Apostillas a "La trama secreta còsmica de una cronica extraña y silenciada"
El pensamiento occidental generó que el ser humano es el centro de todo cuanto existe, los únicos seres o sujetos con derecho somos los humanos. La visión antropocéntrica ha desacralizado la Madretierra, convirtiéndola en una cosa inerte, sin conciencia. Las disociaciones hombre-naturaleza han conducido a la profunda crisis en que vivimos, perdiéndose la visión sagrada de la Madre-Tierra, en la que se sitúa el respeto por la vida como centro y punto de partida. Es necesaria actualmente para integrarnos como personas revisar los símbolos relacionados con la Gran madre, vistos desde una vivencia personal en relación con los puntos de vista de las culturas originarias y por las religiones greco-romanas, y judeo-cristianas. Los conocimientos, valores y prácticas de coexistencia no son de propiedad sino son saberes que al ser comunicados a generaciones han generado el fluir de una convivencia comunitaria...Desde el pensamiento occidental, el ser humano es el centro, la medida y el fin de todo cuanto existe, los únicos seres o sujetos con derecho somos los humanos, es la visión antropocéntrica la que ha desacralizado la Madre-Tierra, convirtiéndola en una cosa inerte, sin conciencia; aunado a la distorsión de la modernidad, lo que ha originado el desequilibrio climático, hídrico, energético, alimenticio y humano, rompiendo esa relación de existencia y coexistencia entre el ser y lo otro. Es por ello, que las disociaciones hombre-naturaleza han conducido a la profunda crisis en que vivimos. Se ha perdido la visión sagrada de la Madre-Tierra, en la que se sitúa el respeto por la vida como centro y punto de partida de todas las disciplinas y comportamientos humanos y en el que se establece la noción de sacralidad. En este recorrido por la visión de mi madre ancestral, recuerdo como en mis primeros años había cultivado el amor por la tierra, a escuchar los sonidos de la naturaleza y a temerle cuando le ocasionaba daño, eso siempre lo hemos aprendido de los padres; aprendí de la paciencia, de la contemplación para esperar el nacimiento de una planta o de una flor, y es que, durante la infancia, se logra la conexión con la tierra. Cada uno lleva consigo una historia, en la que la presencia de los símbolos hace posible la construcción de sentido, pues ordena la visión del mundo, y todo su sistema de representaciones, de discursos y prácticas para la realidad, lo que le permite actuar sobre ella. En este recordar la historia personal, nos encontramos con el desprendimiento brusco que tenemos del símbolo femenino, y el consecuente desconecté del sentido de la vida. En ese momento, sin conocerlo, se logra iniciar un proceso de individuación, en el que Jung (c.p. Espinoza 2011: 72-73), explica que se hacen conscientes los contenidos presentes en el inconsciente, y se abren las capas de lo conocido, se activa el arquetipo, es el camino mismo de la vida y quizá más allá. Esa necesidad de conexión con el arquetipo de la Madre, nos lleva a explorar mundos vinculados a nuestra memoria ancestral, de ahi que muchos buscan lo celta, lo ario, el mundo indígena, en un inicio para responder a la pregunta de dónde venimos, por qué en la escuela no me habían enseñado sobre su existencia, y también por una necesidad que fluye en nuestros interiores. En referencia a estos recuerdos que nos conectan en los sueños o en momentos de nuestra vida, Jung (1970: s/p) expresa que “nada de cuanto pertenece al pisque, o es parte de ella, se pierde nunca. Para vivir plenamente tenemos que inclinarnos, tender las manos y traer de nuevo a la vida los niveles más profundos de la psique a partir de las cuales ha evolucionado nuestra conciencia presente”, es que el ser humano no sólo tiene un inconsciente personal sino un inconsciente colectivo, una mente inconsciente heredada por cada miembro de la raza humana. Para la sabiduría chamánica “somos estrellas con corazón y con conciencia”, esta cosmovisión discrepa de lo que occidente nos ha hecho pensar, en el que somos un ser esencialmente racional, como nos impusieron culturas de culto a lo racional, patriarcal, masculino, sino un ser eminentemente emocional, producto del corazón y el sentimiento, lo femenino. Para Cassirer (1976) el ser humano desde que construye la cultura, se estructura como Homus simbólicus un animal simbólico, es capaz de dar sentido y significado a su existencia, a su forma de ser y estar en el mundo y de actuar dentro de este.Por eso, es de gran importancia autoanalizarse y revisar nuestras dimensiones simbólicas, porque es desde los símbolos en donde se constituye lo social. Los símbolos no son simples construcciones metafóricas sobre la realidad, sino que son referentes de sentido de la acción social y política y, por tal razón, pueden ser instrumentalizados, ya sea para el ejercicio del poder, así como ser activados para su impugnación, para insurgir contra ese poder. Es fundamental entonces, analizar las culturas que hacen posible los universos de sentido que construyen los seres humanos y las sociedades (Guerrero, 2007: 134) Basados en ellos se llega a una actitud inspirada en la “razón afectiva” que interpreta al ser como implicación simbólica. No renuncia a la razón y amplía el horizonte ya que el ser humano es afectividad, inter-personalidad, amor y sentido. Se concreta en el Mytos más que en el Logos, se manifiesta a lo largo de la historia en los mitos, leyendas, lo mágico, el misterio, por eso impacto tanto series como "Juego de Tronos" y actualmente los jòvenes y nuevos buscadores espirituales, màs acordes con las exigencias de los tiempos, en los que se vive la decadencia de la cultura occidental, creada sobre los pilares de la cultura griega, Derecho Romano y religiones judeo cristianas se voltean los ojos a tradiciones ancestrales, chamànicas, amantes de la naturaleza gracias a las que se revisará el arquetipo de la Gran Madre que proviene de la historia de la religión y abarca las distintas configuraciones del tipo de una diosa madre, este símbolo es derivado del arquetipo de la madre tiene una cantidad de formas típicas como la madre, la abuela, la diosa, la madre de Dios, la Virgen, Sophia, la ciudad, el país, el cielo, la cueva, el árbol, la tierra, entre otros.
El recorrido de la Gran Madre en la historia de la humanidad Todas las culturas tienen lo sagrado como un elemento de la estructura de la conciencia que pertenece a todos los pueblos de todas las épocas, si damos una mirada, a las culturas más antiguas, parece como si la diosa madre hubiese sido la primera imagen de vida para la humanidad, es porque el misterio del cuerpo femenino es el misterio del nacimiento, el misterio de lo no manifiesto, convirtiéndose a la totalidad de la naturaleza. Para hacer el recorrido de cómo han visto a la diosa Madre, es necesario remontarse a los tiempos en que los seres humanos se reconocían como hijos de la naturaleza, vinculados con todas las cosas,quees el que se busca. Han sido múltiples las imágenes de la diosa Madre a lo largo de la historia humana, en las que la fuente creativa de la vida se concibe en la imagen de una madre. Inicialmente, las imágenes de parto, del acto amamantar y de recibir al muerto de nuevo en el útero era muy comunes en el Paleolítico. Además, las diosas como fuente de vida se representaban de modo abstracto con la figura de un triángulo, o con una clara división de las piernas abiertas al inicio del vientre. La diosa, también era comparada con diferentes animales, como la madre-pájaro que da a luz el huevo cósmico del universo, como la serpiente asociada con el espiral, el meandro y el laberinto que simboliza el intrincado sendero que conecta al mundo visible al invisible: “Es que en esos momentos los animales representaban los poderes generativos de la diosa que garantizaban la continuidad de la vida” En el caso de la cueva paleolítica, fue el lugar más sagrado, el santuario de la diosa, un lugar de transformación, era el nexo entre el pasado y el futuro de los hombres y mujeres. Esa cueva traía al mundo a los vivos y acogía a los muertos. En el arte de las cuevas es recordado el vínculo de los animales y los seres humanos: “en los rituales celebrados en las cuevas, la gente experimentaba de nuevo la espontaneidad de la vida animal, sacrificada con el nacimiento de la conciencia que reflexiona acerca de sí mismo” (Baring y Cashford, ob. cit.: 47). Asimismo, Campbell (1949) expresa que la visión de la diosa se visualizó en las plantaciones y cosechas de los cultivos como madre nutricia de la vida, la mujer asistía a la tierra simbólicamente en su productividad. Ese misterio de la creación reflejado al dar a luz, la dota de un poder mágico ayudar a crecer a las culturas, a los árboles a dar fruto y a los animales a permanecer fértiles. Aquí es la diosa de la vegetación y de la abundancia de la naturaleza, cuyo útero son las profundidades de la tierra, de ella proviene la vida y a ella regresa. Existe un sentido de valoración positiva de la oscuridad y de la humedad, de los huecos, de las grutas y oquedades, todos los cuales quedan simbólicamente asociados a lo que ocurre alejado de la luz y de la visión, en el interior, sea del cuerpo de la madre (gestación), sea de la tierra (germinación de la semilla, regeneración-fusión del cadáver). Esa relación la describe Riencourt (1974: 61), “la visión maternal femenina, cíclica y rítmica, disuelve toda dualidad, incluida la de la vida y la muerte, en un abrazo cálido y consolador”. Recordar el mito perdido de la diosa a través de las imágenes que existen como testimonio en la psique humana, esa visión de la unidad de la vida, tal como se ha descrito brevemente, originalmente imaginada como la diosa madre que da a luz las formas de vida que son ella misma, nos hace detenernos como ese conocimiento olvidado de la unidad y sacralidad de toda la vida, pervive en nosotros como fundamento. Al respecto, Jung expresa que el inconsciente colectivo puede imaginarse como reflejo de la experiencia de los antepasados desde hace millones de años, el eco de los sucesos universales prehistóricos, a los que cada siglo añade una pequeña aportación de variedad y diferenciación.
Continuando con la disertación, la imagen de la unidad, encarnada en la diosa de la vida, no sobrevivió a la visión de la guerra, y esto produjo que la gran Madre asumiera dos funciones separadas: la vida y la muerte, ya no vistas como complementarias desde una totalidad, sino dos realidades opuestas. Para Mircea Eliade (1961) se perdió la creencia de la vida del cosmos y de la humanidad que constituyen una sola vida, es que, con la llegada de las imágenes religiosas, la visión del Dios padre creador del cielo y de la tierra mediante su palabra, inició la desacralización de la diosa Madre, porque él, que lo creo todo, está más allá de la creación, no dentro de ella. A partir de ese momento la diosa Madre perdió su carácter mitológico y se asimiló a una mujer humana. En el génesis hay dos versiones sobre la creación de la primera mujer, primeramente, en el capítulo 1, Adán es creado al unísono con la diosa, desde algunas versiones es creada Lilith, primera mujer de la creación de Dios que vino del mismo polvo que Adán, otros explican que se creó con “toda suciedad y sedimentos impuros de la tierra, y de ellos formó una mujer. Como era de esperar, esta criatura resultó ser un espíritu maligno”. No consiguieron la paz porque cuando él quería acostarse con ella, Lilith se negaba considerando que la postura recostada que él le exigía era ofensiva para ella “porque he de recostarme debajo de ti yo también fui hecha del polvo y por consiguiente igual”, las constantes diferencias llevaron a Lilith a pronunciar el nombre de Dios y poder huir, y luego se convierte en la madre de más de 100 demonios al día y portadora de la muerte a los niños por el pecado de sus padres. Seguidamente, en el capítulo 2, Dios después de crear a Adán y a todos los animales, convencido que no era bueno que el hombre estuviera solo, de una costilla creó a Eva “por ser ella la madre de todos los seres humanos vivientes”, la primera madre de la raza humana y no madre de todo lo que vive, a causa de lo que “hizo”, da a luz, en última instancia al pecado, la muerte, el dolor y el trabajo ” (Nueva Biblia de Jerusalén, Gen 1 y 2). Desde esta visión, la Madre-Tierra como diosa se desmitologiza, Eva se convierte en lo opuesto que era, ya no es dadora de vida, sino causa de la muerte, en la medida en que ella misma era también creación o naturaleza, la cual es maldecida con ella. Otro aspecto que se puede resaltar, desde el cristianismo, es como Yavhé, el Dios creador, exigió como mandato divino “no tendrás otros dioses fuera de mí. No te harás escultura, ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, abajo en la tierra o en las aguas debajo de la tierra” (Nueva Biblia de Jerusalén, Ex 20. 3, 4). Es una nueva manera de mirar el mundo, lo divino ya no es de la naturaleza, el mandato es apartarse de las apariencias, por lo tanto, el amor a lo divino no puede estar relacionado con lo natural o con otra cosa del mundo. Antes a nadie se le había ordenado subyugar y dominar la tierra, “sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra” (Nueva Biblia de Jerusalén, Gen 1. 28), una gran metáfora de propiedad y posesión, y los que son tratados de esa forma responden de forma recíproca con temor y espanto. “Este mandato divino inició el aislamiento de la tierra y del animal, pájaro o mundo marino, antes los animales eran sagrados, maestros de las leyes fundamentales a los que ambas, el humano y el animal se sometía” (Baring y Cashford, 2005: 45). El mito de la diosa Madre perdió su lugar central en el sentimiento de la humanidad, es el mito del héroe guerrero quien ocultó a la diosa gradualmente a la psique inconsciente, tal como lo expresa Jung. Aun así se pueden encontrar esparcidas las imágenes simbólicas, en los mitos, las fábulas, los petroglifos, los jeroglifos de las culturas originarias. En este recordar debemos tomar los referentes heredados de nuestros padres para poder acceder a lo intimo, humedo, personal, por la visión de la MadreTierra presente en los pueblos ancestrales que nos apasionan, y creo que como venezolanos debemos conocer los ancestrales venezolanos tan poco transmitidos, todo lo contrario, disminuidos ante los de otras culturas que nos han implantado como mejores, y de esta manera iniciar el proceso de hacer conciencia la relación que nos une con la totalidad de la naturaleza y que nos conecta, incluso sin saberlo, con nosotros mismos integràndonos, pues la Madre-Tierra es símbolo de conciencia femenino en la memoria ancestral. Para Ortiz-Osés (2003), las cosmovisiones representan nuestros horizontes de sentido, cuyo imaginario simbólico cobija culturalmente nuestro devenir. Expresan concepciones de la realidad en diversas arquetipologías, mitologías e imágenes del ser experiencial, significan nuestros modelos existenciales y ciertas pautas intelectuales de conducta, pues funcionan como marcos de creencias compartidas en torno a una matriz axiológica de carácter cultural, constituyéndose en auténticas filosofías de valores de impronta colectiva. Desde la cosmovisión de los pueblos ancestrales, la Madre-Tierra forma parte de una misma energía que se mueve armónicamente desde el equilibrio entre el numeroso conjunto de individuos y grupos sociales, fuerzas de la naturaleza, almas, espíritus del bosque, de las aguas y del cielo que pueblan el vasto cosmos indígena. Tal como lo expresan “el ser humano comparte la existencia con las piedras, la vida con los vegetales, la sensación con los animales, es porque de cierta manera es cada uno de ellos”. De manera que es a través de los relatos, cuentos, canciones, mitos y leyendas, en los que se han recreado todo un universo imaginativo que recoge su pasado, su historia y sus creencias. En estos relatos orales aparecen sus dioses, la naturaleza, los animales, la familia y la comunidad, además indican las normas de comportamiento social y normas para cazar, hablan acerca de los espíritus guardianes y los sueños. En sus historias está presente el principio de reciprocidad a la Madre-Tierra, es dar y devolver, porque a cada uno le corresponde una acción complementaria, es un acto recíproco. Se hace explícita la humildad del hombre ante las fuerzas de la naturaleza porque al romper el equilibrio natural, trae consigo enfermedades, la muerte, la agresión y el conflicto. A partir de las lecturas realizadas de los mitos de nuestros pueblos ancestrales aspectos simbólicos expresados en la relación con la Madre-Tierra, los cuales comprenden entonces “un alfabeto de lo metafísico con el que se transmite toda una compleja constelación de significados”. Con la diosa vista como la totalidad, el todo y la nada, el principio de toda creación, tal como lo expresa Vega (2015), en la mayoría de los relatos cosmogónicos, se relaciona la diosa Madre con el surgimiento de los seres humanos, animales, plantas y frutos. La mitología indígena es plena en un lenguaje metafórico en comunión con la armonía y el orden de la naturaleza, con la figuración del orden y la justicia que rige entre ellos. Por eso estamos tan desconectados con lo venezolano, no nos gusta y no nos enseñaron a amarlo, todo lo contrario, nos avergonzamos, por eso se hace urgente saber de nuestra historia, para entender nuestra esencia, y asi debemos ir a las lecturas realizadas de los mitos de nuestros pueblos ancestrales, se deben revisar los aspectos simbólicos expresados en la relación con la Madre-Tierra, los cuales comprenden entonces “un alfabeto de lo metafísico con el que se transmite toda una compleja constelación de significados”. Con la diosa vista como la totalidad, el todo y la nada, el principio de toda creación, tal como lo expresa Vega (2015), en la mayoría de los relatos cosmogónicos, se relaciona la diosa Madre con el surgimiento de los seres humanos, animales, plantas y frutos. Partiendo de la naturaleza misma, los mitos aborígenes reflejan el pensamiento de los hombres que están sujetos al mundo espiritual, que se expresa a través de las actuaciones chamánicas, en las cuales rito y música están firmemente unidos.
Se trata de un mundo de expresión, de pensamiento y de vida de
hombres que pertenecen a las edades mitológicas, que se concreta en imágenes irremplazables, ya que su vida encuentra en el mito su propio sentido y manera de expresarse.
El mito es para el aborigen no una historia repetida, como para el mundo greco-romano, sino una realidad vivida. Es algo creído, producido en edades lejanas, conocido por los chamanes que son depositarios de los conocimientos sobre sus orígenes y sobre la forma de su ejecución.
Es allí donde percibimos la importancia de la relación, casi simbiótica, entre el hombre aborigen y su entorno, la naturaleza, en donde vida, muerte y viaje hacia el mundo definitivo solo se pueden producir si existe una integración total. Por estas razones, infinidades de mitos están referidos a los orígenes de los elementos, y si bien, el hombre en la vida real sacrifica una parte de la naturaleza en la cual se desenvuelve, la cultura produce los rituales y ceremonias que lo reconcilian con su entorno. Es decir, sus dioses o espíritus que son parte de su naturaleza exigen la ritualización que se manifiesta como producto tangible e inmaterial de la creación cultural.
Para los aborígenes no existe un universo irracional, todo tiene una explicación significativa en la que, plantas, animales y demás elementos están organizados por fuerzas superiores y todos cumplen un papel significativo.
Los mitos aborígenes poseen una gran vitalidad, estos relatos viven
para ellos. Son personajes de su mundo simbólico, no son ficción ni
son solo literatura, y aunque asuman elementos de ambas expresiones también conllevan la presencia de valores axiológicos y reorientan el comportamiento humano, que es normalizado por el conocimiento y la conducción chamánica que requiere de rituales. Y cada ritual y ceremonia están sustentados por procesos míticos. Estos relatos cumplen, para tales efectos, las estructuras ausentes de su simbolismo y a la vez, conforman una especie de estructura del sentimiento colectivo.
Bajo estas orientaciones, afirmamos que cada cultura aborigen posee su propia mitología, la cual protegen y definen como necesaria para la enseñanza, orientación y comportamiento, y hace que los miembros de su pueblo se identifiquen con ella, pues sus mitemas pertenecen a su propio saber tradicional y bajo esta condición se estructuran sus formas filosóficas para entender sus universos y, a la vez, conformar los temas de enseñanza y aprendizaje de sus más significativas tradiciones. De
esta manera, los mitos de sus culturas explican los actos primordiales y extraordinarios de sus seres creadores, ya sean espíritus tutelares o héroes culturales, así como también relatan historias de épocas pasadas en las cuales seres humanos y animales no eran diferentes, y por lo tanto se entendían en sus propios idiomas. Estas historias sobre los seres superiores de tiempos originarios, asumen la veracidad de ser historias
sagradas. Ocurrieron en el principio del tiempo, es decir, in illo tempore, tal como lo describe Mircea Eliade, y por tanto no existe posibilidad de duda; cada acción mítica conlleva a determinado comportamiento, y además se le suma la acción ritual y ceremonial que en sí cada mito exige, y es solo de esta forma que sus culturas permanecen en el tiempo.
Esta comprensión del mito como creación, es la que marca las pautas paradigmáticas sobre las variadas explicaciones del comportamiento humano, animal, o de los seres aparentemente inanimados para la mente “racional”, que estudia la naturaleza en la cual se desenvuelve cada cultura. Es decir, el mito marca y define todos los actos representativos de cada pueblo o etnia desde sus enigmáticas culturas.
La estructura del mito es universal, y aunque los mitos sean diferentes, se les encuentra con el mismo modelo en distintas y lejanas partes de la tierra y en disímiles culturas.
El conocimiento chamánico asegura que si se conoce el mito de
los orígenes de los elementos y de todas las acciones que el hombre realiza, se pueden dominar a voluntad todas las fuerzas adversas de la naturaleza ante la acción de los hombres.
En realidad, este conocimiento, normalmente chamánico, no está
concebido solo como abstracción, es realmente vivido y se hace presente a través del ritual que se requiera en el marco de las grandes celebraciones hechas en honor a poderosos espíritus, dioses, semidioses o héroes culturales. El mito y la ritualización del mito se vive por la fuerza que posee el poder de lo sagrado y ese poder es eterno e inmutable.
Con lo anterior se explica, y se asegura, que la mayor parte de las
actividades de los aborígenes de Venezuela, que viven un chamanismo central, e inclusive periférico, no están desvinculados de la concepción mítica. Tanto los yanomami, como los yekuana, los pemón, piaroa, akawaio, ñengatú, entre otros, realizan todas sus actividades de subsistencia unidos al conocimiento de su universo mítico. Hay ritualizaciones para las cosechas, para la procreación, para la siembra, para talar árboles, abrir caminos, movilizar piedras, para pescar, cazar, viajar, relatar una historia, contar un cuento, cantar una canción, narrar un mito, hacer una oración o pronunciar una fórmula mágica. También hay rituales para explicar los principios religiosos de su cultura, cortar la materia
prima que sirva para la confección de las artesanías y explicar, además, el por qué de cada pieza artesanal que se elabore. Estas artes aborígenes, en realidad, no son artes de ver, son artes de descifrar y de leer, porque cada artesanía aborigen lleva implícito todo un conocimiento simbólico que muchas veces no es ni siquiera posible trasladarlo a la comprensión cabal de otro lenguaje. Desde este punto de vista, lo más que puede
hacerse es tratar de penetrar en el discurso aborigen con una visión interpretativa, hermenéutica, con el fin de que por lo menos se vislumbre la inagotable fuente que conforma el conocimiento chamánico a través del dominio del poderoso y fascinante mundo del mito y de los relatos en general de cada pueblo aborigen
En el pueblo barí, el ser humano surgió de la piña, para los e’ñepás
los primeros seres fueron tallados del árbol de Capaíba
Para los wótjüja y los jiwi, los seres nacieron del árbol Kuawei, también llamado Autana.
La mitología indígena es plena en un lenguaje metafórico en comunión con la armonía y el orden de la naturaleza, con la figuración del orden y la justicia que rige entre
ellos.
En la cosmogonía wayúu, la actuación de la diosa, se representa a partir de la figura de Ma (tierra) quien ocupa no sólo un espacio como potencia espiritual, sino como deidad benefactora de la humanidad, “del vientre de Ma, la tierra germinó “A’üü” (es una roca que forma la cumbre de un cerro semejante a la vulva de una
mujer), la semilla, la primera simiente de la cual nacieron los wayúu”. Aunque el ser humano fue creado por Maleiwa, “es desde el Cerro Madre, `la matriz del mundo` es de donde palpitó la vida por primera vez y sirvió de receptáculo común al género
humano(Paz Ipuana, 1976: 196).
Para los pueblos ancestrales, la diosa está conformada por un cosmos y formada por varias partes interrelacionadas en el todo de la naturaleza.
Para el pueblo ye’kwana, la Madre-tierra representa un cosmos constituido por varios cielos intermedios, la tierra y el mundo subterráneo.
En el caso de los Warao, la relación con la Madre-Tierra es
el equilibrio, la estabilidad, la paz y la armonía, todo trastorno en este equilibrio, sea cual fuere la causa aparente, es considerado obra de los jebu, presentes en todos los objetos y aspectos de la vida, muchos controlan las parcelas del mundo material. De
ahí la necesidad de vencerlos, calmarlos cuando se alteran o mantenerlos satisfechos mediante rituales donde se cuenta con la mediación de los shamanes (Santillana, 2009).
2. Barís: pueblo indígena que habita en las selvas del río Catatumbo, a ambos lados de la frontera entre
Colombia y Venezuela.
3. E’ñepás: pueblo indígena venezolano que habita en el municipio Cedeño, ubicado en el extremo
oeste del estado Bolívar, al norte del estado Amazonas, de Venezuela.
4. Wótjüja (piaroa): pueblo indígena que vive en las orillas del Orinoco y sus ríos tributarios en la
actual Venezuela y en algunas otras zonas de Venezuela y Colombia.
5. Wayúu: Son indígenas de la península de la Guajira, sobre el mar Caribe, que habitan territorios de
Colombia y Venezuela.
6. Ye’kwana: Son un pueblo indígena de la familia Caribe, están localizados en el estado de Amazonas del Brasil y en Venezuela; principalmente en el alto Caura, ríos Erebato y Nichare; el alto Ventuari y ríos Parú y Cuminá.
En esta relación de la diosa, todos somos parientes, todos participan por igual en la creación. Para los wótjüja la Madre-Tierra es un espacio continuo en el que los dioses, héroes culturales, animales terrestres, acuáticos y plantas son parientes y
afines aunque sean diferentes, es el cosmos un espacio de contrastes, fiel reflejo de los poderes creadores y destructores. De la misma manera, el pueblo kari´ña, cada parte del cosmos tiene un líder, el dueño del cielo es Kaaputaano Tumüonka y a su vez tiene ayudantes en el cerro, la tierra y en el agua, en el que todos son
vistos como hermanos. En el caso de los pumé, se consideran descendientes de las estrellas, Kumañí es la diosa madre, fue quien creó a los seres humanos, ayudada por sus hermanos, el juaguar Ichíai creador del agua de los ríos, es el rey de las tinieblas de la tierra y de los espíritus y malignos. Y la serpiente Poaná, creador de la naturaleza, y enseñó a los hombres a pescar, cazar y a cultivar la tierra.
Los Yanomamis creen que el cosmos está formado por una serie de capas colocadas una sobre la otra. Los seres humanos ocupan la capa intermedia o hei kë misi, a la que conciben como una especie de disco, según las creencias el diluvio que azotó al mundo en épocas remotas, algunos de los yanomamis fueron arrastrados por el aluvión, por lo que terminaron siendo napë (criollos), la ferviente convicción que los demonios asedian en los confines de su territorio, representado por el arcoíris y la luz rojiza de los crepúsculos, es una de las razones por las cuales el pueblo yanomami ha resistido tanto a la aculturación.
Tratándose del pueblo jiwi, la presencia de lo espiritual se ve reflejada en su vida cotidiana, uno de los aspectos coincidentes es la existencia de un grupo de seres creadores, proveedores y civilizadores, entre los cuales sobresale Kuwai por haber
creado el mundo, las aguas, las montañas, los cielos, los animales y las personas. Esa visión de la naturaleza se ve representada en la estructura de ese cosmos, en el caso de los Ye´kwana, es Wanadi quien inspira la construcción la churuata tradicional que
representa el cosmos, además, para los ye´kwana la cestería refleja una manera ancestral de entender el mundo.
En la relación con la diosa, los espíritus guardianes presentes en la naturaleza para proteger son muy comunes, por ejemplo, los ancestros de los cumanagotos creían que todos los seres vivos tenían un alma gemela, cuando el niño nacía, venía con
un espíritu guardián, si en los días siguientes al nacimiento, su espíritu no ha tenido tiempo de reunirse con él y protegerlo de los espíritus enemigos, el padre cede su guardián para protegerlo momentáneamente, de allí que este obligado a descansar.
Por eso, también cuando vuelven de un viaje se mantienen en reposo, durante cierto tiempo esperando que llegue su alma gemela.
En el caso de los rituales, estos son momentos de conexión con la diosa Madre.
El ritual Kasíjmakasi de los warekena es una ceremonia de iniciación en la que se transfieren las enseñanzas de Kúwe, este ritual es realizado apartado de la comunidad porque aparecen animales sagrados que las mujeres tienen prohibidos ver y escuchar,
durante ese período deben tener un arduo ayuno, a base de casabe y yukuta
.
Los Yanomamis, realizan el ritual de comerse los restos carbonizados de los muertos, lo que les ha dado fama de caníbales, pero en su visión de mundo, este ritual significa el modo como el individuo se funde en el ser colectivo. Se inicia desde el mismo momento en que se da a conocer la muerte de la persona. Por otro lado, para los chaimas, las almas de los grandes líderes (piazan o caciques) se refugiaban en las cavernas y se convertían en ka-ka (guácharos). Para ellos, la diosa es representada en la cueva del
Guácharo porque es la mansión de las almas, allí van a parar las almas de quienes mueren, por eso en la lengua de los chaimas, bajar el Guácharo quiere decir morir.
La diosa es vista desde el huevo y el vientre como forma de comienzo de vida, y de esa separación de las dos mitades femenina y masculina, de cielo y tierra proviene la creación.
Para los makiritares, en el mito ¨Nadei Umadi¨ se relata cómo los
primeros seres humanos hombres vinieron de Huahanna, un gran huevo que fue escondido en la vagina de Frímene, hermana de Nuna, la luna que en esta historia es un ente masculino. Otra mención de la diosa como huevo y como vientre de
la vida es el mito pemón “Aramarí”, en el que una muchacha desde unos huevos que llevaba en su guayare, varias serpientes rompieron el huevo y subieron por su espalda y entraron por su sexo, una de ellas se convirtió en su hijo “in utero”, con
cara de hombre, cuerpo de serpiente, que salía y regresaba a su guarida materna. Se puede decir que la serpiente, con su forma y movimiento fluido, simboliza el poder dinámico de las aguas que “se hallan más allá de la tierra y aparecen como fuente
generadora, se manifiestan como la impresionante potencia biológica femenina”
(Liscano, 1991, 129).
Kari´ña: son unos de los grupos indígenas más antiguos y son descendientes directos de los caribes.
Los estados dónde están ubicados son: Bolívar, Anzoátegui, Bolívar, Monagas y Sucre.
Warekena: es un idioma arawaco hablado ante todo en el estado Amazonas, de Venezuela, en
Brasil.
Yucuta: es una bebida hecha con agua fresca y mañoco. Es ligeramente amarga, muy refrescante y
nutritiva.
Yanomamis: son un pueblo indígena dividida en tres grandes grupos: sanumá, yanomam y yanam.
Habitan principalmente en el estado de Estado Amazonas (Venezuela) y en los estados brasileños de
Amazonas y Roraima.
Para los Warekena, el árbol de la vida “Kali” que significa viento, existía en los tiempos de Nápiruli y el Kúwe, seres creadores, estaba hecho en parte por yuca, y en sus ramas estaban todas las especies de flora y fauna comestibles y cultivables por el hombre. Esta historia se encuentra en la cosmovisión de muchos pueblos indígenas de la zona y más ampliamente en el continente en general, ya que existen similitudes con el árbol de maíz entre los indígenas de Centroamérica, y con otros mitos de otros continentes.
Desde el sonido vibratorio de la música, también está presente la naturaleza, con instrumentos fabricado a partir de lo que les ofrece su entorno, con el caparazón del morrocoy o tortuga, la trompeta tradicional y una variedad de flautas.
En el caso del pueblo Jodi, hacen música ceremonial para divertirse y para recordar la memoria ancestral, cantando pueden contar cómo hacen para cosechar la miel celosamente guardada por la colmena. Las mujeres en cambio, cantan en la intimidad para arrullar a sus hijos que suelen imitar su canto.
Desde la cosmovisión Yekwana, Wanadi, el Dios Supremo, creó a su madre desde el sonido de una maraca llena de wiriki (piedras celestes).
Al lograr hilvanar estas historias, se van encontrando los símbolos presentes en mi memorial ancestral, existe una Madre Tierra concebida como madre porque da alimento, sostiene y todos somos parte de ella, es la procedencia de la tierra en la
que todos los pueblos indígenas coinciden, por eso cuando la Madre Tierra sufre, los indígenas también. Esa Madre es el vínculo en que todos somos uno porque todo lo que tiene vida está inseparablemente interconectado
La Madre-tierra como símbolo de la memoria ancestral
Nuestros pueblos originarios han generado a lo largo de la historia una cosmovisión que se distingue por su relación de su respeto con la tierra y con la naturaleza, referente a su lectura y comprensión del cosmos y la vida, porque todo está expresado en
energía, frecuencias de onda, en la que todos los elementos y fuerzas coexisten. Esta cosmovisión muestra conocimientos, valores y prácticas de coexistencia que no son de propiedad sino son saberes que al ser comunicados de generación en generación
han generado el fluir de una convivencia comunitaria.
Las culturas originarias poseen una comprensión profunda de la compleja interrelación entre todos los seres, momentos, espacios y conexiones de la vida, incluida la vida no humana, animales, vegetales, minerales, dentro y fuera del espacio terrestre, que trasciende el límite de las caracterizaciones y clasificaciones de la cultura occidental.
El proceso de insurgencia simbólica que se expresa en la lucha de los pueblos indígenas contra todo grupo de poder por màs que finjan amarlos, como el gobierno castrocomunista, igual que en su momento el español, luego el yankee, etc., es resultante de un acumulado social e histórico de larga duración, un ejemplo de esto es como cada vez se hace más visible la fuerza de su ritualidad y de sus símbolos. Esto es expresado con contundencia en las diferentes formas como representan a la Gran madre en los que la persona, la sociedad y la naturaleza están unidas.
Desde esta disertación, se resalta la importancia de la relación entre el conocimiento y nuestra historia personal, es una forma de reconstruir las identidades que nos conforman. Ese recorrido por el imaginario constitutivo de la memoria ancestral presente en mis vivencias con los pueblos indígenas venezolanos, presenta una
nueva visión del mundo como representación de nuestros horizontes de sentido.
Esta relación con la Madre genera en nosotros rituales para recuperar el equilibrio y el orden de las cosas, porque todo depende de la fertilidad, la reproducción y la disponibilidad de la tierra para sostenernos. Por eso es importante estar conscientes
de nuestra memoria ancestral porque nos permite una relación de armonía entre las colectividades y la naturaleza, basada en principios de respeto por el Otro.
Tomado de:
REVISTA ESTUDIOS CULTURALES
VOL 11, N°21. Enero-Junio 2018
Recordando las memorias ancestrales de mi tierra. Un recorrido por la cosmovisión de los pueblos indígenas en
Venezuela / María Alejandra Vega Molina / pp. 95-109
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