HISTORIA DE LA PRESENCIA OCULTA Y FELIZ DE LAS MUJERES EN VENEZUELA"(XVIII). Roberto Lovera De Sola
LA POESIA
CALCAÑO, VESTRINI Y OSSOTT
Nos detenemos aquí solo en tres de ellas por sus especiales contribuciones a nuestro discurrir: María Calcaño, por ser con ella con quien aparece el erotismo en nuestra lírica; Miyó Vestrini, por haber tratado todos los asuntos que han interesado a nuestra poesía escrita por mujeres y Hanni Ossott por el significado de su magno poema “Del país de la pena”.
MARIA CALCAÑO
María Calcaño(1906-1956) es una poeta que pocos han escuchado mencionar. Es más se podría decir que es ahora cuando por vez primera nuestra crítica se ocupa de ella con cierto interés. Todo ello partió de la selección de su obra que hizo el crítico marabino Cósimo Mandrillo. Gracias a esa recolección podemos leerla[1]. Claro está que hay algunas páginas del pasado sobre su obra, tal la que escribió su amigo Héctor Cuenca(1897-1961)[2] o la reseña que de uno de sus libros redactó José Ramón Medina(1919-2010) en los años cincuenta[3]. Pero eso fue todo. Poco dijo la crítica de sus tres libros, tampoco la encontramos en las antologías. Y muy poco se glosó el escribir de esta mujer, buena parte de cuyo registro toca la zona resbaladiza de la sexualidad, expresada ella con especial libertad y vehemencia. Ella misma, así lo dice, sabía que como mujer, solitaria, apartada como fue, sólo era “un amasijo de palabras locas”(p.59). En el poema que abre su primer libro Alas fatales ya sabía quien era y aquello que la dominaba “Perdida/de deseos anchos/hechos en mi en la boca"(p.59) dice. Por ello a lo largo de muchos de sus textos invita al deseo a venir hacia ella. Por ello escribe “el aire me hastía, los deseos me apresan”(p.78),”sangre mía absoluta¡ impetuosa/y ardiente!”(p.87) dice en otro de ellos. Así cantó esta mujer desde si misma, desde su “cuerpo estremecido”(p.181); desde su piel llamó al hombre a acompañarla, en textos incluso impresos en los años treinta, anterior a su primer volumen, en una época que cantar así era ser rara avis. Ella es la mejor muestra del modo como la mujer entre nosotros miró los contornos de su sexualidad viva. Lo hecho por María Calcaño nos recuerda que también fue en nuestra ficción que la mujer dibujó los goces de la sexualidad dentro de una escritura muy distinta a la del hombre. Tal sería el caso de los cuentos de Lourdes Morales(1910-1989) de su Delta en la soledad, uno de los primeros sin duda de la familia de nuestros libros de narración erótica. El otro es El límite de hastío de Andrés Mariño Palacio(1927-1965), ambos aparecidos el mismo año[4]. Sobre la sexualidad en las cuentistas venezolanas de los cuarenta se consultará con provecho el libro de Luz Marina Rivas: La literatura de la otredad. De María Calcaño se han impreso sus Obras completas.
MIYO VESTRINI
Miyó Vestrini(1938-1991) nos legó cuatro libros de poesía que están en Todos los poemas[5], en los cuales está lo mejor de sí, lo más denso y hondo, lo más angustioso y desesperado de su hacer.
En ellos brillan al menos dos senderos o caminos, los cuales desde luego se imbrican para darle unidad al decir poético. Uno es el tema de la muerte, el otro el discurso de la mujer que escribe desde sí misma, desde su entraña.
En sus libros la meditación sobre la muerte aparece una y otra vez. Es quizá el rasgo característico de su hacer. Entre las composiciones en las cuales traza este periplo podemos escoger varios: “Hacíamos votos por una dulce muerte” de Las historias de Giovanna; “La tristeza” de El Invierno próximo; “No hay razón para envejecer juntos” de Pocas virtudes; “Valiente”, “El testamento” o “Beatriz” de Valiente ciudadano. Ya sea con la dulzura del primero; con la tenue pena del segundo; con la desazón del tercero; con la tensa intención de la oración a través de la cual pide la muerte, cosa que se recrea en el cuarto; el inventario que hace en el quinto o la decisión de morir por sí misma que se insinúa en el sexto, el último trance está allí. Y si leemos con atención, otra vez, sus versos nos daremos cuenta que parece no haber remedio ya que solamente nos espera el fin, solos estaremos ante ella, tan íngrimos y desnudos como cuando nacimos. Tal aislamiento fue el que ella convocó en sus páginas a través de “Cada vez que oscurece” de El invierno próximo. Por ello cantó en otro “No hay razón para envejecer juntos/Ya no hay sitios para envejecer juntos/ya no hay sitios para desasosiego/para el temor”(p.97). Por ello rogó por una muerte dulce, pidió dejar de vivir en Valiente ciudadano, encontrar la paz.
Pero también en su obra poética Miyó Vestrini engendró los temas que la poesía femenina escrita entre nosotros ha transitado, al menos desde los años sesenta. Esto apenas se ha visto. Quizá ni siquiera sus cultoras sepan lo que deben a Miyó Vestrini. Y en todos sus libros esto es explícito. Y desde Las historias de Giovanna hasta Valiente ciudadano. Y en especial, como lo ha sugerido Julio Miranda(1945-1996), en los poemas IX, XII, XIX y XXI de El invierno próximo.
HANNI OSSOTT
Hanni Ossott(1946-2002) nos ha ofrecido una obra extensa, constante y a través de ella la experiencia recia de llegar hasta los límites de una búsqueda[6], proceso que su poema “Alma”(de Cuando llegue el día y huyan las sombras,1983) nos indica con claridad. Así la noche, intensa, llena de soledad, en la ingrimitud plena en la cual estamos cuando todos duermen y nada rompe el silencio, buscamos ponerle luz. Pero la aventura sigue en “Hacia la brevedad”(de Espacios en disolución,1976) ya que como se lee allí “sujetos al viento, al espacio y a la sucesión/desgranaremos lo que nos magnifica y nos asienta/ingrávidos y en la modulación continua/permanente seremos solo en la brevedad”. Todo ello nos conduce a su poema mayor, escrito notable, grande, por su extensión y por su contenido, lleno de interrogantes como lo es “Del país de la pena”(de El reino donde la noche se abre,1987). Allí hallamos a la poeta haciéndose las mil preguntas, presentándose ante nuestros ojos como un ser errante, aterrorizado, consciente de si mismo: “Que soy/primero una pena, luego el soportar”, quien no puede “reír de tanta pena”, quien no desea “el horror sino la tolerancia”, quien busca, con vehemencia, “claridad, luz divina, ven a mí”, quien pide “amparo/queremos amparo”, todos estos hondos registros pueden encontrarse en sus Obras completas.
[1] María Calcaño: Antología poética. Maracaibo: Univesidad del Zulia, 1983. 182 p. Todas las citas que hacemos proceden de esta edición. Esta antología significó el rescate contemporáneo de la obra de la notable poeta. Las ediciones originales de María Calcaño son: Alas fatales. Santiago: Nacimento,1935. 147 p.; Canciones que oyeron mis últimas muñecas. Caracas: Asociación de Escritores Veneolanos, 1956.82 p.; Entre la luna y los hombres. Madrid: Gráfica Aragón,1961. 126 p.; Obras completas. Prólogo: Gonzalo Ramírez Quintero. Maracaibo: Ediciones Pancho El Pájaro,1996. 252 p. [2] Héctor Cuenca: “Apunte sobre poesía femenina venezolana”, El Universal, Caracas: Marzo 3,1940. [3] José Ramón Medina:“Canciones que oyeron mis últimas muñecas”, Revista Nacional de Cultura, Caracas, n/ 120, 1957,p.143-145. [4] Lourdes Morales: Delta en la soledad. Caracas:Impresores Unidos,1946. 105 p.; Andrés Mariño Palacio: El límite del hastío. Caracas: Ediciones Librería Venezuela,1946. 60 p. El primer cuento erótico de las letras venezolanas contemporpaneas es el de Irma De Sola Ricardo(1916-1991): “Leticia” de su libro Síntesis. Caracas: Asociaicón Cultural Interamericana,1940.61 p.Está en las p.53-61, que la crítica literaria actual ha leído con ojos contemporáneos y verdadera admiración, es la crónica de una iniciación sexual. Luz Marina Rivas lo incluyó en su antologia Las mujeres toman la palabra. Antologpia de narradoras venezolanas,1915-2002. Caracas: Monte Ávila Editores,2004. XXI,221 p. Verlo en las p.11-16. “Leticia” fue escrito el mismo año de la publicación de Alas Fatales, de María Calcaño. [5] Miyó Vestrini: Todos los poemas. Prólogo: Julio Miranda. Caracas: Monte Ávila Editores, 1994. 151 p. [6] Hanni Ossott: Obras completas. Recopilación y prólogo: Patricia Guzmán. Caracas: Bid & Co. Editor, 2008. 1044 p.
LA MUJER EN LOS GRANDES POEMAS DE NUESTRA LIRICA
Luz Machado, Hanni Ossott, Yolanda Pantin
Debemos referirnos a los poemas fundamentales de la poesía venezolana, aquellos que son unidades en si mismos. Así los grandes poemas de la lírica venezolana, la expresión es de Juan Liscano[1], son el primero la Silva de la agricultura de la zona tórrida(revista Repertorio americano, Londres, vol.I,1826,p.7-18) de Andrés Bello, no impreso en volumen hasta la publicación de la segunda edición de su Colección de poesías originales[2], ya que no se insertó en la primera edición, que constituyó la primera recolección orgánica de la poesía de Bello, hecha cinco años después de su muerte; el segundo es “Vuelta a la patria”(agosto 18,1876) de Juan Antonio Pérez Bonalde(1846-1892), de su libro Estrofas. El mismo poema lo reprodujo luego en sus Ritmos, que es de cierta forma una edición ampliada de Estrofas; el tercero es la Silva criolla de Francisco Lazo Martí(1869-1909); el cuatro Mi padre, el inmigrante de Vicente Gerbasi(1913-1992), el quinto Canto al Orinoco de Luz Machado(1916-1999); el sexto “Del país de la pena” de Hanni Ossott, de su libro El reino donde la noche se abre y el séptimo El cielo de París de Yolanda Pantín(1954).
EL CUENTO MUJERIL
Pero también después de 1935, tras la muerte del tirano, se abrió el espacio para la literatura escrita por mujeres. Aquí deseamos anotar la forma tan importante como se cultivó el cuento mujeril, sobre todo, intensamente, en la década del cuarenta y del cincuenta, que fue constante, al menos hasta 1956, como lo ha demostrado el estudio de la profesora Luz Marina Rivas(1958). Ella hizo esta exploración basada en las colecciones de cuentos Síntesis, de Irma De Sola Ricardo(1916-1991), Trozos de vida y Mundo en miniatura, de Lucila Palacios(1902-1994), Seis mujeres en el balcón de Dinorah Ramos, seudónimo de Elba Arraiz(1920-c1960), Entre la sombra y la esperanza de Blanca Rosa López(1920), “Historias a la orilla del remanso”, inserto en sus Motivos de la vida y Tierra herida de Rosa Virginia Martínez(1915), Pelusa y otros cuentos de Ada Pérez Guevara(1905-1999), Delta en la soiedad y Marionetas de Lourdes Morales(1910-1989), Pálpito y otros cuentos y Siembra humana de Mireya Guevara(1923), Cuentos fantásticos, de Lucila Palacios Vega, 7 historias de última página, de Juana de Ávila, seudónimo de Pomponette Planchart(1914-1986), Marcelina miró cruzar su sombra, de Ofelia Culillán(1922), los tres tomos de narraciones de Belén Valarino: Mis cuentos y relatos y Los miedos, de Gloria Stolk[3].
De estos libros antologó Luz Marina Rivas al final de su tesis de maestría: ”La loca” de Juan de Ávila, “La greda del cielo” de Ofelia Cubillán”, “Leticia” de Irma De Sola Ricardo, “La siembra humana” de Mireya Guevara,”Dana Varein” de Blanca Rosa López, “Desalojo” de Rosa Virginia Martínez, “Delta en la soledad” de Lourdes Morales, “La sedienta” de Lucila Palacios,”La pluma encantada” de Lucila Palacios Vega, “Pelusa” de Ada Pérez Guevara, “La bailarina” de Dinorah Ramos, “Mañana” de Gloria Stolk y “¿Cómo besa el doctor Bonnet?” de Belén Valarino. Estos relatos permitieron, junto a varias novelas de acusados relieves, asunto que esta autora no toca aquí por la índole de su investigación, que mas adelante presentaremos, el surgimiento, por primera vez en nuestra literatura de la escritura de la mujer, como le gusta decir a Luz Marina Rivas, como cuerpo, como organismo y ello dentro de las connotaciones no sólo literarias sino también socio políticas a las cuales nos referimos en el capítulo dedicado a la novela. Porque casi todas ellas, las mismas que escribieron sus cuentos y novelas fueron a la vez las militantes de lo femenino, de hecho la primera generación de luchadoras por el papel y los derechos de la mujer en nuestra sociedad, y más tarde nuestras sufragistas, también fueron ellas mismas.
LAS CUENTISTAS
Corolario del libro de Luz Marina Rivas(1958) Literatura de la otredad es en muy buena parte su antología Las mujeres toman la palabra, amplio registro del relato escrito por mujeres entre nosotros que se abre en 1915 con “El genio del pesacartas”(1915) de Teresa de la Parra(1889-1936) y se cierra, en 1995, con “El vestido santo” de Ana Teresa Torres(1945). Así, como ahora lo veremos al comentar el precioso tomo, las piezas claves del proceso literario mujeril en el campo de la narración corta, en su textos claves, entre nosotros, están allí.
EL ESCRIBIR DE TERESA DE LA PARRA
Hay que iniciar la lectura de Las mujeres toman la palabra, el título no pudo ser mejor elegido, con la explicación que fue sólo hasta 1935 cuando hubo un movimiento literario femenino hecho como conjunto, como una unidad, entre nosotros, más en un agrupamiento de mujeres de diversas edades que dentro de una generación propiamente, por ello Luz Marina Rivas las denomina grupo en una de las páginas de La literatura de la otredad. Antes, sólo nos referimos a las narradoras, y esto no les quita valor a lo hecho por las escritoras pero sólo tuvimos creadoras aisladas, algunas de la inmensa altura que tuvo y tiene Teresa de la Parra, sin duda aun hoy, nuestra escritora mayor, cuya imaginar, por su belleza y en hondo registro vive, y vivirá, permanentemente. No podemos decir que no haya sido superado porque su vigencia es absoluta sólo que hay que advertir que tras Teresa de la Parra las mujeres tomaron otros senderos, caminos distintos, aunque no le hayan dado la espalda, de allí la grandeza de Teresa de la Parra. De hecho los grandes asuntos estaban presentidos y trazados por ella. Fíjense: la mujer como centro de la ficción, lo que será la novela social, sugerido plenamente para nosotros por ella, en aquellos pasajes de Ifigenia en donde María Eugenia Alonso le pide al tío Pancho la lleve a conocer los lugares más pobres de Caracas[4]; o el arte del recuerdo tan vivo, que está expresado, tan bellamente, en Las memorias de mama Blanca. Pero también la conciencia mujeril, e incluso nuestro primer feminismo, lo desarrolló Teresa de la Parra, con anticipación, en aquellas bellas conferencias, redactadas en París, en 1929, pronunciadas en 1930 en Bogotá, las cuales constituyen su tercer libro, Influencia de la mujeres en la formación del alma americana, obra sustanciosa y sustancial, no impresa por vez primera hasta los años sesenta bajo un título sin sentido, que nada decía de su contenido, Tres conferencias inéditas. Para su cuarto libro, que ya estaba diseñado en su correspondencia con Vicente Lecuna(1870-1954), su Vida sentimental de Simón Bolívar, la vida no le dio tiempo.
Y además, y ello no es poco, incluso Teresa de la Parra logró desarrollar a la ficción lejos de los estrictos espacios en la que la colocó el criollismo y el regionalismo de su tiempo, cosa que vemos en el espléndido relato La mamaX, tan admirado y reeditado hoy en día(1990, 1992 y 2003), preámbulo de lo que será al año siguiente Ifigenia, de hecho es un fragmento que está en su singular novela pero que ella le vio tal unidad que lo envio previamente a un concurso.
Así La mama X es por ello hermano como elemento de construcción del fragmento, porque lo fue así originalmente, en Gabriel García Márquez(1927-2016): Isabel viendo llover en Macondo[5], excluido por su autor de La hojarasca, su primera novela , por la misma razón que Teresa de la Parra extrajo de los borradores, antes de la publicación de Ifigenia el brillantísmo cuento La mama X y lo envió a un concurso. Para que su novela no perdiera su cohesión García Márquez sacó a Isabel viendo llover en Macondo, luego publicado autónomamente, convirtiéndose hoy en día, a nuestro entender, en su mejor cuento. Por ello mismo trabajó Teresa de la Parra a La mama X como una unidad en sí misma, lo envió a un concurso, luego lo publicó en un folleto y mas tarde lo insertó en Ifigenia. Y hoy podemos gozar no sólo de su honda belleza sino de su poder fabulador y por ser uno de los primeros y bien realizados relatos escritos por una mujer en nuestro siglo XX, quizá más bien una brevísima nouvelle, porque ninguna mujer publicó libro alguno de cuentos en Venezuela durante el siglo XIX y en el XX no fue hasta 1931 cuando, la hoy desconocida, Carmen Olivo Álvarez editó La sierra de las orquídeas[6] y, todavía bajo Gómez, Flora Méndez, de Ada Pérez Guevara el cual entronca con el movimiento que venimos historiando a lo largo de este estudio, que si bien será evidente primero en la novela que en el cuento, que parte de 1940, del volumen Síntesis de Irma De Sola Ricardo.
UN CONTRASENTIDO
Sin embargo, a La mama X le sucedió otra cosa, producto del hipernacionalismo y del sin sentido literario de 1923: no fue premiado en el concurso al cual fue enviado por haber sido considerado que no era un relato venezolano, por lo cual se le concedió un premio especial, distinto al del ganador. ¡Semejante exabrupto¡ Creemos que una obra es venezolana por el solo hecho de haber sido escrita por un venezolano o una venezolana no por otras razones y no por la geografía real o imaginaria en la que sucede porque sino habría que eliminar muchas obras de nuestra prosa imaginativa. Y así también a muchas de nuestras ficciones les caería el mismo sanbenito como sucedió a Pedro Berroeta(1914-1997), treinta años más tarde, también aquí, con su bella y lograda novela La leyenda del conde Luna[7], la cual no fue considerada “venezolana” por suceder en la Edad Media. Fue un punto de vista insensato, propio solo de un tratante literario y no de un sensible crítico. Y pese a aquella torpeza La mama X y La leyenda del conde Luna siguen teniendo su vivir pleno por tener lo que debe tener toda obra literaria auténtica: la visión de quien lo concibió, la belleza de la escritura, la interesante anécdota y el pleno desarrollo en alto y fino lenguaje. Y La leyenda del Conde Luna sigue siendo nuestra primera novela fantástica(¿la única?), inexplicablemente nunca reeditada pese a deslumbrar a cada uno de los lectores y críticos a quienes se la hemos hecho conocer, caso por ejemplo Julio Miranda cuando trabajaba en su Proceso a la narrativa venezolana(1975) en cuya elaboración usó los libros de nuestra biblioteca[8].
[1] Juan Liscano: “150 años de cultura venezolana” en Varios Autores: Venezuela independiente. Caracas: Fundación Eugenio Mendoza, 1962, p.563, 574, 583, 636,651. [2] Andrés Bello: Colección de poesías originales. Caracas: Rojas Hermanos, 1870 302 p.;Andrés Bello: Colección de poesías originales. 2a.ed.Caracas: Rojas Hermanos, 1881. 346 p.; Juan Antonio Pérez Bonalde: Estrofas. Nueva Yoprk: spi,1877, 263 p.; está también en Juan Antonio Pérez Bonalde: Ritmos. Nuerva Yprk: spi, 1880. XXVI,320 p.; Francisco Lazo Martí: Silva criolla. Caracas: Tip.- Herrera Irigoyen, 1901. 24 p.; Vicente Gerbasi: Mi padre, el inmigrante. Caracas: Suma, 1945. 45 p.,; Luz Machado: Canto al Orinoco. Santiago de Chile: Editorial Nascimento, 1953. 63 p.; Hanni Ossott: “Del país de la pena” en El reino donde la noche de abre. Caracas: Mandorla,1987,p.45-59.; Yolanda Pantín: El cielo de París. Caracas: Pequeña Venecia,1989. 23 p., este texto está inserto también en la segunda edición aumentada de Los poemas del escritor/El cielo de París. Caracas: Fundarte,1991,p.45-66 y en su Poesía reunida.Caracas: Otero Editores,2004,p.91-106; Luz Marina Rivas: La literatura de la otredad.Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1992. 231 p.; Luz Marina Rivas: Las mujeres toman la palabra, antes citado. [3] Irma De-Sola Ricardo: Síntesis, antes citada; Lucila Palacios: Trozos de vida. Caracas: Cooperativa de Artes Gráficas,1942. 94 p.; Lucila Palacios: Mundo miniatura. Caracas: Asociación Cultural Interamericana, 1955. 33 p.; Dinorah Ramos: Seis mujeres en un balcón. Caracas: Asoación Cultural Interamericana, 1943. 67 p.; Blanca Rosa López: Entre la sombra y la esperanza. Caracas: Asociación Cultural Interamericana, 1944. 87 p.; Rosa Virginia Martínez: “Historias a la orilla del remanso”, en sus Motivos de vida. Caracas: Editorial Elite,1944. 148 p.; Rosa Virginia Martínez: Tierra herida. Caracas: Tip. Vargas,1954. 50 p.; Ada Pérez Guevara: Pelusa y otros cuentos. Caracas: Asociación Cultural Interamericana, 1946. 154 p.; Lourdes Morales: Delta de soledad.Caracas: Grupo Orión,1946.105 p.; Lourdes Morales: Marionetas. Caracas: Ediciones Ancla,1952. 26 p.; Mireya Guevara: Pálpito y otros cuentos, Caracas: Asociación de Escritores Venezolanos,1950. 71 p.; Mireya Guevara: Siembra humana. Madrid: Ediciones Castilla,1953. 126 p.; Lucila Palacios Vega: Cuentos fantásticos. Prólogo: Pedro César Dominici. Buenos Aires: Pellegrini Editores,1952. 190 p.; Juana de Ävila: 7 historias de última página. Madrid: Gráficas Clemares,1954. 262 p.; Ofelicia Cubillan: Marcelina miró cruzar su sombra. Caracas: Caracas: Edime, 1954. 76 p.; Belén Valarino: Mis cuentos y relatos. Caracas: Tipografías Vargas,1954-1956. 3 vols; Gloria Stolk: Los miedos. Caracas: Edime, 1955. 122 p. [4] Teresa de la Parra: “Ifigenia” en su Obra selecta,t.I,p.86. [5] Gabriel García Marquez: Isabel viendo llover en Macondo. Buenos Aires: Estuario,1967. 43 p.; Gabriel García Marquez: La hojarasca, Bogotá: Sipa, 1955. 137 p. García Marquez ha relatado en sus memorias Vivir para contarla. Bogotá: Norma,2002. 584 p. la forma como Isabel viendo llover en Macondo fue salvado, rescatado de una papelera a donde él lo había tirado, por su amigo el poeta Jorge Gaitán Durán(1924-1962), quien fue quien lo publicó a poco en su revista Mito(p.577). La insastifacción de los escritores para aquello que escriben es un tema de crítica literaria de lo más fasciante, digno de ser tratado con atención. Es la insastifacción la que lleva a los creadores a editar obras de excepción. Dos casos recientes son dos espléndidas novelas, que sus autores no llegaron a publicar en vida. Son la de Truman Capote: Crucero de verano. Barcelona: Anagrama,2006.152 p. y la de José Donoso: Lagartija sin cola. Bogotá: Alfaguara, 2008.228 p., nosotros constante y apasionado lector de ambos no pudimos, después de leídos ambos libros, llegar al por qué de no haberlos impreso cuando los acabaron. Es este solo un ejemplo de la búqueda de perfección y de excelencia que mueve a los creadores auténticos. [6] Carmen Olivo Alvarez: La sierra de las orquideas(1934), antes citado; Ada Pérez Guevara: Flora Méndez. Caracas: Editorial Elite, 1934. 22 p. [7] Pedro Berroeta: La leyenda del conde Luna. México: Aguilar,1956. 211 p. [8] Julio Miranda: Proceso a la narrativa venezolana. Caracas: Universidad Central de Venezuela,1975.270 p. Ver su juicio en las p.124-125.
LA SEÑORITA QUE SE FASTIDIABA
Cerramos estas observaciones sobre Teresa de la Parra con otra observación también mujeril. Dos años antes de la edición príncipe de Ifigenia su autora publicó en Caracas dos extensos fragmentos de aquel libro, gracias a José Rafael Pocaterra(1889-1955), que fue su editor, con su verdadero y original título: Diario de una señorita que se fastidia[1], fueron dos trozos, con pocas variantes, productos de la escritura final, de los capítulos II y IV de la segunda parte de Ifigenia, la titulada “El balcón de Julieta”. Fue en París, antes de imprimirla, pagada la edición por el general Juan Vicente Gómez(1857-1935), porque Teresa de la Parra pertenecía a la “Círculo intelectual del gomecismo”[2], cuando se hizo el cambio de título. Fue, a nuestro entender un error, un dislate, un desconocimiento de nuestro mundo tropical, del sopor producto de calor, como lo anotó antes que nosotros el maestro Uslar Pietri. Mucho más hondamente femenino, geográficamente tórrido, y dándole sentido a aquella sociedad adormecida del gomecismo, lo que se revelaba en el título original el cual pasó a ser en la primera edición el subtítulo del libro que después desapareció de su portada, en sus sucesivas ediciones, con el pasar del tiempo.
LA MUJER POSTERGADA
Y habría que añadir, antes de entrar en Las mujeres toman la palabra, otra consideración más, relativa a la narrativa venezolana lo cual es que si bien, ya lo hemos señalado, tuvimos una literatura escrita por mujeres como conjunto después de la muerte de Gómez, para nosotros desde de 1937, cuando se publicaron las novelas Tierra talada, de Ada Pérez Guevara y Los buzos, de Lucila Palacios. Antes de 1924, fecha de Ifigenia, hubo algunas narradoras, todas aisladas unas de otras, tuvimos en la coriana Virginia Gil de Hermoso la primera novelista en lograr amplio eco con sus libros. Atrás de la Gil de Hermoso no hay otra, pero si algunas novelas aisadas, caso Zulima, seudónimo de Lina López de Aranburu, y María Navarrete, nuestras únicas novelistas del siglo XIX; o, ya en el siglo XX, Rafaela Torrealba Alvarez o Virginia Gil Hermoso, con obras publicadas antes de 1924, fecha de la impresión de Ifigenia. Asi delante de todas está, nada más y nada menos, que la gran Teresa de la Parra y después de la autora de Ifigenia el vasto movimiento del escribir mujeril en el cuento y en la novela el cual no se ha detenido nunca hasta ahora. Estudiar todo esto complejo itinerario ha sido a lo cual ha dedicado su vida y su investigar Luz Marina Rivas en el campo de cuento[3].
TOMAN LA PALABRA
Era necesario todo este escolio para entrar en Las mujeres toman la palabra. El volumen lo inicia, como ya lo hemos indicado, nuestra Teresa de la Parra con su bello relato, de ascendencia fantástica, “El genio del pesacartas”, relato que incluso se podía considerar antecedente de lo hecho por Julio Garmendia(1898-1977) en La tienda de muñecos[4], ello sino no conociéramos también hoy, gracias a Carlos Sandoval(1964)[5], el rico movimiento de este tipo de relatos en nuestra literatura del siglo XIX, también antologado por Sandoval. El relato de Teresa de la Parra al que nos referimos es fino, delicado y sugerente. Pero nosotros hubieramos escogido La mama X.
En ”Leticia” de Irma De Sola Ricardo encontramos el relato de la iniciación sexual de una joven, muchacha que ya tenía en aquella pacata sociedad de los años treinta honda conciencia de su sexualidad, por ello “Leticia” es relato siempre sorprendente, Luz Marina Rivas lo ha logrado rescatar y exponerlo a la consideración de los lectores de hoy. Medio siglo más tarde, el momento del descubrimiento del sexo por una mujer, volverá aparecer en nuestras letras, en otro relato de excepción, “Babilonia” de Silda Cordoliani(1953), inserto en su primer libro así titulado.
En “La bailarina” de Dinorah Ramos hallamos como una mujer, una profesional, es capaz de renunciar a su oficio, profesión y vocación para casarse, lo que ya en aquel momento era condenable porque implicaba una renuncia así misma, porque como se lee en el cuento de Elba Arraiz, el verdadero nombre de Dinorah Ramos, “Yo era una de las innumerables mujeres a quienes la cercanía de un hombre había cortado las alas”(p.33). Aquello era propio de aquellas décadas, pero significaba para las mujeres una renuncia muy seria, ello ya hoy no sucede, las mujeres saben como encontrar su camino propio, usando la rebeldía, que siempre es creadora, siempre que sea necesario.
En “Pelusa” de Ada Pérez Guevara nos encontramos con una mujer trabajadora; en “La siembra humana” de Mireya Guevara la mirada hacia los marginados que viven la pobreza del medio; la aproximación al hombre, a lo masculino, sexualmente hablando, está en “¿Cómo besa el doctor Bonnet?” de Belén Valarino. Este es un relato singular en el cual la antóloga encuentra que “la protagonista de este cuento se presenta como una mujer autosuficiente, solvente económicamente, que mantiene una relación amorosa con un hombre siete años menor y se plantea derroteros muy diferentes al matrimonio…el relato sorprende por su diferencia con la elaboración de personajes femeninos en conflicto propia de la narrativa de los años cincuenta”(p.63-64).
En “El joven de las barbas” Gloria Stolk presenta el encuentro entre un hombre y una mujer en el cual él se fascina por su ternura y sumisión y ella lo logra encadenar, un asunto muy típico de los años cincuenta. Aparece, desde luego, el dolor siempre sufriente de las mujeres que aparecen en los libros de esta autora quien miró el amor con angustia y supo bien, en carne propia, como era de “amargo el fondo”.
Con Antonia Palacios, en nuestro mirar, pasamos a otro momento de la escritura mujeril, un momento de plenitud del fabular y del escribir. Para muchos Antonia Palacios sólo fue la autora de Ana Isabel, una niña decente lo que no es poco. Pero ella nos ofreció desde los años sesenta cuatro admirables libros de relatos, de cuentos de raigambre poética, de uno de los cuales, Crónica de las horas, ha tomada Luz Marina Rivas el memorable “Y la casa regresaba por fragmentos” en donde se hace presente el arte del recuerdo y la perennidad del tiempo.
Antonia Palacios publicó su gran novela en 1949 y 1964 con su Crónica de las horas, reinició el trabajo de concebir ficciones, después de largos años de hondo dolor por la muerte de su única hija, la pianista Maria Antonia Frías Palacios(1941-1963). En 1976 Antonia Palcios fue la primera mujer en obtener el Premio Nacional de Literatura.
Pero también en ese período se realizó un gran vuelco, apareció en 1968, una nueva generación literaria con varias muy destacas mujeres entre ellas. Poetas como Hanni Ossot(1946-2002) o narradoras como Laura Antillano(1950) o Antonieta Madrid(1939). La Antillano de obra extensa y bien cernida, quien publicó en 1969 su primera obra La bella época, de la cual toma aquí ”La imagen” la antóloga. Y en decurso del tiempo, siempre fiel a su vocación por la palabra, ha desarrollado una amplia labor como autora de narraciones cortas que le llevaron a concebir una, “La luna no es como pan de horno”, con el cual obtuvo, fue la primera mujer en obtenerlo, el premio del Concurso de Cuentos del diario El Nacional(agosto 3,1977), lo cual es consagratorio entre nosotros. Así “La luna no es como pan de horno”, no se puede pedir un título más femenino, que es antológico, esencial, central, es de hecho una elegía en prosa, hecha tras el deceso de su admirada mamá, la pintora Lourdes Armas Alfonzo(1927-1977). Nos bastaría con este relato para certificar, no se crea que exageramos, la grandeza de Laura Antillano como narradora sino tuviéramos otros cuentos, como los que están aquí, tal “El fauno”.
De ese mismo período es Antonieta Madrid, su libro de cuentos Reliquias detrapo es de 1972, su primera novela No es tiempo para rosas rojas, es de 1975. Su volumen de narraciones Feeling de 1983, sin desdecir lo que leemos en Reliquias de trapo, nos ofrece en Feeling lo más lúcido de su escribir, lo mas estimulante para la fantasía de cualquier lector. De ambos libros ha tomado Luz Marina Rivas los dos relatos de Antonieta Madrid que aquí nos ofrece, seleccionados con especial cuidado: “La paz se acabó en está casa” de Reliquias de trapo y “Transmigración” de Feeling.
Está aquí un relato que dejó huella: tal “Evictos, invictos y convictos”, de Lourdes Sifontes Greco(1961), narración que resultó polémica por no haber encontrado que de él se hiciera una certera lectura, es de hecho un anti cuento.
Marcadamente mujeril es “En el suelo o a mil años de luz” de Iliana Gómez(1951), con su pregunta constante por la identidad personal.
En Milagros Mata Gil(1951) nos conmueve hondamente su “Carta de una viuda de la guerra civil” que relata la muerte de un ser amado de la protagonista caído en la masacre del 11 de abril de 2002 en Caracas.
En Lidia Rebrij(1948) el amor y el desamor sentido por las mujeres siempre está presente en su fabular. Aquí en “Falsa piel” es el relato de una bella muchacha que se desnuda cada noche y ofrece su cuerpo en un local nocturno, pero junto a ello está también el drama de la inmigración porque “Dorys frontera”, como la llama la escritora, vino de allá. Para trazar “Falsa piel” a su magnífica autora, siempre de suntuoso lenguaje, le bastó un poco más allá de una cuartilla para hacer su revelación, llena de piedad.
La aparición de Silda Cordoliani con su primer libro Babilonia[6], cuyo relato así titulado se recoge en Las mujeres tomanla palabra, fue registrada como un hecho decisivo en nuestras letras. Y “Babilonia”, con una honda belleza en la forma de relatar, nos ofrece la historia de una iniciación sexual de una muchacha en los lejanos tiempos del mundo antiguo.
En cambio Stefania Mosca(1957-2009), con su siempre augusta ironía, en “La chica Cosmo” destruye los mitos de la actual sociedad industrial en la cual la belleza femenina no es un valor espiritual sino material y una forma de utilizar a la mujer. El relato es sabrosamente demoledor.
Judit Gerendas(1940) en “La escritura femenina” registra los sortilegios por los cuales debe pasar para escribir una mujer que es a la vez madre y esposa. Y, claro, el relato se espiga desde las ideas expuestas por Virginia Wolf(1882-1941) en Una habitación propia(1929), el cuarto de escribir que toda creadora debe poseer, según la notable inglesa. La protagonista de Judit Gerendas sueña con un mundo mejor para sus hijos(p.185) pero también la escuchamos cuando escribe:”yo me había estado preguntando sobre el cómo podría configurarse una expresión de lo femenino. Puesto que resultaba evidente que yo no lograría nunca escapar de esa condición, debido a mis limitaciones ya esbozadas, tendría que estar dispuesta al menos a sumirla, y a enfrentarla lúcidamente”(p.187).
“Cambio de guardia” de Milagros Socorro(1960) nos permite mirar certeramente, dice Luz Marina Rivas, con la que coincidimos, “las contradicciones de nuestra cultura”(p.191).
El de Blanca Strepponi(1952), “Las orejas de Asia”, es una visión de la vida cotidiana “que roza lo insólito”(p.197), como apunta la antóloga.
Y por fin, el también doloroso, “El vestido santo” de Ana Teresa Torres, que luego hallamos desarrollado dentro de una de sus más densas novelas, Vagas desapariciones, nos pone ante los sucesos, siempre entremecedores, del Caracazo(febrero 27-marzo 1,1989). Así tanto Milagros Mata Gil, en la narración antes citada, como Ana Teresa Torres se acercan hondamente a la realidad, dolorosa, grave, contradictoria, llena de asesinatos, del no dejar que las gentes mueran con dignidad, que aparecen en el vivir venezolano de estos años.
Tal el panorama que hallamos en nuestro cuento cotemporáneo escrito por mujeres hasta fines de los años noventa del siglo XX.
LA NOVELA MUJERIL
Ya nos hemos referido, gracias a las hondas incursiones de Luz Marina Rivas, como fue la insurgencia de las letras femeninas en el post gomecismo. Ella lo miró en La literatura de la otredad a través de la narración corta. Pero estas también tuvieron su cultivo de la novela, y aunque Luz Marina Rivas no se refiera a ellas por la índole específica de su investigación, deseamos realizar una ojeada a estas novelas, también abresurcos por el mensaje que traen a sus lectores, porque ellas complementan el panorama trazado por ella y cómo cuento y novela nos dan el conjunto de lo hecho por la mujer escritora en este decisivo período de nuestra vida contemporánea.
[1] Teresa de la Parra: Diario de una señorita que se fastidia. Caracas: La Lectura Semanal, 1922. 28 p. [2] Jesús Sanoja Hernández: “El circulo intelectual del gomecismo” en Isabel Ciudad Juan Vicente Gómez ante la historia, San Cristóbal: Biblioteca de Autores y Temas tachirenses, 1986,p.227-233; ver en el mismo libro Luis Britto García: “Los intelectuales y el poder”(p.333-341); Arturo Uslar Pietri: Letras y hombres de Venezuela,p.274. [3] Las novelas que hemos mencionado, excepción de las de Zulima, María Navarrete y de Virginia Gil Hermoso ya las hemos registrado. Nos falta, hasta 1924, la de Rafaela Torrealba Alvarez: Mártires de la tiranía. Barquisimeto: Imp.Luis Falcón, 1909. 96 p., desde luego, por la fecha de su edición, la dictadura a la que se refiere es a la de Cipriano Castro, hacía poco terminada. Esto lo suponemos porque nos ha sido imposible poder encontrar un ejemplar de este libro. Fue esta una escritora larense, nacida en Quibor. [4] Julio Garmendia: La tienda de muñecos. Prólogos: Jespus Semprum y César Zumeta. París: Editorial Excelsior, 1927. 147 p. [5] Carlos Sandoval: El cuento fantástico venezolano en el siglo XIX. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 2000. 149 p. ; Carlos Sandoval: Días de espantos. Antología. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 2000. 300 p. [6] Silda Cordoliani: Babilonia. Caracas: Fundarte,1993. 85 p.
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Porque casi todas ellas, las mismas que escribieron sus ficciones fueron a la vez las militantes de lo femenino, de hecho la primera generación de luchadoras por el papel y los derechos de la mujer en nuestra sociedad, y más tarde nuestras sufragistas, fueron también varias de estas escritoras.
Es punto de vista plenamente aceptado por la crítica, muy bien explicado por la profesora Carmen Mannarino(1936-2015), en su prólogo a la recuperación de la novela de Trina Larralde, Guataro[1], que esas novelas que citaremos son las que hay que considerar primeramente[2].
Son, esta última es muestra opinión, casi todas escritas a la luz del alero de Teresa de la Parra, nuestra creadora mayor, tanto ayer como hoy, la escritora más admirada por ellas, tanto que cuando, en 1947, se trasladaron a Caracas los restos de la autora de Ifigenia, muerta en Madrid once años antes, un grupo numeroso de mujeres pidió permiso al director de Protocolo de la Casa Amarilla, Pedro Luis Sánchez Pacheco, donde fueron las exequias, cargar ellas la urna de la gran difunta. No les fue permitido porque se consideró que aquello no lo podían hacer las mujeres, pese a haberle expresado allí mismo una de ellas que “por qué no lo iban a poder hacer si cuando moría una monja las otras religiosas cargaban el féretro”. Y lo curioso que quien aquello dijo era la única mujer judía de aquel coro de mujeres que rendían honor a la que consideraban la más grande de sus congéneres.
Así se ha considerado que las novelas sobresalientes escritas por mujeres venezolanas, antes de 1960, fueron, después de las de la gran Teresa, Tierra talada, de Ada Pérez Guevara, Guataro, de Trina Larralde, quien fue una de las primeras antes de morir Gómez quien dio la palabra a la mujer en su columna “Al encuentro de la mujer venezolana” que publicaba en la revista Elite. Y estos libros continúan con Tres palabras y una mujer de Lucila Palacios, Ana Isabel, una niña decente, de Antonia Palacios, Anastasia, de Lina Giménez y Amargo el fondo de Gloria Stolk.
Así las protagonistas de nuestras novelas femeninas fueron María Eugenia Alonso(Ifigenia), Aurora(Tierra talada), María Antonia Ladera(Guataro),Berta(Tres palabras y una mujer), Anastasia en la novela homónima y Gisela(Amargo el fondo).
Estas fueron las novelas escritas por mujeres, expresión de sus palabras en donde ellas
“exponen sus anónimas tragedias, desde la marginalidad desproporcionada a sus engranajes socio-económicos…De unas como María Eugenia Alonso, María Antonia y Aurora, conocemos las peripecias prematrimoniales. De otras, como Berta, Anastasia y Gisela, las desazones y dudas existenciales con experiencia en la integración de parejas, tratadas con madurez, sinceridad y hasta sarcasmo…Durante algo más de media centuria nuestras escritoras han venido fracturando armaduras con herrumbre de siglos y han expuesto, con valentía, irresoluciones y avideces latentes en la mujer como ente humano, en quien ha prevalecido como destino el llamado a la creación y cuido de la familia, por formación, por costumbre, por escasez de opciones, pero con añadiduras también, y a veces sobresalientes, de conciencia y sensibilidad social requeridas de realizaciones transcendentes, o simplemente, de haceres donde la individualidad se mantiene” como sostiene Carmen Mannarino, en el estudio suyo sobre Guataro antes citado[3].
El mejor cierre de todo este proceso lo hallamos en una de las entradas del Diario en ruinas(2018), de Ana Teresa Torres en que leemos:
“Seguía allí con otro asunto en el que he insistido mucho, la generación de escritoras de los años 40. Pasa así con los temas, se toman febrilmente, se reciclan para distintos compromisos…Esa época del postgomecismo en que unas mujeres a la que nadie tomaba en cuenta más allá de sus padres y maridos, y eso para controlarlas, tuvieran el valor y la audacia de solicitar el derecho al sufragio, de plantear peticiones para la protección de las mujeres y niños al mismo presidente de la república(entonces López Contreras), establecieron organizaciones sociales y culturales para, que entre otras cosas, publicar sus escritos a los que nadie prestaba interés, me parece el origen de mi genealogía literaria. Las founding mothers. Tenemos, por supuesto, a Teresa de la Parra(1889-1936), pero su lucha fue individual, secreta, personalizada, casi familiar, y en ese sentido sin notorias consecuencias públicas. Son estas mujeres, escritoras la mayoría, de los años 40 y 50, las que agarran la sartén por el mango, las que ponen la carne en el asador, las que no dan puntada sin hilo. La generación de oro”[4].
Diario en ruinas denomina Ana Teresa Torres su diario recuento de la demolición de la sociedad venezolana hecha por el chavismo, este provoca lágrimas en sus lectores. Por su parte María Corina Machado ha encabezado una de sus columnas con esta expresión:”Estamos asistiendo a la destrucción de Venezuela”, lo que muchos venezolanos hemos pensado pero que ella puso en palabras, en letras de molde.
DESDE FINES DE LOS SESENTA
Ya hacia finales de la década del sesenta y sobre todo en los años setenta se produce un cambio sustancial en la mirada de las mujeres que escriben entonces sus novelas. Ello será evidente como consecuencia de un gran catalcismo anímico: la construcción del proceso democrático; la guerrilla de los años sesenta y la rebelión que supusieron, en 1968, los sucesos de Praga(abril 15) y París(mayo 29), ambos cambiaron los senderos del mundo. Y ni América Latina, ni Venezuela, fueron excepciones. De ese período será precisamente una sensible mujer quien defendió la vida y quien enjuició a aquellos que asesinaron a sus propios compañeros en la montaña durante la lucha armada. De allí No es tiempo para rosas rojas, de Antonieta Madrid. Esto hará también, en un libro situado entre el testimonio y la ficción, Clarita Posani en Los farsantes e incluso Angela Zago, ya dentro de la propia autobiografía, tal Aquí no ha pasado nada, que es por cierto uno de los libros más femeninos escritos entre nosotros, Existe la vida y Sobreviví a mi madre, los tres libros están encadenados. El primero, en el orden de los tiempos que se evocan, es el último de la serie publicado, Sobreviví a mi madre, la sigue Aquí no ha pasado nada, el último es Existe la vida.
No podemos dejar de mecionar aquí a Ana Teresa Torres, a quien estudiamos más adelante.
LA MUJER SE HA NARRADO ASI MISMA
Y podríamos seguir porque como lo hemos propuesto más de una vez: poniendo en fila los diversos personajes femeninos de nuestra ficción podríamos por una parte seguir la historia de la mujer y sobre todo mirar sus pesares y desvelos, tendríamos así una novela coherente, allí veríamos el drama de nuestras féminas, se podría comprender el por qué de sus dolores, insatisfacciones y frustraciones, todo ello pese a lugar tan destacado y protagónico que muchas ellas ocupan en la vida venezolana de estos días.
1960-1970: UNA DECADA
El proceso que seguirá la novela escrita por mujeres, después de 1960, cuando Elisa Lerner trabajó sobre los borradores de su novela El canto de la ociosa, de la cual sólo se conoce un fragmento publicado en una antología, pero nunca publicada hasta ahora. Fue mucho después cuando Elisa Lerner publicó su novela De muerte lenta, cuyos asuntos ya se incubaban en su notable obra dramática y en sus ensayos siempre celebrados. Desde los sesenta los derroteros que seguirá la novela femenina venezolana serán diversos y complejos. Los describimos más adelante. Pero el trabajo hecho por nuestras creadores entre 1935-1960 es significativo y para nada puede ser dejado de lado como nos lo mostró, dentro de los universos de la narración corta, y nutrida por el amplio conocimiento de la mujer que hizo posible el feminismo contemporáneo, fuera de Venezuela y en tono menor dentro de ella, Luz Marina Rivas en su Literatura de la otredad.
ANTONIETA MADRID
Antonieta Madrid(1939) ha vertido en la mejor de las suyas, No es tiempo para rosas rojas, las paradojas de un momento del vivir reciente: la lucha armada de los sesenta. En sus otras novelas Ojo de pez y De raposas y lobos ha buscado otros senderos e instancias para el escribir novelístico, la última es sin duda una inventiva postmoderna. En las tres brilla la plenitud de su forma de escribir[5].
VICTORIA DE STEFANO
Victoria de Stefano(1940) ha desarrollado con constancia una rica obra en el campo de la novela, tareas iniciadas en El desolvido[6] pero que ha sido constante desde La noche llama a la noche. Nosotros, sin desdecir ninguno de los momentos de su hacer, siempre llenos de luz, mucho saber y escribiendo siempre como una estilista, aquí elegimos especialmente El lugar del escritor, libro predilecto para nosotros, por trazar en él, un tema muy soslayado en nuestra literatura hasta hace muy tiempo, el vivir constante del intelectual.
ANA TERESA TORRES
Ana Teresa Torres(1945) se ha colocado por su tesón, constancia, pasión creadora, por la suntuosidad de su lenguaje y espléndido estilo a la cabeza de los novelistas venezolanos actuales, con ella nos encontramos que es la primera vez, muertos todos los grandes maestros, desde Meneses y Uslar-Pietri, desde Herrera Luque hasta Garmendia y González León, que una mujer es nuestro primer novelista, y no solo nuestra primera novelista, cosa que también ella es. Esto no lo pudo lograr Teresa de la Parra por estar a su lado una inmensa montaña: el maestro Gallegos y muy cerca de ella sus dos queridos amigos: Uslar Pietri y Enrique Bernardo Núñez, figuras ya solares de nuestra novela en los años treinta durante los cuales apareció también Guillermo Meneses(1911-1978).
Ana Teresa Torres ha tocado muchas instancias en sus diez novelas, todas las cuales son diferentes unas de otras. Esto lo podemos observar en El exilio del tiempo, en la cual de alguna forma ha dado nueva vida a universos de nuestra ciudad que Teresa de la Parra fue la primera en novelar, libro que podría denominarse novela histórica en cierto sentido pero en el cual el presente también está allí, con sus luchas, las dudas de sus personajes, sus peculiares avatares. El hondo proceso de creación que llevó a su autora a crear este libro puede ser seguido ahora en todos sus pasos gracias a la edición completa de su primera versión, en su volumen Dos novelas[7]. En ese mismo tomo, en la noveleta Me abrazó tan largamente(1996), la cual significa otra forma de entrar en el ámbito de El exilio del tiempo. Y en Me abrazó tan largamente podemos observar lo que es la urbe para esta escritora:
”Una ciudad es un libro con páginas faltantes, un libro en el que leemos fragmentos de nuestra vida entrecortadamente, a saltos, de atrás para adelante, con detenciones, prefiguraciones o sinsabores” (p.375).
En cambio en su segunda novela Doña Inés contra el olvido, ya traducida al inglés y al portugués, si nos ofreció una suerte de honda novela histórica de nuestra realidad, todo ello contado, como en su primera novela, con tal belleza, con tal maestría, con tal esplendor, que debemos contarla también como hondo logro estético.
Y claro es imposible al referirnos a Ana Teresa Torres soslayar sus Vagas desapariciones tanto por su historia, como por esa atmósfera lúgubre, sin esperanza que hallamos al leerla. En Vagas desapariciones están presentes los sucesos de “El Caracazo”(febrero 27-marzo 1,1989) pero es también significativa, y en grado sumo, por sobre todo por su inmersión en las meditaciones que los hechos postmodernos traen a nuestra consideración. Vagas desapariciones es un novela que aun espera una lectura sosegada y honda por ser de un valor que apenas se ha comprendido, ella es más que una novela psiquiátrica, de hecho sucede en un sanatorio de enfermos mentales. Y por fin, es imposible soslayar lo decisivo que son Los últimos espectadores del acorazado de Potemkin, novela plena en donde ella cierra un período de nuestro vivir contempóraneo porque los “últimos espectadores” son los últimos guerrilleros, los últimos comunistas. Ahora la complejidad de la estructura de esta narración y la forma de su desarrollo nos ponen ante un libro de alta significación dentro del proceso de la novela venezolana y latinoamericana.
Con la publicación de La favorita del señor, Ana Teresa Torres culminó su trabajo novelístico de una década durante la cual escribió cinco novelas. De hecho La favorita del señor se desprendió de la también magnífica Malena de cinco mundos logrando así su autonomía, pasó así de titularse Eco de goce ajeno, como se leía en su versión original, ha ser La favorita del señor. En esta novela, como antes en Malena de cinco mundos, Ana Teresa Torres desarrolló la idea según la cual las maestras de las mujeres deben ser las propias mujeres. Por ello ambas novelas se enlazan una con la otra. La favorita del señor puede ser tenida como una novela erótica, de hecho lo es, y de todas las instancias del vivir sexual, y es la primera novela erótica concebida por una escritora venezolana, antes sólo habíamos tenido los relatos eróticos pergeñados por ellas desde El delta en la soledad de Lourdes Morales, que fue el primero, el cual es además el primero que abre la familia de nuestros libros eróticos, escritos por hombres y por mujeres. Pero es también La favorita del señor, esto nos parece más sustancial en ella, es una novela de educación sentimental y sexual que se desarrolla en la España medieval musulmana y está escrita al calor del libro más bello sobre el amor escrito dentro de la cultura occidental: El collar de la paloma de Iba Hazm de Córdova(994-1063 dC), obra fechada en el año 1022 de nuestra era. El collar de la paloma de hecho es el entretexto dentro de la ficción de Ana Teresa Torres y la realización de la idea suya, ya explorada en Malena de cinco mundos, a la cual nos hemos referido antes. El collar de la paloma es una obra de tal profundidad en su compresión del hecho amoroso que pasarían después de ella varias centurias hasta que tuviéramos otra obra que se podría poner a su lado. Eso sucedió en el siglo XIX cuando el gran Stendhal(1783-1842) publicó Del amor(1822). Y fíjese el lector que cuando nos referimos a El collar de la paloma, e incluso a Del amor, para nada nos estamos refiriendo a libros sobre posiciones sexuales como el Kamasutra o el Anaga ranga, válidos, claro está, en el sentido de lo que quieren decir, en los motivos para los cuales fueron concebidos. El Kamasutra es un libro sánscrito, se supone que fue compuesto en la India entre los siglos IV al VII. Kama es el dios hindú del amor. Pero El collar de la paloma y Del amor son libros sobre el más grande sentimiento sentido por los seres humanos hombres y mujeres: el amor. Habría que añadir hoy, sobre el tema del amor y del erotismo, el libro del maestro mexicano Octavio Paz(1914-1998): La llama doble[8].
No hay que olvidar que la ciudad de Caracas ha sido un importante ámbito en el escribir de Ana Teresa Torres, sus novelas suceden en ella, con la excepción de algunas de las historias de Malena de cinco mundos o La favorita del señor. Entre ellas Nocturama ocupa un lugar singular, en ella miró la Caracas maltratada, hasta el hartazgo, por el chavismo, sólo que fueron pocos los que comprendieron que esa ciudad sin nombre y sin un héroe conocido, es nuestra capital, esta es la urbe asediada por las mil formas de violencia que aparecen la ficción de esta creadora.
Ana Teresa Torres es también una novelista que ha cultivado el cuento. De allí que si bien sus Cuentos completos, es único en este género dentro de su producción porque ella se ha dedicado con preferencia a la novela, porque seguramente necesita de su amplio espacio para el desarrollo de sus anécdotas. Pero desde sus Cuentos completos podemos espigar los orígenes de los escribires de Ana Teresa Torres. Además en ese tomo está el notable cuento de su iniciación literaria, “Retrato frente al mar”(p.126-137), el cual obtuvo el premio del concurso de cuentos del diario El Nacional que lanzo ampliamente su nombre, de hecho fue publicado en sus columnas(agosto 3,1984). Pese a ello ella guardó el silencio propio del creador durante los siguientes seis años, fue entonces que se decidió, en 1990, a dar a luz su primera novela El exilio del tiempo.
MILAGROS MATA GIL
Milagros Mata Gil(1951) nos ha ofrecido en las suyas[9] que vamos a considerar, un acercamiento a aquello que guardamos en la memoria. Tal esa profunda reconstrucción de los senderos del recuerdo que está La casa en llamas, novela plena y bien construida. En Mata el caracol nos ofreció un bello acercamiento a la figura del padre que es un tema que tanto ha tocado a varios novelistas venezolanos de ahora como Alberto Barrera Tyszka en La enfermedad, Oscar Marcano(1958) en sus Puntos de sutura, Héctor Bujanda(1968) en La última vez e Inés Muñoz Aguirre en sus Días de novenario [10].
Con carnadura dentro de los sucesos contemporáneos del país es la novela de Milagros Mata Gil Memorias de una antigua primavera en la cual visita otra vez los ámbitos que antes había recorrido Otero Silva en Oficina número uno.
LA NOVELA DE LAS MUJERES
Fue este también el período durante el cual la mujer venezolana, siguiendo la huella de Teresa de la Parra, sin duda alguna nuestra primera gran escritora, dejó en su obra, se atrevió a narrarse a sí misma. Se inició con ellas, a partir de 1937, cuando aparecieron Tierra talada de Ada Pérez Guevara y Los buzos, una novela aun inmadura, de Lucila Palacios. Con ellas comenzó un modo que tiene como centro a la mujer pero ella misma no divorciada de la realidad social. De este modo surgieron sin duda las novelas de Lucila Palacios, más tarde los registros de Gloria Stolk o de Antonia Palacios. Novelas como la de Lucila Palacios Tres palabras y una mujer, acusada en su momento de poseer un “feminismo desquiciado”[11], o Amargo el fondo de la Stolk, nos muestra como la mujer, descarnadamente, se narró a sí misma y no dejó de mirar incluso hacia los oscuros terrenos de la propia sexualidad, siempre tan en tinieblas como su propia vagina de cada una. En medio de aquel proceso Antonia Palacios escribió su Ana Isabel, una niña decente, novela artísticamente realizada, relato moroso y primoroso de un mundo ya ido. Ana Isabel, una niña decente fue la mejor novela que en nuestras letras escribió una mujer en los años cuarenta, porque la espléndida El corcel de las crines albas, de Lucila Palacios apareció ya en la década del cincuenta, se le considera con razón su libro mayor.
Los cuarenta fue tiempo en el cual el cuento femenino tuvo especial relieve como nos lo mostró la aguda exploración de la narración corta mujeril publicadas entre nosotros en los cuarenta y los cincuenta hecha por Luz Marina Rivas en su Literatura de la otredad, libro inexplicablemente inédito aun, pese a su peso específico como indagación del período y como mirada al unísono de la creación literaria y de la vida y acción de las mujeres en nuestra sociedad, en muchos casos, casi siempre, las mismas escritoras, en la vida venezolana en la cual lograron importantes transformaciones como lo fueron, a partir del Mensaje a las mujeres al presidente Eleazar López Contreras, enviado a los trece días de muerto el dictador y concluida la tiranía, pidiendo por vez primera las mujeres por sus derechos y por la protección del niño. Fueron esas mismas mujeres, entre las cuales estaban las propias creadoras literarias, de hecho en la novela de Ada Pérez Guevara Tierra talada, cuya editora fue Irma De Sola Ricardo, está expresado el ideario de esa generación de mujeres, la cual además de su propia escritura, sobre todo de narraciones cortas, como bien lo explica Luz Marina Rivas, logró la fundación, además de la Asociación Venezolana de mujeres(1936) y de la Casa Pre Natal María Teresa Toro de Caracas, que todavía existe, el establecimiento de todas las instituciones de protección al niño, el logro de los derechos civiles para las mujeres primero(1942) y los derechos políticos para ellas más tarde(1947). Las tareas literarias de aquella promoción, que logró formar también la Biblioteca Femenina Venezolana primera en su género y convocar el primer concurso literario femenino, debe ser estudiada a través de la exploración que hallamos en la Literatura de la otredad y en su morocho la antología, de su misma autora, Las mujeres toman la palabra, la cual registra un largo período de ochenta años de escritura de cuentos concebidos por mujeres, desde Teresa de la Parra(1915) hasta Ana Teresa Torres(1995).
Pero ambas obras, que es lo que queremos remarcar, una es corolario de la otra, nos muestran como fue el perfil de las que podemos denominar las primeras escritoras que como unidad tuvo Venezuela porque antes, hasta 1935, las tuvo aisladas unas de otras. Antes las hubo, ya lo hemos estudiado, sobre todo poetas, desde la monja carmelita sor María de los Ángeles, María Josefa de la Paz y Castillo(1765-d1818), quien a fines de la colonia, nació en el siglo XVIII, compuso en su celda de su convento caraqueño, las obras suyas que conocemos. A ella le siguieron las poetas que podemos encontrar en las revistas y periódicos, en sus libros o en las antologías impresas a lo largo del siglo XIX. Varias de estas continuaron escribiendo hasta que aparecieron nuestras primeras poetas del siglo XX como Mercedes Guevara Rojas de Pérez Freites, madre de Ada Pérez Guavara, y más tarde aedas de altísimo escribir en obras bien cernidas como Luisa del Valle Silva, Enriqueta Arvelo Larriva o María Calcaño, cuyas Alas fatales fueron impresas en 1935, al igual que el primer libro de Pálmenes Yarza(1916-2007), editado al año siguiente. Fue con ellas que nos llegó el año 1937, fecha de la publicación de la primera novela de Lucila Palacios, Los buzos, libro todavía inhacabado, y de Tierra talada de Ada Pérez Guevara, el vasto movimiento de “literatura de mujer”, para usar una expresión cara a Luz Marina Rivas, que no se ha detenido en ningún momento entre nosotros. De allí en adelante se vislumbró el movimiento literario que tuvo como su primera sede cierta, en lo relativo a las letras femeninas, en la Asociación Cultural Interamericana (1937), fundada por Irma De Sola Ricardo[12]. Allí surgió la formación de la ya citada Biblioteca Femenina Venezolana y de su concurso anual. Y por allí, y cerca de allí, se produjo todo el movimiento que dentro del cuento vislumbró y estudió Luz Marina Rivas en su Literatura de la otredad. Fue tal la unidad lograda entre las mujeres, en un período que para el cuento se inició en 1940 y se cerró, al menos dentro de la comprensión lograda por Luz Marina Rivas, en 1956. Movimiento en que cual, como ella misma logró verlo, se destacó más el relato que la novela. Tanto que en verdad, con los antecedentes de Tierra talada, de Ada Pérez Guevara y Guataro, de Trina Larralde, en los años treinta, sólo tuvo dos grandes logros en los cuarenta en las novelas Tres palabras y una mujer, de Lucila Palacios, la cual por su planteamiento mujeril tiene un particular sentido testimonial, es la expresión de un deseo, significa el pedido del nacimiento de otra mujer, distinta a la “ama de casa” que son las tres palabras a las que alude el título. La otra novela, la más grande realización de la década fue Ana Isabel, una niña decente, de Antonia Palacios, novela de gran belleza, en la cual ella convocó a sus páginas el arte del recuerdo, porque como escribió el argentino Tomás Eloy Martínez(1932-2010), “la verdadera identidad de las personas son los recuerdos”[13], que venía de Las memorias de mama Blanca de Teresa de la Parra, que fue su real ascendiente literario, y ello hecho en Ana Isabel, una niña decente, de forma pocas veces igualada entre nosotros, después de Teresa de la Parra, a nuestro entender. La ficcionalización del recuerdo sólo se haya en nuestra literatura en Viaje al amancer(1943), de Mariano Picón Salas(1901-1965), en Cumboto(1950), de Ramón Dìaz Sánchez(1903-1968), en También los hombres son ciudades(1962), de Oswaldo Trejo(1924-1997) y en Compañero de viaje(1970), de Orlando Araujo(1927-1987)[14]. Al hablar de recordar es imposible no registrar aquí el memorable cuento “La luna no es pan-de-horno”(1977) de Laura Antillano, honda elegía en prosa, escrita en memoria de su madre[15].
De allí en adelante habría, mientras el cuento escrito por las mujeres se seguía cultivando y proseguía ofreciendo sus bellos dones, pocas novelas concebidas por féminas fueron destacables hasta Anastasia(1955) de Lina Giménez. Y de allí, deteniéndonos en la memoria hecha de sus muertos amados por Gloria Stolk en La casa del viento, su mejor obra junto con sus Cuentos del Caribe[16], hay que pasar a la mirada a la adolescencia lograda por Laura Antillano(1950) en La muerte del monstruo-come-piedra[17], obra también significativa.
No tendríamos una novela plenamente rotunda, de honda significación literaria y socio-política, de muchas consecuencias, no siempre vistas con precisión, hasta la publicación de No es tiempo para rosas rojas, de Antonieta Madrid(1939) y de allí hasta El exilio del tiempo de Ana Teresa Torres y toda su saga mujeril iniciada entonces, en su búsqueda constante de dar la palabra, según su propia confesión, a quien no la había tenido: la mujer.O como ella lo expresó: “hablare por las voces de los que no la tenían, especialmente las mujeres, contar la historia a partir de ellas”[18].
Aquí no ha pasado nada de Angela Zago, publicada tres años antes de la de Antonieta Madrid, no es una novela sino una autobiografía, así haya sido catalogada, equívocadamente, como tal más de una vez, lo cual no le quita su verdadero mérito y la valentía del recuento ofrecido, ya nos hemos referido ampliamente a este libro, a nuestro entender, uno de los libros más femeninos de nuestras letras, solo una mujer lo podía haber escrito.
Tal, ya lo hemos visto, todo lo que se puede derivar de la interpretación de las escrituras femeninas realizado con tanto tesón y paciencia por Luz Marina Rivas, estudio que como otros suyos que han venido después la han colocado al frente de la investigación sobre lo que se denomina por muchos literatura femenina y que nosotros preferimos denominar literatura escrita por mujeres, u obras de escritores de sexo femenino, como alguna vez lo escribimos[19]. Luz Marina Rivas prefirió en su Literatura de la otredad utilizar “las expresiones ‘literatura de mujer’ y ‘escritura de mujer”(p.ix), para evitar, anota, “la polémica ‘literatura femenina’. Tal como será explicado más adelante, entendemos que las obras escritas por mujeres no están determinadas por la biología sino condicionadas por la marginación social de la escritoras”(p.ix) apunta. Las expresiones utilizadas las tomó Luz Marina Rivas de una autora española[20].
También es estimulante el panorama que sobre algunas narradoras del post gomecismo(1935-1945) estableció Mariana Libertad Suárez(1974) en su tesis de maestría[21] deteniéndose en los libros de cuentos Síntesis de Irma De Sola Ricardo, Seis mujeres en el balcón de Dinorah Ramos(seudonimo de Elba Arraiz), Pelusa y otros cuentos de Ada Pérez Guevara y Entre la sombra y la esperanza de Blanca Rosa López y las novelas Tierra talada de Ada Pérez Guevara y Ya en el otoño, de Mercedes López León, pero todo esto hecho desde la doble perspectiva de mirar el proceso político social en el cual se insertan estas producciones, todas tan singulares para el estudio de lo que consideramos se debe llamar el “discurso de la mujer” porque todas las escrituras que examinan tanto Luz Marina Rivas, que es la avanzada y la gran maestra en estos estudios. Mariana Libertad Suárez ha seguido su huella, prque siempre hay un cadena en el desarrollo de la crítica literaria. Mariana Libertad Suarez ha añadido a sus estudios una ciudadosa investigación sobre Lina Giménez y su novela Anastasia. Este libro es seguramente lo más hondo que conocemos como interpretación de las producciones de nuestras mujeres en los años cincuenta.
[1] Carmen Mannarino: “Guataro, algo más que una mención” en Trina Larralde: Guataro.2ª.ed.,p.22. [2] Ada Pérez Guevara: Tierra talada, ya citada; Trina Larralde: Guataro, ya citada; Lucila Palacios: Tres palabras y una muje, ya citada; Antonia Palacios: Ana Isabel, una niña decente, ya citada; Lucila Palacios: El córcel de las crines albas. Caracas: Ávila Gráfica, 1950. 172 p.; Lina Giménez: Anastasia. Caracas: Edime, 1955. 182 p. y Gloria Stolk: Amargo el fondo. Caracas: Tip. Vargas,1957. 201 p. [3] Carmen Mannarino: “Guataro, algo,más que una mención” en Trina Larralde: Guataro.2ª.ed.,p.22-23. [4] Ana Teresa Torres: Diario en ruinas. Barcelona: Alfa, 2018.383 p. La cita procede de la p.168. [5] Antonieta Madrid: Antonieta Madrid: No es tiempo para rosas rojas. Caracas: Monte Ávila Editores,1975. 184 p.;Ojo de pez. Caracas: Planeta, 1991. 182 p.;De raposas y lobos. Caracas: Alfaguara,2001. 182 p. [6] Victoria de Stefano: El desolvdo. Caracas: Ediciones Bárbara, 1971. 162 p.; La noche llama a la noche. Caracas: Monte Ávila Editores,1985. 297 p.; El lugar del escritor.Caracas: Grupo Editorial Alter Ego, 1992. 125 p. [7] Ana Teresa Torres: Dos novelas. El exilio del tiempo./Me abrazó tan largamente. Mérida: El otro, el mismo,2005. 481 p. Ver: “El exilio del tiempo”(p.11-364). Las otras novelas suyas a las que nos referimos son Doña Inés contra el olvido. Caracas: Monte Ávila Editores,1992.239 p.; Vagas desapariciones. Caracas: Grijalbo, 1995. 304 p.; Los últimos espectadores del acorazado de Potemkin. Caracas: Monte Ávila Editores, 1999. 309 p.; Malena de cinco mundos. Washington: Literal Books,1997. 268 p.;La favorita del señor. Caracas: Editorial Blanca Pantin/La Nave Va, 2001. 190 p.; Nocturama. Caracas: Alfa, 2006. 198 p. Su único libro de narraciones cortas es Cuentos completos. Mérida: El otro, el mismo, 2002. 217 p.; Los últimos espectadores del acorazado de Potemkin. Edición y prólogo: Miguel Gomes. México: Fondo de Cultura Económica,2010. 420 p., es la edición internacional de su celebrada novela; La escribana del viento. Caracas: Alfa, 2013.383 p. [8] Ibn Hazm de Córdoba: El collar de la paloma. Tratado sobre el amor y los amantes. Prólogo: José Ortega y Gasset Traducción: Emilio García Gómez. Madrid: Alianza Editorial, 1971.338 p.; Stendhal: Del amor. Tradución, prologo y notas: Consuelo Berges. Estudio preliminar: José Ortega y Gasset. Madrid: Alianza Editorial,1968.433 p.; Octavio Paz: La llama doble. Amor y erotismo. Bogotá: Seix Barral,1993. 223 p. [9] Milagros Mata Gil: La casa en llamas. Caracas: Fundarte, 1989. 261 p.; Memorias de una antigua primavera. Caracas: Planeta,1989. 261 p.; Mata el caracol. Caracas: Monte Ávila Editores,1992. 157 p. [10] Alberto Barrera Tyszka: La enfermedad. Caracas: Anagrama/Alfadil, 2006. 168 p.; Oscar Marcano: Puntos de sutura. Caracas: Planeta, 2007.265 p.; Héctor Bujanda: La última vez. Caracas: Norma,2007.152 p.; Inés Muñoz Aguirre: Días de novenario. Caracas: Ediciones B, 2013. 184 p. [11] Pedro Pablo Barnola: “Lucila Palacios: feminismo desquiciado” en sus Estudios crítico literarios. Primera serie, p.157-168. La cita procede de la p.157. El error en la apreciación crítica del padre Barnola estriba en el hecho de que la literattura cuenta la vida como es. Es la ética la que se refiere a la vida como debe ser. Literatura y ética son dos espacios distintos. Y, desde luego, pagó también, con su veraz novela, Lucila Palacios, el precio que siempre pagan los pioneros, más en el caso de las mujeres quienes con palabra propia apenas estaban apareciendo con sus libros que poco tenían que ver con los del pasado. [12] Irma De Sola Ricardo: Realización de un ideal. Trayectoria de la Asoación Cultural Interamericana en sus primeros cincuenta años,1937-1987. Caracas: Anauco Ediciones, 1988.61 p. [13] Tomás Eloy Martínez en su Purgatorio. Bogotá: Alfaguara,2009. 291 p. La cita procede de la p.17. . [14] Mariano Picón Salas: Viaje al amanecer. México: Universidad Nacional Autónoma de México,1943. 202 p.,; Ramón Díaz Sánchez: Cumboto. Buenos Aires: Editorial Nova,1950.246 p.; Oswaldo Trejo: También los hombres son ciudadades. Bogotá: Espiral,1962. 192 p.; Orlando Araujo: Compañero de viaje. Caracas: Editorial Fuentes, 1970. 144 p. [15] Laura Antillano: La luna no es pan-de-horno y otras historias. Caracas: Monte Ávila Editores, 1988.101 p. [16] Gloria Stolk: Cuentos del Caribe. Prólogo: Germán Arciniegas. Caracas: Monte Avila Editores,1975. 164 p. [17] Laura Antillano: La muerte del monstruo-come-piedra. Caracas: Monte Ávila Editores,1971.158 p. [18]La observación final del párrafo la tomamos de Ana Teresa Torres: El oficio por dentro, p.208. [19] Ver nuestro: “Escritores de sexo femenino” en El Nacional, Caracas: Junio 26,1978 [20] Carme Riera: “Literatura femenina, ¿un lenguaje prestado?, revista Quimera, Barcelona, n/ 13, 1981. [21] Mariana Libertad Suarez: Criaturas que no pueden ser.Caracas: Monte Avila Editores, 2005. 197 p.; Mariana Libertad Suarez: Una ficción apretada en el pecho. Memoria y contrramemoria en Anastasia(1955) de Lina Giménez. Caracas: Monte Ávila Editores,2012.198 p.; la novela de Mercedes López de León es Ya en el otoño.Caracas: Asociación Cultural Interamericana, 1941. 121 p. LA NOVELA: LOS DELICADOS OJOS DE LAS FÉMINAS
Reiteramos aquí un asunto que hemos mencionado antes. Esta son las novelas escritas por una mujer, mirada la realidad a través de sus delicados ojos, asunto sin duda puesto a andar desde que se publicó la primera escrita por una mujer en Venezuela, en la octava década del siglo XIX, nos referimos a El medallón(1885) de Lina López de Aramburu, quien firmó toda su obra con el seudónimo de Zulima, ella fue también fue autora de dos novelas más y de la pieza teatral María o el despotismo(1885), que fue el primer libro literario escrito por una mujer editado en el país. La otra novela concebida por una dama del siglo antepasado fue Castigo o redención de María Navarrete, quien perteneció al importante grupo de escritoras de Coro, que lideró Polita De Lima(1869-1944), esta fue la primera peña literaria formada por mujeres que registran nuestros anales literarios, nació el grupo en Coro 1890 con la publicación de la revista Armonía literaria.
Y hacemos esta referencia entre otras cosas porque como lo hemos observado en algunos de nuestros apuntes de lector si se ponen una al lado de la otra las novelas escritas por escritoras venezolanas en el siglo XX, cuando ya el género se vertebró en las manos de nuestros escritores hombres y mujeres, si se organizan las escritas por mujeres no en el orden en que fueron publicadas sino de acuerdo a los pasos de nuestro vivir de ayer y de hoy tendríamos una historia de la mujer venezolana, veríamos la evolución de la presencia de la mujer en la vida venezolana. Esto lo observamos desde cuando nos damos cuenta de las cuitas románticas de sus protagonistas que pintó tan bién Virginia Gil de Hermoso en sus lacrimosas novelas, fue ella además la primera novelista venezolana, a principios del siglo XX, en lograr amplio eco con sus narraciones Sacrificios(1908) e Incurables(1915). Pero ya había en Virginia Gil de Hermoso, otra de las mujeres del grupo mujeril de intelectuales de Coro, lo cual no es casual, un hecho fundamental en el desarrollo de las letras nuestras escritas por mujeres: sentir lo grave de nuestra realidad social, evidente en su novela El recluta(1978), que de haberse publicado en sus días, y no sesenta y cinco años después de su deceso, hubiera sido la iniciadora el la novela social venezolana escrita por una mujer, en ella se trata un gravísimo problema social de los días de las guerras civiles. Por ello nuestra novela social escrita por mujeres se inició en un pasaje de Ifigenia de Teresa de la Parra cuando María Eugenia, caminando por La Pastora, en Los Mecedores precisamente, le pide al entrañable tío Pancho le enseñe Caracas tal cual es, incluso sus lugares más pobres, “Llévame por las calles más viejas, tío Pancho, llévame por las más pobres, por las más feas, por las más sucias, por las más tristes, que quiero conocerlas todas ¡todas!”[1].
Y se seguimos, a vuelo de pájaro, fue Teresa de la Parra quien escribió en Ifigenia la primera historia de amor de nuestra literatura, recuento de un amor frustrado. Pero nuestra gran Teresa a la vez nos mostró la sociedad caraqueña bajo el gomecismo, y el lugar que ocupaba la mujer en ella. Y en Las memorias de mamá Blanca(1929) pintó nuestros ámbitos del siglo XIX, tiempo desaparecido ya para entonces, por lo que esta novela impar es una elegía en prosa. Esas mismas memorias, hechas con saudade, no las brindaría también Antonia Palacios en Ana Isabel, una niña decente(1949) para nuestro gusto la mejor novela venezolana de los años cuarenta, hija legítima, otra vez, el ficcionalizar de Teresa de la Parra, con quien empezó todo lo contemporáneo en nuestras letras escritas por mujeres.
Y fue Teresa de la Parra la inspiradora de lo que vino después de ella, desde 1937 para ser exactos. A Teresa la siguieron Ada Pérez Guevara mostrando en Tierra talada los ideales y proyecto de nuestra primera generación de mujeres activistas, la que apareció el 30 de diciembre de 1935, a trece días de la muerte del tirano, con su célebre Mensaje enviado al presidente Eleazar López Contreras, este papel es el primer documento femenino de la historia de Venezuela.
Y tras Ada Pérez Guevara vimos aparecer la realidad vista con ojos críticos y mirando el interior de sus criaturas y sus conflictos en Guataro(1938) de Trina Larralde; la protesta de aquella que no quería ser solo ama de casa, en Tres palabras y una mujer(1944) de Lucila Palacios en donde se desarrolla una honda conciencia social, de hecho fue la primera vez que un aborto apareció en nuestra ficción. Y vino más tarde la tragedia de la incomprensión matrimonial ya en los cincuenta en Amargo el fondo(1957) de Gloria Stolk. Y estos son apenas algunos ejemplos antes que la brújula creadora cambiara y entrara por nuevos senderos.
Este nuevo andar lo hallamos ya en 1971 con la primera novela de Laura Antillano La muerte del mounstruo-come-piedra; en 1975 No es tiempo para rosas rojas de Antonieta Madrid; desde 1989 en los universos de un estupenda novelista hasta ahora poco atendida como lo es Milagros Mata Gil(1951) o la extensa parábola que significan los ámbitos imaginarios de Ana Teresa Torres(1945).
LOS CUARENTA Y LOS CINCUENTA
En cambio, Ana Isabel, una niña decente es novela de la rememoración de lo yo ido, recuerda, es imposible soslayarlo, la forma como también Teresa de la Parra trató los tiempos ya pasados de su infancia en Las memorias de mamá Blanca. De los años ciencuenta es Anastasia(1955), de Lina Giménez o Amargo el fondo de Gloria Stolk, cuya protagonista termina en la tragedia del desamor por sentirse incomprendida y traicionada en el amor.
DE 1960 EN ADELANTE
El proceso que seguirá la novela escrita por mujeres, después de 1960, cuando Elisa Lerner(1932) trabajó sobre los borradores de su novela El canto de la ociosa, de la cual sólo se conoce un fragmento publicado en una antología preparada por la siempre animosa Cristina Guzmán[2], nunca publicada hasta ahora, aunque sus hojas existen en poder de su autora como hace poco nos confesaba, la animamos entonces a revisarlas y publicarlas. Fue mucho después pues cuando Elisa Lerner editó su primera novela De muerte lenta, cuyos asuntos se acunaban ya en los años sesenta en su notable obra dramática y en sus ensayos siempre celebrados.
Desde los sesenta los derroteros que seguirá la novela venezolana escrita por mujeres serán diversos y complejos. Pero el trabajo hecho por nuestras creadores entre 1935-1960 es significativo y para nada puede ser dejado de lado como nos lo mostró, dentro de los universos de la narración corta, y nutrida por el amplio conocimiento de la mujer que hizo posible el feminismo contemporáneo, Luz Marina Rivas primero en su Literatura de la otredad y después en La novela intrahistórica, centrado en este último caso en el examen de varias de las más destacadas novelas de Laura Antillano(Perfume de gardenia, 1982 y Solitaria, solidaria,1990), Milagros Mata Gil(La casa en llamas, 1989, Memorias de una antigua primavera, 1989 y El diario intimo de Francisca Malabar,2002) y Ana Teresa Torres(El exilio del tiempo,1990, Doña Inés contra el olvido, 1992 y Malena de cinco mundos, 1995).
DESDE FINES DE LOS SESENTA
Ya hacia finales de la década del sesenta y sobre todo en los años setenta se produce un cambio sustancial en la mirada de las mujeres que escriben entonces sus novelas. Ello será evidente como consecuencia de un gran catalcismo anímico: la guerrilla de los años sesenta y la rebelión que supusieron, en 1968, los sucesos de París y Praga, ambos cambiaron los senderos del mundo. Y ni América Latina, ni Venezuela, fueron excepciones. De ese período será precisamente una sensible mujer quien defendió la vida y quien enjuició a aquellos que asesinaron a sus propios compañeros en la montaña durante la lucha armada. De allí No es tiempo para rosas rojas, de Antonieta Madrid. Esto hará también, en un libro situado entre el testimonio y la ficción, Clarita Posani en Los farsantes e incluso Angela Zago, ya dentro de la propia autobiografía, tal Sobreviví a mi madre, Aquí no ha pasado nada, por cierto uno de los libros más femeninos escritos entre nosotros, y Existe la vida, los tres libros que están encadenados. El primero, en el orden de los tiempos que se evocan es Sobreviví a mi madre, le sigue Aquí no ha pasado nada, el último es Existe la vida.
También Ana Teresa Torres peregrinó hacia la experiencia histórica de los venezolanos y produjo su celebrada novela Doña Inés contra el olvido. En otra miró una dolorosa experiencia frustrada de numerosos venezolanos de los años sesenta: la insurgencia armada y lo expresó en una novela impar: Los últimos espectadores del Acorazado de Potemkin. Y para nada se le escaparon los acaeceres de aquellos días dolorosos del “Caracazo”(febrero 27-marzo 1,1989) lo que nos permitió ver en su novela Vagas desapariciones en la cual muchos de sus hondos sustratos, más allá de la política, apenas han sido observados por nuestra crítica; e incluso ella miró la Caracas maltratada hasta el hartazgo por el chavismo en Nocturama, sólo que fueron pocos los que comprendieron que la ciudad sin nombre de esta obra es nuestra capital, esta es la urbe asediada por las mil formas de violencia que aparecen en esta ficción. Y ha retornado a los días coloniales, con La escribana del viento, en el cual discurre por dentro de uno de los más grandes escándalos de nuestros días provinciales.
Y podríamos seguir porque como lo hemos propuesto más de una vez: poniendo en fila los diversos personajes femeninos de nuestra ficción podríamos por una parte seguir la historia de la mujer y sobre todo mirar sus pesares y desvelos, tendríamos así una novela coherente, allí veríamos el drama de nuestras féminas, se podría comprender el por qué de sus dolores, insatisfacciones y frustraciones, todo ello pese a lugar tan destacado y protagónico que muchas ellas ocupan en la vida venezolana de estos días.
LAS VIVENCIAS DEL EROTISMO
Pero también las vivencias del erotismo es difícil y compleja, pero aparece en los cuentos y novelas de nuestras mujeres ante los que nos hemos detenido, su presencia nos sirve de fundamento para aquello que vamos a decir. De hecho nuestra ficción, que es trasunto de esas vivencias, ha estado cruzada en una buena parte del tiempo por una ola de sadismo. Al parecer esto parece haberse superado en las ficciones aparecidas desde los años ochenta. Lo que hemos observado no es exageración, puede concluirse de un examen de relatos y novelas que rocen, toquen o cuenten los avatares de la vida sexual entre nosotros. Y tal es la “ola de sadismo” que nos recorre, la expresión es nuestra, subyace en los textos de nuestra antología Eróticos, erotómanos y otras especies[3], que fue la primera recopilación de esta temática reunida en nuestras letras. Esta ordena escritos sobre la sexualidad, en obras de ficción de venezolanos y venezolanas, esta compuesta por relatos y fragmentos de novelas. En ellos el placer brilla por su ausencia. La situación es tal que la lectura de estos escritos sobrecogió y llenó de hondo estupor a una aguda periodista, Vicencina Marotta, que fue una de las primeras en leer aquel volumen, tal lo que se podía leer en aquellos textos. Y es eso que está allí es lo que han escrito nuestros creadores, hombres y mujeres, al expresar a través de la ficción las vivencias más recónditas de nuestra sexualidad. Y aquí va una anécdota que prueba mucho de este sadismo: el 14 de febrero de 2007, al celebrarse el Día de los enamorados, que algunos consideran jornada netamente sentimental, en el programa de Kiko Bautista, Carla Angola y Ronald Carreño por la primera etapa de “Globovisión”(1994-2013) sucedió esto: mandaron a una reportera a hacer unas entrevistas en varios “Sex Shop” de Caracas. Ella los encontró vacíos de artilugios eróticos. En el último preguntó que era aquello que más se vendía y en la tienda le respondieron que los látigos. Déjenme ver uno, les dijo la periodista, y la dependiente le contestó:”No hay ninguno, todos se vendieron”. Saquen ustedes sus propias conclusiones.
LA MUJER SOLA
El título de esta parte podría titularse así porque en estas páginas hemos mostrado una especie de perfil de la forma como las mujeres han recreado sus más dolorosas vivencias con la imaginación dentro de nuestra narrativa. Estos son recuentos solitarios y no sólo porque todo escritor trabaja sólo en su estudio, alejado de todos, y porque no hay “oficio mas solitario que escribir” como dijo Isaac Chocrón(1930-2011) a Miyó Vestrini(1938-1991) [4], sino porque es en la gran grande soledad anímica en la que han vivido nuestras mujeres. Y es por ello que cuando en nuestra literatura encontramos un libro, como es el caso de la novela de Federico Vegas(1950) Miedo, pudor y deleite[5], en cuanto comprensión de la mujer, nos llama tanto la atención. Y nos hace ver el carácter particular, el modo de ser que estas tienen, como en el fondo, como sucede en este libro, incluso ante la disputa de un hombre entre dos mujeres, ambas pueden encontrarse, escucharse y comprenderse Incluso más allá de los celos y del sentido posesivo que tienen hacia su “hombre”, hacia su pareja masculina. De hecho las mujeres siempre se entienden entre ellas. Más en tiempos como estos en donde están tan solas, en donde ellas han crecido más que los hombres, son más maduras, saben lo que desean y hacia a donde van. Y sólo, porque el mundo de hoy es otro con relación a la mujer, sólo necesitan de los hombres el amor porque la mayoría de ellas son autosuficientes económicamente, han levantado solas a sus propios hijos e hijas, tienen sus propias profesiones y sus propios hogares, levantados estos casi siempre por ellas solas. Y ni siquiera necesitan hoy de los hombres para embarazarse porque pueden hacerlo por inseminación artificial. Son ya las Amazonas de la mitología griega.
OTRAS REFLEXIONES SOBRE EL EROTISMO EN NUESTRAS LETRAS
Caben aquí otras reflexiones sobre el erotismo en las letras venezolanas, son complementarias que las anteriores, pero las amplian también.
Comecemos por el trato dado por las escritoras a estos temas. No son muchas las que los tocan pero estos aparecen con claridad, desde muy temprano en el siglo XX, desde 1935 cuando se publicó el primer poemario Alas fatales de Maria Calcaño. Aunque en el taller de otras escritoras aparecia el asunto que en los años siguientes se iría conociendo.
EL EROTISMO FEMENINO
Son pocas pero significativas. Como autoras de libros redondos hay que citar a varias. Claro que la fundadora de este modo en la escritura venezolana fue Lourdes Morales(1910-1989) con sus cuentos de Delta en la soledad en los años cuarenta. A ella siguieron un poco más tarde Irma Acosta(1947-1990), primero con ¿Qué carajo hago yo aquí? Y tres años más tarde en Mientras hago el amor[6].
En 1923 una atmósfera suavemente lésbica ya había aparecido en La mamá X, precioso texto de Teresa de la Parra. Después vino Dina Piera Di Donato(1957) con los asuntos sáficos de su Noche con nieve y amantes, los cuales ella, sin embargo, consideró, así nos lo dijo, como historias de mujeres. Más tarde Ana Teresa Torres con La favorita del Señor, expresando su idea, hondamente feminista según la cual la mujeres debían ser las maestras de las mujeres, que antes había aparecido en su Malena de cinco mundos(1997), esa concepción vuelve a aparecer en La favorita del señor, narración que nosotros hemos considerado más que como novela erótica, que lo es, como una invención sobre la educación sentimental y sexual de la fémina. La favorita del señor toma su impulso de uno de los libros más bellos que se han escrito sobre el sentimiento amoroso, creemos que en todos los tiempos: El collar de la paloma(1010) de Ibn Hazm de Córdova(994-1063), un volumen de allá por el año mil diez de nuestra era, en la España musulmana. Desde El collar de la paloma pasaron ocho siglos, ochocientos años, hasta que el gran Sthendhal(1783-1842) publicó su bello tratado Del amor(1822). Y más tarde Octavio Paz con La llama doble.
Después de Ana Teresa Torres apareció Valentina Saa Carbonell(1959) con Mi mano fue su intimidad. A estos nombres de escritoras eróticas quienes se expresaron a través del cuento(Lourdes Morales,María Ángeles Octavio o Gisela Cappellin), en las nouvelles(Irma Acosta) o ya la novela(Ana Teresa Torres y Valentina Saa Carbonell) o Gisela Kozak(1963) tanto en el cuento como en la novela. Hay que añadir otras narraciones cortas que han concebido otras escritoras nuestras que tampoco son muchas.
Entre ellas hay que agregar ahora, ya en el siglo XXI, y con todo derecho, a María Ángeles Octavio(1964), a Gisela Kozak o a Gisela Cappellin(1959).
En el caso de María Ángeles Octavio sus ficciones son las propias de la época en que el sexo ya no se mira con trabas, como algo pecaminoso, sino que se observa y se práctica con libertad sentida, plenamente. Ya la época de la sexualidad con culpa pasó, quizá se canceló, en la literatura, desde la páginas de El cuarteto de Alejandría(1957-1960) de Lawrence Durrell(1912-1990), según lo observó José Balza[7]. El sexo sin culpa se comenzó a vivir plenamente entre nosotros en los años setenta que fueron para los venezolanos nuestros “sesenta”. Los sesenta fue el tiempo internacional del feminismo y de la libertad sexual, tiempo de la pastilla anti conceptiva(1960), de la minifalda(de los cincuenta es el bikini) y de la libertad para escoger ellas el compañero para su intimidad. Las mujeres de los ochenta fueron más liberadas y algunas vieron al placer y ejercicio sexual como una vía de conocimiento, como una epifanía, como una ceremonia, que es una de las instancias a las cuales nos lleva la sexualidad. Las muchachas de los noventa, nuestras hijas, son libérrimas, sin culpa, pero con las presiones que a ellas le han impuesto las enfermedades de transmisión sexual. Pero ellas quieren gozar eróticamente y no renunciar al sexo oral, siempre tan estimulante y gratificante. Y mucho menos extrañarse de la liberadora masturbación. Algunas dicen ser heteroflexibles, es decir: ni bisexuales ni lesbianas.
Dentro de esta atmósfera se deben leer una porción de los cuentos de María Ángeles Octavio que están en Exceso de equipaje. Y al examen de sus páginas de este género se le pueden aplicar perfectamente los métodos de examen de las letras eróticas dentro de la literatura.
María Ángeles Octavio ha declarado a la prensa que sigue escribiendo narraciones cortas: en sus dos últimos relatos, los que están en las antologías De la urbe al orbe y en Las voces secretas y De que va el cuento[8], a través de los cuales la descubrimos, ella anda con certeza y se supera si las comparamos, sin negarlas, con las que están en Exceso de equipaje que son anteriores, todas ellas nos permiten ingresar en sus cogitaciones. Y es clarísima su buena técnica en la creación del cuento. Hay varios pasajes que definen muy bien lo que desea hacer en sus cuentos esta escritora centellante.Muchas de estas acabadas narraciones sitúan, ya lo hemos anotado, a María Ángeles Octavio entre nuestras creadoras eróticas, aunque hay en su escritura también otros territorios que también visita.
Gisela Kozak por sus cuentos eróticos, entre los cuales brilla especialmente uno, de su mosaico de narraciones urbanas En rojo, es el titulado “La pasión” en el cual dos mujeres hacen el amor una madrugada, creemos que es el gran cuento lésbico de nuestra literatura. Y, además, toda su novela Todas las lunas, nuestra primera novela lésbica, libro de una grandísima belleza estilística, constutuye especial logro de nuestra ficción.
EROTISMO MASCULINO
En nuestra literatura venezolana sobre los placeres del cuerpo, sobre la sexualidad y sus senderos, no debemos olvidar nunca que el primero en registrarla plenamente, en las páginas de su Diario(1771-1792)[9], fue don Francisco de Miranda(1750-1816) en el siglo XVIII, a quien nunca “le faltó burdel”, según aquella apreciación tan nuestra, ya que esta vivencia forma parte de la educación sentimental de los hombres heterosexuales, en el sentido flaubertiano del término.
Pasó tiempo para que aquellas vivencias aparecieran en nuestros libros. En el Diario de mi vida de Rufino Blanco Fombona(1874-1944) la sexualidad aparece en su variante machista y falocrática. Son especialmente significativos algunos pasajes también de su último diario recuperado, Viéndome vivir(1998), en edición preparada por el académico padre Basilio Tejedor(1930-2004)[10].
Y hay que añadir a esto también varios hombres que han cultivado con suerte la ficción erótica: los encabeza Laureano Vallenilla Lanz(1912-1973) con su novela Fuerzas vivas, por los sesgos de su apasionado personaje femenino. Le siguen nuestro querido Rubén Monasterios(1938) con Tócamelo en registro de laud y otros relatos obsenos y nuestro admirado Denzil Romero(1938-1999) fue el autor de La esposa del doctor Thorne, nuestra mayor novela erótica, los refinamientos de su estilo son siempre subrayables. Los asuntos del placer fueron muy suyos, siempre los tocó. También hay que registrar la nouvelle Horno sapiens de Maurice Lambert, un seudónimo de un escritor que quiso ser fiel a una de las tradiciones de la literatura erótica: no revelar el nombre, aunque el magnífico señor de Sade si firmó las suyas, la más significativa, para nuestro gusto, es La filosofía en el tocador(1795), en donde además de ser una novela sádica están expresadas todas sus ideas como un hombre de la Ilustración, lo que se llamó entonces un filósofo. No se debe olvidar al hablar de Sade lo que nos enseñó Severo Sarduy(1937-1993)[11]: el sadismo de Sade más que real fue textual, escrito, como también lo reveló la extraordinaria película Letras prohibidas(2000), protagonizada por Geoffrey Rush, Kate Winslet y Michael Caine, sobre el divino Marqués, siempre anotando, como lo vemos en el film, una tras otra, sus invenciones eróticas. No hay olvidar que además del ensayo del cubano disidente Sarduy tenemos en la literatura latinoamericana el libro del maestro mexicano Octavio Paz: Un mas allá erótico: Sade[12]. Creemos que ante Sade siempre será verdad lo que escribió Paz: “Lo leí con asombro y horror, con curiosidad y disgusto, con admiración y reconocimiento”(p.5).
Y volviendo a nosotros hoy tenemos que nombrar también la novela de Héctor Torres(1968) La huella del bisonte[13], fina y delicadamente erótica en su revelación de los amores de un padre cuarentón, divorciado, con la adolescente amiga de su hija, muchacha de quince años. Vemos así que La huella del Bisonte es una recreación entre nosotros de la deslumbrante Lolita(1955) del ruso-norteamericano Vladimir Nabokov(1899-1977).
Hasta ahora nuestros principales autores eróticos contemporáneos han sido tanto Rubén Monasterios como Denzil Romero. El primero no sólo ha escrito ficciones y piezas de teatro pasional sino dos libros sobre este asunto. El primero es su delicioso tratado, en el sentido académico del término, sobre El beso, el cual se inicia con su espléndio elogio de la boca. El segundo es su vasto volumen Lo erótico/Lo pornográfico[14].
EL HOMBRE SENSIBLE Y EL VARON INCOMPRENSIVO
Ya hemos acotado el significado que le vimos, como recreación de lo masculino y lo femenino, a la novela Miedo, pudor y deleite, de Federico Vegas. Volvemos sobre ella porque la observamos excepcional entre nosotros por el modo que trata el asunto que aquí tocamos. En las observaciones que siguen pedimos a nuestros lectores no confundir al novelista con el personaje de la novela. Celebramos la mirada de Federico Vegas al ingresar en el egoísta modo de ser de su protagonista masculino y su ojo delicado que sabe entender lo femenino. Condenamos al superficial protagonista, siempre, repetimos, distinto al autor. Es ese personaje el creador del drama humano que seguimos al leer esta impecable novela.
Vamos pues a lo que deseamos presentar. Miedo, pudor y deleite es una de las pocas novelas venezolanas en la cual se nos ofrece una ficción en la cual se exhibe una profunda comprensión de la mujer vista desde unos ojos masculinos, del modo femenino de ser, de las búsquedas actuales en las cuales están implicadas las mujeres. Tanto es así que quien la escribió se nos presenta como aquel “hombre sensible” que pidió nacer Anais Nin(1903-1977) como el único antídoto posible para superar el machismo. Y ello porque era imposible pedir que naciera un “hombre feminista”, lo cual sería un contrasentido. El feminismo es el movimiento de las mujeres, solo de ellas. Todo ello lo expuso Anais Nin en su libro Ser mujer(1979), que en inglés, idioma en que fue escrito, se titula En busca del hombre sensible. Federico Vegas es uno de esos hombres sensibles, de esos que se entienden profundamente con las mujeres y con lo femenino, con su honda imaginación visita esos universos de la mujer que son los que explican por un lado la honda soledad en la que ellas viven en estos días del mundo, no sólo en estos tiempos en Venezuela y entre nosotros, porque ellas desean alumbrar dentro de su vivir heterosexual, la novela de hecho lo es, otra realidad, otro ámbito en el cual si puedan realizarse personalmente e íntimamente, junto al hombre, no en contraposición a él, no incomprendidas por él o ni siquiera sólo vislumbradas en su sentido interior más personal. De una manera bien distinta a cuanto vemos acontecer en la novela que estamos glosando, mientras leemos uno de los pasajes más dolorosos, que sucede en Madrid. Es aquella noche del asalto en la calle a ambos en la cual Fernando apenas se da cuenta de lo sucedido, sin duda ella fue violada, lo más inicuo que puede sucederle a una mujer, aun no se diga ello explícitamente y él ni siquiera se puede decir que reaccione o enfrente el suceso, como debe hacerlo cualquier ser humano, sino que prácticamente continúa su vida dentro del derrotero egoísta que es el suyo. Por ello ni puede entender a la esposa ni a la amante, a la que el llama “mi socio”, en verdad es su socia y amante. Ambas, la esposa y la socia, son dos seres humanos necesitados de ser hondamente entendidos. Pero él es tan superficial que para nada parece darse cuenta. O sólo hace caso de los torpes consejos de su perverso tío, personaje que mucha influencia ejerce sobre él, ser nefasto, podemos decirlo una vez, hecha esta nueva relectura de Miedo, pudor y deleite, sobre los senderos vitales que toma el insensible sobrino que al parecer lo único que busca es ser el centro entre sus dos mujeres y continuar siendo el hombre inmaduro, el eterno adolescente, que es.
Aquí hay también otro hecho sumamente interesante: Federico Vegas nos pone ante un ser, el protagonista, digno, como hombre incomprensivo con la mujer y con lo femenino, de ser lanzado a un precipicio o al fuego de infierno, uno de esos hombres que nunca se darán cuenta que su único modo de realización íntima, interior, personal, se encuentra en su diálogo y en su compromiso con la mujer, coloquio que es la base de todo amor. Y también de toda amistad entre un hombre y una mujer, porque también esta es posible y existe aunque en general se crea que siempre son relaciones imposibles.
[1] Teresa de la Parra: “Ifigenia” en su Obra escogida,t.I,p.86. El hecho de ser Ifigenia una novela reveladora de la sociedad venezolana bajo el gomecismo ha sido señalado por Elisa Lerner en su libro En el entretanto. Catorce textos breves. Prólogo: Alexis Márquez Rodríguez. Caracas: Monte Ávila Editores, 2000.81 p. Ver:”La desazón política en Teresa de la Parra(p.73-81) [2] Elisa Lerner: “El canto de la ociosa” en Cristina Guzmán: Las mujeres cuentan. Caracas: El Diario de Caracas, 1980,p.24-26; Elisa Lerner: De muerte lenta. Caracas: Fundación Bigott/ Equinoccio, 2006. 239 p.; Luz Marina Rivas: La novela intrahistórica. Valencia: Universidad de Carabobo, 2000. 286 p. [3] Roberto Lovera De-Sola. Eróticos, erotomanos y otras especies. Caracas: Alfadil, 1983. 202 p. [4] Miyó Vestrini: Isaac Chocrón frente al espejo,p.60-61. [5] Federico Vegas: Miedo, pudor y deleite. Caracas: Alfaguara, 2007. 208 p. [6] Los libros a los que nos referimos en los párrafos que sigen son: Irma Acosta: ¿Qué carjo hago aquí?. Prólogo: Jesús Sanoja Hernández. Caracas: Tip. El Sobre, 1974. 128 p.; Irma Acosta: Mientras hago el amor. Caracas: spi, 1977. 97 p.; Teresa de la Parra: La mamá X, ya citado; Dina Piera Di Donato: Noche con nieve y amantes. Caracas: Fundarte, 1991. 71 p.; Ana Teresa Torres: La favorita del señor. Caracas: La Nave va/Ediciones Blanca Pantin, 2001. 190 p.; Valentina Saa Carbonell: Mi mano fue su intimidad. Caracas: Alfadil, 2003. 106 p.; María Ángeles Octavio: Exceso de equipaje. Caracas: Monte Ávila Editores, 2004. 131 p.; Gisela Kozak: En rojo: narración coral. Caracas: Alfa, 2011. 174 p.; Gisela Kozak: Todas las lunas. Contratapa: Ana Teresa Torres. Caracas: Equinoccio,2011. 320 p., novela terminada en el 2004; Gisela Capellin: Espacios privados. Caracas: Ex Libris, 2013.193 p. [7] José Balza: Los cuerpos del sueño. Derivaciones sobre narrativa. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1976.88 p. La observación que seguimos aparece en la p.51. Durrel recuerda también que “Cuando una cultura anda mal sexualmente está invalidada para toda especie de sabiduría”(p.51). [8] María Ángeles Octavio: “Cinamon roll”, en Ana Teresa Torres/Héctor Torres: De la urbe al orbe. Caracas: Alfadil,2006,p.111-128.; María Ángeles Octavio: “J’ ai rendez-vouz avec vous”, en Antonio López Ortega: Las voces secretas. Caracas: Alfaguara,2006,p.191-203; María Ángeles Octavio: “Cuerpos confundidos”, en Carlos Sandoval: De qué va el cuento. Caracas: Alfaguara,2013,p.173-183. [9] Francisco de Miranda: Diario, forma parte de su archivo. Su más reciente edición completa está en los tomos I-X de su Colombeía, ya citada. [10] Rufino Blanco Fombona: Diario de mi vida. Caracas: Monte Ávila Editores, 1991.413 p.; Viendome vivir. Primer diario inédito(1901-1903). Edición, estudio preliminar, notas y traducciones del padre Basilio Tejedor. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello, 1998. XXX,200 p. [11] Severo Sarduy: Escrito sobre un cuerpo. Buenos Aires: Sudamericana.1969.109 p. La cita referida procede de la ,p.11 nota 4. Puede leerse también en sus Ensayos generales sobre el barroco. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,1987.317 p. Ver aquí: “Del Yin al Yang: Sade”(p.229-247). [12] Octavio Paz: Un más allá erótico: Sade. Bogotá: Tercer Mundo Editores,1994. 84 p. [13]Los libros que hemos citado más arriba son Laureano Vallenilla Lanz: Fuerzas vivas.Madrid: Vaher,1963. 282 p.; Rubén Monasterios: Tócamelo en registro de laud y otros cuentos obsenos. Caracas: spi,1972. 36 p.; Denzil Romero: La esposa del doctor Thorne. Barcelona: Tusquets,1988. 212 p.; Maurice Lambert: Horno sapiens. Caracas: Alfadil, 1990. 83 p. ; Héctor Torres: La huella del Bisonte. Caracas: Norma, 2008.247 p. [14] Rubén Monasterios: El beso. Caracas: Producciones Lithya Merlano, 1993. 253 p.; Lo erótico/Lo pornográfico. Ensayos sobre la sexualidad y el amor. Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2010. IX, 353 p.
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