oscura representará el reto mayor. Este proceso va a hacer añicos los actuales sistemas de creencia y manifestará el muy esperado renacimiento. Aquellos que se integren exitosamente van a experimentar una realidad en donde tendrán una mayor paz en sus relaciones y su medio ambiente.”
Pero ahí no termina todo, las predicciones abarcan la 9ª dimensión y estos serán:
“Los cambios económicos son una fuerte probabilidad para aquellos en este nivel de conciencia. A nivel personal, van a manifestar, como una necesidad absoluta, el cambio de cualquier creencia y todas sus creencias en lo tocante al dinero. Por ejemplo: deben cambiar su forma de ver los impuestos como ilegales (que lo son, y fueron creados como parte del Juego) y a la Secretaría de Hacienda como una institución que debe ser abolida para comprender que este sistema es parte de la Matrix Hacer esto va a aportar una gratitud y un aprecio respecto de este terriblemente poderoso y disfuncional sistema.
A nivel global, aquellos en este nivel de conciencia verán un cambio económico hacia mejores situaciones una vez que se muevan a través de los miedos respecto del dinero y los impuestos y las deudas.
A nivel personal van a ver una mayor paz en sus relaciones, especialmente con los miembros de su familia que dejaron atrás cuando iniciaron su sendero espiritual. Utilizando las herramientas de la 9aD van a sanar sus heridas que están enterradas profundamente. Ocurrirán sanaciones en los asuntos de familia a medida que todos empiecen a valorar y apreciar los senderos que otros tomaron, sabiendo que allá en donde esos individuos están, en sus respectivos caminos, es un lugar perfecto. Así que, a medida que experimenten una paz emocional y una curación interior, lo mismo ocurrirá en su medio ambiente puesto que éste será como un espejo que reflejará eso creando seguridad para los cambios de la Tierra.
Para terminar, nos dijeron que el cerco va a aflojarse a medida que hicièramos los cambios de conciencia necesarios aprendiendo a usar la “tecnología interna” codificada dentro de nosotros para este tiempo. Esto es lo que vinimos a experimentar aquí.
Debiamos permitir que la Oscuridad fuera nuestro catalizador para el cambio, no nuestro enemigo. Cuando podamos lograr esto, vamos a experimentar el mayor período de crecimiento y, por lo tanto, también veremos las recompensas que seguramente acompañarán este crecimiento.”
De ahi que considerè oportuno expresar que el eje del proceso integrativo humano es el trabajo sobre el EGO, fuerza inicial ascendente que nos permite vivir y realizarnos, pero que la sociedad en la que crecemos y vivimos potencia, impidiendo la manifestaciòn de la otra polaridad, la pasiva femenina, ya que nos manda mensajes basados únicamente en la energía masculina, dónde todo es acción, productividad, ser la mejor en tu carrera, conseguir el éxito… Pero ha llegado el momento de que para lograr el nuevo nivel de conciencia, debemos ingresar y abrirnos a una energía de pausa, reflexión, y conexión contigo mismo. Las dos energia, masculina y femenina, son necesarias para que todo funcione bien, y por eso es importante que aprendamos a conectar con nuestra energía femenina y rescatarla de tanta basura y cliches que le han colocado encima para que no accedamos a integrarnos.
Existen muchos artìculos publicados para encontrar el femenino pero yo voy al grano de la denuncia sobre lo que nadie dice por ser expresiòn del masculino y el ego que todos temen trabajar y descubrir.
Una de esas manifestaciones comunes a todos es ¿Por qué queremos tener siempre la razón?
22 julio, 2020
Valeria Sabater Licenciada en Psicología por la Universidad de Valencia en el año 2004. Máster en Seguridad y Salud en el trabajo en 2005 y Máster en Mental System Management: neurocreatividad, innovación y sexto sentido en el 2016 (Universidad de Valencia). Número de colegiada CV14913. Certificado de coaching en bienestar y salud (2019) y Técnico especialista en Psiquiatría (UEMC). Estudiante de Antropología Social y Cultural por la UNED.
La insufrible necesidad por tener siempre la razón nos hace perder el tiempo, la energía y hasta la salud. ¿Nos han educado para ser así o es algo genético? ¿Por qué nos cuesta tanto asumir errores y tener en cuenta perspectivas diferentes a las nuestra?
¿Por qué queremos tener siempre la razón? Es una insoportable necesidad, es cierto, pero para muchos es una prioridad existencial; de ahí las discusiones, los encontronazos dialécticos y las inevitables frustraciones. Somos esa sociedad que ha desterrado de su mente la increíble posibilidad de estar equivocada alguna vez. Lo hace como mecanismo para salvaguardar la autoestima… y hasta la dignidad.
Todos lo hemos comprobado alguna vez. Hay personas que defienden «su verdad» con cierta agresividad, como si en ello les fuera la vida, como si cualquier enmienda fuera un ataque personal. Pocos hábitos pueden ser tan perniciosos para el funcionamiento mental como no admitir equívocos, como no completar o corregir en ocasiones nuestra opinión con la información que nos facilitan los demás.
Este no es un mal ajeno, no es algo que solo les pase a los demás. Cada uno de nosotros también evidenciamos, de vez en cuando, esa secreta necesidad: proteger nuestras creencias, opiniones y verdades a toda costa. La obsesión por tener siempre la razón está arraigada en nuestra psique colectiva…
La necesidad de tener siempre la razón
Tengo razón y tú estás equivocado. Este pensamiento suele navegar en la mente de manera frecuente cuando hablamos con alguien. No importa que no lo digamos en voz alta, la idea de que la propia perspectiva es la correcta orquesta nuestro día a día como un velo que todo lo filtra, como una variable que actúa como una constante en nuestros razonamientos y actitudes.
¿Nos han educado así? ¿O está en nuestros genes esa insufrible necesidad por creer que nuestra verdad «es la única posible en todo el universo»? Señalan los sociólogos que, en los últimos años, nuestras opiniones se están radicalizando. No basta con tener una opinión sobre algo, esa visión sobre determinadas cosas las llevamos ya a unos elevados altares donde defenderlas a capa y espada.
No cedemos, no dejamos espacio a la duda y aún menos al comentario opuesto a mi visión sobre el mundo. ¿Cuál es la razón de toda esta dinámica emocional y conductual?
Nos han educado para tener miedo al error
El error, hasta no hace mucho, se escribía en boli de color rojo. Un fallo a la hora de sumar, de escribir un dictado se señalaba de manera llamativa y se grababa en nuestras retinas. El error cometido a veces iba seguido de una reprimenda, sobre todo si nuestros padres carecían de inteligencia emocional y sabiduría en materia de educación y crianza.
Hemos crecido relacionando el acierto con el refuerzo, con esa dosis de positividad que inflaba nuestra autoestima. De este modo, quien está en lo cierto, se crea una autoimagen emocional más segura y puede mirarse al espejo con orgullo y complacencia.
El equívoco, por contra, tiene el pinchazo de la frustración y de la vergüenza y, por tanto, es eso que es mejor evitar a toda costa. Porque aún no hemos asumido que el fallo es también una oportunidad de aprendizaje y crecimiento. También, que escuchar al otro y saber disentir nos enriquece de manera determinante.
No me toques la autoestima, mis creencias son mis posesiones
Una de las razones de por qué queremos tener siempre la razón se debe a una de nuestras más preciadas posesiones: la autoestima. Es esa frágil dimensión que, a la mínima, se desinfla, pierde fuelle y hace que nos vengamos a bajo.
Nuestras creencias son nuestras posesiones y cuidado con quien ose ponerlas en duda. Es más, si en algún momento alguien me hace dudar y hasta yo mismo siento que se están poniendo en jaque mis verdades, recurriré a sofisticados mecanismos de defensa para ponerlos a salvo.
Son esas situaciones en que hacemos usos de los sesgos para mantener protegidas nuestras creencias, aunque sean insostenibles, aunque sean tan frágiles como un hilo de seda.
«Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?» decían en el Mercader de Venecia de Shakespeare. «Si nos quitan nuestra verdad… ¿acaso no sufrimos?» podríamos decir en este mismo contexto. Si nos preguntamos por qué queremos tener siempre la razón es inevitable hablar de egos, de inmadurez emocional y de esa mala gestión de la contradicción y la frustración.
Todos hemos visto a adultos reaccionando como niños de tres años cuando alguien les lleva la contraria. No todos gestionan bien el desacuerdo, no todos ven con buenos ojos asumir un fallo propio o un enfoque erróneo. Es algo que duele como una herida que necesita tiritas y paños calientes.
Si siempre queremos tenemos la razón, lo único que lograremos es sufrimiento
¿Qué prefieres tener siempre la razón o ser feliz? Si tu respuesta es la segunda es momento de aceptar un hecho innegable: es imposible tener bajo tu poder la verdad de todo. Es más, y que esto sea así, no es el fin del mundo. Es, en realidad, un ejercicio de humildad, sabiduría y sobre todo… de bienestar.
A veces, no somos conscientes de la gran cantidad de energía y de tiempo que perdemos defendiendo lo indefendible. Hay ocasiones en que vale la pena bajar de nuestro pedestal, escuchar opiniones opuestas y entonces decidir. Abrirnos al ejercicio de la escucha es una maravillosa oportunidad para aprender y reforzar lazos.
Quien es capaz de desapegarse de la necesidad de tener razón hace uso de la empatía, esa que tanto nos falta en los tiempos actuales.
Lo queramos o no, se vive mucho mejor diluyendo el ego para reforzar la comprensión, la apertura, la sensibilidad y el descubrimiento de que no hay una sola verdad. Hay tantas que es de necios quedarse con una sola. Vale la pena recordar que, si queremos tener siempre la razón, sufriremos inmensamente. No vale la pena, es cuestión de tiempo darnos cuenta de ello
De ahi se entiende mejor el consejo de: Perdona, pide perdón
A veces creemos que pedir perdón es una muestra de debilidad. Sin embargo, nuestro hermoso ego también se equivoca y es muy sano y liberador decir lo siento. Permitir que otras personas se sientan ganadoras ante una situación de dolor, es un acto de grandeza. Incluso, pedir a nuestra esencia divina que nos dé fuerza, para ver a las personas que nos hicieron daño, como nuestros maestros, eso si, es amor incondicional.
En el acto de perdonar y pedir perdón, no hemos de olvidarnos de nosotras mismas. ¿Qué tal si nos observamos y nos perdonamos eso que hace mucho tenemos allí en el alma, clavándonos y machacándonos?
Dejar de ser tiranas con nosotras mismas y darnos el permiso de equivocarnos y luego perdonarnos nos hace más humanas, más comprensibles y sobre todo nos convierte en mujeres bondadosas. Amarnos, comprendernos, perdonarnos y aceptar nuestra sombra, nos hace mujeres completas con nuestra luz y oscuridad, potenciando la recuperación ante las heridas y vivencias de la vida.
Ama
Aprender a dar sin condiciones, amando, respetando y alejándote del rencor será en esencia la manera en la que vivir de manera armónica tus relaciones. Y sí, esto también aplica para ti misma. El camino que te lleva a conectar con tu energía femenina te ayuda a comprender lo que te ha traído hasta aquí, entendiendo que siempre hiciste lo que hiciste porque lo hiciste con los recursos que tenías en aquel entonces. El amor es en esencia la espiritualidad en su estado más puro.
A nivel social de la humanidad es la llamada expansiòn de "la cultura de la muerte" que ahora vemos se ha implantado poco a poco por el poder de la oscuridad, màs allà de lo personal solamente, porque es la entronizaciòn del EGO en el poder...
La encíclica Evangelium vitae, publicada por Juan Pablo II en 1995, denuncia en diversos momentos los peligros de la “cultura de la muerte”. ¿Qué se entiende con esta expresión “cultura de la muerte”? Lo primero es darnos cuenta de que la palabra “cultura” tiene muchos significados. Un primer significado alude simplemente al bagaje personal, a la formación adquirida por un individuo, una formación que incluye tanto conocimientos como capacidades para la acción. Un segundo significado se refiere al conjunto de principios y normas que son aceptadas por un pueblo como base fundamental de la propia convivencia (valores, costumbres, instituciones, ideas rectoras, etc.). Este segundo significado da a entender que casi todos los miembros de ese pueblo comparten los valores propios de su cultura, y que se dan presiones o, incluso, castigos más o menos severos para aquellos individuos que busquen actuar de modo contrario o distinto a las normas aceptadas por el grupo. Un tercer significado nos pone ante un particular modo de ver (no condividido por todos) que es asumido como propio por un grupo de personas dentro de una sociedad (o incluso a nivel intersocial o internacional). Este modo de ver no se limita sólo al ámbito de las ideas, sino que incluye actitudes, comportamientos y, en algunos casos, puede concretarse en leyes aceptadas por la sociedad. A la luz de este tercer significado se puede hablar de cultura de la solidaridad, cultura de la acogida, cultura del respeto, cultura del voluntariado, etc. En una sociedad pueden convivir diversas “culturas” entendidas según este significado, y a veces tales culturas se oponen entre sí (como, por ejemplo, la “cultura de la violencia” y la “cultura de la paz”). Resulta bastante probable que Juan Pablo II use casi siempre la expresión “cultura de la muerte” en el tercer significado que acabamos de recoger, no en el segundo (que implicaría una situación tal en la que todos o casi todos los miembros de un grupo social condividiesen esa misma “cultura”). Esta interpretación se justifica por el hecho de que en el mundo (y en muchos países) puedan coexistir la “cultura de la muerte” con la “cultura de la vida”, en cuanto que dentro de las sociedades (que comparten una “cultura común”, según el segundo significado del término) se da un pluralismo problemático en lo que se refiere a las actitudes y comportamientos que afectan la vida de personas concretas. Esta coexistencia de dos culturas antagónicas implica una situación de lucha y de tensiones. La “cultura de la vida” no puede permitir que desde la “cultura de la muerte” se llegue a la eliminación de miles (millones, en el caso del aborto) de vidas humanas inocentes. Según este significado de cultura, ¿qué podemos entender con la fórmula “cultura de la muerte”? Como ha sido definida por un experto de bioética, Gonzalo Miranda, la “cultura de la muerte” sería “una visión social que considera la muerte de los seres humanos con cierto favor”, lo cual “se traduce en una serie de actitudes, comportamientos, instituciones y leyes que la favorecen y la provocan”. En otras palabra, esta “cultura de la muerte” implica una serie de actitudes y de comportamientos, originados a partir de un modo de valorar a los otros que deja abierta la opción (como legítimamente aceptada o tolerada) de suprimir algunas vidas humanas. Nos sorprende el que haya personas que puedan defender una “cultura de la muerte” entendida según la acabamos de definir. Sin embargo, tales personas existen. En este sentido, la Evangelium vitae resulta ser una denuncia profética de una situación gravemente injusta que nace de quienes promueven la mentalidad anti vida, la “cultura de la muerte”. ¿Qué actitudes y que comportamientos, incluso qué leyes promueven esta “cultura de la muerte”? La lista puede ser larga. Podemos pensar en grupos de personas que aceptan la violencia gratuita entendida o vivida como medio de desahogo (algunos grupos de jóvenes o de fans de algunos equipos deportivos, por ejemplo). O en otros grupos que deciden, sistemáticamente, la eliminación de civiles inocentes, como ocurre con el terrorismo. O en quienes conducen por carretera de tal manera que elevan en mucho la posibilidad de accidentes de gravedad, simplemente por evitarse las “molestias” que vienen del respeto de las normas de seguridad (límites de velocidad, señales de ceda el paso, etc.). Casi todos rechazamos este tipo de actitudes, estos aspectos de la “cultura de la muerte”, tan reales que el número de víctimas por accidentes de tráfico y el número de daños por actividades de delincuentes organizados no nos puede dejar indiferentes. Pero las divisiones empiezan ante temas como el de la pena de muerte (que encuentra un incremento de defensores en algunas sociedades), el aborto, el suicidio o la eutanasia, lo cual muestra cómo en estos ámbitos la “cultura de la muerte” ha logrado avanzar enormemente en las últimas décadas. ¿Cómo responder a este avance de la “cultura de la muerte”? Con la verdad y el respeto. Conviene ver las cosas como son y descubrir las injusticias que se encierran en actos defendidos y promovidos por quienes impulsan esta “cultura”, como, por ejemplo, el aborto o la eutanasia. Hay que reconocer la verdad respecto al aborto: en cada aborto se suprime la vida de un ser humano en sus momentos iniciales. Negar este dato es un acto de deshonestidad intelectual, es un abuso lingüístico de quien defiende la mentira para eliminar a hijos no nacidos. Igualmente, en la eutanasia, entendida como acto o como omisión programada directamente para provocar una muerte que no ocurriría sin ese acto, un ser humano elimina (mata, podríamos decir de modo explícito) a otro ser humano, con la excusa de que se quieren evitar sufrimientos “inútiles” o insoportables. En estos dos casos (aborto y eutanasia) se toma una opción contra una vida en función de ciertos intereses. Por lo que se refiere al aborto, el interés de una madre que no desea el nacimiento de su hijo por diversos motivos (presiones sociales o familiares, miedo a perder el trabajo, miedo a que el hijo nazca enfermo, etc.) resulta suficiente para permitir la muerte de ese nuevo ser humano. En cuanto a la eutanasia, una persona puede pedirla por considerar su vida como no digna o no amable (una especie de autodesprecio), por lo que da permiso a otro para ser eliminado; en este caso, se trataría de un suicidio asistido. O la eutanasia puede ser una opción de otros, familiares, médicos, funcionarios públicos, que adquirirían la facultad de decidir sobre la vida y la muerte de otras personas según criterios de “calidad de vida” o de “sufrimiento insoportable”, criterios que son muy problemáticos y confusos.
Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.
¿Cómo ha sido posible un avance tan significativo de la “cultura de la muerte”? Ha habido un apoyo decidido por parte de grupos e instituciones que están dispuestos a implantar, de un modo generalizado, injusticias y crímenes como los del aborto o la eutanasia, con el fin de conquistar mejoras sociales, ahorro en los hospitales, presuntos derechos de la mujer o garantías para una libertad individual desligada de cualquier horizonte ético. Juan Pablo II ha calificado esta situación como el resultado de una “conjura contra la vida”, de una “guerra de los poderosos contra los débiles” (Evangelium vitae n. 12). Son expresiones fuertes que nos hacen pensar, que nos ponen ante un mundo en el que algunos no quieren que otros puedan nacer, vivir o morir de modo digno, en el respeto de su identidad, de sus valores, de su historia, de su situación, de su vida. Otros que son el enfermo, el pobre, el hijo no nacido o nacido con graves defectos. Otros que merecen respeto y amor porque son simplemente eso, seres humanos como nosotros, quizá débiles, quizá sufrientes, y, por ello mismo, más necesitados de nuestro apoyo y compañía, no de leyes que permitan el aborto o la eutanasia. Por lo mismo, podemos concluir, como lo hace Gonzalo Miranda, que la “cultura de la muerte” no es verdadera cultura (en la segunda acepción del término), sino anticultura, pues sólo hay verdadera cultura allí donde hay humanización, respeto a todos los hombres y a cada hombre, promoción integral de los bienes inherentes a cada existencia humana, comenzando, precisamente, por ese bien que posibilita la convivencia de la sociedad: el de la vida de cada uno de nosotros. NB: Estas reflexiones están inspiradas en un trabajo publicado por Gonzalo Miranda, decano de bioética del Ateneo Regina Apostolorum (Roma), en R. LUCAS LUCAS (ed.), Comentario interdisciplinar a la “Evangelium Vitae”, BAC, Madrid 1996, pp. 225-243. En algunos momentos resumí las ideas del autor, y en otros ofrecí nuevos horizontes sobre el tema.
El Cardenal Bernard Law reiteró el tema al decirle a los estadounidenses que "den a conocer la cultura de la vida por sobre la cultura de la muerte".
En nuestro contexto social actual, marcado por una dramática lucha entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte
(Continuarà...)