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HISTORIA DE LA PRESENCIA OCULTA Y FELIZ DE LAS MUJERES EN VENEZUELA"(XII). Roberto Lovera De Sola


1920: POR VEZ PRIMERA SE USÓ EN VENEZUELA LA PALABRA “FEMINISTA”.


Ello se haya en uno de los diálogos, de una mujer, desde luego, que se lee en la primera novela del maestro Rómulo Gallegos(1884-1969): El último Solar, impresa en 1920. Allí podemos leer lo que dice Graciela, uno de sus personajes femeninos, allí ella expresa: “¡Abogo, por los fueros de mi sexo! ¡Soy feminista!”. Párrafos antes el novelista había descrito claramente a Graciela al escribir: “Gracias a esto, Graciela poseía ese aplomo de ánimo que distingue a las mujeres que se ganan la vida fuera del hogar”[1]. Era ella toda una píonera de lo comenzaría a suceder con el tiempo, pocos años después.


1924: IFIGENIA


Sin duda, esta novela es la primera gran novela escrita en Venezuela por una mujer. Es un clásico, todas nuestras

[1] Rómulo Gallegos: El ültimo Solar. Caracas: Imp.Bolívar,1920. 298 p. Las citas que hacemos proceden de sus Obras completas. La Habana: Editorial Lex,1949.1765 p. En el orden que las hemos consignado proceden de las p.27 y 26. Es bueno advertir que en esta edición se ofrece, bajo el título de Reinaldo Solar, la edición original de la novela: El último Solar. Reinado Solar fue la reescritura de esta novela hecha por el maestro en 1930, ello nos fue indicado por don Ricardo Montilla(1904-1976), alumno en la adolecencia y más tarde secretario del maestro.

generaciones la han leído y se han conmovido en la entrañable historia que nos narra Teresa de la Parra. Creó en ellao la primera historia de amor de nuestra novela, recuento de un amor frustrado.


TERESA DE LA PARRA



LOS RASGOS DE UNA VIDA


Como todos sabemos Ana Teresa Parra Sanojo, el verdadero nombre de Teresa de la Parra, nació en París, hija de padres venezolanos, el 5 de octubre de 1889. Junto a sus progenitores, Rafael Parra Hernaiz e Isabel Sanojo Ezpelosin pasó casi toda su infancia en una hacienda de caña cercana a Caracas, hecho que ella evocaría en su segunda novela. El 24 de diciembre de 1898, cuando Teresa tenía nueve años, murió su papá, como ella misma lo consigna en una carta[1]. Inmediatamente toda la familia se trasladó a España. Allí, en un colegio situado en un pueblo cercano a Valencia, en el levante español, Teresa y sus hermanas hicieron su formación escolar.

En 1907 regresó a Venezuela. Vivió en Caracas. Pasó largas temporadas en el campo. Fue para ella época de numerosas lecturas. Es en ese tiempo en el cual afinó su cultura y se formó como escritora. De 1915 datan sus primeros escritos publicados en el diario El Universal de Caracas. Ese mismo año viajó a París. Vuelta a la patria en 1916 le fue asignada una pensión como nieta que fue el del jurista Luis Sanojo(1819-1878), padre de la jurisprudencia venezolana, hombre de grandes méritos, enterrado en el Panteón Nacional(1978).

[1] Teresa de la Parra: Obra escogida, t. II, p.174.


Entre 1916-1922 la escritora desarrolló su vocación al escribir su primera novela. Lo hizo en Macuto, bajo los árboles de la casa de los Guzmán. Una vez terminada la corrección tres de sus grandes confidentes escucharon la lectura de lo escrito. Fueron Rafael Carias, sin duda su primer amigo, su querida protectora Emilia Ibarra de Barrios, muerta en 1924 y Carmen Elena de Las Casas(1900-1976), considerada en su tiempo la mujer más bella de Caracas, quien es muy posible que haya sido el modelo para la creación de María Eugenia Alonso, como lo repite sin cesar la tradición oral caraqueña y la voces familiares de los de Las Casas.

En 1922 terminado el libro dio a conocer dos fragmentos del mismo. Aparecieron dos largos trozos de su gran novela editados en folletos. El primero, capítulo II de la Segunda parte del libro que había ya redactado, apareció el 4 de junio de ese año, es el Diario de una señorita que se fastidia[1]. Con este escrito nació Teresa de la Parra a la vida literaria. En el ofrecimiento del Diario de una señorita que se fastidia, que era el título original de la novela, José Rafael Pocaterra(1889-1955) saludó el surgimiento de la nueva creadora e insinuó también el camino para la literatura femenina entre nosotros. Al año siguiente se publicó otro trozo en La Mamá X, bello cuento, con su suave sentido lésbico[2].

En 1924, con la novela escrita, Teresa pasó a Europa. Sólo regresó en dos oportunidades a Venezuela. Viviría desde entonces en el Viejo Mundo. Ese mismo año fue publicada Ifigenia[3].

El general Juan Vicente Gómez(1857-1935) pagó el costo de la edición. Teresa de lo agradeció en una carta[4].

[1] Teresa de la Parra: Diario de una señorita que se fastidia. Caracas: La Lectura Semanal, 1922, cubierta, 28 p. [2] Teresa de la Parra: La Mamá X. Caracas: Tipografía Moderna, 1923. III, 59 p. [3] Teresa de la Parra: Ifigenia. París: Editorial Franco Iberoamericana, 1924. XV, 523 p. [4] Esta se puede leer en la parte “El amigo Juan Vicente Gómez” en nuestro estudio preliminar “El esplendor del escribir teresiano”(p.5-52) a Teresa de la Parra: Influencia de las mujeres en la formación del alma americana,p.39-52. Está en la p.45. La misiva la hallamos en el archivo presidencial de Miraflores en donde la copiamos.


También en Caracas, aquel mismo año, falleció Emilia Ibarra de Barrios. Le dejó un importante legado de bienes en su testamento. Esto dio a Teresa la seguridad económica que tuvo de por vida. A recibir aquello que le dejó de Emilia, a quien dedicó los dos libros que publicó en vida, vino Teresa a Caracas.

Fueron aquellos también los tiempos de su supuesto noviazgo(1924-1925) con el escritor ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide(1885-1965), trato que más tarde se transformó en un “apacible aprecio” como lo dijo Teresa[1]. Después veremos que aquella fue una relación imposible y por qué, especialmente por lo que ella le dijo en una carta, sólo publicada completa por Velia Bosch(1935-2016), cuyo pasaje central publicaremos más adelante [2].

En el otoño de su vida confesó Zaldumbide a Ramón Díaz Sánchez(1903-1968): “Teresa fue la mujer que mas profundamente he amado yo en mi vida. Su recuerdo no tiene en mi memoria sombra alguna que la empañe o la altere. Su vida es la más diáfana a mis ojos. Su bondad fue infinita y su inteligencia tal, que todo lo perdonaba porque

[1] Teresa de la Parra: Obra escogida, t.II, p.28. [2] La única estudiosa que publicó la carta completa, con su fecha exacta: 1924, hallada por ella inédita en los archivos de Teresa fue Velia Bosch en su edición de las obras de la Parra: Obra. Selección, estudio crítico y cronología: Velia Bosch. Caracas: Biblioteca Ayacucho,1982.XXXVIII,752 p. La carta está en la p.531-536. La cita procede de la p.531-532. Esta es la única vez que la decisiva carta ha sido publicada completa. María Fernanda Palacios en la Obra escogida,t.II,p.112-113 ofrece un fragmento de sus líneas centrales. Es por ello que Gisela Kozak en Varios Autores: Sabanagay.Caracas: Alfa,2009. 255 p. Ver su ”Literatura venezolana y representación de la mujer lesbiana”(p.113-134). La cita procede de la p.123. Este es un ensayo único sobre su tema, brillante por sus intuiciones y la veracidad expuesta. De la misma María Fernanda Palacios se deben consultar su Teresa de la Parra. Caracas: El Nacional/Banco del Caribe, 2005. 138 p. la mejor biografía de la escritora. Y su magno estudio: Ifigenia, mitología de la doncella criolla. Caracas: Angria, 2001. 477 p.


todo lo comprendía”[1]. Ello si es posible, no es noviazgo, porque un heterosexual puede querer a una lesbiana pero nada eróticamente puede tener con ella, máxime en el caso de Teresa que sabía muy bien quien era, cual era su identidad, la cual debía vivir, era esencial en ella.


LA VIDA INTIMA

Creemos que este es el momento de tratar sobre la vida íntima y sexual de Teresa.

Es imposible leer la obra de un escritor sin tener en cuenta los aspectos de su vida pública y de su vida íntima. En el caso de Teresa de la Parra ello es esencial por la particular característica de su vida personal y de su elección sexual, cada día mejor conocida y comprendida.

Dentro de ello es decisivo el conocimiento de la relación intima que llevó con la escritora cubana Lydia Cabrera(1900-1991). Ello durante doce años(1924-1936) hasta el deceso de Teresa[2].

Para comprender buena parte de aquello se hace necesario examinar con atención el epistolario que ella envió a la cubana, parte del cual la investigadora Rosario Hiriart ha recogido en el volumen Cartas a Lydia Cabrera[3], allí se encuentra la correspondencia que a la escritora cubana, dirigieron tanto Teresa de la Parra como Gabriela Mistral(1889-1957).Sin embargo, la parte más extensa de este libro(p. 81-224) lo forman las numerosas cartas que Teresa envió a Lydia, su íntima amiga desde que se conocieron en la Habana, en 1924, cuando Teresa hizo

[1] Ramón Díaz Sánchez: Teresa de la Parra, clave para una interpretación. Caracas: Ediciones Garrido, 1954. 195 p. La cita procede de la p.52. [2] La fecha del inicio de la relacion la da María Fernanda Palacios en Teresa de la Parra,p.88. [3] Rosario Hiriart: Cartas a Lydia Cabrera. Correspondencia inédita de Gabriel Mistral y Teresa de la Parra. Madrid: Torremozas,1988. 227 p.


escala allí en un barco que se dirigía a Venezuela. El 14 de mayo de ese año había fallecido su vieja amiga y protectora Emilia Ibarra de Barrios Parejo, quien le había legado toda su fortuna. A recibirla se trasladó Teresa a Caracas. Fue Emilia la “dulce ausente” a quién dedicó Ifigenia. A su recuerdo ofreció Teresa también Las Memorias de mamá Blanca, fueron aquellos los dos únicos libros que publicó en vida porque La mama X(1923) y el Diario de una señorita que se fastidia(1922) fueron dos folletos de 59 y 28 páginas, desde luego, ambos, de especial valor literario. Las dedicatorias de sus dos novelas a Emilia indica claramente cual fue la hondura del afecto que las unió.

Fue tres años más tarde, en 1927, como lo recordó en una carta Eduardo Avilés Ramiréz(1895-1989), cuando la amistad entre Teresa y Lydia se intensificó, se hizo íntima. Ambas se habián conocido en La Habana en 1924, cuando Teresa pasó por la ciudad. Al despedirse Lidia le dijo a Teresa:”Espero que no me olvides”, en 1927 se volvieron a encontrar allí. Ello sucedió también en La Habana durante los días en que se llevaron a cabo allá las reuniones del Congreso de la Prensa Latina. De allí en adelante el vínculo no se rompió. Teresa murió en Madrid en los brazos de Lydia[1]. Lidia conservó siempre el anillo que Teresa le había regalado, símbolo, para nosotros, de la relación amorosa que las unió.

[1] Rosario Hiriart: Más cerca de Teresa de la Parra. Caracas: Monte Ávila Editires,1983. 162 p. La cita procede de la p.144. La carta de Eduardo Avilés Ramírez(Bourg-la-Reine: noviembre 10,1982) a la cual nos referimos la remitió a la escritora Irma De Sola Ricardo de Lovera(1916-1991), se conserva en su archivo, de donde tomamos la cita. Le habíamos prometido no darla a conocer hasta después de su fallecimiento, lo que cumplimos. Fue largo el debate entre ambos, madre e hijo, intelectuales ambos, a lo largo de varios años, sobre la vida íntima de Teresa. La carta de Avilés Ramírez la hizo comprender a ella el sentido sexual lésbico que había tenido la vida de Teresa.


Hay un testimonio que nos gustaría citar. Es la carta de Eduardo Avilés Ramírez(Bourg-la-Reine, Francia: noviembre 10,1982), que este remitió a la escritora venezolana Irma De-Sola Ricardo(1916-1991). Allí dice:


“Conocí mucho a Teresa, fuimos muy amigos. En los ‘sabados’ de Charles Lesca, director de la Revue de l’Amerique Latine, quien nos recibía con su señora(yo era ‘de la casa’ porque colaborador) Teresa y yo bailamos muchas veces. Yo le ayudé a buscar las huellas, en el París napoleonano, del joven Bolívar y de su casi prima Fanny du Villars. Miembro yo, desde su fundación, de la Presse Latine, Teresa y yo íbamos, entre cuarenta miembros mas, al Congreso de La Habana[1927]. Y…regresamos sin ella, por su aventura tan fulminante y decisiva con Lydia Cabrera”.


Este testimonio explica la presencia constante de Lydia, junto a Teresa, en los doce años que fueron desde su primer encuentro en La Habana hasta su deceso en Madrid, en la primavera de 1936. Amistad muy honda aquella, tanta que hizo pasar a Lydia temporadas acompañándola en el sanatorio en Suiza, corriendo el riesgo del contagio para su propia salud, aunque el afecto se impuso con claridad. Esas, desde luego, son cosas que los seres humanos solo hacemos por amor.

Las cartas de Teresa nos ayudan a comprender su vida intima, su vida sexual, a la cual todo biógrafo, según Sigmund Freud(1856-1939) esta obligado a penetrar para comprender a la persona cuya vida traza, máxime siendo central en toda experiencia humana la vida sexual y erótica.

En las cartas que se cruzaron Lydia y Teresa, si bien la mayor parte corresponden al período del Sanatorio y las últimas al terrible periplo vital, cuando Teresa, desesperada, dejó Suiza y se trasladó a Paris.Y lo hizo quizá buscando la mejoría pero sabiendo que lo que encontraría sería la muerte.Teresa lo sabía. Llamamos a ese momento el terrible periplo final pues al dejar el Sanatorio Teresa sabía que no encontraría la mejoría sino el deceso. Ella misma había escrito de otro enfermo: “Se va a cuidar a los alrededores de París, es decir a morir”[1]. Así dentro de este epistolario la primera carta, la cual no tiene fecha, data probablemente de 1927. La última fue escrita en Paris en 1935. Sobre la primera escribió Lydia que era una carta redactada por Teresa “cuando la Parra estaba infectada de “Z”[2]. “Z” no es otro que Gonzalo Zaldumbide(1884-1965), el notable ensayista ecuatoriano, quien siempre estuvo enamorado de Teresa, con quien al parecer pensó él casarse, lo que era imposible por la elección sexual previa de Teresa. La explicación puede hallarse en este pasaje de una carta que Teresa escribió a Zaldumbide en agosto de 1924, y la cual no pertenece a la serie de cartas publicadas por Rosario Hiriart. Esta misiva fue publicada por Velia Bosch(1935-2016). En uno de sus fragmentos se lee:


“Siendo el más profundo desprecio por esa cosa que llaman amor, que es brutal y salvaje como los toros del domingo, con los pobres caballos destrozados. No quiero sino ternura, eso que tu crees que yo no conozco y en lo cual soy maestra especialista imposible de equivocarse ni engañar... pienso sin cesar en ésta historia nuestra que no comprendo todavía. Tengo en general miedo a ti y horror a los demás hombres, ¡ah si supieras quererme con alma de mujer!. Me bastaría con el alma y precindiría del cuerpo"[3].


[1] Citado por Rosario Hiriart: Cartas a Lydia Cabrera,p.85. [2] Rosario Hiriart: Cartas a Lydia Cabrera,p.85. La observación de Lidia tiene para nosotros indiscutible valor y sabor sexual. [3] Teresa de la Parra: Obra,p.531-532; el mismo fragmento en la edición de María Fernanda Palacios de Teresa de la Parra: Obra escogida,t.II,p.112-113. La última carta que Teresa envió a Zalbumbide, prueba que el hondo afecto que siempre los unió nunca concluyó, la redactó Teresa en Madrid(abril 4,1935), a escasos diez nueve días de su deceso. Esta misiva la publicó Velia Bosch, con anotaciones suyas, en “Carta inédita de Teresa de la Parra a Gonzalo Zaldumbide”, en Revista Nacional de Cultura, Caracas, n/ 272(1989),p.105-112.


Esta es una confesión sexual de pleno lesbianismo, de la cual, sin duda, Teresa tenía conciencia desde su adolescencia, momento en que los seres humanos comprenden cuál es su identidad sexual.

Desde luego, eso se observa en la carta, quien tenía esa idea del amor heterosexual no podía casarse con un hombre, ni podía pedirle a su supuesto novio: “¡ah si supieras quererme con alma de mujer”, lo que es imposible para cualquier hombre, ya que este solo puede amar desde el sentido masculino de su ser.

Y entonces, pensando en Teresa y en Lidia, no existía entonces la unión respetada entre personas del mismo sexo como existe ahora[1]. Y, desde luego, el respeto y la comprensión por la diversidad sexual es una de las grandes conquistas de nuestra época, posterior o coincidente con la gran revolución sexual de los años sesenta, evidente desde 1949 y mas tarde impulsada, desde los Estados Unidos, pero posible gracias a la publicación de El segundo sexo(1949), de Simone de Beauvoir(1908-1986), la biblia del feminismo, Simone también bisexual, uno de cuyos capítulos es “La lesbiana”, sin duda uno de los primeros análisis dedicados a esta elección sexual.

Desde luego, presentar la faceta sexual lésbica de Teresa es un hecho muy claro hoy en día, basta leer sus libros para sentir el sentido lésbico de varios pasajes[2]. En su época

[1] No creemos nosotros, sin embargo, que pese a existir hoy la unión entre personas del mismo sexo, plenamente justifucada por diversas razones, no puede hablarse de matrimonio gay en este caso porque el matrimonio es una unión religiosa que se contrae ante un sacerdote, un rabino o un pastor. Lo que existe es la unión entre personas del mismo sexo. Nosotros también pensamos que esas personas no deben tener hijos porque la educación sexual de los hijos la reciben ellos de aquello que le enseñan en su vivir cotidiano la relación de sus propios papás. [2] Veáse un pasaje de la Segunda Parte, Capítulo I, de Ifigenia, citado por Gisela Kozak, párrafos que se pueden leer en Teresa de la Parra: Obra,t.I,p.110. La crítico, y también lesbiana, subraya el carácter peculiar de lo que se lee. Ver: Giseña Kozak: “Literatura venezolana y representación de la mujer lesbiana”, en Varios Autores: Sabanagay,p.113-134. Este el único estudio sobre los textos lésbicos de nuestras letras. En él llama a Teresa: “nuestra gran escritoralesbiana”(p.123). Las reflexiones de esta escritora y crítica merecen especial atención por ser ella también la autora de la primera gran novela lésbica de nuestra literatura: Todas las lunas. Caracas: Equinoccio,2011.320 p. Y también del gran cuento lésbico de nuestras letras “La pasión”, de su gran libro En rojo. Caracas: Alfa,2011.


podría ser un hecho escandaloso. Pero hoy lo entendemos plenamente porque entre Teresa y nosotros, los que la estudiamos y admiramos hoy en día, quien la comprendemos, sabemos que entre Teresa y nosotros está el psicoanálisis que nos ayuda a comprender plenamente su actitud sexual, e incluso el por qué siempre lo vivió en su intimidad.

Entre la correspondencia reunida por Rosario Hiriart hay una mención a una muy destacada escritora lesbiana, la mas grande cuentista de la historia literaria universal. Ello aparece cuando Teresa se detuvo ante el Diario, de Katherine Manfield(1888-1923), muerta también de tuberculosis.

Sin embargo, el final de la relación con Zalbumbide debió dolerle mucho a ella ya que escribió a Carías(agosto 21, 1925), “Nada de instalaciones, ni de matrimonio; a correr, a errar, hasta que me rinda el cansancio y vuelva quizá a escribir”[1].

En verdad, hoy en día ese supuesto noviazgo puede ser puesto en duda por el conocimiento que tenemos de la vida personal de Teresa y de su opción sexual cuyas razones hemos expuesto, ratificada plenamente por lo dicho por ella a Zaldumbide en una carta(San Juan de Luz,agosto de 1924-Caracas: noviembre 21-diciembre 2 y 6,1924) cuya pasaje mas decisivo ya hemos citado. Esta es, reptimos, una diáfana confesión de lesbianismo, este seguramente, suponemos, lo vivió desde muy joven Teresa y hasta el

[1] Teresa de la Parra: Obra escogida,t.II, p.203.


final de su vida. Una voz de su familia, que escuchamos en el programa de Maqui Arenas dedicó a Teresa por Globovisión, en él una de sus sobrinas nietas llamó la atención sobre el hecho de haber vivido en Caracas Teresa con Emilia Ibarra de Barrios, en cuya casa habitó largo tiempo como lo dijo esta joven.


VOLVIENDO A SU VIVIR


A poco de su paso por Caracas en 1924 retornó Teresa a Francia, pasando luego a Suiza, país en el cual se entregó a la escritura de su segunda novela. En 1927, en el cual también hizo un viaje a España, terminó Las memorias de Mama Blanca[1] las cuales fueron publicadas dos años mas tarde también en París.

En 1928 vino a Caracas y pasó por La Habana en donde volvió a encontrase con la escritora Lydia Cabrera(1899-1991), Lydia sería su amiga más íntima, su pareja, desde ese año. En los brazos de Lydia moriría ocho años mas tarde en Madrid. Lydia conservó siempre el anillo que Teresa le obsequió. Se lo volvía a poner cada vez que una periodista o una profesora venía a su casa de Miami a entrevistarla sobre Teresa.

A fines de 1929 Teresa fue invitada por un grupo de intelectuales colombianos para que se trasladara a ese país y dictará un ciclo de conferencias. Así lo hizo ella. De allí surgió su tercer libro, su Influencia de las mujeres en la formación del alma americana, serie de tres charlas pronunciadas en Bogotá y otras ciudades colombianas en 1930, estas se publicaron por vez primera treinta y dos años después de haber sido redactadas en sus Tres conferencias inéditas[2]. Para ir a Bogotá pasó aquel año Teresa de París por La Habana, más tarde se dirigió a Panamá y a los Estados Unidos antes de regresar al país

[1] Teresa de la Parra: Las Memorias de Mamá Blanca. París: Le livre libre, 1929. 285 p. [2] Teresa de la Parra: Tres conferencias inéditas. Caracas: Ediciones Garrido, 1961. 158 p.


galo. No pudo venir aquel año a Venezuela. Ya no volvería más.

Fue durante el periplo del año treinta cuando le vino la idea, que de haberse realizado hubiera sido su cuarto libro: concebir una Vida sentimental de Simón Bolívar, cuyos rasgos fundamentales había esbozado en el tercero de sus coloquios bogotanos. Para hacerlo se dirigió a Vicente Lecuna(1870-1954), la primera autoridad en la documentación bolivariana de la época, quien salvó su archivo. Del 18 de mayo de 1930 data su primera misiva a Lecuna[1]. En estas epístolas, que fueron numerosas, ella dejó trazada las grandes líneas de lo que hubiera sido la obra que se proponía hacer.

Pero el destino se interpuso. En 1932 le fue diagnosticada la tuberculosis, una enfermedad mortal para la época. El 23 de febrero de 1932 ya estaba hospitalizada en el sanatorio de Leysin, en Suiza[2]. Estuvo recluida hasta principios de 1935 cuando desesperada dejó la clínica y se fue, ella lo sabía, ella misma lo había escrito antes, en una de sus cartas, a buscar la muerte.

El 11 de enero de 1935 estaba en París. El 13 de abril en Madrid. El 15 de mayo se hospitalizó en el sanatorio de Fuenfría. El 16 de agosto estaba otra vez en Madrid. En su Diario escribió: ”la salida de Fuenfría ha sido quizá mi sentencia de muerte”[3]. El 2 de enero de 1936 estaba en Madrid. El 2 de febrero consignó la última anotación en su Diario. El jueves 23 de abril, a las once y veinte y cinco de la mañana, murió en Madrid con Lydia a su lado.

En 1947 sus restos fueron trasladados a su patria. En su entierro en Caracas un grupo de mujeres, que habían recibido el mensaje feminista implícito en sus escritos, pidió permiso para cargar ellas la urna. Les fue negado. Las mujeres no hacían eso se les dijo. Una de ella le dijo al jefe del protocolo: por qué no, si cuando muere una monja las otras religiosas cargan el féretro. Aquella que

[1] Teresa de la Parra: Obra escogida,t.II, p. 260. [2] Teresa de la Parra: Obra escogida,t.II, p.135. [3] Teresa de la Parra: Obra escogida,t.II, p.181.


aquello dijo era la única judía del grupo. Desde el 7 de noviembre de 1989 sus cenizas fueron llevadas al Panteón Nacional. Ese día si fue posible que una mujer, la poeta Velia Bosch(1935-2016), hiciera el elogio del significado de su existir. Una de las mujeres que quiso cargar su féretro en los años cuarenta, anciana y enferma, vio por televisión el acto y lloró de emoción ante la singular apoteosis de aquella creadora de la verdad, del bien y de la belleza. Uno de sus hijos fue el Panteón Nacional con su invitación y sentó en su sitio a presenciar el acto.



IFIGENIA


El tiempo, los estudios críticos han señalado el valor de la obra de Teresa de la Parra. Nunca se le ha dejado de leer, nunca se han dejado de examinar sus escritos con detalle. Se han publicado sus escritos inéditos: como sus conferencias en Bogotá, partes de su epistolario, las anotaciones de su Diario.

Las indagaciones que le han dedicado Ramón Díaz Sanchez, en su libro antes citado; Victor Fuenmayor(1940)[1] y Velia Bosch(1935-2016)[2] han permitido ir examinando sus textos con detalle, han iluminado su proyecto creador. Se ha podido así buscar lo que estaba escondido, o aquello que pasó inadvertido a los estudiosos de otras épocas. El tiempo transcurrido, el hecho que se hayan apagado ciertas polémicas provincianas en torno al su personalidad ha permitido mirarla con mayor hondura. Verla como uno de los creadores esenciales de la literatura venezolana, examinarla no dentro de los limitados moldes de la llamada “literatura femenina” sino como la creadora de ficciones que señaló un camino, dejó una huella.

[1] Víctor Fuenmayor: El inmenso llamado. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1974. 120 p. [2] Velia Bosch: Esta pobre lengua viva. Caracas: Presidencia de la República, 1979.278 p.


Para conocer, para comprender, a Teresa no basta leer Ifigenia y Las memorias de Mama Blanca. Para hacerse una idea exacta de su aventura intelectual es preciso conocer la obra anterior a 1924 porque sino Ifigenia sería inexplicable y luego proseguir con cuanto escribe hasta su muerte.

La lectura integral del universo teresiano descubre aquello que “permanecía entre líneas en la obra de Teresa” como escribió Velia Bosch[1], ya que como ella misma ha demostrado una perenne búsqueda de estilo caracterizó su obra creadora.

Una lectura de Ifigenia ha sido propuesta por Velia Bosch al analizar la estructura de la novela. Para esa autora la clave de la novela está en el hecho de ser una tragicomedia. Lisandro Alvarado(1858-1929), señala, había aplicado el término a Ifigenia,pero peyorativamente[2]. Explica la Bosch que lo “cierto es que el término me ha sugerido una clave de interpretación de la novela, pues me parece que por mismo caminodel Siglo de Oro español puede encontrarse una especie de clave secreta que permite releer la obra no exclusivamente por la vía del símbolo que propone su título, sino por empatía, Celestina-Mercedes Galindo, o bien, María Eugenia Alonso-Melibea, para así llegar más exactamente a descifrar la contradicción existente dentro de esta Malibea criolla de educación parisina y refinamientos burgueses, menos sensual que la amante de Calixto, pero con un concepto del amor tan humano como divino”[3]. Llegó la Bosch a esta vía al descubrir la similitud entre la definición del amor que da Fernando de Rojas(1465-1541) en La celestina(1499) y el concepto que se halla en Ifigenia. En la obra española se dice que el amor “Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una deleitosa dolencia, un alegre

[1] Velia Bosch: Esta pobre lengua viva,p.8. [2] Lisandro Alvarado: Obras completas. Caracas: Ministerio de Educación, 1953-1958. 8 vols. Ver: “Ifigenia” (t. VII, p.147-152). [3] Velia Bosch: Esta pobre lengua viva,p.42.


tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte” mientras que en Ifigenia se lee “es esta quemadura dolorosa y ardiente, que me hace sentir el dolor terrible de la carne y me pone con ansia y con infinita nostalgia, en el dulce silencio de la nada”[1]. Para demostrar su hipótesis Velia Bosch propone un esquema dividido en siete momentos por los cuales pasa María Eugenia, la protagonista de Ifigenia, hasta consumar su sacrificio, ya que el personaje de la novela de la Parra decide a la larga renunciar al amor. La autora citada hace hincapié en el significado que en tal proceso juegan el tío Pancho y Mercedes Galindo.


LAS MEMORIAS DE MAMA BLANCA


Sobre Las memorias de Mama Blanca se han presentado diversas interpretaciones las cuales han contribuido a oscurecer la interpretación de esta obra que es el libro de la madurez de Teresa. Para algunos interpretes Las memorias de Mama Blanca son sencillamente una autobiografía novelada, otros le han negado su condición de novela. Velia Bosch en el análisis que realiza en torno a Las memorias de Mama Blanca, encuentra en ellas una estructura sinfónica. El uso del encabalgamiento en los finales y comienzos de la mayoría de los capítulos “anuncia que no hay un corte en ellos sino que mas bien hay un fluir, una cadencia que los relaciona en función de la unidad de la obra”[2]. Con esta observación esclarece un punto que estaba confuso entre los exegetas de la Parra y concede a Las memorias de Mama Blanca la condición de novela que ellas poseen.

[1] Velia Bosch: Esta pobre lengua viva,p.47. La cita de Fernando de Rojas procede de La Celestina. Edición:María pilar Puig. Caracas: Los Libros de El Nacional,1999. 247 p. La cita procede de la p.154. La de Terersa de la Parra está en Ifigenia, en su Obras escogida,t.I,p.219. [2] Velia Bosch: Esta pobre lengua viva,p.56.


¿AUTOBIOGRAFA?

Otro de los puntos turbios en el universo teresiano, que la crítica ha aclarado, es el relativo a lo autobiográfico en las narraciones de Teresa. Ha sido Víctor Fuenmayor quien ha descifrado el endriago. Fuenmayor ha iluminado este aspecto sustantivo en la invención teresiana. Para ello el crítico zuliano, utilizando los métodos de la psicocrítica, la cual se nutre del psicoanálisis, logra descifrar en la escritura de Teresa “quién dobla la voz del poeta”[1]. Aclara así Fuenmayor cuál es el “discurso de la voz doblada”[2] en las obras de la Parra, busca cuál es el lugar donde no se es más yo, donde el ser se disgrega y el discurso no es sino el espacio donde podemos ser y no ser al mismo tiempo”[3].

Víctor Fuenmayor explica que Teresa trató de rescatar mediante su escritura ”otras “voces”. En Ifigenia fue la palabra de una amiga; en Las memorias de Mama Blanca la de una abuela. Esas dos personas le sirvieron a nuestra narradora para cobijarse y hacer florecer su palabra de escritora. Ambas fueron consideradas por ella como sus lectores ideales.

Y es precisamente la psicocrítica la que ayuda al lector a poder saber, con exactitud, quién son los verdaderos emitentes de un texto literario. La sociología, por su parte, facilita la comprensión de las destinatarias. Es así como Fuenmayor encuentra que Teresa de la Parra no fue una escritora autobiográfica, pues ni María Eugenia ni Mamá Blanca fueron Teresa de la Parra[4]. Lo que en verdad realizó la autora de estas ficciones, con plena conciencia de lo que es el acto de escribir, fue convertir en fórmulas literarias las historias recibidas de otras personas. Teresa de la Parra fue auténticamente una inventora de

[1] Víctor Funemayor: El inmenso llamado,p.10. [2] Víctor Fuenmayor: El inmenso llamado,p.35. [3] Víctor Fuenmayor: El inmenso llamado,p.15. [4] Víctor Fuenmayor: El inmenso llamado,p.21.


realidades. Y en la segunda persona, que utilizó mucho, compendió a las destinatarias de sus palabras.

Hay otro hecho en el cual repara Fuenmayor: el yo de la narración no coincide con el yo del escritor en las obras de la Parra[1] ya que los escritores no escriben siempre sobre sí mismos, muchas veces lo que hacen es expresar a los demás, ser los traductores de los que los otros sienten y no pueden expresar porque no saben escribir. El tono de confidencia de Ifigenia y de Las memorias de Mama Blanca ha confundido a la mayoría de los intérpretes de la obra de Teresa. Ella compuso sus libros sobre los dictados de las verdaderas voces de su escritura y actuó en ellas como un auténtico creador.

Para llegar al meollo de esta espinosa cuestión Fuenmayor se refiere al proceso de la creación encontrando en Teresa, en sus cartas y en sus confidencias bogotanas, como ella destruyó la ideal de la posible equivalencia entre su yo novelesco y su yo personal[2]. Su yo confesional fue literario y no existencial. No se puede, según Fuenmayor, seguir sosteniendo ante Teresa la idea del realismo de la persona gramatical, ya que esto es una convención literaria. En torno a esto ha pervivido más de una conseja que Fuenmayor aclara, como aquella según la cual a literatura confesional es preferentemente femenina.

También Velia Bosch reparó en este punto al señalar que Teresa creó un mundo de ficción autónomo mediante la utilización del símil con el cual “un creador puede ordenar el caos de las cosas que se agolpan en su memoria”[3].

Velia Bosch también ha llamado la atención en torno a la modernidad de la obra de Teresa de la Parra, su comprensión del mundo hispanoamericano. Mediante Vicente Cochocho, el inolvidable enano de Las memorias de Mamá Blanca, quizá el personaje más entrañable de

[1] Víctor Fuenmayor: El inmenso llamado,p.33. [2] Teresa de la Parra: “Influencia de las mujeres en la formación del alma americana”, en su Obra escogida,t.II,p.8-97. La cita procede de las p.17-18. Esta que citamos es la edición critica de las célebres conferencias realizada por María Fernanda Palacios. [3] Velia Bosch: Esta pobre lengua viva,p.108.


toda la novela venezolana. A través de Vicente Teresa expresó su búsqueda de una literatura que nos definiera a nosotros mismos, desde nuestra propia realidad, a partir de nuestro especial entorno. Fue a través de esa conciencia latinoamericana que pudo la Parra revelar nuestro específico mundo y estar presente como artista en los problemas que la rodearon en su tiempo.


LA LENGUA VIVA


Durante mucho tiempo por el hecho de haber analizado los escritos de nuestra Teresa a partir de lo autobiográfico se dejó de lado el estudio de su universo novelesco y de la lengua en sus obras. Este es otro de los aspectos en el cual la tantas veces citada Velia Bosch ha ofrecido una exploración sugestiva. En su libro nos ofrece un menudo análisis de las formas como la Parra utilizó el lenguaje coloquial. Para mostrarnos este sustrato nos ofreció el examen de la atmósfera de la palabra en los libros de Teresa deteniéndose en los diversos usos: el diminutivo, las expresiones figuradas, los prefijos, las partículas reiterativas, las fórmulas de asombro, cortesía y asentimiento, las muletillas. De allí que pueda concluir que las formas coloquiales se encuentran ”tanto en el habla de los personajes como en el discurso del narrador” y enfatice que es la comprensión del universo verbal el que nos permite entender las diversas aristas de la escritura teresiana.


REFLEXIONES MUJERILES


Nos hemos asomado, en los perfiles femeninos que hemos venido escribiendo, a las maneras de ser, a aquello que singulariza a numerosas mujeres a través de cuyas vidas podemos conocer el gran cambio operado en ellas al menos desde comienzos del siglo XX. Mutación que desde muy atrás venían proponiendo las mujeres a través de los siglos. Tan atrás está aquello planteado que la primera gran pintora de la historia de las artes universales, la italiana Artemisia Gentileschi(1593-1653), quien siempre llevó una vida independiente, cosa rara en su época, pleno Barroco, dejó plasmado en sus cuadros la violación de la cual fue objeto cuando tenía diez y nueve años. Dentro de sus cuadros se destacan la serie de composiciones sobre Judith y Holofernes en los cuales una mujer, en la historia bíblica, decapita a un hombre(Judit: XIII,8-10). A través de la pintura la intensa Artemisia representó el acto de hacer justicia por el mal que le habían infligido en su primera juventud.

Por esta misma razón queremos asomarnos ahora a una mujer venezolana, Teresa de la Parra, y mirar dentro de ella un aspecto de la vida y de su escribir en el cual poco se han fijado sus estudiosos: la forma como dejó consignado en sus obras sus preocupaciones de mujer, la forma como miró el devenir de las mujeres de su tiempo, en el cual nuevos cambios se estaban dando en su conducta.

En su primer libro, su novela Ifigenia(1924), Teresa de la Parra nos mostró la historia de una muchacha caraqueña la cual por falta de rebeldía no pudo romper con los prejuicios de su época, pese a desearlo. Aquella fue la primera historia de amor de la literatura venezolana. Historia de amor frustrado. Y esto porque ninguno de los hombres que aparecen en la vida de María Eugenia Alonso, la protagonista de la narración, podían darle felicidad ni ayudarla a realizarse existencialmente. Esto no lo podía recibir de Gabriel Olmedo, quien fue su amor súbito, porque este sólo pensaba en conquistarla. Ni menos podía recibirlo de Cesar Leal, con quien decide casarse, el buen partido que se decía entonces, porque este sólo pensaba en mandar sobre ella y sobre sus modos de ser. Para nada ninguno de los dos, ni Olmedo ni Leal, la tenían en cuenta por si misma, en sus necesidades, en sus deseos, en sus sueños.

Pero en Ifigenia si bien nos muestra la realidad que vivía la mujer en aquellos años veinte, traza también, en las entre líneas de su ficción, el sendero que deberá escoger la mujer para ser independiente. Por ello encontramos en su novela aquello que según su pensamiento debería ser una mujer: “una persona independiente, más o menos dueña de su cuerpo y de sus actos”[1]. Por ello criticaba las diatribas que San Jerónimo(347-420 dC) dijo contra las mujeres; por ello escribía “desde el templo interior de mi sensibilidad”[2]. Por ello creía que la mujer debía ser distinta a como lo era en aquellos días, a como era considerada en aquellas horas, por ello se angustiaba ante la perspectiva según la cual “ser mujer es lo mismo que ser canario o jilguero. Te encierran en una jaula, te cuidan, te dan de comer y no te dejan salir; mientras los demás andan alegres y volando por todas partes. ¡Qué horror es ser mujer!”[3]. Por ello María Eugenia decía “A lo único que aspiro hoy por hoy es gozar de mi propia personalidad, es decir, a ser independiente como un hombre y a que no me mande nadie”[4]. Por ello también llamada la atención en los endriagos en los cuales podía caer “la inocencia de las señoritas casaderas”[5], consideraba que la inocencia, la falta de información en las muchachas de aquellos días, era ”un azote, un abuso y un arbitrariedad”[6] quienes no podían darse cuenta que lo que tenía adelante era “la tapia espesísima de lo misterioso y lo prohibido”[7] lo cual las llevada a la frustración porque “en primer lugar, siembra de misterios la vida...desorienta horriblemente; se ven las cosas desde un punto de vista falso; prepara sorpresas que pueden ser desagradables, y la creo en general, un lazo, una venda, y una trampa, usada por los demás para poder organizar más fácilmente nuestra vida según sus antojos y caprichos. La inocencia es una ciega, sorda y paralítica, a quien la imbecilidad humana ha coronado de rosas”[8]. Y protesta contra lo que llaman “ser intachable”,

[1] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.35. [2] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.55. [3] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.96. [4] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida,t.I,p.97.. [5] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I,p.132. [6] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I ,p. 133. [7] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida,t.I, p.133. [8] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.132.


única virtud para ser elegidas por los hombres[1]. Y sabiendo que las mujeres nacimos, dice, “para el perdón”[2], critica que ellas vivan en el “presidio de esta casa virtuosa y severa”[3] como llama a la suya; por ello se duele de la falta de tacto de los hombres para con las mujeres[4], mira su futuro matrimonio como el “próximo despotismo, deformando la belleza frágil de mi cuerpo, pisoteando inconsciente y cruel las ansias infinitas de mi espíritu, tristemente dueño, e irremediablemente verdugo de toda mi existencia”[5].

Por ello ante aquel cuadro que traza siente admiración por lashermanas Aristeguieta quienes actuaron por si mismas, quienes “se divirtieron muchísimo”[6] durante los días de la emancipación, quienes fueron, como dice Teresa en una carta, “lindas, coquetas... burlonas...e inquietísimas”[7]. En verdad varias de ellas, llamadas en su tiempo “Las NueveMusas” por su especial belleza, se contaron entre las primeras mujeres que se divorciaron de sus maridos en nuestro país. En su tiempo acudiendo a la separación eclesiástica, que era la única que existía. Por ello también María Eugenia elogia el divorcio[8], a las sufragistas inglesas[9], quienes fueron las primeras mujeres en luchar por sus derechos desde el siglo XIX y, desde luego en el XX, por ello mira con buenos ojos, en la misma página, a las feministas; por ello comprende que la belleza femenina tiene sus fueros propios[10]. Por todo esto fue que años mas tarde, en 1933, en una misiva, Teresa se inquietaba por “el abismo entre las mujeres y los

[1] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.79-80. [2] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.72. [3] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.322. [4] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.40. [5] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I,p.354. [6] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I,p.155. [7] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.II, p.219. [8] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.148. [9] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.96. [10] Teresa de la Parra: “Ifigenia”, en Obra escogida, t.I, p.96 y 156.


hombres de nuestras tierras”[1], con lo cual se anticipada con su reflexión a lo que sería un hecho claro medio siglo más tarde.

Pero en donde Teresa expresó sus convicciones feministas de forma amplia y clara fue en su Influencia de las mujeres en la formación del alma americana, su tercer libro, redactado en 1929, el cual no alcanzó a ser publicado hasta 1961 en sus Tres conferencias inéditas que nosotros citamos aquí desde las páginas de su Obra escogida. Allí habló diáfanamente, al leerlo como charlas dictadas en Bogotá en 1930, en contra de la sumisión femenina. “La crisis por la cual atraviesan hoy las mujeres no se cura predicando la sumisión”(t.I, p.18) señaló allí, ya que le inquietaban mucho, como dijo mas tarde en una epístola, “esa tristeza de las mujeres que no han vivido ni sospechan lo que es la vida”(t.II, p.262). Por ello también indicó


“La vida actual...no respeta puertas cerradas...Para que la mujer sea fuerte, sana y verdaderamente limpia de hipocresía, no se la debe sojuzgar frente a la nueva vida, al contrario, debe ser libre ante sí misma, consciente de los peligros y de las responsabilidades, útil a la sociedad, aunque sea madre de familia, e independiente pecuniariamente por su trabajo y su colaboración junto al hombre, ni dueño, ni enemigo, ni candidato explotable sino compañero y amigo. El trabajo no excluye el misticismo, ni aparta de los deberes sagrados, al contrario es una disciplina más que purifica y fortalece el espíritu. Pero misticismo, sumisión y pasividad impuestos por la fuerza, porque si, por inercia de la costumbre, produce peligrosas reacciones silenciosas, despierta el odio a la cadena, que en otro tiempo era buena, y agría las almas que en su apariencia de paz tomando donde pueden sus represalias, acaban de hacerse sepulcros blanqueados. Los verdaderos enemigos de la virtud femenina no son los peligros a que pueda exponerla una actividad sana, no son los libros, ni las universidades, ni los laboratorios, ni las oficinas, ni los hospitales, es: la frivolidad, es el vacío mariposeo mundano con que la niña casadera, o la señora mal casada, educadas a la antigua y enfermas ya de escepticismo, tratan de distraer una actividad, que encauzada hacia el estudio y el trabajo, podría haber sido mil veces noble y santa...Hablo del trabajo con

[1] Teresa de la Parra: Obra escogida, t.II, p.289.


preparación, en carreras, empleos o especializaciones adecuadas a las mujeres y remuneración justa, según las aptitudes y la obra realizada”(t.II, p.18-19).


Pese a aquellas consideraciones confesó aquel día “Mi feminismo es moderado”(t.II,p.19). Y tenía razón para sus días. En 1930 todavía estábamos lejos de los planteamientos que haría Simone de Beauvoir(1908-1985) en El segundo sexo(1949) y de las reflexiones que trazarían las grandes feministas norteamericanas en los años sesenta, en obras como La mística de la feminidad(1963) de Betty Friedan(1921-2006) o Política sexual(1970) de Kate Millett(1934-2017), libros impulsores los tres del gran cambio femenino que constituyó una de las grandes transformaciones de nuestra época. Teresa, aquel 30 de mayo de 1930, con mucha anticipación, consideraba que era un hecho delicado:


“el de los nuevos derechos que la mujer moderna debe adquirir, no por revolución brusca y destructora, sino por evolución noble que conquista educando y aprovechando las fuerzas del pasado”(t.II,p.19).


Por ello aquel día miró especialmente los vivires de dos mujeres latinoamericanas sobresalientes: la tragedia de la poeta uruguaya Delmira Agustini(1886-1914)y el vivir constructivo de la chilena Gabriela Mistral(1889-1957). Las dos pertenecían a la misma generación intelectual que Teresa. En Delmira miró su gran drama vital: ella se casó con un “dueño vulgar y despótico”(t.II,p.21) quien por querer Delmira divorciarse de él la asesinó en vez de darle su libertad. Al describir el drama de Delmira dejó Teresa trazado su propia concepción como mujer: quizá nunca se casó para no ser dominada, para pertenecer plenamente así misma. Tampoco en su época existía la unión legal entre personas del mismo sexo. En cambio para ella la gran Gabriela representaba aquello a lo que debían aspirar las mujeres “trabaja casi desde niña...y ahí va por el mundo, sufriendo y luchando en su obra de apóstol, socialista, católica, defensora de la libertad y del espíritu noble de la raza”(t.II,p.21). Para Teresa Gabriela representada el “feminismo justo y ya indispensable”(t.II,p.21).

Pero a Teresa le gustaba explorar el universo de las mujeres del pasado, tratar de entender la “la influencia oculta y feliz que ejercieron las mujeres durante la Conquista, la Colonia y la Independencia”(t.II,p.19). Y esto porque siempre se sintió tentada en explorar el testimonio de la “abnegación femenina en nuestros países”(t.II,p.19). Y esto porque quizá Teresa se sentía más cerca de las abnegadas que de las liberadas. Por ello miró en su Influencia de las mujeres en la formación del alma americana a “las dolorosas crucificadas” que fueron las mujeres durante la conquista; a las “místicas y...soñadoras” de la colonia y a las “inspiradoras y... realizadoras” de la emancipación. Y esto lo hacía porque las mujeres no podían ser puestas de lado en la sociedad, ”Excluidas las mujeres se ha cortado uno de los hilos conductores de la vida”(t.II, p.30). Por ello supo mirar a las monjas coloniales: las únicas mujeres de su tiempo que escogieron su destino por si mismas. Y esto porque las solteras dependían del padre o del hermano y las casadas del marido. Por ello Teresa elogia tan hondamente la rebeldía de Manuelita Saenz(1797-1856), quien “Personal y rebelde se fabricó ella misma un código de moral y dentro de él fue consecuente y fiel hasta la muerte”(t.II,p.78)[1].

Y en ese misticismo femenino del que habló en Bogotá se sumergió Teresa poco a poco, a partir de 1931, cuando comenzó a leer obras espiritualistas(t.II, p.280) como lo confesó en una carta. Y esto porque se convenció que “son los viajes de la vida interior los que pueden curarnos”(t.II,p.129). Fue dentro del misticismo donde se encontró así misma, como lo relatan muchas de sus misivas de sus últimos años. Fue esta conciencia la que le llevó a aceptar la enfermedad mortal que la aquejaba “Sé de antemano que esta enfermedad es pérfida, sé como se engaña a los enfermos...desde el principio he estado de acuerdo con todo cuanto puede venir: el dolor, la muerte, la salud”(t.II,p.138). Fue esta convicción la que le llevó al “estado de gracia” en que la encontró Juan Ramón Jiménez(1881-1958) en Madrid en los días finales de su vida. Fue en aquellos tiempos cuando deseó volver al trópico(t.II,p.295) en donde estaba su raíz y la esencia de lo que había escrito, venir a comer una “poquita de tierra”.

[1] Consultar el estudio psicoanálitico sobre esta gran figura latinoamericana, la mayor mujer durante el período emancipador, hecho, por Ana Teresa Torres en “Manuela Saenz, historia de una desheredada”, en sus Historias del continente oscuro,p.319-338.




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