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HISTORIA DE LA PRESENCIA OCULTA Y FELIZ DE LAS MUJERES EN VENEZUELA"(VI). Roberto Lovera De Sola


MARIA ANTONIA BOLIVAR: MUJER REALISTA


Ahora bien, lo que debe preguntarse quien estudie las relaciones entre Bolívar y su hermana es de dónde le habían salido a María Antonia esos arrestos republicanos que antes no había tenido. No hay que olvidar que en 1814 el Libertador tuvo que obligarla a salir de Caracas, junto con su hermana Juana Bolivar Palacios(1779-1847). María Antonia no quería hacerlo pues, como anota Lecuna, se resistía “fundándose en sus opiniones realistas y en la protección dispensada por ella a muchos durante los días trágicos de la Guerra a Muerte, escondiéndolos en su hacienda de Macarao... pero su hermano con mejor conocimiento de la realidad, la obligó a embarcarse a Curazao”. Al mismo hecho aluden testigos de la época como el regente José Francisco Heredia(1776-1820) y otros historiadores. No hay que olvidar que a partir de la Campaña Admirable, María Antonia, pese a sus ideas, había hospedado en su casa caraqueña a compañeros de lucha de su hermano como fue el caso del general Santiago Mariño(1788-1854). Pero sus sentimientos políticos eran otros. En 1814 debió obedecer al hermano. Se trasladó a Curazao junto con Juana. Allí Mordechay Ricardo(1771-1842), amigo del Libertador desde 1812, las hospedó en su casa del Octagón. Bolívar agradeció a Ricardo la protección dada a sus hermanas (Escritos,t,II,Vol.I,p.226-227). Pero al estar lejos del hermano, María Antonia decidió hacer su propia voluntad. Se trasladó en 1816 a La Habana y desde allí, tres años más tarde, se dirigió al rey de España, Fernando VII(1784-1833), pidiéndole le concediese una pensión y levantara el embargo de sus bienes en Venezuela. Esto lo hizo en misivas escritas en la capital de la Isla(febrero 14, 1819 y febrero 27, 1820). Obtuvo lo que deseaba. Como se lee en el documento realista, el monarca le otorgó lo que pedía:


“por la conducta que ha seguido en la Revolución de su país, enteramente contraria a la de su hermano Simón Bolívar”.


Esos mismos papeles añaden que por su conducta:


“ha formado especialmente un contraste, el más enérgico que puede darse, en su decidida y manifiesta adhesión a la justa causa con el ímprobo y detestable sistema de su hermano el rebelde caudillo de la Independencia y Guerra a Muerte”.


El documento continúa,


“La conducta del caudillo Bolívar será siempre criminal y punible, mas la de doña María Antonia su hermana como fiel y leal al Rey habrá siempre de merecer la declaratoria que le es debida en justicia”.


El Rey la proclamó “Heroína de la lealtad”[1]. Gracias a estas gestiones María Antonia logró que le devolvieran sus bienes que el gobierno español le había expropiado, acción que en esa época se denominaba “secuestro”. El Rey le concedió, también, una pensión anual de 1.000 pesos la cual le fue duplicada tiempo más tarde en atención a peticiones formuladas por ella misma, en las

[1] Documentos insertos en Caracciolo Parra Pérez: La monarquía en la Gran Colombia, p. 68. Íntegros pueden verse en Salvador de Madariaga: Bolívar, t. II, p. 566-572; Paul Verna: Las minas del Libertador. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1977. 305 p. La cita procede de la p. 143. Ver también Antonio Herrera-Vaillant: El nudo deshecho: compendio genealógico del Libertador. Caracas: Academia Nacional de la Historia/Instituito Venezolano de Genealogía, 2010. 546 p. Ver las p.251-252; Paul Verna: Las minas del Libertador, p. 145 con datos sobre el regreso de María Antonia a Caracas. cuales alegó el mal estado de salud de su esposo don Pablo de Clemente y Palacios(1773-1821). Fue por la conducta mantenida durante los años en que residió en la antilla que al regresar la leal realista a Caracas, a principios de 1823, el Libertador, quien es quien mejor la retrató, escribió a su sobrino Anacleto Clemente Bolívar(1796-c1875), hijo de María Antonia:


“He recibido cuatro cartas tuyas entre las cuales me anuncias la llegada de tu madre a Caracas, lo que he celebrado mucho para que no anduviese deshonrando mi nombre, porque vivía entre españoles pudiendo haber seguido el ejemplo de su hermana Juanica, que prefirió todo a la vergüenza de vivir entre los enemigos de su nombre”(Escritos,t.II,Vol.I,p.279).


Bolívar, siempre conciliador, le pidió a Anacleto:


“A tu madre dale memorias de mi parte y no le enseñes esta carta, para que no vea lo que al principio he dicho, pues nada sacamos con aumentar las causas de dolor” (Escritos, t.II,Vol.I,p.281).


Este fue sólo el comienzo de todos los dolores de cabeza que María Antonia causó al Libertador en los últimos años de su vida.

Dos años después de haber llegado a Caracas le escribió a su hermano pidiéndole que interviniera con su poder para que un juez le la diera razón en un juicio que se ventilaba en los tribunales a favor de los bienes del Libertador. Bolívar se negó rotundamente a irrespetar los fueros del juez. En la misiva le dijo:


“Yo no le escribiré a ningún Juez sobre el pleito de Lecumberry, por más que tú te empeñes... No quiero exceder los límites de mis derechos, que, por lo mismo que mi situación es elevada, aquéllos son más estrechos. La suerte me ha colocado en el ápice del poder; pero no quiero tener otros derechos que los del simple ciudadano. Que se haga justicia y que ésta me imparta si la tengo. Si no la tengo recibiré tranquilo el fallo de los tribunales” (Escritos,t.III,Vol.II,p.12).


No creemos que se pueda dudar que en cierta forma María Antonia fuera una mujer capaz y buena observadora, como anota Madariaga[1]. Tampoco podemos negar que fue, como dice Ramón Díaz Sánchez(1903-1968), de “sensibilidad igualmente aguda para captar las vibraciones del espíritu colectivo”. De allí que, desde su regreso del exilio cubano, se viviera metiendo en política, indagara cuanto acontecía y se lo comunicara a su hermano, quien actuaba durante aquellos años en el Perú. Pero el problema de María Antonia era que ella, como consecuencia de sus convicciones conservadoras, no comprendía “bien la obra política de su hermano. No la analiza ni la ahonda. Se limita a admirarla. Por ello hay tantas contradicciones en sus cartas” como acota Díaz Sánchez.

Así ella, quien era una conservadora hasta los tuétanos, no pudo en ningún momento percibir el ritmo de los sucesos. Siempre estuvo más cerca de los realistas criollos que del propio hermano a quien, sin duda, admiró, a pocos pasos del oropel de cuyo poder debió gustar estar la insigne goda, como la llamó Jesús Rosas Marcano(1931-2001) en su articulo antes mencionado.

En Caracas, como ya hemos señalado, María Antonia vivía metiéndose en política.

[1] Salvador de Madariaga: Bolívar, t. II, p. 293 y 328; Ramón Díaz Sánchez: Guzmán, elipse de una ambición de poder. Caracas: Ed. Edime, 1969. 2 vols. La cita y la siguiente proceden del t.I, p. 41; Jesús Rosas Marcano: "Las temeridades de María Antonia" en El Nacional, Caracas: Septiembre 14,1983; carta citada por Héctor Parra Márquez: Esbozo de las Academias. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1983. 492 p. La cita procede de la p. 146; misiva citada por Vicente Lecuna: Papeles de Bolívar. Caracas: Tip. del Comercio, 1917. XII, 476 p. La primra cita procede de la p. 357, la segunda de la p.359. En una carta a su hermano le había dicho algunas cosas sobre las actividades de Rafael Diego Mérida (1762-1829?). Este había publicado una serie de panfletos contra las autoridades. Sus opiniones molestaron tanto a María Antonia que le mandó dar una paliza. Por ello le dice a Bolívar que Mérida “se ha mejorado algo con una paliza que se le dio por hablador y pícaro”. Sobre el mismo Mérida le dice a su hermano que el turbulento “tuerto” escribiría sus panfletos sólo hasta el día que escriba contra Bolívar pues “hasta ese día no más escribe porque le hago sacar el otro ojo a palos”. Fue en ese momento que el Libertador, molesto con las actividades de María Antonia, le dirigió una carta desde Lima (La Magdalena: julio 10,1826), en uno de cuyos párrafos se lee:


“Tú no debes meterte en ningún partido, ni bueno ni malo: quiero decir que no te metas a hablar de nada de lo que pasa. Es muy impropio de señoras mezclarse en los negocios políticos; y si tus hijos se meten a hablar, hazlos callar o échalos de tu casa. La dirección de los negocios no corresponde a los simples ciudadanos que tienen que vivir por vivir. Los que ganan sueldo del estado son los que deben entenderse en esto”(Escritos,t.III,Vol.II,p.89).


Seguramente el Libertador le escribió a María Antonia esto pues no era bueno que personas de su familia intervinieran en el debate de todos los días, porque si bien recriminada a Antonia, como él llamaba, participar en la política eso mismo no se lo prohibía a Manuelita Saenz(1895-1856) que lo hacía todos los días.

Mujer difícil María Antonia, todo lo enredaba. Cuando el Libertador con severidad, pero con cariño, trataba de apartar, a su sobrino Anacleto del vicio del juego, María Antonia le escribió que en verdad lo que Anacleto necesitaba era “Una entrada buena a palos”[1]. Por estos caminos nada logró María Antonia. En cambio sí el tío de Anacleto. Años más tarde, vuelto Anacleto al buen andar

[1] Carta inserta en Vicente Lecuna: Papeles de Bolivar, p. 359.

se quejó ante su tío Simón de los maltratos de su madre(Escritos,t.III,Vol.II,p.218).


LAS TEMERIDADES DE MARIA ANTONIA EN LA VENTA DE LAS MINAS DE AROA


En los años finales de la vida de su hermano fue María Antonia quien entorpeció e hizo imposible que el Libertador pudiera vender las Minas de Aroa. Bolívar deseaba hacerlo para así poderse retirar a Europa y pasar el resto de sus días con cierto decoro. El Libertador se dio cuenta de cuanto hacía la hermana. En una carta al general Briceño Méndez (Quito: mayo 20,1829) le dijo:


“Parece que Antonia está empeñada en enredarlo todo para, si acaso yo me muero, quedarse con las minas”(Escritos,t.III,Vol.II,p.241).


En varias cartas de aquellos años Bolívar testimonia su molestia por las actitudes de la hermana(Escritos,t.III,Vol.II,p.242,244-245). Es por ello que a pesar de haber sido tan paciente con ella no pudo dejar de escribirle(Guayaquil: agosto 4,1829):


“Yo te doy las gracias por tu firmeza; pero puedes evitarte la pena de dar pasos especialmente en asuntos de papeles, pues de ordinario las mujeres no sirven para esto; y tú lo has acreditado más, a pesar de tus buenos deseos, enredando el pleito, las letras, y cometiendo desaciertos como el de mandar a Londres los papeles de la contrata de arrendamiento de las minas con el nombre de títulos, todo lo que ha provenido de no entenderlo y sólo sirve para echarlo a perder todo...”(Escritos,t.III,Vol.II,p.240-241).


En otra misiva (Chía: noviembre 19, 1828) termina la carta así:


“¡Por Dios!, Antonia no me hagas sufrir con tus temeridades: sustituye el poder y salgamos de este asunto” (Escritos,t.III,Vol.II,p.226).


Como consecuencia de tal conducta, las Minas, pese a lo que se intentó, no pudieron venderse sino después de la muerte del Libertador[1].

Pero no sólo se interpuso de esta forma en lo relativo a las Minas de Aroa. Muerto su hermano, María Antonia siguió dando muestras de su terrible manera de ser a todo lo largo de su vida.



SIEMPRE PELEANDO


En Caracas se peleó con Josefa María Tinoco(1783-1853), madre de sus sobrinos, hijos de su hermano Juan Vicente(1781-1811). Constantes fueron los disgustos con su hijo Anacleto, con su nuera Rosita Toro, a quien llamó “fatua” y con el doctor José Ángel Álamo(1774-1831), quien fue uno de los apoderados del Libertador en Caracas. En vida del Libertador no le pagaba a la negra Hipólita la pensión que Bolívar ordenó entregarle.

Pero, por si esto fuera poco, en 1832 María Antonia demandó a su hermana Juana a quien reclamó treinta mil pesos que le había regalado Bolívar sobre la venta de las Minas de Aroa. María Antonia pretendía demostrar que la donación era falsa. Acusó a la noble Juana de ladrona y de haber falsificado la firma de Bolívar. Pero al probarse en los tribunales la autenticidad de la firma, María Antonia no se desanimó. Decidió impugnar el valor de la donación aduciendo que ésta no tenía carácter auténtico y público. Perdió otra vez el juicio, pues el 4 de agosto de 1832, el tribunal reconoció que la donación era “válida y eficaz”[2].

[1] Paul Verna: Las minas del Libertador, obra en la cual toda la historia y la venta de las mimas está tratado con pormenor. [2] Todos estos datos proceden de Paul Verna: Las minas del LIbertador, p. 147, quien se basó en expedientes que pertenecen al Archivo del Libertador, Casa Natal, Caracas. Verna ofreció todos estos pormenores de la vida de la hermana del Libertador también, en un artículo suyo que apareció sin firma, titulado "El día que Bolívar reprendió a su hermana María Antonia" publicado en El Nacional, Caracas: septiembre 2,1983, Cuerpo C,p. 15, el cual está también inserto en su libro El día que Bolívar... Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1991.276 p. Verlo en las p. 187-192.

TRASLADO DE LOS RESTOS DE LIBERTADOR A CARACAS


Al ocuparnos de la terrible María Antonia, no podemos soslayar que fue constante la actividad que desplegó para tratar de lograr que los gobiernos paecistas trasladaran a Caracas los restos del Libertador. Los jefes de nuestra política no se lo permitieron, primero porque por más de una década el Libertador, todo lo que tuviera que ver con él, estuvo proscrito en Venezuela. En 1842, al tomarse, por decreto del 30 de abril de 1842, la decisión de proceder al traslado de los restos del Libertador a Caracas, se permitió a los miembros de su familia estar presentes durante los actos de inhumación y traslado. Como consta en el acta respectiva del 20 de noviembre de 1842, en el momento de llevarse a cabo la apertura de la tumba en la cual, en la Catedral de Santa Marta, Colombia, se guardaba el cuerpo del Libertador, sus deudos Pablo Clemente(1803-1882) y Simón Camacho Clemente (1824-1883) estuvieron presentes. A quien no se autorizó a estar presente fue a su sobrino Fernando Boplívar Tinoco(1810-1898), quien había estado presente en Santa Marta en los días de la muerte y entierro de su tío Simón, en cuya compañía había salido de Bogotá meses antes[1]. Así que es un error, señalado por algunos historiadores, que el gobierno impidiera a la familia estar presente. La presencia de Clemente y Camacho así lo ratifica. Fueron ellos testigos de la apertura de la urna y escucharon cómo el doctor Alejandro Próspero Reverend(1796-1881), quien había sido el médico que atendió al Libertador durante los últimos diecisiete días de su vida, cuando dio fe pública, ante la

[1] Armando Rojas: Ideas educativas de Simón Bolívar. 4a.ed. Prólogo: Augutso Mijares. Caracas: Monte Ávila Editores, 1976.243 p. Consultar el capítulo VII, “Fernando Bolívar”(p.97-105) en el cual consta lo que afirmamos(p.101).


comisión presidida por el sabio doctor José María Vargas(1786-1854), de que aquella era la huesa de Bolívar. Pese a su constante preocupación por el traslado, María Antonia no pudo ser testigo de los actos, pues falleció el 7 de octubre de 1842, a escasos días de que aquéllos llegaran a Caracas para ser enterrados en la Capilla de los Bolívar en la Catedral[1].

Con la exposición antecedente no hemos querido señalar que María Antonia no amara a su hermano sino señalar cómo fue de compleja aquella relación con la terrible goda

[1]El Acta de la inhumación de los restos del Libertador en la Catedral de Santa Marta puede verse en Ildefonso Leal: Ha muerto el Libertador. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1980. 572 p. Está en las p. 88-89, allí consta la presencia en el acto "de los señores Pablo Clemente[1803-1882] y Simón Camacho[1824-1883], deudos del ilustre finado" (p. 88). El mismo documento puede verse en Manuel Pérez Vila: Bolívar, el libro del Sesquicentenario (1830-1980). Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República/Ediciones del Bicentenario de Simón Bolívar, 1980.383 p. Está en las p. 205-206. Con esto ampliamos lo dicho por el historiador Armando Rojas(1913-2007), quien en sus Ideas educativas de Simón Bolívar,p.101 señala, basándose en documentos recogidos en Simón Bolívar: Cartas del Libertador. Caracas: Lit. del Comercio, 1929, t. VII, p. 295 y 296 que, si bien: Fernando Bolívar Tinoco(1810-1898) pidió al gobierno paecista se le concediera la posibilidad de viajar en el mismo barco en que la Comisión, presidida por Vargas se dirigía a Santa Marta, el gobierno le contestó que aquello era imposible. Esto no quiere decir, cosa que Rojas no afirma, que la administración venezolana en el poder en aquellos días, impidiera a miembros de la familia Bolívar estar presentes en Santa Marta durante los actos a los cuales hemos hecho alusión. Los documentos aducidos por nosotros lo prueban. La mayor parte de los datos que se leerán a continuación proceden del libro de Inés Quintero: La criolla principal.,p.146-151. Parte de esta historia, sobre todo la relación con José Ignacio Padrón, nacido en 1814, era conocida por haberla registrado sir Robert Ker Porter, representante inglés en Caracas(1825-1841), en las páginas de su Diario de un diplomático británico en Venezuela,p.775-776. Este diario fue escrito en inglés y publicado en esa lengua por Walter Dupouy(1906-1978): Caracas´s diary,1825-1842, abritish diplomat in a newborn nation. Prologue: Augusto Mijares. Caracas: Instituto Otto y Magdalena Blohm/Editorial Arte,1966. CXII,1055 p. SUS TRATOS CON EROS


La presencia de la sexualidad en nuestra historia es hecho que se soslaya, urge ser tratado, no puede tratarse ninguna vida humana sin detenerse ante lo sucede en la cama, lecho y mesa son esenciales en la vida humana, tal como indica Octavio Paz(1914-1998) en su esnayo “La mesa y el lecho” el que antes hemos citado. En verdad, apenas si ha sido estudiado, hay algunos pocos testimonios, recogidos por los estudiosos de la historia de la vida cotidiana, pero todavía falta mucha tela que cortar. No conocemos aun, sino muy de paso, cuáles fueron por ejemplo la lecturas de temas sexuales hechas por los venezolanos, sobre todo en el siglo XVIII, tiempo de la novela libertina europea.

De allí que al encontrarnos con una persona de tan intensa vida íntima, extra matrimonial, desde luego, como fue María Antonia Bolívar, no deje de llamarnos la atención, al menos debamos dejarla registrada.

Que María Antonia fue persona de intensa vida íntima, de intensos impetus sexuales, era asunto conocido, al menos uno de sus romances, a través del Diario de sir Robert Ker Porter(1777-1842). Sin tratar estos asuntos el perfil humano de María Antonia no estaría completo. Tales conductas si podían ser escandalosos en su tiempo, hoy en día las comprendemos perfectamente. Gracias a la biografía de la realista caraqueña que trazó Inés Quintero(1955) los conocemos con mayor precisión. Tales hechos nos muestran un rostro más humano en María Antonia, que esta historiadora, como estudiosa de la vida cotidiana que es, supo pesquisar bien.

De hecho en sus romances María Antonia tuvo dos hijas naturales estando casada. La primera de estas hijas expósitas, adulterinas y bastardas, como se decía entonces, al igual que una segunda, a las que nos referiremos, las sostuvo económicamente. La primera la tuvo con don Felipe Martínez, Oidor de la Real Audiencia de Caracas, en 1806, estando casada. A la muerte de María Antonia una persona llamada Trinidad Soto reclamó la herencia por ser hija de María Antonia y de Felipe Martínez le correspondía. La petición hecha ante los tribunales fue pagada. La segunda de estas hijas fue Josefa Cabrera, de quien también se ocupó la insigne goda.

Más escandaloso, pues llegó hasta los tribunales, fue el romance que María Antonia tuvo, cuando se acercaba a los sesenta años, con José Ignacio Padrón, joven de veinte y dos años, nacido en 1814, cuya fecha de muerte se ignora. Esto nos indica que fue María Antonia mujer de intensa vida sexual, a quien Cupido supo flechar varias veces. Padrón, para defenderse de las acusaciones de María Antonia, llegó a presentar ante los tribunales las cartas de amor que María Antonia le había remitido. Sir Robert Ker Porter dio noticias del hecho en su Diario. Todos los detalles del intenso romance que María Antonia, quien en 1836, fecha en que aquellos amores se hicieron públicos, tenía cincuenta y nueve años, tuvo con José Ignacio Padrón han sido estudiados, a base de la documentación que guardan nuestros archivos por su biógrafa Inés Quintero en su libro El fabricante de peinetas. Las cartas íntimas de ella a Padrón se reproducen en esta obra, incluso pueden leerse en este volumen en sus originales manuscritos en los cuales se pueden ver los fuertes trazos de la escritura de María Antonia. Este estudio corrobora la exactitud de las observaciones que Ker Porter consignó en su Diario, que antes hemos citado[1].

Entre los textos de María Antonia, que Inés Quintero encontró en los fondos del Archivo General de la Nación, en Caracas, se encuentra un poema amoroso enviado por María Antonia a José Ignacio una vez terminado el juicio, demostrado que pese a la acusación, sin duda falsa de María Antonia, el amante no le había robado los 10.000 pesos de lo cual ella lo acusó, y proclamada su inocencia

[1] Inés Quintero en El fabricante de peinetas, p.177-216, donde las cartas íntimas de ella a Padrón se reproducen, pueden también leerse además en sus originales manuscritos.


el 20 de diciembre de 1836, ella le volvió a escribir, esta vez le envió un poema donde le declaraba otra vez su amor. Es una composición que de hecho no desentona dentro de la poesía venezolana de aquella época, está bien escrito. Son, desde luego, unos versos llenos de despecho, con ellos se podría componer un buen bolero. Ella le dice que es incapaz de vivir sin él.


¿POETA?


Esto de que María Antonia escribiera poemas no era nuevo en ella. No se debe olvidar que los hacía desde tiempo atrás. Existe una carta a su célebre hermano en que se lo dice. En la misiva se lee: “Te remito esos versos para que veas que ya soy poeta”, según misiva hallada por Vicente Lecuna(1870-1954)[1]. Esos poemas se perdieron pero quedó el testimonio que ahora se corrobora con la lectura del poema descubierto por Inés Quintero. Podemos titularlo, como es lo usual, con su primer verso: “Ignacio, no me es posible”[2].

El fabricante de peinetas es libro que hay que leer con ojos humanos porque el dios eros tiene sus fueros. Cupido flechó a María Antonia y terminó escribiendo aquel lamento, en su desesperación por perder su amor, a José Ignacio de su vida. ¡Qué haríamos los nacidos en el Caribe sin el bolero para consolarnos de nuestras cuitas amorosas!

Lo interesante es que Inés Quintero ha tenido la suerte de poder documentar esta relación Bolívar-Padrón con exacta precisión, incluso íntima. El fabricante de peinetas nos ofrece un capítulo de unos sucesos que no se han registrado: la historia de la práctica sexual de los venezolanos y las venezolanas, de lo cual hasta María

[1] Vicente Lecuna: “Cartas dirigidas a Bolívar” en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n/ 62(1933), p.267, asunto referido por Irma De Sola Ricardo en su María Antonia Bolívar, mujer brújula de la patria. Caracas: Concejo Municipal del Distrito Federal,1975. 18 p. Ver la p.8. [2] El poema de María Antonia está en El fabricante de peinetas,p.152-154. Antonia teníamos solo la memoria de su propia sexualidad que dejó consignada don Francisco de Miranda(1750-1816) en su propio Diario(1771-1792) y los acaceres dos damas caraqueñas de alta alcurnia del siglo XVIII Belén Jerez de Aristiguieta(1765-1850), una de las Nueva Musas, a quien siempre se ha considerado madre natural de dos próceres y Josefa Lovera Otáñez y Bolívar, asunto examinado por Dora Dávila[1].


LA RELACION CON JOSE IGNACIO PADRON


Es bien conocido, gracias a la biografía La criolla principal que sobre María Antonia Bolívar escribió Inés Quintero que ella fue persona de intensa vida erótica, con varias relaciones extramatrimoniales, los dos primeros estando casada, el tercero siendo ya viuda. Al investigar sobre su vida Inés Quintero se encontró con los testimonios de su vivir sexual. Tales hechos nos muestran un rostro más humano en María Antonia, que esta historiadora supo pesquisar bien.

De hecho en sus romances María Antonia tuvo dos hijas naturales estando casada, asunto al cual ya nos hemos referido, de las dos tenemos noticias ciertas.

Más escandaloso, pues hubo un juicio público, fue el romance que María Antonia tuvo, cuando se acercaba a los sesenta años, con José Ignacio Padrón(1814) de veinte y dos años, lo cual nos indica que fue mujer de intensa vida erótica. Al joven amante María Antonia lo llegó a acusar, cuando este la dejó, ante los tribunales de haberle robado 10.000 pesos, este para defenderse, hizo públicas las cartas de amor que María Antonia le había remitido. Sir Robert Ker Porter, repetimos, dio noticias del hecho en su Diario.

[1] Dora Dávila: “Se tiraban fuertemente al honor. La separación de dos aristócratas a finales del siglo XVIII venezolano”, en Varios Autores: Quimeras de amor, honor y pecado en el siglo XVIII,p.65-100. Cuando leímos en La criolla principal las noticias que hemos consignado, interesado, como siempre hemos estado, en la historia de la mujer en Venezuela, creímos que podíamos dejar tranquila a María Antonia en su cama y en su alcoba.

Sin embargo, resulta que Inés Quintero, con mucha acucia, siguió tras su pesquisa y logró hallar la documentación necesaria sobre el romance de la mantuana con el joven José Ignacio Padrón, cosa que trató en su libro El fabricante de peinetas a donde podemos seguir la peripecia del romance y hallar a María Antonia en medio de su despecho cuando José Ignacio Padrón la dejó, momento en que ella, en el extremo de la aflicción amorosa y sexual, inventó acusarlo de haberle robado 10.000 pesos, cantidad muy grande en aquella época, una verdadera fortuna, con tales peculios se podía comprar entonces una hacienda. Hurto que María Antonia no logró probar, pese al escándalo armado en los tribunales, rapiña que seguramente nunca cometió José Ignacio y que a la vista de las pruebas que hallamos en El fabricante de peinetas comprendemos que fue un invento de la propia María Antonia, deprimida por el abandono y llena de celos por perder a aquel hombre de su lecho. Le sucedió a nuestra dama lo que les sucede a las muchas mujeres que por tratar de conservar a un hombre como sea “pierden la dignidad y pierden al hombre”, según la magnífica frase de nuestra escritora Ángela Zago(1942). Y eso ha sido desde que el hombre y la mujer están en la tierra. Y ello porque como decía un gran conocedor del amor, el gran Stendhal(1783-1842), “las pasiones son caprichosas” y porque en el fondo la sexualidad manda en nuestras vidas y en nuestras pieles. De hecho la influencia del sexo en la historia es fundamental, piénsese sino, por ejemplo, en Enrique VIII(1491-1547), el monarca inglés del siglo XVI, quien por el inmenso atractivo y sensualidad de Ana Bolena(c1507-1536), quien, por cierto, tenía seis dedos en una de sus manos, alteró la vida de la cristiandad para obtener el divorcio, a como diera lugar, porque la jovencita le puso como una condición: no haría el amor con él hasta que no se separara de su esposa. Pero este, años más tarde, fascinado por Jane Seymour(1509-1537), acusó a Ana Bolena de adulterio y la mandó al tajo para poder estar con la Seymour: ¡y,sin embargo, hay quien duda del poder de la sexualidad en la vida humana!. Y, desde luego, en la historia. Es por ello que el pasadp no puede ser examinado sin el uso de los conocimientos de la psiquiatría.

Parte más que interesante en El fabricante de peinetas es mostrarnos un hecho, un suceso de la vida cotidiana caraqueña de los años treinta del siglo XIX, días de la República Liberal, suceso protagonizado por María Antonia Bolívar.

Ahora sabemos que en su registro el cónsul Ker Porter fue veraz, no era aquel un chisme callejero. Además el inglés lo consignó en un recuento íntimo, personal, como lo es todo diario, escrito en inglés, y que pasó más de un siglo para ser editado, desde que hizo su última anotación en tierra venezolana, en Puerto Cabello, el domingo 7 de febrero de 1841. El Diario fue impreso, todavía en inglés, por Walter Dupouy(1906-1978), sino ciento veinte y cinco años después, y solo traducido al castellano ciento cincuenta y seis años más tarde de haber sido cerrado, en la versión de Teodosio Leal que antes hemos citado. El Diario de sir Robert siempre será, esto se comprueba ahora en el punto que trata Inés Quintero, fiel documento de la vida venezolana durante los diez y seis años en que el diplomático lo redactó, mientras fue el diplomático británico en Caracas.

Y todo el conjunto de lo que leemos en El fabricante de peinetas cobra especial valor si lo apreciamos en su justo sentido, no en el escándalo de aquella mujer de la alta sociedad caraqueña, de cincuenta y nueve años quien tuvo intenso romance con un joven de veinte y dos, sino más allá, como un suceder de la historia de la vida cotidiana. Y lo decimos porque, así no se hayan hecho públicos, sin duda hubo otras relaciones en la Caracas de la época entre mujeres mayores, seres de sexualidad viviente, con hombres más jóvenes que ellas.


Todos los detalles del intenso romance entre la hermana de Bolívar y José Ignacio Padrón que aparece tratado en El fabricante de peinetas ha sido estudiado, en base a la documentación, a los expedientes judiciales que guarda el Archivo General de la Nación, en Caracas, por Inés Quintero, asunto que ya había advertido el documentalista don Manuel Landaeta Rosales(1847-1920), en papeles aun conservados en su archivo, rica mina de datos históricos, que custodia la Academia Nacional de la Historia. Las cartas íntimas de ella a Padrón se reproducen en El fabricante de peinetas, pueden leerse además en el libro en sus originales manuscritos en los cuales se puede ver los fuertes trazos de la escritura de María Antonia, asunto que podría tentar a un buen grafólogo, sería la revelación de la psicología de aquella dama, que sentimos tan compleja(p.177-216). El estudio, repetimos, corrobora la exactitud de las observaciones que sir Robert Ker Porter consignó en su Diario. Los papelitos enviados por María Antonia a José Ignacio era lo que se llamaba en la época “billetes amorosos”, se escribían en pequeños papeles no por la carencia de hojas entonces sino porque la brevedad era su condición. Así son varios de los mensajes de Bolívar a Manuelita.


EL LADO MAS HUMANO DEL VIVIR


En el caso de El fabricante de peinetas Inés Quintero ofrece un nuevo jalón de ese recuento. Pero dados los testimonios que recabó en la documentación que tuvo a la vista nos lo hace ver en su lado más humano, gracias a sus registros personales que se han salvado de la destrucción de tiempo. Podemos observar lo que sintió una mujer cuando aquel amor apasionado se le terminó, podemos comprender en este libro como siempre la sexualidad se sitúa más allá de las normas, así sean estas muy fuertes, pues siempre los amantes rompen con todo, pasan por encima de todo, “pisotean las leyes sociales” como Octavio Paz escribió[1] porque el amor siempre es un acto de rebeldía. Así El fabricante de peinetas nos permite comprender lo que es el amor, de lo que se siente mientras se vive y el dolor que implica su final, sobre todo si se mezclan en aquello los celos, emoción natural en aquel, hombre o mujer, que ama al otro.

Así con El fabricante de peinetas en las manos comprendemos que estamos ante una historia “referida a la vida afectiva, las emociones, necesidades, expectativas y carencias de estos dos venezolanos tan distintos”(p.170) como lo fueron María Antonia Bolívar y José Ignacio Padrón.

Para presentar aquel romance Inés Quintero traza al panorama de la época, al menos desde 1814, nos muestra quien fue José Ignacio Padrón Higuera y la vida de María Antonia Bolívar en el período, sobre todo desde que ella denunció el robo hasta la sentencia, en la cual él fue absuelto de la acusación y luego hasta 1842, fecha de la muerte de ella. Hasta qué año vivió José Ignacio no logró averiguarlo la historiadora. Sus rastros se pierden tras el juicio.

José Ignacio era un hijo de familia, su madre había recibido educación, sabía leer y escribir, aprendizaje que también hizo el hijo, pese a haber crecido este en los años terribles de la guerra, nació el año en que Boves entró en Caracas, el mismo de la Emigración a Oriente, tenía siete años el día de la batalla de Carabobo, nueve el día de la toma de Puerto Cabello, final del período bélico en nuestro país, diez años el día de la batalla de Ayacucho. Fue siempre un trabajador. Primero fue empleado de la Renta del Tabaco, a donde laboró hasta su abolición en 1833, y más tarde se abrió camino por si mismo trabajando en la fabricación de peinetas.

José Ignacio era persona de buena presencia, “alto, delgado, de nariz chata, color amarillento, pelo crespo y sin

[1] Octavio Paz: Corriente alterna.2ª.ed.México: Siglo XXI Editores,1968. VIII,223 p. Ver:”Revuelta, revolución, rebelión”(p.147-152).La cita procede de la p.150.


barba”(p.37), según se le describió en las actas del juicio que le hizo seguir María Antonia. O más bien, “peinetero, joven, educado, fuerte, bien dispuesto”(p.169) como anota Inés Quintero.

Es posible, conjetura la autora, que haya sido trabajando como peinetero donde conoció a María Antonia. O que se hallan topado en El Empedrado, en La Vega, en donde él vivía y ella tenía una casa de descanso.

Entre febrero y marzo de 1835 José Ignacio comenzó a trabajar para María Antonia. Eso lo hizo durante cuatro meses, después surgió un “convenio privado” entre los dos, eufemismo que arropaba la relación íntima que comenzaron a tener. Entonces también el dinero de ella comenzó a andar entre los dos. Y fue por los peculios, pero no solo por aquello como veremos, ya que solo llegó a deberle 300 pesos, que la pareja entró en crisis, las cartas que él le envió, correctamente redactadas, dan fe de ello(p.32 y 33). Más bien, cuando él la abandonó por otra mujer, se precipitó todo.

Por mucho tiempo se llegó a pensar que la historia de aquella relación parecía un chisme callejero de la Caracas de 1836. Ahora se transforma en las manos de Inés Quintero, y gracias a las pistas de la historiadora Arlene Díaz, primera en examinar el expediente, en una historia sólidamente documentada gracias a los documentos del juicio conservados en nuestro principal repositorio documental.

Quizá habría que comenzar por donde no se comenzaba en aquella época: por el vivir de la sexualidad, lo más natural en todo hombre y en toda mujer, es allí en donde está la entraña de este suceso, en la atracción entre ambos, en el amor que surgió, inclinación muy fuerte en María Antonia, mujer de potente sexualidad.

Todo comenzó con el encuentro entre una mujer, ya de edad, pero quien para nada había renunciado a llevar vida sexual activa, como por lo demás siempre había sido en su vida, y un joven de 22 años llamado José Ignacio Padrón de quien tras el juicio, en 1838, se pierden sus pistas.

El conflicto comenzó cuando se dijo que el 19 de abril de 1836 José Ignacio había efectuado un robo en la casa de María Antonia, situada en el número 19 de la esquina de Sociedad.

El 30 de julio de 1836 en la Gaceta de Venezuela María Antonia Bolívar ofreció 2000 pesos a la persona que la ayudara a descubrir el ladrón que le había robado 10.000 pesos de su casa caraqueña.

Así el 8 de septiembre de 1836 ella denunció el robo ante los tribunales(p.39), acusó a José Ignacio de haberlo hecho y pidió se iniciara el juicio contra él.

Al día siguiente, el 9 de septiembre, José Ignacio fue detenido como consecuencia de la denuncia hecha por María Antonia de haberle robado 10.000 pesos. Comenzó entonces el juicio.

La experticia realizada demostró que él era un hombre de recursos bastante modestos, dueño de una pequeña posada, con pocas pertenencias, “con algunas prendas de vestir, muchas de ellas gastadas. No hay ni siquiera calzado en el inventario, salvo que el que debía llevar consigo. Los objetos de mayor lujo son dos relojes de plata, las piecitas de oro, la espuelas de plata, la guitarra, la mula y los dos criados”(p.37).

Pese a ello cuando el 11 de septiembre se preguntó a María Antonia si se constituía en acusadora, “Su respuesta fue negativa; debía el tribunal, con los datos suministrados por ella, dar seguimiento a la causa”(p.40). Fue entonces forzada a hacer la denuncia, ella no podía pretender manipular al tribunal, “Si lograba su cometido, José Ignacio Padrón recibiría 100 latigazos, sería sometido a escarnio público amarrado a una argolla con un letrero que decía “Por ladrón”, lo encerrarían ocho años en la cárcel y, como si esto no fuera suficiente, quedaría endeudado con ella por 10.000 pesos, los cuales tendría que pagarle hasta el último centavo”(p.46-47).

Inés Quintero analizó todas las denuncias por robos coetáneos, sus expedientes están en los archivos, y ninguna de las que pudo ver llegaban a los 4000 pesos, menos uno de 5445 pesos, hurto en el cual habían también algunas alhajas de la propia María Antonia(p.57). De allí no pasaron las cantidades sustraídas en aquellos días. Otro robo era la sustracción de tres tomos de la Enciclopedia Británica hurtada al doctor Cristóbal Mendoza, que no es ex presidente, como dice la autora(p.47), ya que al prócer había muerto en 1829, sino su hijo del mismo nombre y apellido. La denuncia de Mendoza fue muy propia del hombre de libros, del profesor universitario, que fue Mendoza.

En medio de esto el viernes 21 de octubre el cónsul Ker Porter anotó el suceso en su Diario.

Fue aquel mismo día que María Antonia Bolívar denunció que le habían robado 10.000 pesos. Fueron citados numerosos testigos a favor de María Antonia, todos personas de su servicio o trabajadores, gente sencilla, un pulpero, un tendero, un dependiente de una panadería. Ninguna persona de su familia, ni su hermana Juana, ni su cuñada Josefa María Tinoco, ni sus hijos, ni sus sobrinas, ni su sobrino político el general José Laurencio Silva(1791-1873), el otro Pedro Briceño Méndez (c1792-1835) había muerto, exilado en Curazao, el año anterior. Tampoco sus amistades estuvieron presentes en el juicio para responder en favor de ella(p.77). Ni siquiera alegó en su favor su amiga Belén Aristiguieta, la mujer caraqueña más liberada sexualmente de la época.

Ante el fuerte asedio de María Antonia no le quedó a José Ignacio otro recurso que presentar en el tribunal, para defenderse, las cartas de amor que María Antonia le había remitido(p.108-114). Pueden leerse en el libro de Inés Quintero.

Las cartas de María Antonia constituyen una fehaciente prueba de aquella relación, no queda duda del amor que tuvo por José Ignacio al repasar sus renglones. Sus declaraciones son las propias de una enamorada: “soy feliz para siempre y no tema usted nada de mi…Soy siempre de usted servidora y muy feliz”(p.108), se lee en la primera; en la segunda, aunque le dice preferir que no viva en su casa(p.108) le dice: “Yo soy siempre su amiga y le protegeré siempre que lo crea en necesidad, pero no juegue que me desconsuela mucho”(p.109). Pero al parecer pronto aparecen los celos, naturales en quien ama, al saber que hay otra en la vida de José Ignacio. Por ello lo llama “calavera” en la treceava carta(p.113).

María Antonia, desde luego, fue llamada a declarar en el juicio el 4 de octubre: lo negó todo, hasta el haber escrito las misivas. Quedó muy mal, no se dio cuenta aquel día que ella misma no podía seguir siendo la “poderosa y arrogante”(p.157) que siempre había sido, los tiempos habían cambiado. Vivíamos en una sociedad democrática en la que todos tenían derechos. El mantuanaje había desaparecido con la guerra. Soplaban otros aires. De hecho ella no pudo probar que el robo había sido efectuado.

Y volviendo al juicio hay que tener en cuenta que “Un robo como el denunciado por María Antonia Bolívar no era un delito común para la época; se trataba de un episodio excepcional, ya que constituía una cantidad de dinero enorme, con la cual podía comprarse hasta un trapiche”(p.47).

Al día siguiente de la denuncia, “Juan Bautista Carreño inicia la causa por injuria contra María Antonia Bolívar. Su propósito es demostrar que José Ignacio Padrón es un hombre honrado, que ha vivido honestamente de su trabajo como peinetero, que ha dispuesto de recursos suficientes para atender sus gastos y sus negocios mucho antes de que ocurriera el hurto y que numerosas personas pueden dar cuenta de que lo conocen como un hombre de bien”(p.81). El “recurso de mayor contundencia con el que cuenta la defensa para comprobar la inocencia de Padrón es demostrar que existía un vinculo afectivo entre María Antonia Bolívar y el acusado. Para ello cuenta con la palabra de José Ignacio Padrón y con las cartas que le escribió María Antonia, guardadas celosamente por él y entregadas al abogado para que fuesen exhibidas en el tribunal, como parte de la defensa a la hora de confirmar su inocencia”(p.97).

Al declarar José Ignacio dejó claro “tres puntos: primero, que él no se robó los 10.000 pesos; segundo, que si conocía la casa y la señora Bolívar porque había sido su dependiente; y tercero, que entre la señora Bolívar y él había un “convenio privado”, lo cual explicaba sus entradas y salidas de la casa donde ocurrió el hurto”(p.99). Aquí, “convenio privado”(p.99) quiere decir romance, relación afectiva; y por si faltara poco hay también la información que había roto la ventana de la casa de ella para entrar por ella, mientras vivían apasionadamente su romance, así no llamaba la atención de quienes estuvieran en la casa y pasaba directamente de la calle a la habitación en donde María Antonia lo esperaba. ¡Testimonio de la grande pasión que los unía!.

Por ello apunta Inés Quintero que “La pieza fuerte del interrogatorio, el dato fundamental de la causa, la clave esencial del episodio, es la confesión de José Ignacio Padrón sobre la existencia de un “convenio privado” entre la señora María Antonia Bolívar y su persona. El joven Padrón, peinetero y posadero, de 22 años, había mantenido una relación personal, íntima, privada y secreta durante varios meses con la señora Bolívar, de 57 años, dueña de la casa de la esquina de Sociedad, viuda, blanca, criolla y principal, propietaria de una considerable fortuna y, además, hermana mayor de Simón Bolívar, el Libertador”(p.106-107).

Al ser presentadas las cartas íntimas en el juicio, como única forma de alegar a su favor, estas “dejaron de ser parte de un intercambio epistolar personal para convertirse en documentos públicos al servicio de la historia”(p.114).

Pero los alegatos a favor de José Ignacio fueron claros: “La defensa no está con rodeos. Juan Bautista Carreño va directo al grano: María Antonia Bolívar mintió cuando dijo que le habían robado 10.000 pesos; María Antonia Bolívar tenía una relación íntima con José Ignacio Padrón; María Antonia Bolívar inventó el robo para perjudicar a José Ignacio Padrón por celos y porque este ya no respondía a sus requerimientos amorosos. Ni más ni menos”(p.120).

En medio de ello “María Antonia se mantiene imperturbable”(p.121. Subrayado de la autora).

Y cuando la acusadora es interrogada, llama “poderosamente la atención su reacción frente a las preguntas del abogado. La situación es visible y ostensiblemente comprometedora. Allí estaban las cartas, los testigos; todo la dejaba en evidencia. Sin embargo, lo niega…no podía hacer otra cosa; tenía que decir que todo aquello era mentira; negarlo todo desde el principio hasta el fin”(p.132).

Desarrollado el juicio, José Ignacio fue declarado inocente y quedó en libertad el 17 de octubre. La sentencia fue ratificada, escuchadas las apelaciones, por la Corte Superior de Justicia dos años mas tarde(julio 27,1838).

María Antonia, desde luego, perdió el juicio, se demostró que había mentido en su desesperación por haber perdido a José Ignacio. Hasta se hizo verdad algo que se lee en una de las cartas que le envió a su amante: “Mire que el diablo le arranca la lengua a los embusteros”(p.112): ello terminó sucediéndole a ella.

Pese a todo, después de haber perdido el juicio, después de haber sido proclamado inocente José Ignacio la dama de marras todavía se atrevió a enviarle una carta(noviembre 6) cobrándole los 300 pesos que le debía.

Pero aun más, el 20 de diciembre de 1836, le vuelve a escribir, esta vez le envió un poema donde le declara su amor, una composición que de hecho no desentona dentro de la poesía venezolana de aquella época, bien escrito, rabiosamente sentido(p.152-154). Más adelante nos detenemos en este poema pues plantea una serie de hechos que deben ser tratados dentro de nuestra historia literaria.


FINAL DE LA MANTUANA


Cuatro años después, a los sesenta y cinco años, murió María Antonia en Caracas, en su casa de la esquina de Sociedad(octubre 7,1842). Vivió aquellos años finales de su vida, como dice Inés Quintero, “sola, triste y desamparada”(p.159). Fue enterrada en el panteón de la familia Bolívar, en la capilla de La Trinidad, en la Catedral de Caracas.


LA CONDICION DE LA MUJER ENTONCES


En verdad, María Antonia, como en su día Josefa Lovera Otañez y Bolívar, o la propia Belén Aristiguieta, pusieron por encima de las normas, tan represivas entonces con las mujeres, los goces de la sexualidad y del erotismo.

Por ello Inés Quintero cuando repasa esas normas escribe: “La condición jurídica de la mujer, para ese entonces, no le otorgaba ningún tipo de derechos ni consideraciones…establecían la sujeción de la mujer a los hombres, a la autoridad masculina…los derechos civiles de las mujeres eran bastantes limitados, por no decir casi nulos…Los derechos políticos de las mujeres, sencillamente, ni siquiera estaban contemplados: los asuntos públicos y de Estado no eran materia de su incumbencia”(p.133). Y sigue: “De acuerdo a los cánones morales de la época, resultaba absolutamente condenable, impropio, inaceptable que una dama de su edad, estado civil y condición social estuviese en tratos amorosos con un hombre de inferior calidad y ostensiblemente menor que ella”(p.134).


LOS POEMAS DE MARIA ANTONIA


En esto de escribir poemas no se debe olvidar que María Antonia los hacía desde tiempo atrás. Existe una carta a su famoso hermano en que se lo dice. En ella se lee: “Te remito esos versos para que veas que ya soy poeta”, según misiva hallada por Vicente Lecuna[1]. Estos poemas se perdieron pero quedó su testimonio que ahora se corrobora en el poema descubierto por Inés Quintero. Podemos titularlo con su primer verso: “Ignacio, no me es posible”.

[1] Vicente Lecuna: “Cartas dirigidas a Bolívar” en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n/ 62,1933,p.267.


EL POEMA A JOSE IGNACIO


Gracias al libro de Inés Quintero El fabricante de peinetas hemos podido conocer la historia de los amores de María Antonia Bolívar con José Ignacio Padrón.

Aquí deseamos ahondar en otro asunto que también ofrece a nuestra consideración El fabricante de peinetas. Este es el hecho de aparecer en sus páginas un poema, inédito y desconocido hasta ahora, escrito, en 1836, por María Antonia Bolívar a su amante, el cual deseamos colocar ahora en su sitio en la historia literaria venezolana.

Comenzamos por citarlo completo, lo titulamos con su primer verso. Su texto es el siguiente:



IGNACIO, NO ME ES POSIBLE


Ignacio, no me es posible

aunque me siento agraviada

verte un instante borrado

de mi corazón sensible

Si no es tiempo acentable.


A una amistad invariable


Una vida miserable

Tendrás en la sociedad

Porque solo la amistad

Hace la vida apreciable.


Ojala yo no tuviera

Tanta sensibilidad

Que con más serenidad

Tu conducta ingrata viera

Pero, amigo, aunque no quiera

No puedo ver con paciencia

A mi amistad fina y leal,

Pues yo no encuentro qué mal

Te haya hecho en mi conciencia.


No quiero, no, recordar


Cuánto me has hecho sufrir

Por no haber de repetir

Lo que deseo olvidar

Tú has querido demostrar

Mi honor, mi reputación;

Nunca pensé que esta acción

De un amigo me viniese,

Y que me correspondiese

con una cruel sinrazón


Nunca tuve otro contento

Que servirte y agradarte,

Y en retorno, de tu parte

Solo recibo un maltrato

Tu corazón es ignorado,

Fuerza será que lo diga,

Y sino quieres que siga

En este juicio afirmada

Pruébame que estoy errada,

Y siempre seré tu amiga.


Caracas: diciembre 20,1836.



EL POEMA EN SI MISMO


Este poema le fue remitido por María Antonia de José Ignacio el 20 de diciembre de 1836, en él, después de todo lo que le había hecho, lo que ya hemos referido con pormenor le declara de nuevo su amor. Es una composición, subrayamos, que de hecho tiene un lugar dentro de la poesía venezolana de aquella época. Bien escrito, rabiosamente sentido(p.152-154). Es un poema lleno de despecho, con él se podría componer un buen bolero. Entre sus versos se lee: “Ignacio, no me es posible/aunque me siento agraviada/verte un instante borrado de mi corazón sensible”; en otro verso leemos: “Tu conducta ingrata viera” y en otra línea “A mi amistad fina y leal,/Pues yo no encuentro qué mal/te haya hecho en mi conciencia” y sigue: “No quiero, no, recordar/Cuánto me has hecho sufrir”. Es decir, que María Antonia ama plenamente a José Ignacio, por ese amor ha armado todo aquel revuelo, del cual salió con las tablas en la cabeza, fue lo que llamamos un zaperoco, un grande escándalo en aquella Caracas de apenas 35.000 habitantes. María Antonia lo acusó de un delito que no había cometido, pero pese a todo lo desea sexualmente, no sabe como vivir sin su presencia, sin los roces de su piel. Es la confesión propia de todo enamorado, hombre o mujer, que no desea perder el ser que ama, que teme, con miedo, su desaparición de su vida, el adiós. Y María Antonia con su pasión y deseo pleno lo confiesa sin pena, su autenticidad en el poema es conmovedora, leyéndolo tocamos su alma, sentimos que proclama su deseo sexual pleno.

El poema lo conocemos porque fue a dar al expediente judicial en donde lo encontró Inés Quintero, en los fondos del Archivo General de la Nación. Por ello anota: “En estos versos no hay arrogancia, no hay petulancia, tampoco soberbia; sí tristeza, nostalgia, recuerdos, deseos de contar con su amistad y también reclamos; se siente herida por su abandono, por su traición, por su ingratitud, por su maltrato, pero no puede olvidarlo ni prescindir de su amistad”(p.154).


EL QUINTO POEMA MUJERIL


Vayamos ahora, antes de deternos ante el poema de María Antonia, a la historia literaria venezolana. En ella la presencia de la mujer es conocida.

1)Los dos primeros poemas escritos por una mujer en nuestra literatura son los de nuestra primera escritora y primera poeta, la monja carmelita sor María de Los Ángeles(1765-c1818), venezolana nacida en Baruta. Sus textos, ya citados, son “Anhelo” y “El terremoto”[1]. El primero publicado a fines del siglo XIX por don Julio Calcaño en su antología El parnaso venezolano(1892) y

[1] Sor María de Los Ángeles: “Anhelo” en Julio Calcaño: El parnaso venezolano,p.19; “El terremoto” en Mauro Páez Pumar: Orígenes de la poesía colonial venezolana,p.295-298.


“El terremoto”, que llegó a manos del incansable Mauro Páez Pumar(1923-1974) y fue impreso en su antología de los poetas coloniales. “El terremoto” es el único testimonio literario conocido del cataclismo caraqueño del 26 de marzo de 1812.

2) Nuestro tercer poema son unas cuartetas, de 1814, de María Josefa Sucre(1786-1821), escritas en Cumaná.

3) Nuestro cuarto poema es el de María Josefa Acevedo: “Lamentos” aparecidos en El Fanal(Caracas: marzo 31,1830,p.117). De este nos ocupamos más adeñante. Este poema no es el primer texto literario de una mujer venezolana impreso ya que su autora era neogranadina.

4) El poema de María Antonia Bolívar a José Ignacio Padrón es el quinto. Sobre el cual debemos hacer una observación más, que atañe a nuestra historia literaria. Cuando María Antonia Bolívar escribió su poema corría el año 1836. En ese momento solo se había impreso, en 1830, un poema redactado por una mujer, María Josefa Acevedo. Pero ningún poema, cuento o novela, concebido por una mujer venezolana. Nuestro primer cuento apareció en 1837 y la primera novela en 1842, ambas obras de don Fermín Toro(1806-1865). La primera novela escrita por una mujer en 1885, la primera pieza teatral escrita por una mujer ese mismo año, ambas obras de la misma autora, Zulima, Lina López de Aramburu, de quien hablaremos más adelante. Ninguna mujer publicó en el siglo XIX un libro de cuentos, aunque sí narraciones cortas en periódicos y revistas. El primer libro de cuentos, de autoría femenina, fue publicado, ya en el siglo XX, obra de Carmen Olivo Alvarez, impreso en 1931[1].


¿EL PRIMER POEMA DE AMOR DE UNA MUJER VENEZOLANA?


Ya hemos referido que gracias al libro de Inés Quintero El fabricante de peinetas hemos podido conocer la historia de

[1] Carmen Olivo Álvarez: La sierra de las orquídeas. Caracas: Editorial Elite,1931. 291 p.


los amores de María Antonia Bolívar con José Ignacio Padrón.

Aquí deseamos ahondar en otro asunto que también ofrece a nuestra consideración El fabricante de peinetas. Este es el hecho de aparecer en sus páginas un poema, inédito y desconocido hasta ahora, escrito, en 1836, por María Antonia Bolívar a su amante, el cual colocamos aquí en su sitio en la historia literaria venezolana. Ya lo hemos citado completo.


EL POEMA EN SI MISMO


Nos hemos detenido en todo esto porque con los datos que tenemos el poema de María Antonia Bolívar debe ser considerado el quinto poema escrito por una escritora venezolana, aunque todos fueron conocidos mucho después.

Así el quinto poema es precisamente este de María Antonia Bolívar que comentamos y es además el primer poema amoroso escrito por una mujer en nuestra literatura. Tienen las cuatro composiciones su lugar en nuestra historia literaria. El de María Antonia fue redactado y se hizo público, seguramente sin saberlo ni consentirlo su autora, tres años antes del primer escrito impreso de una mujer en nuestro país. Tiene pues su valor en nuestras letras escritas por mujeres. Y desde el punto de vista literario, con los desasosegados sentimientos que muestra, valdría la pena compararlo con los poemas amorosos que entonces escribían nuestros poetas hombres, todos impresos en periódicos y revistas, ya que el primer libro de poesía no se publicó en Venezuela sino ocho años más tarde, fue el de Rafael Agostini(c1808-1881): Cítara de Apure[1].

[1][1] Rafael Agostini: Citara de Apure. Caracas: Imprenta Boliviana,1844. 2 vols. Fue Humberto Cuenca quien estableció que este había el primer poemario impreso en Venezuela, en su Imagen literaria del periodismo.2ª.ed. Caracas: Universidad Central de Venezuela,1980. 280 p. Ver: “Rafael Agostini, el precursor”(p.139-145). Tuvo esta parte del libro un largo desarrollo previo, fue publicado en dos partes: “María Antonia Bolívar, la goda, enamorada y despechada caraqueña” en www.analitica.com: Caracas: noviembre 8,2011 y “¿El primer poema de amor de una mujer venezolana”, en www.analitica.com: Caracas: diciembre 11,2011. Fue leído en el Círculo de Lectura de la Asociación de Vecinos de La Lagunita, en su sesión de la tarde del miércoles 6 de junio de 2012. Estuvo también como ponente la historiadora Dora Dávila. Fue más tarde presentado en la tertulia “Al pie de la página” en la Fundación Francisco Herrera Luque en su sesión de la tarde del martes 11 de septiembre de 2012, con la presencia de Dora Dávila otra vez. Para la comprensión del perído que tratamos se debe leer por ser obra fundamental Mirla Alciabiades: La heroica aventura de construir una república,1830-1865. Caracas: Monte Ávila Editores/Celarg, 2004. XVII, 406 p. La referencia aparece en la p.168, nota 13.


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