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CAUDILLOS, GAMONALES Y GUERRILLEROS EN LA MEMORIA VENEZOLANA...(XV) Roberto Lovera De Sola.


Eduardo Blanco(1838-1912)


EDUARDO BLANCO


Se ha señalado que la violencia registrada a través de la palabra escrita por un autor venezolano comienza con Venezuela heroica(1881) de don Eduardo Blanco(1838-1912), quien pocos meses después imprimió su novela Zárate(1882), también dedicada al mismo asunto. Ello llevó al critico Julio Miranda(1945-1996) a anotar: ”aquella narrativa de la violencia que atraviesa el siglo, y que podríamos hacer arrancar incluso de finales del siglo XIX, si pensamos en Venezuela heroica y Zárate[1]. Pero si miramos el pasado a través de la novela venezolana nos encontraremos, tras las obras de don Eduardo, con Uno de los de Venancio, de Alejandro García Maldonado(1899-1961) y luego con el mayor libro sobre la violencia concebido entre nosotros, Boves, el Urogallo, de Herrera Luque o con El tigre de Guaitó, de José León Tapia(1928-2007). Son obras paradigmáticas dentro del asunto. Tanto

[1] Julio Miranda: El gesto de mostrar. Antología del nuevo cuento venezolano,1973-1989. Caracas: Monte Ávila Editores, 1998.501 p. La cita procede de la p.40.


Boves, el urogallo como El tigre de Guitó e incluso Maisanta, el último hombre a caballo, sobre un gamonal, bisabuelo del hegemon venezolano hace poco muerto, por ello ha sido libro una y otra vez mencionado en estos tiempos. Todos estos escaparon al registro que nos ofrece Gisela Kozak Rovero, pese a ser obras del siglo XX que tocan el asunto, como también El camino de El Dorado y Las lanzas coloradas, de Uslar Pietri o Lope de Aguirre, príncipe de la libertad, de Otero Silva.


VENEZUELA HEROICA


“Cuando cansados del batallar continúo por alcanzar un ideal que huyó de vuestro suelo, sintáis vuestro orgullo humillado, y os asalte el despecho, y como yo entréis en tentaciones de despreciar la tierra en que nacisteis y maldecir la patria, abrid este libro[Venezuela heroica], recorred sus páginas y deberéis a vuestro padre, sino la dicha que deseara ofreceros, un sentimiento noble y generoso, extraño a las miserias del presente”.

Eduardo Blanco: “A mi hijos”

En Las noches del Panteón. Caracas: Ediciones de la Línea Aeropostal Venezolana,1954,p.182.


Venezuela heroica es como el catecismo de los venezolanos”

Guillermo Meneses(1911-1978).

El cuento venezolano, 1900-1940. Buenos Aires: Eudeba, 1966,p.7.


Si hay un libro venezolano famoso, pleno, ese es Venezuela heroica(1881)[1] de Eduardo Blanco(1838-1912). Esta obra circuló dos veces el mismo año de su primera edición, rasgo muy singular en aquella Venezuela en donde sus mayorías populares eran analfabetas. Fue así como tuvimos una Venezuela heroica en la cual sólo aparecían los “cuadros”, así denominó su autor a sus

[1] Eduardo Blanco: Venezuela heroica. Caracas: Imprenta Sanz, 1881. XII, 266 p.; 2ª.ed.aum. Prólogo:José Martí. Caracas: Imp. Sanz, 1881, cubierta, XXII, 599 p. El libro tuvo hasta 1975 cuarenta y dos ediciones, registradas por nuestros bibliógráfos. En este caso usamos Eduardo Blanco: Venezuela heroica. Exordio: José Marti. Prólogo: Roberto Lovera De-Sola. Caracas: Alfadil,1981.405 p.


capítulos, relativos a las batallas de La Victoria, San Mateo, Las Queseras del Medio, Boyacá y Carabobo. A los pocos meses se distribuyó una nueva edición ampliada, aquella Venezuela heroica, recogía como exordio el trabajo que el cubano José Martí(1853-1895) le dedicó. En esa nueva salida la obra doblaba el número de sus páginas, en esa segunda edición se incluyeron los “cuadros” históricos que no habían aparecido en la primera: Sitio de Valencia, Maturín. La invasión de los seiscientos. La Casa Fuerte, San Félix y Matasiete. Esta nueva edición constituyó el texto definitivo de Venezuela heroica, con este contenido se ha reimpreso numerosas veces desde 1881, con ese contenido la hemos leído generación tras generación de venezolanos.

Venezuela heroica se ha tenido siempre como el libro por excelencia de Eduardo Blanco, aunque los valores de su novela Zárate no son menores[1]. Pero Venezuela heroica es la obra a través de la cual trascendió este autor en nuestras letras porque tiene dos cualidades intrínsecas, como lo mejor en nuestra letras, es un libro de historia, pero está escrito en una de las más altas prosas que escritor venezolano alguno haya creado en el siglo XIX. Todas las generaciones venezolanas la han leído. Es uno de los libros fundamentales de la cultura del país, de la historia y de las letras. Volumen en torno al cual se ha creado toda una mitología.

Venezuela heroica fue publicado por vez primera hace ciento trienta y tres años años. El volumen está formado por diversos “cuadros” en los cuales su autor evoca las luchas de la Independencia en nuestro país. Se refiere tanto a las batallas en las cuales los patriotas lograron la victoria como a aquellos momentos de “heroísmos lacerados que van al sacrificio inútil” como las denominó el maestro Santiago Key Ayala(1874-1859)[2]. De allí que, al

[1] Eduardo Blanco: Zárate. Caracas: Imp.Bolívar,1882. 2 vols. [2] Santigo Key Ayala: “Eduardo Blanco y la génesis de Venezuela heroica”, en Bajo el signo del Ávila,p.31-66. La cita procede de la p.49.


lado de Carabobo, estén la masacre de la Casa Fuerte, la toma de Maturín o el sitio de Valencia.

Venezuela heroica se ha tenido siempre como el libro de Eduardo Blanco, la obra a través de la cual trascendió este autor en nuestras letras. Generación tras generación de venezolanos la han leído. Es uno de los libros fundamentales de la cultura del país, de la historia y de las letras. Volumen en torno al cual se ha creado toda una tradición.

Desde su segunda edición apareció en su fronticipio el juicio que José Marti(1853-1895), quien vivía en Caracas, quien al publicarse, le dedicó un análisis desde las columnas de su Revista Venezolana[1], este se ha conservado en las sucesivas ediciones de la obra. Este se abre con las famosas líneas:


“Cuando se deja este libro de la mano, parece que se ha ganado una batalla. Se está dispuesto a ganarla, y a perdonar después a los vencidos. Es patriótico, sin vulgaridad; grande, sin hichazón; correcto, sin alarde. Es un viaje al Olimpo, del que se vuelve fuerte para las lides de la tierra, templando en altos yunques, hecho a dioses. Sirve a los hombres quien así les habla. Séale loado”[2].


Desde su publicación Venezuela heroica se convirtió en una especie de libro sagrado de la nacionalidad, obra para el obligatorio aprendizaje de venezolanidad. Modelo, por otra parte, de la prosa romántica en el campo de la historia.

Es tal lo que hemos señalado, que anotamos aquí una anécdota que cuenta el padre Pedro Pablo Bartola SJ(1908-1986). El caraqueño, el primer jesuíta venezolano, estudió en el colegio del doctor Manuel Muñoz Tebar, hijo del ingeniero don Jesús Muñoz Tebar(1847-1909) altisima figura nacional, ambos descendientes directos de los próceres de su apeliido, a quienes rindieron tributo con su verdadero recuerdo, por ello no cayeron en aquel vicio sobre los hombres de la independencia que

[1] José Marti: “Venezuela heroíca” en Revista Venezolana, Caracas,n/ 1,1881,p.30-31. [2] Eduardo Blanco: Venezuela heroica,p.15.


fueron anatematizados en la prosa satírica del maestro Rómulo Gallegos(1884-1969) y en el sangriento modo de mirar de José Rafael Pocaterra(1889-1955), ambos en dos durísimas narraciones, que siempre hay que tener en cuenta cuando vemos a esas gentes que siempre están diciendo que decienden de un prócer de la guerra magna sin hacer nada para dejar un verdadera testimonio de vida, en cumplir con su hora y fecha[1].

El padre Barnola, siendo niño, recuerda esto[2]: “todos los días, por la tarde, un cuarto de hora antes de la salida, nos reuníamos todos los alumnos en el gran salón central, donde presidía el director desde su escritorio. Sentados oíamos a uno de los alumnos mayores leer durante unos diez minutos y desde una mesita colocada en el centro del salón, un pasaje de…Venezuela heroíca…Terminada la lectura…allí quedaba, sobre la mesita, cerrado hasta el día siguiente, aquel libro cuya edición llevaba en todo el espacio de su portada exterior, en color muy brillane, las tres franjas de nuestra bandera. Para nosotros aquel era un libro sagrado, y al pasar a su lado, lo mirábamos sobre la mesita de tal manera diferente de cómo mirábamos otras cosas. Aquella era una mirada reverencial, de respeto patriótico. Y la enseñanza que como alumnos derivábamos de aquella lectura diaria y de aquel libro tan respetado, no pudo menos de ir creando en nosotros un sentido verdadero y firme del amor a la patria”.

Pese a la fama que obtuvo, desde su primera edición, en la pequeña ciudad en la cual vivía su autor, se le negó la paternidad de su obra en el momento del triunfo resonante de su creación. Fue esto, al decir de Key Ayala, quien le trató íntimamente, “uno de los grandes dolores de su

[1] Rómulo Gallegos: Cuentos completos.2ª.ed. Caracas: Otero Ediciones, 2013. 417 p. Ver: “El último patriota”(p.101-110); el relato de José Rafael Pocaterra forma parte de sus Cuentos grotescos. Caracas: Edime, 1955.327 p. Ver “Familia prócer”(p.144-149). [2]Pedro Pablo Barnola: Senderos de patria. Caracas: Cromotip,1979.187 p. Ver su “Prólogo”(p.127-132). La cita procede de las p.131-132.


vida”[1]. Pese a la falaz conjura el libro hizo su camino solo. Los cambios en las concepciones históricas, en las sensibilidades, no han hecho que se le deje de lado[2].

Fue Venezuela heroica el libro que le permitió a Blanco poseer el título de “cantor nacional en prosa de la epopeya patria”. Pero no sólo esto. Venezuela heroica fue, junto con el Manual de Historia Universal(1863), de Juan Vicente González(1810-1866)[3], uno de “los dos libros más famosos de nuestro siglo XIX", como apuntó Uslar-Pietri[4]. Los otros dos fueron la Vida de Bolívar. de don Felipe Larrazabal(1816-1873) y la Biografía de José Felix Ribas(1865) de Juan Vicente González(1810-1866). No es casual que los cuatro hayan sido libros de historia en un país, como Venezuela, en que el recuento del pasado ha sido siempre esencial, además aun nuestra novela no había cuajado con plenitud, pero se hará viva precisamente en las manos del propio don Eduardo.Fue Venezuela heroica, como dijo Gonzalo Picón Febres(1860-1918), la obra por la cual iba a perdurar Eduardo Blanco[5]. Ya hemos afirmado que Venezuela heroica es paradigma

[1] Santiago Key Ayala: “Eduardo Blanco y la génesis de Venezuela herpica” en Bajo el signo del Ávila,p.34. [2] Pedro Pablo Barnola: Eduardo Blanco creador de la novela venezolana.2ª.ed. Caracas: Ministerio de Educación,. 1963. 267 p. La cita procede de la p.32. [3] Juan Vicente González: Manual de Historia Universal. Caracas: Rojas Hermanos, 1863. XII,757 p.; Felipe Larrazabal: Vida de Bolívar. New York: Eduardo O. Jenkins,1865-1866. 2 vols; Juan Vicente González: Biografía de José Felix Ribas, en la Revista Literaria, tomo I, Caracas, 1865. La primera edición en libro de esta obra es Biografía de José Felix Ribas. Caracas: Tip. de Rómulo A. Garcia,1902. 221,III p. Nosotros hemos tenido a la vista, su edición moderrna más completa: Biografía de José Felix Ribas. Estudios preliminares: Manuel Pérez Vila y Carlos Pacheco. Notas críticas: José González González y Manuel Perez Vila. Bibliografía Carlos Pacheco. Ilustraciones: Ernesto León. Caracas: Petroleos de Venezuela, 1988.XXIII,259 p. [4] Arturo Uslar Pietri: “Venezuela y su literatura”, en Letras y hombres de Venezuela,p.291-326.. La cita la tomamos de la p.305. [5] Gonzalo Picón Febres:La literatura venezolana en el siglo XIX.3ra.ed. Prólogo: Domingo Miliani. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1972. 447 p. La cita procede de la p.369.


de la historia romántica. A esta tendencia pertenece el libro. Como bien escribió Mario Briceño Iragorry(1897-1958), “El elemento romántico, exaltado por la pasión patriótica, fue el vestido que más gustó a nuestros historiadores del siglo pasado[el XIX] y con él adornaron las obras de [Francisco Javier] Yanes(1777-1842), [Rafael María] Baralt(1810-1860), Juan Vicente González, Felipe Larrazábal(1816-1873), Marco Antonio Saluzzo (1834-1912), [Ricardo] Becerra(1836-1905), Eduardo Blanco, Felipe Tejera(1846-1924). Sin pretenderlo, los historiadores crearon un criterio exhautez en nuestras propias posibilidades de pueblo, por cuanto promovieron con el ditirambo de los hombres representativos una actitud de espasmo ante lo heroico. La vivencia histórica se buscó en la belleza delos hechos y en contorno de los tipos valientes que pudieran servir para una especial ejemplificación. [Alfonso de] Lamartine(1790-1869), [Jules]Michelet(1798-1874), [Edgar] Quinet(1803-1875) y [Jean Charles]Sismondi(1773-1842) fueron tomados como maestros de una historia que buscó, a pesar de los propios postulados de la escuela, el elemento personal del valor y de la audacia como determinativo de lo valioso heroico.Semejante literatura promovió una concepción sui generis, que miró las espuelas de los hombres a caballo como argumento cívico”[1]. Y si bien como historiador romántico Blanco fue fiel a la concepción de la historia delineada por Briceño Iragorry, Venezuela heroica significó la culminación de la literatura histórica romántica, cuyo principal exponente habíasidoJuan Vicente González. El libro de Blanco, como refiere Fernando Paz Castillo(1893-1981), “cautivó a la sociedad de su tiempo amante de la

[1] Mario Briceño Iragorry: “Introducción y defensa de nuestra historia”, en Varios Autores: Defensa y enseñanza de la historia patria en Venezuela. Caracas: Ediciones de la Contraloría General de la República,1980,p.17-104. La cita es de la p.22. La obra que utilizamos aquí fue mandada a compilar por el historiador y abogado Manuel Rafael Rivero(1921.2008) en la época en que ejerció el cargo de Contralor General de la República.


retórica”[1] sobre la cual Blanco edificó su texto. De esa misma forma ha seguido seduciendo a generaciones posteriores por su “impulso romántico”[2] hasta el punto que, como Key Ayala acota, “Educadas las generaciones que le han sucedido, por los fríos maestros del positivismo, vale la pena preguntar cómo resiste el cálido entusiasmo por Eduardo Blanco al contacto frígido de una crítica científica”[3]. El hecho de su persistencia estriba principalmente en la “comprensión de lo popular dentro del heroísmo, como tenía que ser en un temperamento romántico que contempla la historia desde el plano exaltado de la poesía”, al decir de Paz Castillo[4]. Y especialmente por el hecho de que si bien Venezuela heroica está concebida dentro de una escritura literaria, nunca dejó de ser historia, en ningún momento dejó Blanco de trabajar sus materiales con ojos de historiador. De tal manera que el romanticismo de pura estirpe que había bebido en las aulas del colegio El Salvador del Mundo, conocimiento que había llegado a través de un romántico nato como lo fue Juan Vicente González, su maestro, le permitió dejar de lado lo que Key Ayala llama "seudorromanticismo y el academicismo, ambos de cepa española, imperante en la mayoría de sus contemporáneos escritores”[5] y pudo así expresarse a través de una concepción de lo histórico donde lo épico era lo central. Ayudó a su libro también el uso seguro del lenguaje, la forma como Blanco pinta a las personalidades, como traza sus rasgos, de la misma forma que el pintor hace vivir los suyos en el lienzo.

[1] Fernando Paz Castillo: Reflexiones de atardecer. Caracas: Ministerio de Educación,1964. 3 vols. Ver. “Eduardo Blanco”(t.I,p.405-419). La cita procede de la p.405. [2] Fernando Paz Castillo: Reflexiones de atardecer,t.I,p.405. [3] Santiago Key Ayala: “Eduardo Blanco y la génesis de Venezuela heroica” en Bajo el signo del Ávila,p.32. [4] Fernando Paz Castillo: Reflexiones de atardecer,t.I,p.417. [5] Santiago Key Ayala: “Eduardo Blanco y la génesis de Venezuela heroica” en Bajo el signo del Ávila,p.41-42.


Hubo quienes criticaron a Eduardo Blanco por el hecho de no hacer historia científica en su obra. El no pretendió tal cosa. Sólo quiso rememorar el pretérito, una época determinada. Pese a esto, lectores actuales de Venezuela heroica enfatizan que “no está el lector inclinado sobre un serio texto de historiador, sino repatingado leyendo una novela de aventuras”, como escribe Manuel Caballero (1931-2010)[1]. Este mismo autor añade que, de todas maneras, si el libro de Blanco “confrontado con la más exigente crítica historiográfica, el libro resiste el análisis” y sigue diciendo “se puede no estar de acuerdo con su manera de concebir la escritura de la historia. Se puede descartar la historia como simple narración de hechos guerreros. Se puede arrugar el ceño frente a los adjetivos, a sus juicios de valor, al tributo pagado a toda una mitología patriótica que, por demás, esas páginas han contribuido tan poderosamente a crear. Pero no es fácil acusar a Blanco de haber hecho un trabajo descuidado desde el punto de vista historiográfico. Dentro de una corriente que tanta concesión hace a la imaginación, llegando a sustituirla a la verdadera historia, Eduardo Blanco es de un insospechable rigor”[2].

De tal manera que se trata de una historia escrita por alguien quien sabía manejar el estilo. Obra, además, que no fue fruto de la improvisación, que tan en boga estuvo durante el romanticismo, sino que fue trabajo escrito poniendo todo el entusiasmo en su creación y luego sometiéndola a crítica, haciéndola leer a hombres probos y muy cultos como don Felipe Tejera(1846-1924), quien más de una vez recomendó correcciones y refundiciones[3]. Recuérdese que Tejera era bisnieto del

[1] Manuel Caballero: “Venezuela heroica”, en su Va y toma el libro que está abierto en la mano del ángel,p.39-44. La cita procede de las p.42-43. Este mismo trabajo está inserto en su libro Polémicas y otras formas de escritura,p.47-50. [2] Manuel Caballero: “Venezuela heroica” en Ve y toma el libro que está abierto en la mano del ángel,p.43. [3] Santiago Key Ayala: “Eduardo Blanco y la génesis de Venezuela heroica” en Bajo el signo del Ávila,p.54.


licenciado Miguel José Sanz(1756-1814), por lo cual la Independencia estaba viva en él y en Blanco. Y en la propia imprenta de don Felipe, la imprenta Sanz, se editó Venezuela heroica. Fue, pues, su obra consecuencia de la corrección y del tiempo, la gran lección bellista. De allí lo bien acabada que está hasta el punto de seguir cautivando su narración a quien se acerque a sus páginas.

Pero ante Venezuela heroica no sólo cabe el estudio desde el punto de vista de lo que es el libro, desde la perspectiva del lector que la examina y saca conclusiones de su lectura. Hay también otro asunto que no se puede soslayar al referirse al libro de Eduardo Blanco: es la ideologización de nuestra historia que se ha hecho a partir de él. Ese es el proceso que ha convertido a este libro en obra sagrada, sacral y sacralizada. Lo han transformado así en trabajo que no se discute, sobre el cual no se ejerce libremente la crítica. Este es un error. La historiografía contemporánea ha criticado el libro de Blanco por ser sólo historia de batallas, por su concepción que sólo exalta a los hombres singulares y no deja mirar los procesos, por mostrar la historia venezolana a partir de la Independencia como si el país hubiera surgido de repente, de improviso, en 1810. De allí que haya escrito el historiador José Luis Salcedo-Bastardo(1916-2005) que “Eduardo Blanco, en Venezuela heroica, falsifica y eleva tanto la historia que la sustrae a las posibilidades del pueblo; lo que debía ser ejemplo próximo es convertido en mito inaccesible, perfección olímpica, donde además se exalta la violencia como vía exclusiva hacia el heroísmo. Cuando el venezolano común baja del artificial empíreo, es para caer en la materialidad de un cesarismo irremediable; entre la epopeya útil y el presente sórdido y banal, se corta toda posible comunicación”[1].

Claro está que Blanco, al rememorar los días de la Independencia, en los cuadros de su libro, no se propuso

[1] José Luis Salcedo Bastardo: Historia fundamental de Venezuela,p.439-440..Sobre el signficado ideológico descrito dentro der la historia de las ideas en Venezuela consultar Germán Carrera Damas: El culto a Bolívar.


lograr esto, pero era tal el tipo de crisis que padecía el país en las últimas décadas del siglo XIX que era obvio que el venezolano, al hacer la comparación entre la epopeya descrita por Eduardo Blanco en su libro y la realidad en la cual habitaba, se sintiera incapaz de realizar otra vez lo que otros, en el pasado, habían hecho, y se encontrara impedido de actuar, o viera que sólo a través de la violencia se podía establecer una situación distinta para el país. En ambos casos erraron los venezolanos. En ambos casos Venezuela heroica sólo sirvió para crear una mitología falsa y alejar de un presente lleno de interrogantes al hombre y a la mujer venezolana. Pensar sólo en los Libertadores era paralizante. Y lo fue. Venezuela heroica contribuyó a desarrollar, sin quererlo su autor, repetimos, una falsa conciencia nacional, una actitud pesimista. Sin pretenderlo, como dice Briceño Iragorry, los historiadores como Blanco, “crearon un criterio de exhaustez en nuestras propias posibilidades de pueblo, por cuanto promovieron con el ditirambo de los hombres representativos una actitud de espasmo ante lo heroico... Semejante literatura promovió una concepción sui generis, que miró las espuelas de los hombres a caballo como argumento cívico”. Esa posición estancadora de la conciencia venezolana fue utilizada por la élite de poder para sustraer al pueblo de participar en la orientación del país. De esta actitud pesimista está repleto el pensamiento y la literatura venezolana de fines del siglo pasado. De allí a la justificación de los regímenes de fuerza había muy poco trecho. Y no podemos leer otra vez Venezuela heroica sin señalarlo. Una lectura actual de este libro debe tener en cuenta este hecho o seguiremos cayendo en el mismo error que es el que nos ha hecho un pueblo detenido, impedido de andar, de buscar por sí mismo su propio destino, llevaron a la nación al desencanto, que tanto ha iluminado el historiador Tomás Straka(1972).

Y debe tenerse en cuenta también el hecho de que si Eduardo Blanco fue el rapsoda de la emancipación, Tito Salas(1887-1974) pintó aquella epopeya, sobre todo en sus cuadros para las paredes de la Casa Natal del Libertador y los muros del Panteón Nacional, mientras el doctor Vicente Lecuna(1870-1954) recopiló todos los papeles de Bolívar en Caracas, en el Archivo del Libertador, e hizo las precisiones históricos correctas para el examen de aquellos hechos. Los tres, Blanco, Salas y Lecuna, constituyen una trilogía[1].

Otro hecho que deseamos destacar es la forma como Tomás Straka explora otrohecho que debemos destacar al analizar Venezuela heroica. Se trata de la trilogía de grandes hombres formada por Eduardo Blanco, Vicente Lecuna y Tito Salas, que antes hemos mencionado: el primero escribió con emoción nuestra epopeya, el segundo la documentó con los papeles en la mano, el tercero pintó esa historia. A Blanco y a Tito los denomina Straka “los rapsodas”(p.99) quizá por la razón que primero hay que relatar lo que pasa de boca en boca, como entre los griegos lo hizo Homero(Siglo IX-VIII aC), y mas tarde interpretar, que fue lo que hizo el doctor Lecuna en este caso, después que aquellos dos o se habían fascinando por la epopeya, caso Blanco, o la habían imaginado con el pincel, caso Tito Salas. Ellos trataron a poner al desencanto latinoamericano la luz de aquellos logros, reaccionaron contra el canto del “fines patriae”, dicho incluso por el Libertador en su grave y depresiva carta a Juan José Flores(1800-1864), treinta y siete días antes de morir(noviembre 9,1830), luego por Manuel Díaz Rodríguez(1871-1927) en la última línea de Ídolos rotos(1901)y por el maestro Rómulo Gallegos(1884-1969) en un pasaje de El último Solar(1920), su primera novela. Y ellos no fueron los únicos. Todo ello rematado en nuestros días por un pensador venezolano, Carlos Rangel(1929-1988), quien como José Ignacio Cabrujas(1937-1995), Juan Nuño (1927-1995) y Francisco Herera Luque(1927-1991), quienes tanta faltan nos hacen en estos días trágicos en que escribimos.Rangel escribió en las primeras tres líneas de su libro más difundido: “Los latinoamericanos no estamos satisfechos con lo que

[1] Tomás Straka: La épica del desencanto. Caracas: Alfa, 2009. 254 p.


somos, pero a la vez no hemos podido ponernos de acuerdo sobre qué somos, ni sobre lo que queremos ser”[1]. A ello habría que añadir la observación del historiador Ramón J.Velásquez(1916-2014) sobre la necesidad que tiene Venezuela de encontrar “cómo vamos administrar el bochinche”, cosa que urge. Bochinche, recordemolos, fue palabra usada por Miranda en su madrugada trágica(julio 31,1812).

Hay que decir hoy que Eduardo Blanco fue con Venezuela heroica y con su novela Zárate, publicada meses más tarde, el fundador también del tratamiento de la violencia en nuestra literatura. Y hay que recordar que Venezuela heroica fue de tal forma acogido que en 1881, el año de su publicación, tuvo dos ediciones, lo cual fue un grandísimo logro en aquella Venezuela donde poca gente sabía leer. Pero la segunda edición tiene el significado de ser la definitiva porque en ella don Eduardo le añadió varios capítulos que no estaban en la primera, que solo recogía los “cuadros históricos”, así los llamó, de La Victoria, San Mateo, Las Queseras, Boyacá y Carabobo. En la segunda, el libro creció de las 266 páginas de la edición príncipe a las 599 de la segunda. Y hay que añadir también que ambas ediciones fueron editadas en la Imprenta Sanz, propiedad de don Felipe Tejera(1846-1924), quien mucho ayudó a Blanco a corregir y pulir aquel libro impar. En la imprenta de don Felipe estaba la Independencia entera presente: él era bisnieto del licenciado Sanz. Y apenas habían pasado en aquel año sesenta años de la batalla de Carabobo. Por lo tanto la edición de Venezuela heroica aparecida en 1883 no fue la segunda sino la tercera edición. Y desde allí no ha dejado de editarse una y otra vez, completa, o fragmentariamente en las antologías.

También don Eduardo, que fue lo que los anglosajones llaman un “good looking man”, posó para Arturo Michelena(1863-1898) cuando este pintó su legendario cuadro “Miranda en La Carraca”, cuadro tan perfecto que

[1] Carlos Rangel: Del buen salvaje al buen revolucionario. 15.ed. Caracas: Criteria,2005. 316 p.La cita procede de la p.29.


siempre que lo volvemos a mirar sentimos que el Precursor está a punto de pararse del camastro y venir a darnos la mano.


ZÁRATE


Sin duda, ha sido reconocido, el tratamiento de la violencia en la narrativa venezolana aparece por vez primera en dos libros distintos, publicados en el siglo XIX, obras ambos de un mismo autor: Eduardo Blanco(1838-1912). Nos referimos a Venezuela heroica(Caracas: Imprenta Sanz, 1881. XII, 266 p.) inmediatamente reimpreso, a las pocas semanas, ya agotada la primera edición, en forma aumentada en su segunda edición definitiva (Venezuela heroica.2ª.ed.aum. Prólogo: José Martí. Caracas: Imprenta Sanz, 1881, cubierta, XXII, 599 p.). La segunda de estas obras es su novela Zárate(Caracas: Editorial Bolívar, 1882. 2 vols) impresa meses después, obra tan acabada, pese a las erratas de edición, que estaba sin duda escrita antes de su libro impar, Venezuela heroica, por el que pasó su autor a la historia y a la conciencia de los venezolanos, cosa que no le quita un ápice, como lo veremos, a Zárate.

En el contexto propio de su generación literaria, la segunda que tuvo Venezuela, desde su emancipación y dentro del contexto de la Venezuela del siglo XIX, en especial del tiempo de las guerras civiles, fue que Eduardo Blanco desarrolló su obra. Entre sus libros han perdurado dos. Y por muy diversas razones. El primero de ellos es su novela Zarate. El otro es Venezuela heroica.


EL POR QUÉ DE UNA NOVELA

El interés por Zarate[1] se basa en el hecho de que en ella se encuentra uno de los primeros desarrollos de lo que con el tiempo será una novela propiamente venezolana, aquella que refleja al país, algo distinto de aquellas cuyas anécdotas suceden en otras geografías, también son importantes, estas han aparecido desde los orígenes de nuestra novela, de hecho nuestra primera novela, Los mártires(1842), sucede en Londres. En verdad que en esto hay un galimatías porque toda novela escrita por una persona aquí nacida, hombre o mujer, es una novela venezolana, suceda donde suceda.

Sin embargo, lo que llamamos novela venezolana, es aquella, que según el crítico padre Pedro Pablo Baronla SJ(1908-1986), quien con especial hondura ha estudiado el tema, aquellas “en que la historia, tradición y leyenda, geografía y paisaje, costumbres, personajes, vocabulario y todo otro dato de la vida nacional fuese fundido e incorporado en un todo viviente y armónico, de expresión y colorido inconfundfiblemente venezolanos”. Es por ello que también indica: “A partir del año de 1882, se abre, con la publicación de Zárate, la historia de la novelística auténticamente venezolana. Zárate se presenta en nuestro camino como un hito de importancia insoslayable… Zárate es una novela de valor absoluto y original, como habrá ocasión de probarlo, con abundancia de datos, a lo largo de este estudio”[2]. Al presentar las novelas publicadas entre nosotros antes de 1882, año de Zárate, anota: “Todas estas novelas anteriores a 1882 pueden llamarse venezolanas…solo muy parcialmente. Su venezolanismo consiste para muchas de ellas simplemente en haber sido escritas en Venezuela y por autores venezolanos; y para unas pocas, en haber abordado un tema que, aunque venezolano, es de expresión y proporciones

[1] Todas las citas que hacemos proceden de Eduardo Blanco: Zárate. Prólogo: Karl Krispin. Caracas: Monter Ávila Editores,1997.472 p. [2] Pedro Pablo Barnola SJ: Eduardo Blanco, creador de la novela venezolana,p.61-62,63. .


extremadamente limitadas…ninguna de ellas llega a ser plenamente venezolana, nacional o criolla”(p.64).

Para el momento de la publicación de Zárate eran conocidas las novelas que vamos a mencionar, casi todas son las que refiere el padre Barnola, aunque alguna hemos añadido nosotros. Hay quien las ha considerado como protonovelas a las obras aparecidas entre 1842 y 1882, dentro de esta categoría no entran, desde luego, Los mártires, y creemos que tampoco Los dos avaros(1879), obras muy bien tramadas[1]. Las obras que se pueden enumerar son Los mártires, de Fermín Toro, Anaida(1860) e Iguaraya(1879), de José Ramón Yepes; las de Guillermo Michelena: Garrastazú(1858) y Guillemiro(1864); Blanca de Torrestrella(1865) y El rey de Tebas(1872), de don Julio Calcaño; Un drama en Caracas(1868), novela incompleta de Juan Alfonso, quien la firmó con el seudónimo de Aecio; Vanitas vanitatum(1874) y Una noche en Ferrara(1875), de Eduardo Blanco; las de José María Manrique, entre las que la más destacada es Los dos avaros(1879) y del mismo año de Zárate es también la de Francisco Pimentel, Genaro(1882).

Al hacer el censo, a partir de la lista eleborada por el padre Barnola, el gran estudioso de Zárate, de esta primera consecha, desde luego, hay que dejar de lado los que erán solo cuentos, como “La viuda de Corinto”(1837), el relato fundador del cuento venezolano, o “La sibila de los Andes”, del propio don Fermin Toro y “Boves” de Ramón Isidro Montes(p.62)[2].

Y luego de enumerar las novelas anterores publicadas entre nosotros en las cuatro décadas anteriores a Zárate,

[1] Por cierto, la de don Fermin Toro fue escrita a mano en papel timbrado de la Aduana de Pampatar, de la que había sido funcionario muy joven. Este curioso dato nos lo comunicó don Fernando Paz Castillo que tuvo en sus manos esas venerables hojas manuscritas del humanista, padre de la narrativa vezolana pues fue el quien publicó el primer cuento, La viuda de Corinto”(1837) y la primera novela Los mártires(1842). [2] Desde luego nosotros hemos tenido materiales bibliográficos a los que no tuvo acceso el padre Barnola por no haberse hecho ni publicado para entonces.


las cuales ya hemos mencionado. Aunque de todas formas hay siempre que ver sin prejuicios el trabajo que tuvo el padre Barnola para elaborar su lista, y previamente para encontrar y leer cada uno de estos libros, que nos ofrece, pues en el momento en que trabajó de su indagación, que fue su tesis doctoral, presentada en 1954, en la Universidad Javeriana de Bogotá, no existían aun los intrumentos bibliográficos para fijar aquellos antecedentes con precisión y varios de estos libros eran de difícil hallazgo. Con el constante progreso de los estudios literarios, con la publicación de numerosas fuentes, varias antologías, una de las cuales se refiere al período que tratamos[1], la compilación de la primera Bibliografía de la novela venezolana(1962), por Gustavo Luis Carrera(1933) y años más tarde la Bibliografía integral de la novela venezolana,1842-1994(1996) de Osvaldo Larrazabal Henrríquez(1926-2011) y además, ya en 1974, la impresión del Diccionario general de la literatura venezolana: autores, vasta investigación dirigida por Lubio Cardozo(1938), tenemos los intrumentos para un mejor análisis, para que el trazado de nuestra historia literaria tenga las dos bases que pidió tener Mariano Picón Salas(1901-1965): “una historia de la literatura que agote el tema bajo el doble aspecto de la investigación documental y de la claridad crítica”[2].

[1] Varios Autores: Relatos venezolanos(1837-1910). Caracas: Ediciones del Congreso de la República, 1988. 495 p. Obra elaborada por los profesores de la Universidad Simón Bolívar, de Caracas, Carmen Elena Alemán, Rafael Fauquie Bescos, Javier Lasarte, Consuelo Pirela y José Santos Urriola. [2] Mariano Picón Salas: Formación y proceso de la literatura venezolana,p.9. Este libro es reedición, con cambio de título, de sus Estudios de literatura venezolana. Madrid: Edime, 1961. 315 p. Las investigaciones que hemos citado antes son: Gustavo Luis Carrera: Bibliografía de la novela venezolana. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1963. 70 p.; Osvaldo Larrazabal Henrríquez: Bibliografía integral de la novela venezolana,1842-1994. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1996.207 p.. ;Lubio Cardozo/Juan Pintó: Diccionario general de la literatura venezolana. Autores. Mérida: Universidad de Los Andes,1974. XIV,829 p.

Hay que decir que Zárate es una de esas viejas novelas venezolanas cuya lectra gratifica a quien escrute sus páginas. Si, además, Zarate resiste aun la lectura de los eruditos y estudiantes de literatura, sobre todo por la forma como la novela francesa de su época, grande creación entonces, de Stendhal(1783-1842) a Victor Hugo(1802-1885), de Honorato de Balzac(1799-1850) a Gustavo Flaubert(1821-1880). Y ello porque Zárate es la primera novela propiamente nacional, constituye el comienzo de un proceso hacia lo nacional en la narrativa.

Ha señalado nuestra crítica el valor en si misma que tuvo Zárate y el hecho de que a partir de ella se abrió como un eslabón todo un proceso hacia lo nacional en nuestras letras, que hasta ese momento sólo había vislumbrados los autores de los cuadros costumbristas, los cuales al decir de Picón Salas: “En orden cronológico el costumbrismo es la primera vía, no digamos hacia lo autóctono, pero por lo menos hacia lo circundante, en el proceso de nuestras letras, después que Venezuela se hace independiente. Nace un poco con la República ya segura y organizada de 1830, cuando después de tantos años beligerantes los venezolanos claman por el sedentarismo y la paz…El costumbrismo es como un hito de unión entre la historia heroica que escribían graves varones de la época de la Gran Colombia…y la novela que todavía no despuntaba. Es el realismo que consiente la época romántica; la caricatura burguesa y plebeya frente al lirismo frenético; es un poco también, la politica en imágenes, la sátira de usos y personajes frente a la otra grave politica que se escribe en los editorales de los periódicos…Surge en toda América…como animado reflejo de aquellos cuadros de costumbres que [Ramón de]Mesonero Romanos(1803-1882) y [Mariano José de]Larra(1809-1837) habían puesto de moda en España…Tiene el género tanta vigencia, especialmente en el período 1830-1850”[1].

[1] Mariano Picón Salas: Antología de costumbristas venezolanos del siglo XIX.6ª.ed. Caracas: Monte Ávila Editores, 1980.435 p. La cita procede de las p.5-6. Recuerdese que la segunda edición de las Obras completas de Larra fueron impresas en Caracas, unos meses más tarde de la primera, editada en Montevideo. Apareció dos años después del suicidio de Larra: Obras de Larra. Única edición completa. Caracas: Imp.de George Corser,1839-1840. 3 vols. Sobre la singularidad de este edición ver Pedro Grases:”Proyección continetal de la cultura venezolana en el siglo XIX. Las Obras Completas de Larra” en sus Obras,t.VI,p.254-264. También el mismo año se imprimió en Caracas un volumen de Mesonero Romanos: Panorama matritense. Caracas: Impreso por George Corser,1839. XI,289 p.


Cuando Eduardo Blanco publicó Zárate, apenas hacía cuarenta años que se había iniciado la novela venezolana, en el momento, en que en 1842, Fermín Toro había publicado Los mártires, una novela que sucedía en Londres y que trataba uno de los grandes asuntos de aquellos tiempos: la presencia y sufrimientos de los obreros en plena revolución industrial, lo que daría con el tiempo ocupación a Marx y Engels pero que el venezolano, socialista utópico, vio antes que ellos. Por su sesgo también podemos considerar a Los mártires novela histórica. Debemos, pues decir, con Zárate, asistimos el proceso de desarrollo en nuestra literatura.

Debemos señalar también que el padre Barnola se propuso, con su cuidadosa lectura de los materiales que tuvo a la vista, fijar un hito, dar una fecha y señalar un libro prototípico. En los años que siguieron a Zárate, la cual no tuvo sino una única edición hasta 1952, setenta años después de su edición príncipe, nuestros críticos situaron el nacimiento de la novela venezolana en Peonía(1890), de Manuel Vicente Romerogarcía (1861-1917)[1].

[1] No sabemos si se ha divulado bien este curioso hecho: Romerogarcía murió en Aracataca, Colombia(agosto 22,1917). Aracataca, todos lo sabemos, es el Macondo de Gabriel García Márquez, cuya pertinaz lluvia se hizo tan presente en el entierro del venezolano que solo unos pocos amigos pudieron llevar el féretro al cementerio en medio de aquel inmenso diluvio, un hecho parecido al que contó García Márquez en su magistral cuento “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”. Así a través de Romerogracía macondinos y venezolanos nos hermanamos. La relación se hizo más intensa con el tiempo, cuando dos exilados del gomecismo, Rómulo Betancurt y Raúl Leoni solían ir los domigos a bañarse en el rio de Aracataca. Fueron tales las observaciones que Leoni hizo a García Márquez, tras leer Cien años de soledad, que cuando se las expuso, en un encuentro en la casa de Miguel Otero Silva en Arezo, cerca de Florencia, Italia, que el novelista le dijo que si hubiera escuchado sus observaciones antes las habría añadido a su famoso libro, la más grande novela escrita en castellano, a los dos lados del Atlántico, en el siglo XX.


Esto llevó al crítico Rafael Di Prisco(1931-2014) a preguntarse, a través de un también certero estudio, que tiene en cuenta el de Barnola, ha señalar: “Al referirse a los orígenes de la novela venezolana, la crítica literaria parece orientarse hacia argumentos fundamentados preferiblemente en criterios cronológicos. Durante años, hasta fecha muy reciente, se repetía cual monótono ritornello que la novela venezolana había nacido en 1890 al darse a la publicidad la obra Peonía, de Manuel Vicente Romerogarcía…Si bien es cierto que algunos críticos matizaban discretamente y con mayor honestidad que otros la anterior afirmación, especificando que se trataba del nacimiento de la novela criollista, no deja de sorprender que en la casi totalidad de los casos el criterio fundamental fuera el mismo: fijar una fecha y seleccionar una obra, en vez de buscar la explicación a través de un proceso”[1].

[1] Rafael Di Prisco: Acerca de los orígenes de la novela venezolana. Prólogo: Juan Nuño. Caracas: Universidad Central de Venzuela, 1969.161 p. La cita procede de la p.19. Tuvo este denso y agudo estudio una segunda edición corregida en su obra La conciencia creadora. Caracas: La Casa de Bello, 1995.258 p. En la segunda edición, en el mismo párrafo, la frase ”y con mayor honestidad” que se lee en la edición de 1969(p.19) fue suprimida(ver la p.13). Era lógico, cuando esta publicación fue impresa ya había caído el Muro de Berlín(noviembre 10,1989), el socialismo autoritario se había desplomado y ya los marxistas no ocupaban el centro de nuestra vida intelectual, tenían que ser tolerantes, porque afirmar esto sobre el desarrollo de la novela no hacía a ningún crítico persona deshonesta, solo practicaba su oficio. Di Prisco también fue muy famoso en la Escuela de Letras de la UCV, en meses anteriores a la Renovación Universitaria(1969) por haber impedido a un estudiante dar su opinión sobre la novela María(1867), del colombiano Jorge Isaacs(1837-1895), el profesor Di Prisco lo interrumpió diciéndole “Bachiller, acúerdese que está prohibido discrepar de la cátedra”. Y esto, a meses de las dos grandes rebeliones de la primavera de 1968: en contra del socialismo autoritario en Praga(abril 15) y a poco(mayo 29) la rebelión libertaria estudiantil parisina, preámbulo de los rebeliones estudiantiles en los Estados Unidos, y en 1969 en la misma universidad en donde Di Prisco era profesor. En adelante, ya no pudo mandar a callar a ningún estudianmte, todos los criterios fueron admitidos con la única condición de que estuvieron bien fundamentados, el derecho a pensar y a discrepar con libertad se hizo presente. Con el tiempo, aquel estudiante y el doctor Di Prisco hicieron grande amistad y el mas joven siempre lo estimó, fueron grandes amigos, tomando siempre en cuenta el estudiante sus observaciones sobre la novela venezolana, de la cual también él es estudioso. En la muerte de Di Prisco el lejano estudiante la rindió honor y recuerdo, admirando mucho su última tarea literaria: su magistral edición crítica de las obras de Guillermo Meneses(1911-1978), de la cual logró editar, pacientemente, sus primeros cuatro tomos(1992-1998): que contienen, a partir de sus originales mauscritos, conservados por Meneses, las ediciones anotadas de sus novelas Canción de negros, Campeones. El mestizo José Vargas, El falso cuaderno de Narciso Espejo, La misa de Arlequin y el volumen con los cuentos mayores(Diez cuentos, Cable cifrado y La mujer el as de oro y la luna), tomo en el cual está la memorablela edición crítica de La mano junto al muro, el mayor cuento de la literatura venezolana. La edición de lo que huibieran sido las Obras completas de Meneses fue detenida por orden del poeta Luis Alberto Crespo, bajo el gobierno chavista. Así que faltaron los tomos Cuentos y Teatro, Crítica de arte, literatura y otros temas, Caracas y otros ensayos y Visión múltiple de Meneses. Se logaron editar también, bajo la dirección de Di Prisco, la Hemerografía,1930-1980, del escritor compilada por uno de sus asistentes de Di Prisco y el volumen La ciudad de las esquinas, ofrecido a la Casa de Bello, editora del conjutno, por Sofía Imber(1924-2017), primerra esposa y madre de los hijos de Meneses.

Proponer el estudio del primer desarrollo de la novela venezolana como un proceso no deja de ser sugestivo, es un correcto criterio. Ese proceso, para Di Prisco, lo forman, Zárate, Julián(1888), de José Gil Fortoul(1861-1943), Peonía, El sargento Felipe(1899), de Gonzalo Picón Febres(1860-1918), Todo un pueblo(1899), de Miguel Eduardo Pardo(1868-1905), La tristeza voluptuosa(1899), de Pedro César Dominici(1872-1954) e Idolos rotos(1901), de Manuel Díaz Rodríguez(1871-1927). Es esta una perspectiva a tener en cuenta que nos lleva a comprender con profundidad los orígenes de la novela entre nosotros, nunca desligada, a nuestro entender, del cuento, el cual consideramos el primer género de nuestra narrativa.


LA VIOLENCIA


Que la violencia, que es característica de la historia de Venezuela, no se detuvo tras la guerra de Independencia, es tan hecho significativo como que la novela venezolana se inicie con un relato sobre ella.

Novela de aventuras, centrada en buena parte en el bandolero Santos Zárate, personaje de ficción, a quien vemos actuar en los valles de Aragua y en la región de Carabobo, en los años veinte del siglo XIX, en tiempos posteriores a la batalla de Carabobo (junio 24,1821). Ello nos vuelve a indicar que la violencia no cesa, que es permanente, sin cuyo examen no se puede entender a Venezuela, el país mas homicida del mundo, como lo declaró primero Herrera Luque y lo confirmó, en 1974, la Organización Mundial de la Salud[1], nación llena de violencia desde los días de la conquista, más aun en sus días contemporáneos, en la actualidad es asesinado un venezolano cada 45 minutos. En la protesta contra el chavismo que vivimos hace dos meses, desde abril de 2017, ya han caído, por las balas del gobierno, 75 jóvenes venezolanos. Esto es muestra de la permanencia de la violencia en la vida venezolana, usada como politica, pese a que la Constitución de 1999, lo prohibe en su artículo 68.


ACCION


“Terminada la guerra de Independencia…tras el legionario que dejó las armas, apareció el bandido”(p.45), “Desde las primeras alboradas de la paz, numerosas cuadrillas de malhechores infectaron los caminos y se parapetearon en los bosques de algunas de nuestras provincias…Algunos batallones comenzaron a hacer la guerra a los audaces malhechores…figuraban como los más audaces el famoso

[1] “Venezuela con el más elevado índice de criminalidad”, en El Nacional, Caracas: febrero 3,1974, Cuerpo A,p.1. Tal importancia dio este diario a esta noticia que la publicó en su primera página.


[Dionisio]Cisneros(1793-1847)[1], que merodeaba al sur de la provincia de Caracas, en comarcas de los Valles del Tuy, y Santos Zárate, que en la novela, había fijado sus reales en la selva de Güere, en el corazón de los Valles de Aragua”(p.45-46). Santos Zárate había reaparecido en 1824 en la selva de Güere. Desde el 22 de enero de 1825 comenzó su persecusión, con la idea de capturarlo, para poner fin a sus acciones delictuales.


¿CÓMO ERA SANTOS ZÁRATE?


Era “pujante y atrevido malvado”(p.395), “ese diablo de Zárate tiene garras de tigre y narices de zorro”(p.21); estaban “plagadas las crónicas sangrientas de los Valles de Aragua de las vandálicas proezas de aquel terrible salteador”(p.45); “la temida selva de Güere, al través de la cual se internaba el camino hacia Turmero”(p.95), “Prueba evidente de tan lamentable credulidad y pecaminosas supercherías lo fue por largo tiempo el ascendiente, casi superticioso, que ejerció Santos Zárate entre los campesinos de los Valles de Aragua, quienes le suponían en relaciones íntimas con el espíritu maligno, amen de otras patrañas de la especie, que el astuto bandido fomentaba, haciéndose pasar entre los mismos forajidos de su banda por un ente sobrenatural”(p.239), “A fuerza de penetración y suspicacia, Zárate había llegado a hacer creer a sus propios adeptos que poseía la socorrida facultad de la adivinación, que no había medios de engañarle ni de sustraerse de sus crueles venganzas”(p.241).

[1] Sobre este y el suceder de esta época consultar Oscar Palacios Herrrera: Dionisio Cisneros, el último realista. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1989.360 p., aunque alzado en nombre del rey este personaje era venezolano, había nacido en Baruta en 1796 y fue ajusticiado, después de ser juzgado, el 13 de enero de 1847. Es lógica la idea de Augusto Germán Orihuela según la cual Blanco tuvo como modelo de Santos Zárate a Dionisio Cisneros, quien actuó en la misma época en que se sucede la novela, ver su estudio en su obra En tono menor. Caracas: Editorial Simón Rodríguez,1956. 142 p.Ver:”Un hombre y un destino”(p.71-79).


Su leyenda corrió de boca en boca: “Zárate…en la extensión de muchas leguas, había asaltado una casa de campo en las inmediaciones del Consejo, invadido el caserío de Suata, atropellado cruelmente a los vecinos, asesinando en Tocorón a un honrado labriego; combatido con ventaja el campo-volante del camino de Choroní, y puesto a saco con insolente escándalo las más acreditada pulpería de las afueras de San Joaquín”(p.263-264), “Aunque del todo impracticables por una misma mano fueran aquellos atentados, cometidos a tantas leguas de distancia y en tan corto tiempo, llovían, no obstante, a las diversas alcaldías acusadores partes confirmando los consumados crímenes, contestes todos en señalar al mismo bandolero como el personal actor de semejantes fecharías en tan diversos y apartados sitios”(p.264).



PERSONAJES


Los personajes que hallamos en la novela son: Orellana, “un indio de mediana talla”(p.23); Lastenio Sanfidel, “Alma sensible y delicada, estaba aun horrorizado con la escena salvaje que presenciara al entrar con su amigo en la La Victoria”(p.61); ya había dicho antes: “La vida que llevo hace seis meses me es insoportable; no puedo acostumbrarme a este país…No es que sea ingrato para con la patria…pero me siento planta exótica”(p.37); el Capitan Delamar; el doctor Sandalio Bustillón: “el maquivélico jurista”(p.385), perseguidor de Santos Zárate(p.87,88), “aquel bandido era la pesadilla del doctor”(p.89); Aurora, Clavellina y Teresa(p.117), Oliveros(p.125,126) que es el mismo Santos que se hace llamar así(p.216,402).


¿CUÁNDO SUCEDE?


El espacio tiempo de la novela está pintado así: “Si radical, en lo político, fue la transformación de Venezuela al separarse de la madre patria, pocas alteraciones en lo privado de sus tradicionales costumbres sufrieron los pueblos americanos de origen español, a pesar de la guerra y de la emancipación de la metrópoli. Largos años después de ser independientes y llevar vida propia, conservaron nuestros padres, y con ellos la generación que les siguió inmediatamente, los usos y costumbres heredados de sus mayores y, en mucha parte, hasta las preocupaciones de origen colonial que en fuerza y vigor se sostenían en 1825… las preminencias sustentadas por tres siglos de perdurable estabilidad”(p.233).


LOS VENEZOLANOS


A los venezolanos de aquel tiempo lo trata Eduardo Blanco en su libro señalando “Cándido, sano, comedido y creyente, nuestro pueblo”(p.235). Pese a la presencia de hecchos mágicos como “la luz misteriosa del Tirano”(p.236) o “la gigantesca mujer del manto negro”(p.236).


LA AUTODENIGRACION


Pese a ser así vivían hablando mal del país, es lo que se ha denominado la autodenigración, no se han curado de ella los venezolanos, siguen practicándola en el presente. Por ello leemos en Zárate: “Punto final a las eternas jeremiadas, señor mío; vivimos en un siglo en que llorar es una impertinencia; quejarse, una falta de cortesía, y ser pobre, el nom plus ultra de las abominaciones humanas. Esfuérzate en ser de tu época, no te quedes atrás, porque cuando pretendas alcanzarnos estarás viejo y no podrás correr. El sentimentalismo ha caído en desuetud: la antigua poesía pierde terreno, lo real está a la moda. El siglo XVIII fue guillotinado por el viejo; nuestro siglo es un muchacho travieso, emprendedor, que corre a saltos, se ríe de todo, hace prodigios en ciencias, artes y política, se desgañita gritando libertad y tira piedras a sus maestros”(p.41-42. Subrayado de Eduardo Blanco)


SIGNIFICACION


Con Zárate se inició la cadena de la novela venezolana, aquella que nos refleja a nosotros, y como es lógico ella también registra una de las esencias de nuestra experiencia colectiva: la avalancha de violencia en nuestro devenir.


UN PROGRAMA PARA LAS LETRAS


Desde luego don Eduardo Blanco sabía que estaba contribuyendo a la edificación de nuestra literatura, por ello el Capitán Delamar dice a Lastenio:“¿Tu no tienes afición a las armas? Combate a tu manera; la cuestión es luchar…recoge en nuestra flora el hermoso botín que ella ofrece al artista…Reproduce nuestra naturaleza llena de fuego y de colores; populariza nuestros héroes, idealiza nuestras batallas, copia nuestras costumbres…¿Crees no hallar poesía en nuestro suelo?”(p.40). Es todo un programa de acción intelectual



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