"La trama secreta còsmica de una crónica extraña y silenciada...."APOLLO.
Apolo es una octava superior de Jùpiter. Se calcula sumando Jupiter y Mercurio.
Es un principio de totalidad, de expansiòn y de espacio.
Tiene la funciòn de ampliar perspectivas, en todos los sentidos.
Simboliza la oportunidad, el èxito, la notoriedad, el aprendizaje, el conocimiento, la erudiciòn, la ciencia, el comercio, las cantidades grandes de cualquier cosa.
La Mitología y la Astrología han estado al servicio de la percepción humana del cosmos, ya que ambas son expresiones simbólicas de este. Desde la época babilónica en adelante, los planetas, las luminarias y las estrellas fijas, no solo simbolizaron fuerzas o sirvieron como mediadoras en las relaciones humanas, sino que también se erigieron como protagonistas de historias que expresan imaginariamente los modelos arquetípicos inherentes a la vida y a la psiquis humana. El astrólogo que está dispuesto a explorar las condiciones mitológicas de los planetas, penetra en una rica fuente de comprensión, ampliando el espectro de su visión interior y de la comprensión del simbolismo astrológico. Esto a su vez nos hace mejores astrólogos porque podemos adentrarnos en el mundo interior de nuestro cliente y transmitir nuestra interpretación con un lenguaje que toca tanto al corazón como al intelecto. Es en la interpretación del Sol astrológico donde la importancia del mito adquiere mayor fuerza. El Sol ha sido entronizado en la mitología a lo largo de las épocas y a través de muchas culturas. Las palabras claves como “autoexpresión”, son de gran ayuda.
“Es en la interpretación del Sol astrológico donde la importancia del mito adquiere mayor fuerza.” En las imágenes mitológicas del Sol confluye algo más que lo referente a su energía y propósito. Dichas imágenes míticas de la naturaleza y el protagonismo del dios griego Apolo (de cuyo nombre original “Apollon” nos hemos permitido omitir la “n” final) no podrían ser más perfectas a la hora de compararlas con el significado del Sol en un horóscopo personal. Detrás de esta deidad subyacen no solamente las raíces de la cultura occidental, sino también muchos atributos que posteriormente el mundo cristiano termina utilizando y asociando con Cristo. Apolo ha sido denominado “el caballero del Olimpo”, el más exquisito y agraciado entre todos los dioses griegos. Esculturas y frescos lo retratan habitualmente bello, joven y de escasas vestimentas, luciendo un cuerpo atlético de proporciones perfectas, tan idealizadas por los Griegos. Pero los orígenes de Apolo se remontan más allá de la Grecia clásica, tal como lo atestiguan ciertos restos arqueológicos que indican el inicio de este culto con anterioridad a la Edad del Bronce. El surgimiento de este dios está rodeado de muchos misterios, por empezar el de su nombre mismo, que aún hoy sigue provocando vehementes discusiones entre los eruditos. Rastreamos sus orígenes griegos allá por el siglo VIII a.C. y por el siglo V a.C. ya se le asociaba no solamente con el Sol, sino también con el don de la profecía, la curación, la ruptura de maldiciones familiares y la inspiración artística (especialmente de la música y la poesía). Se nos hace difícil comprenderlo a causa de estas múltiples facetas y al principio puede que tampoco captemos bien la interrelación de tantos atributos. Pero a medida que profundizamos en ellos, logramos ampliar nuestro conocimiento del Sol hasta que ser capaces de desentrañar lo que realmente significa en un horóscopo. Apolo, al igual que muchas divinidades del Panteón griego, es un Dios extranjero, el Hiperbóreo, que se convirtió en un diamante en bruto en manos de los griegos. Es, junto a Zeus, el más temido, amado y reverenciado por su belleza y enorme poder solar. Pero para comprender plenamente su verdadera esencia hay que conocer sus inicios y comprender su trayectoria. Apolo es el “intonso”, el que no corta sus cabellos, lo que le da una connotación salvaje, sagrada, no desde el rito y la consagración, sino desde la verdadera divinidad que se pierde en el Origen. Y comparte esta naturaleza con Artemisa, su melliza, e incluso con su madre Leto, que siendo adorada como gran diosa en Asia, se encuentra a la hora de parir en territorio griego, como una exiliada hasta que llega a Delos, patria de los Dioses que representan al Sol y la Luna. Tras matar, y por lo tanto incorporar, a la serpiente Pitón, culto ancestral de la Diosa, se establece en Delfos como señor del Oráculo. El mayor Oráculo de la Antigüedad, que durante siglos decidió guerras, treguas, fundación de ciudades, migraciones, movimientos políticos, sacralización de espacios y propiciación de personas y profetizó grandes plagas y su prevención y cura. Apolo no es justo. Es justiciero. Sus castigos, auténticos ajustes de cuentas, no tienen nada que ver con la justicia de los hombres, con sus consideraciones a la conveniencia, ni con la equidad, ni siquiera con lo razonable. Apolo castiga las ofensas hacia su persona y hacia aquellos a los que ama y le aman de modo implacable, como lo son sus radiantes flechas, que dispara desde lejos y que siempre dan en el blanco. Y del mismo modo su generosidad no tiene límites. También sabe de la violación de leyes y del castigo. Cuando Zeus fulmina a Asclepios (Esculapio) hijo favorito de Apolo, por resucitar a los muertos y dejar el Hades vacío, desafiando la Ley del ciclo vital, Apolo, furioso, orienta su venganza hacia los Cíclopes, forjadores de los Rayos de Zeus. Semejante atrevimiento le vale el exilio del Cielo. Apolo, dios radiante, infinitamente hermoso, es exiliado del Olimpo y se ve, como el último de los mortales, sometido a la servidumbre, cuidando los rebaños de Admeto, rey tesalio, famoso por su hospitalidad y al que favoreció con enormes riquezas y prolongando su vida. Según otras versiones del mito, el sacrificio es voluntario y se produce por amor. En todo caso, se trata de un Dios que tiene el controvertido privilegio de conocer en cuerpo y alma el sentimiento humano, con sus goces y sufrimientos.
Esta condición marginal le hace a su vez amigo de los marginados. Existe una larga tradición de homicidas que acuden a Delfos para ser purificados, otra de las principales capacidades de este Dios. La purificación hace que el homicida pueda reincorporarse a la vida normal, asumiendo la transgresión. Muchos de estos asesinos son posteriormente fundadores de prósperas ciudades y de grandes reinos. El más famoso de ellos, desde la Antigüedad y a lo largo de la literatura es Orestes, que expandió el culto a Artemisa y llegó desde Grecia al sur de Italia, lo que significa una amplia labor de colonización. Para librar a Orestes del estigma del parricidio y de la persecución de las Erinias, continuas obsesoras, Apolo pisa por primera y única vez un tribunal de justicia, en Atenas y siendo árbitro Palas Atenea, que falla a favor del acusado.
Otro tanto puede decirse también de sus amores, que son muchos, pero no siempre correspondidos ni felices. Apolo amó a varios jóvenes hermosos, algunos de ellos de trágico final, lo que entristeció mucho al Dios, en especial Jacinto, que le correspondía plenamente y al que lloró por siempre. En cuanto a sus amadas, se siente poderosamente atraído por mujeres especiales, mortales o inmortales, todas ellas de mucho carácter, voluntariosas, a veces ambiciosas o infieles y nada sumisas, verdaderas "parthenos" en el sentido griego, no tanto de vírgenes físicas, sino de mujeres no sometidas a la voluntad de ningún hombre, independientes, libres y muy parecidas a su melliza Artemisa y a él mismo. Las historias de Apolo con Cirene, Casandra o Dafne se cuentan entre las más atractivas y sorprendentes de la mitología, ya que en todas ellas el bello y generoso Dios es rechazado o traicionado. O ambas cosas, lo que aumenta su tendencia a la cólera y deja en su ánimo un poso de melancolía que nunca se borra. Posteriormente, cuando se asienta como protector de las artes, de la poesía, la música y la danza, Apolo, acompañado de su cortejo de Musas, 9 en total, que son 3 trinidades, se establece como señor del Parnaso y sus uniones y su imagen empiezan a ser más felices y serenas.
Apolo, es una divinidad llena de claroscuros y aspectos ocultos que hay que descubrir y leer entre líneas, combinando el arco y las flechas, la lira y el trípode, que son los atributos de sus facetas de arquero y auriga solar, musegeta y señor del oráculo. Y siempre fue, es y será, la representación de la Luz solar distante e implacable, de la verdad sin máscara, que a veces hiere y ofende, de la amistad y la protección de quienes le aman por encima de convencionalismos y normas y de la entrega amorosa sin rodeos ni seducción y sin miedo alguno al sufrimiento. LOS AMORES DE APOLO. APOLO Y CASANDRA Apolo es el señor de los oráculos. Son numerosos los que se asocian a Templos fundados en su honor por toda Grecia, siendo sin duda el más importante el de Delfos, por su peso en la vida privada y pública de los griegos y posteriormente romanos y su pervivencia en el tiempo. Apolo es el Dios que hace hablar a las mujeres y lo hace a través de posesión directa, entrando en el cuerpo de la médium y transmitiendo su mensaje. Generalmente esta posesión suponía una locura divina que hacía poco inteligible el mensaje, debiendo ser interpretado por los sacerdotes. Al menos así era en Delfos y lo fue durante siglos. La mitología, sin embargo, nos presenta un personaje diferente. Una distinta raza de profetisa que empezó y terminó en ella misma, única e irrepetible. Esta es Casandra, la princesa troyana. Casandra es hija de Príamo y Hécuba, reyes de Troya y por tanto tiene muchas hermanas y hermanos, entre los que se encuentran Héctor, Paris y su mellizo Heleno. Hay varias versiones sobre el origen de su capacidad profética. Según alguna rara versión Casandra y Heleno se quedaron una noche, siendo recién nacidos, en el templo de Apolo y allí unas serpientes iniciáticas les lamieron los ojos, los oídos y la boca, instilando en ellos el don de la adivinación. Según la versión más extendida, Casandra fue una sacerdotisa de Apolo. Siendo, como la describen “áurea como Afrodita”, el Dios se sintió fascinado por ella y solicitó su intimidad. A cambio le ofreció el más preciado de sus dones: el de la profecía. Casandra aceptó, ya que deseaba esta capacidad, pero cuando la obtuvo despreció al Dios y se negó a entregarse. Doris Lessing describe de modo muy poético el castigo de Apolo, que le solicitó “sólo un beso”. Y a través de esta vía privó a sus profecías de la cualidad de la credibilidad. Apolo no enmudeció a Casandra ni le retiró su Don. Esto último es algo que los Dioses raramente hacen, ya que los caminos evolutivos no son de dos vías y cuando una puerta se abre no es fácil cerrarla. Pero a partir de ese momento el Don es una carga. Y también lo será la vida de Casandra, condenada a conocer el desenlace funesto de los acontecimientos, a comunicarlo y a no ser nunca creída.
Casandra advirtió de lo peligroso de la presencia de Helena en Troya, que sólo traería desgracia, conoció de antemano la muerte del hombre más leal de Troya, su hermano Héctor, hijo, esposo y guerrero ejemplar, muerto a manos de Aquiles. Y reconoció inmediatamente el engaño de los griegos, tramado por Ulyses, en forma de caballo de madera, preñado de muerte, que intentó ella misma destruír: “Sin advertir su perdición, entre burlas la iban apartando del vasto caballo. Y es que pretendía destrozar todas aquellas maderas o prenderles ardiente fuego: para eso cogió de su hogar un tizón de pino todavía encendido y se precipitó con furor; en la otra mano llevaba un hacha de doble filo.” (Posthoméricas de Quinto de Esmirna) En ningún caso fue escuchada y su voz sólo provocó desagrado, rechazo e incluso burlas, convirtiéndose así en una marginada por su familia y por su pueblo. Este pasaje de Quinto de Esmirna es revelador: “Y alguien, entre burlas, dijo estas perniciosas palabras: “Hija de Príamo, ¿por qué será que tu lengua desenfrenada y tu sinrazón te incitan a proclamar todas estas cosas vanas como el aire?” Tú no estás revestida de ese pudor de pureza de las doncellas, sino que rabia funesta te ha invadido. Por eso todos los hombres te desprecian, por ser una charlatana. ¡Vete y anuncia a los argivos y a ti misma tus malditas profecías!” La Pitya apolínea es un ser entregado a su tarea, recluida en su espacio sagrado del Santuario poco se sabe de ella fuera del momento de solicitar el oráculo, para el que pasa mucho tiempo preparándose.
Casandra, la que se negó a entregarse a Apolo, está, sin embargo, continuamente poseída por él y no duda en romper las normas de discreción y silencio exigidas a las mujeres para hablar públicamente, a su familia, a su pueblo y comunicar los hechos inminentes. Cuando, tras la derrota y destrucción de Troya, es raptada por Áyax, guerrero de terrible carácter, Casandra atrae sobre la flota griega la ira de Palas Atenea, que favorece a los aqueos, pero no perdona la ofensa que se hace a su imagen, junto a la que Casandra se había refugiado. Posteriormente, en el Palacio de Agamenón, del que es concubina, conoce de antemano el terrible desenlace que le espera al rey, a su esposa Clitemnestra y a ella misma. Pero en territorio griego, Casandra calla. Esquilo en su tragedia nos habla de este silencio que refleja el más profundo desprecio hacia esta gente que la esclaviza y su propio destino, que ya nada le importa. Casandra se ha convertido en un trágico arquetipo, es la voz de los que, tanto en familia como en lo público, no son oídos. La voz que resulta incómoda al ego de los que tienen el poder y se creen exitosos y, en su arrogancia, no quieren ni siquiera pensar en la posibilidad de perder su estatus. Es la voz de los que ven más allá de las engañosas circunstancias y no se venden a la comodidad del espacio de confort.
Al profanar el Templo de la Diosa, Ayax atrae la cólera divina y será víctima de su propio carácter desenfrenado,suicidándose. La psicóloga Marine Aston ha delimitado y estudiado a fondo el llamado "Síndrome de Casandra", que afecta especialmente a personas que conviven en pareja con otras personas dentro del espectro autista o con depresiones larvadas y continuas y que no se han diagnosticado. Existe la tendencia de culpar “al otro”, al cónyuge, al hijo o a los padres, de las circunstancias de alguien que está recluido en sí mismo, deprimido o desmotivado. Aquí el papel de los terapeutas es fundamental, ya que a menudo no se escucha lo suficiente a la persona acompañante y que sufre por estos juicios negativos y sobre todo por el ambiente de lejanía emocional que se crea en la relación. En una lectura espiritual Casandra representa las cualidades del Don mal entendido, que el Universo nos asigna no para gloria personal, sino para ser ofrecido. Cualidades que nos ligan indisolublemente con la Fuente de la que procede. Entendido desde la relación con el Universo todos somos sacerdotes y sacerdotisas de nuestro Don y debemos agradecer y ofrecernos a la vida y a los demás a través de esa cualidad. Cuando Casandra, después de haber obtenido el preciado regalo de Apolo, se niega a unirse en Boda con el Dios que representa la Fuente sagrada, la cualidad se convierte en un peso y pierde toda credibilidad, porque no hay un apoyo divino que la sujete. A partir de ese momento será una marginada y una persona extremadamente vulnerable. El verdadero Don en acción nos quiere dedicados, discretos y humildes. Con el Universo no se negocia.
"¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas!" Con estas palabras invoca el sacerdote troyano Crises a su señor Apolo, tras recibir de parte del rey griego Agamenón la negativa a entregarle a su hija Criseida, a cambio de un rico botín. "No dé yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque ahora demores tu partida, ya porque vuelvas luego, pues quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del dios...." Esta es la respuesta de Agamenón, llena de arrogancia hacia el anciano y hacia el dios. La respuesta de Apolo no se hace esperar y es en forma de una terrible plaga que asola durante días las filas del ejército griego: "Oyóle Febo Apolo e, irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus amargas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres. Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. En el décimo, Aquiles convocó al pueblo al ágora: se lo puso en el corazón Hera, la diosa de los níveos brazos, que se interesaba por los dánaos, a quienes veía morir...." Apolo, de perfecta belleza y espíritu moderado, músico y poeta, conductor de Musas y señor de los oráculos no fue siempre la divinidad asociada con la luz y la verdad. Su historia es larga y sus orígenes, a veces confusos, nos hablan de un dios lleno de claroscuros y con un lado implacable. Las flechas brillantes, portadoras de Luz, son también el vehículo de terribles plagas y castigos. Del mismo modo que tiene la capacidad de enfermar es un dios relacionado con la sanación y padre de Asclepios/Esculapio, un Dios protector y amante de la humanidad que proporciona la sanación del cuerpo y el alma. Textos literarios: Iliada. Imagen: Apolo presidiendo la batalla entre Centauros y Lapitas. Figura central del frontón oeste del Templo de Zeus en Olimpia. Estilo severo. S. V a.C. Museo Arqueológico de Olimpia. APOLO Y DAFNE Apolo es un Dios distante, el que todo lo ve y al que no se puede mirar. El que dispara de lejos. Y es precisamente esa distancia de lo inalcanzable lo que parece buscar en sus romances. Ovidio nos narra, con esa gracia, ternura y belleza con que él sabe tratar siempre los temas amatorios, la corta historia de amor y desamor entre Apolo y Dafne, la hermosa y escurridiza Ninfa del cortejo de su hermana Artemisa, que el poeta romano define como el “primer amor de Febo”.
Acababa, efectivamente, Apolo, muy joven aún, de matar con sus saetas a la serpiente Pitón, tomando posesión del Oráculo de Delfos y viendo un día al pequeño Eros con su arco y sus flechas se burló de él con suficiencia. Grave error, ya que hasta el mismo Júpiter teme a este pequeño bribón. Eros decidió tomar venganza y para ello eligió a la Ninfa Dafne, integrante del cortejo de Artemisa. Una de esas mujeres libres, independientes y solitarias que a Apolo tanto suelen gustarle. Eros hirió certeramente al Dios en el pecho con una flecha de oro, transmisora del amor, mientras para Dafne reservó una de plomo, de esas que producen fastidio y rechazo. Apolo se acercó a ella y la Ninfa, asustada comenzó a correr. Entonces él, sin apretar mucho el paso para que ella en la carrera no se lastime, se acercó cada vez más, susurrando a su oído todas sus infinitas cualidades, haciéndole notar su joven belleza masculina, sus hermosos y largos cabellos, su poder y sabiduría profunda, como señor del oráculo, su gran habilidad como músico y poeta y también como sanador, conocedor del valor terapéutico de todas las hierbas. Y mientras se aproximaba a ella con este discurso pudo contemplar de cerca el hermoso cuerpo, los brazos y manos finos y adorables, los hermosísimos cabellos sueltos en desorden, los ojos y los labios resplandecientes y bellos. En la carrera las ropas de la Ninfa se apartaban y dejaban ver cada vez más su cuerpo. Era la representación viva de cuanto hay de adorable y el joven Dios sólo pensaba en hacerla su esposa. Pero Dafne, herida por el maligno plomo, a cambio, sólo podía sentir miedo y repulsión a pesar de la belleza de su pretendiente. En el momento en que Apolo le daba alcance, la Ninfa lanzó un grito salvaje de auxilio a su padre, el río Peneo, poderoso espíritu de la Naturaleza, suplicándole que la librara de esa odiosa unión inminente. Y el padre, roto de dolor, transformó a su hija en un árbol de laurel. Pese a la transformación Apolo abrazó la rugosa corteza, bajo la que aún sintió palpitar el cuerpo hermoso, y acarició las ramas y las hojas, decidiendo unirse amorosamente al árbol, ya que no pudo ser a la Ninfa. A partir de ese momento el laurel acompañó siempre a Apolo, coronando sus largos cabellos, unido a la cítara, a las aljabas y adornando el triunfo de los generales romanos y las puertas augusteas. Y como último don amoroso, Apolo concedió a las hojas del laurel la perpetua frondosidad, al igual que la tienen los cabellos del Dios. Apolo propuso todo esto al árbol, nueva forma de su amada, y el laurel, agitando su copa, le dio su consentimiento, efectuando así la unión que antes había sido imposible. Toda una historia llena de amor, desamor, pasión romance y con un desenlace emocionante y agridulce. No se puede pedir más. Pura belleza, imaginación y disfrute. Y hay que decir también, en honor al escultor, que, viendo la imagen y leyendo el texto de Ovidio, Bernini supo captar con increíble acierto el momento cumbre de la metamorfosis, en el que la pasión del Dios y la ansiedad de la Ninfa se expresan en su plenitud. Ambos, poeta y escultor, extraordinarios y realmente tocados por las Musas. Este es el texto original de Ovidio, según la versión de Ana Pérez Vega en su edición bilingüe de “Las Metamorfosis”. La belleza de los Dioses inspirando palabra y obra de la Humanidad. “Apolo y Dafne. El primer amor de Febo: Dafne la Peneia, el cual no el azar ignorante se lo dio, sino la salvaje ira de Cupido. El Delio a él hacía poco, por su vencida sierpe soberbio, le había visto doblando los cuernos al tensarle el nervio, 455 y: «¿Qué tienes tú que ver, travieso niño, con las fuertes armas?», había dicho; «ellas son cargamentos decorosos para los hombros nuestros, que darlas certeras a una fiera, dar heridas podemos al enemigo, que, al que ahora poco con su calamitoso vientre tantas yugadas hundía, hemos derribado, de innumerables saetas henchido, a Pitón. 460 Tú con tu antorcha no sé qué amores conténtate con irritar, y las alabanzas no reclames nuestras». El hijo a él de Venus: «Atraviese el tuyo todo, Febo, a ti mi arco», dice, «y en cuanto los seres ceden todos al dios, en tanto menor es tu gloria a la nuestra». 465 Dijo, y rasgando el aire a golpes de sus alas, diligente, en el sombreado recinto del Parnaso se posó, y de su saetífera aljaba aprestó dos dardos de opuestas obras: ahuyenta éste, causa aquél el amor. El que lo causa de oro es y en su cúspide fulge aguda. 470 El que lo ahuyenta obtuso es y tiene bajo la caña plomo. Éste el dios en la ninfa Peneide clavó, mas con aquél hirió de Apolo, pasados a través sus huesos, las médulas. En seguida el uno ama, huye la otra del nombre de un amante, de las guaridas de las espesuras, y de los despojos de las cautivas 475 fieras gozando, y émula de la innupta Febe. Con una cinta sujetaba, sueltos sin ley, sus cabellos. Muchos la pretendieron; ella, evitando a los pretendientes, sin soportar ni conocer varón, bosques inaccesibles lustra y de qué sea el Himeneo, qué el amor, qué el matrimonio, no cura. 480 A menudo su padre le dijo: «Un yerno, hija, me debes». A menudo su padre le dijo: «Me debes, niña, unos nietos». Ella, que como un crimen odiaba las antorchas conyugales, su bello rostro teñía de un verecundo rubor y de su padre en el cuello prendiéndose con tiernos brazos: 485 «Concédeme, genitor queridísimo» le dijo, «de una perpetua virginidad disfrutar: lo concedió su padre antes a Diana». Él, ciertamente, obedece; pero a ti el decor este, lo que deseas que sea, prohíbe, y con tu voto tu hermosura pugna. Febo ama, y al verla desea las nupcias de Dafne, 490 y lo que desea espera, y sus propios oráculos a él le engañan; y como las leves pajas sahúman, despojadas de sus aristas, como con las antorchas los cercados arden, las que acaso un caminante o demasiado les acercó o ya a la luz abandonó, así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo 495 él se abrasa y estéril, en esperando, nutre un amor. Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos y «¿Qué si se los arreglara?», dice. Ve de fuego rielantes, a estrellas parecidos sus ojos, ve sus labios, que no es con haber visto bastante. Alaba sus dedos y manos 500 y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros: lo que oculto está, mejor lo supone. Huye más veloz que el aura ella, leve, y no a estas palabras del que la revoca se detiene: «¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un enemigo; ¡ninfa, espera! Así la cordera del lobo, así la cierva del león, 505 así del águila con ala temblorosa huyen las palomas, de los enemigos cada uno suyos; el amor es para mí la causa de seguirte. Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de ser heridas tus piernas señalen las zarzas, y sea yo para ti causa de dolor. Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio te lo ruego 510 corre y tu fuga modera, que más despacio te persiga yo. A quién complaces pregunta, aun así; no un paisano del monte, no yo soy un pastor, no aquí ganados y rebaños, hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes de quién huyes y por eso huyes. A mí la délfica tierra, 515 y Claros, y Ténedos, y los palacios de Pátara me sirven; Júpiter es mi padre. Por mí lo que será, y ha sido, y es se manifiesta; por mí concuerdan las canciones con los nervios. Certera, realmente, la nuestra es; que la nuestra, con todo, una saeta más certera hay, la que en mi vacío pecho estas heridas hizo. 520 Hallazgo la medicina mío es, y auxiliador por el orbe se me llama, y el poder de las hierbas sometido está a nos: ay de mí, que por ningunas hierbas el amor es sanable, y no sirven a su dueño las artes que sirven a todos». Del que más iba a hablar con tímida carrera la Peneia 525 huye, y con él mismo sus palabras inconclusas deja atrás, entonces también pareciendo hermosa; desnudaban su cuerpo los vientos, y las brisas a su encuentro hacían vibrar sus ropas, contrarias a ellas, y leve el aura atrás daba, empujándolos, sus cabellos, y acrecióse su hermosura con la huida. Pero entonces no soporta más 530 perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba el propio amor, a tendido paso sigue sus plantas. Como el perro en un vacío campo cuando una liebre, el galgo, ve, y éste su presa con los pies busca, aquélla su salvación: el uno, como que está al cogerla, ya, ya tenerla 535 espera, y con su extendido morro roza sus plantas; la otra en la ignorancia está de si ha sido apresada, y de los propios mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja: así el dios y la virgen; es él por la esperanza raudo, ella por el temor. Aun así el que persigue, por las alas ayudado del amor, 540 más veloz es, y el descanso niega, y la espalda de la fugitiva acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta. Sus fuerzas ya consumidas palideció ella y, vencida por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peneidas ondas: «Préstame, padre», dice, «ayuda; si las corrientes numen tenéis, 545 [verso interpolado] por la que demasiado he complacido, mutándola pierde mi figura». Apenas la plegaria acabó un entumecimiento pesado ocupa su organismo, se ciñe de una tenue corteza su blando tórax, en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen, 550 el pie, hace poco tan veloz, con morosas raíces se prende, su cara copa posee: permanece su nitor solo en ella. A ésta también Febo la ama, y puesta en su madero su diestra siente todavía trepidar bajo la nueva corteza su pecho, y estrechando con sus brazos esas ramas, como a miembros, 555 besos da al leño; rehúye, aun así, sus besos el leño. Al cual el dios: «Mas puesto que esposa mía no puedes ser, el árbol serás, ciertamente», dijo, «mío. Siempre te tendrán a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti, laurel, nuestras aljabas. Tú a los generales lacios asistirás cuando su alegre voz 560 el triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas. En las jambas augustas tú misma, fidelísisma guardiana, ante sus puertas te apostarás, y la encina central guardarás, y como mi cabeza es juvenil por sus intonsos cabellos, tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores». 565 Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa.” Texto original de Ovidio, según la versión de Ana Pérez Vega en su edición bilingüe de “Las Metamorfosis” DELFOS. ORÁCULO ANCESTRAL, NEGOCIO SACERDOTAL Y BULO HISTÓRICO Apolo es un Dios fascinante desde cualquier punto de vista. Su propio nacimiento, bajo una palmera en la solitaria Delos, está entretejido con el exilio y el dolor de su madre Latona y la precoz revelación de las dotes de su hermana melliza Artemisa, que lo ayudó a nacer, ya que al parecer el pequeño no se decidía a salir. Una vez venido al mundo su poder no hizo más que aumentar. Una de sus primeras hazañas fue matar a la serpiente Pitón, que al parecer perseguía a su madre y a los dos pequeños Dioses, ganando con este hecho la titularidad del Oráculo más renombrado de la antigüedad clásica. Apolo es el señor de Delfos.
El sitio sagrado de Delfos es de una antigüedad extraordinaria. Algunos hallazgos parecen indicar que ya en el Neolítico se realizaban ritos religiosos y se adoraban imágenes sagradas en este punto. El mito dice que Apolo, convertido en delfín, guió una nave de sacerdotes cretenses para que fueran los primeros en oficiar sus rituales. Los cultos cretenses están directamente relacionados con la adoración de la Gran Diosa en su aspecto serpentino. Considerado el Ombligo del Mundo, aquí está el Omphalos, adornado originalmente con bandas de lana y piedras preciosas y con dos águilas arriba. El Omphalos original estaba en el Adyton, Sancta Sanctorum del Templo, donde la Pitia daba el Oráculo. Se consideraba el ombligo o centro del mundo, lugar sagrado de confluencia de fuerzas, ya que fue marcado por dos áuilas enviadas por Zeus, que volaron desde los extremos opuestos de la Tierra para confluir en estge punto. Se trata de un punto de armonía de los opuestos y por tanto de suprema creación, sabiduría, justicia y luz.
Delfos comenzó a crecer con motivo de las alianzas políticas de ciudades griegas que en un momento determinado decidieron hacer de este santuario el punto religioso fundamental, girando entorno a su Oráculo. Y de este modo el mágico lugar natural que fue y sigue siendo Delfos, comenzó a crecer y a poblarse de hermosos templos, como el de Artemisa y el de Atenea Pronaios, conocido como Tholos de Marmaria y, por supuesto, el del propio Apolo, en un enclave montañoso de fantástica belleza. Y de los célebres "Tesoros", pequeños templetes que albergaban los regalos al Dios, como el de los Atenienses, hoy reconstruido y que es una muestra de las muchas y riquísimas ofrendas que llegaban a Delfos de todas partes de Grecia e incluso de más allá de sus fronteras. Su popularidad aumentó aún más gracias a la celebración de competiciones deportivas y literarias, siendo un punto de peregrinación también para los amantes de las carreras de carros y la poesía. Delfos embelleció sus calzadas, ennobleció sus instalaciones hasta lo indecible, pero continuó manteniendo, en definitiva como base, esa fuerza sagrada natural que reside en sus fuentes y en sus cuevas y en su imponente localización, entre montañas. Sin embargo, poco a poco, el aspecto comercial se impuso al místico En Delfos se mantuvo el Oráculo en clave femenina, siendo la encargada de facilitarlo la Pitia o Pitonisa, adivinadora de la serpiente, elegida sin tener en cuenta su posición social, sino su carácter sereno y sus buenas costumbres. Y tal fue la popularidad que llegó a alcanzar que en cierta época hubo no una, sino tres Pitonisas en activo. Las consultas se realizaban el 7º día de cada mes, día consagrado a Apolo. Se procedía por riguroso turno de solicitud, a no ser que se pagase una tasa especial, para ser atendido antes. También había que pagar por el servicio, en forma de ofrendas que facilitaba el propio santuario, como animales para el sacrificio o dulces, los "pélanos". Lo habitual en los ritos sacrificiales es que una parte se destinara al Dios y otra se compartiese con sacerdotes y el propio fiel que pagaba el sacrificio, pero en Delfos el numeroso grupo de sacerdotes se quedaba con la totalidad de la ofrenda para el santuario.
En la antigua Grecia se acostumbraba a bromear con esto, diciendo que cuando vayas a Delfos, llévate la merienda, porque del sacrificio ofrecido, nada vas a tener. Esta exigencia del culto délfico se une al carácter de Apolo, reflejado en los textos de Homero y en los Himnos, como un Dios muy directo e implacable, tanto en sus amores como en sus odios. De este modo Apolo va tomando una personalidad fuerte en todos los sentidos, siendo por un lado radiante, bello, generoso, amante del arte, la música y la poesía, sanador, purificador y rehabilitador de marginados y al mismo tiempo una divinidad temible, de gran cólera y de carácter ardiente e implacable en el castigo, como el propio Sol con el que se identifica, rivalizando en veneración, culto, respeto y temor con el propio Zeus.
El llamado "Auriga de Delfos", estatua votiva de estilo Severo, ofrecida por Polizalo de Gela a finales del S. V a.C. para conmemorar la victoria en una carrera. Esta figura pertenece a un conjunto que comprendía un carro tirado por 4 o 6 caballos asistidos por un pequeño esclavo. Museo Arqueológico de Delfos.
Continuando con la Pitia, o Pitonisa, ésta descendía a un espacio reservado, llamado Adyton, localizado en el templo y en el que se hallaba en Omphalos, símbolo máximo de armonía de opuestos, equilibrio y armonía cósmica. Allí, según la tradición, se subía a un banco tipo trípode y con una vara de laurel en una mano y una corona y una copa en la otra, pronunciaba el oráculo correspondiente, en un tiempo en verso, después en prosa. Parece que a veces el mensaje no era directamente comprensible y los sacerdotes se encargaban de recogerlo por escrito e interpretarlo para entregarlo al consultante. Así, durante siglos, se decidieron en Grecia guerras, treguas, fundaciones de templos y ciudades y también asuntos domésticos y en especial de salud, ya que Apolo, padre de Asclepios, es un Dios directamente vinculado a la sanación tanto del cuerpo, como del alma en forma de purificación y rehablitación de proscritos y homicidas, puesto que él mismo debió pasar por una purificación tras matar a la Pitón y conoció el exilio y las penas de los humanos en alguna ocasión. Existe una gran cantidad de leyendas entorno al modo de facilitar el oráculo por parte de la Pitonisa. Los escritos del cristianismo emergente, como es el caso de Orígenes y San Juan Crisóstomo (S. III y IV d.C.) hablan de trances propiciados por inhalación de vapores tóxicos y consumo de alucinógenos, con convulsiones, ataques y pérdida del juicio, asimilando a la Pitia a una mujer poseída y por tanto a Apolo con el propio diablo.
Plutarco de Queronea, historiador riguroso y muy serio, que nos dejó, entre otras obras, sus magníficas "Vidas Paralelas" fue durante mucho tiempo sacerdote en Delfos y en ningún momento menciona estos trances ni la existencia de ninguna grieta en la tierra con filtraciones gaseosas. Las numerosas excavaciones arqueológicas realizadas en Delfos desde el S. XIX no han revelado en ningún momento la posibilidad de este fenómeno. Lo cierto, en definitiva, es que con el correr del tiempo, el carácter del santuario se fue deteriorando. Durante época romana, con la proliferación de cultos orientales y de misterios exóticos, como los de Isis o Cibeles, siguió siendo muy apreciado, pero era ya en definitiva más un punto de atracción turística que un verdadero lugar de culto y devoción. Y así, poco a poco, entre la monotonía, el mercantilismo, y la aparición de cultos novedosos y excitantes, como los egipcios y asiáticos, como si de un primer amor olvidado se tratase, el interés por Apolo decayó. Sus Diosas acompañantes en Delfos, Artemisa y Atenea, su séquito de Musas y su misteriosa Pitonisa, serenamente poseída por la divinidad, se fueron diluyendo también. Y finalmente el Cristianismo emergente dio el golpe de gracia, con gran facilidad, prohibiendo un culto que ya había decaído.
Hoy nos quedan unas ruinas suntuosas, acompañadas de la extraordinaria colección del Museo Arqueológico local, situadas en un enclave natural de prodigiosa belleza.
Y la convicción personal, si alguien puede y quiere sentirla, de que el Pitio, de serena sonrisa y penetrante mirada, sigue guiando nuestros pasos, incluso en el desamor, el exilio y el olvido que él mismo conoce muy bien. "Conócete a ti mismo". "Nada en exceso" ... Y la misteriosa "Epsilon Délfica", aún hoy de significado desconocido, son sus máximas.
EL SOL Y EL "YO". ÍCARO Y FAETÓN
Ícaro cayó al mar muriendo bajo la impotente mirada de su padre que, traspasado de dolor, voló solo hasta llegar a Sicilia, donde acabó sus días. Las Ninfas, compadecidas, recogieron el cuerpo del desgraciado jovencito y le dieron piadosa sepultura. James Draper en su emotiva representación nos muestra a las afligidas Náyades con sus cantos fúnebres contemplando el cuerpo calcinado de Ícaro. Escucha los consejos de tu padre. Y no subestimes nunca el poder de los Dioses. Eso parece decir el mito, de un contenido aún hoy muy vigente.
En cuanto a Faetón, hijo de Helios, si hacemos caso del relato de Ovidio en sus Metamorfosis, llegó a conducir el carro por una mala pasada del destino, que a veces también toca a los Dioses, sin que ellos puedan hacer nada por evitar las consecuencias de sus acciones. Helios le cede de mala gana el carro no sin advertirle antes que tenga mucho cuidado de ser firme en la guía y de no salirse del camino trazado, para no colisionar con las estrellas. Y pone especial énfasis en que no se acerque a la tierra, para no abrasarla. Como es previsible, todo es inútil. Faetón, una vez se hace con las riendas y comienza la carrera se siente desbordado por la situación. Al llegar a la Constelación del Escorpión se siente asustado por las amenazantes pinzas y la ponzoña y suelta la guía de los caballos, que, desbocados se dirigen hacia abajo, rebasando el curso del carro de la asombrada Luna y convirtiendo las blancas y frescas nubes en humoso sahumerio. Finalmente se aproxima a la Tierra y hace arder campos, bosques y seca el curso de ríos. Ni el propio Poseidón, señor del Océano, puede hacer nada por remediar la desesperada situación, hasta que finalmente Faetón se precipita del carro y muere. Dice el mito que Helios, desesperado, ocultó el rostro para no ver el fin de su hijo, no alumbrando la Tierra durante un día entero, modo poético de explicar los eclipses de Sol, que son el dolor de Helios por la pérdida de su joven e imprudente hijo.
Ambos mitos, profundamente aleccionadores, parecen hablar de la gran importancia de escuchar la voz de la experiencia, ser realistas en nuestras posibilidades y tener claro que hay instancias más altas con las que no se debe jugar. Dos historias que nos conectan directamente con el balance y la reflexión acerca de nuestro ego humano, de muy poco fiar y que es capaz de jugarnos malas pasadas de funestas consecuencias.
También en este caso las Náyades Vespertinas, ninfas acuáticas del agua, recogen el cuerpo del infeliz Faetón y le rinden honores con este epitafio en piedra:Los Dioses clásicos se revelan a través de los mitos como grandes amantes del ser humano. Es precisamente la unión con el humano, débil, vulnerable y mortal, lo que abre a los Dioses a la compasión y al conocimiento del sufrimiento. Y no dudan en modificar su naturaleza a través de las metamorfosis y cambios vibracionales, para poder materializar estas emotivas uniones. Sólo hay algo que las divinidades no están dispuestas a perdonar bajo ningún concepto, porque es imperdonable. La pretensión humana de igualar e incluso superar a los Dioses. Los engaños, la soberbia y el desprecio que algunos humanos osaron manifestar hacia lo sagrado son castigados duramente. Y la causa puede ser la arrogancia o simplemente la inexperta ignorancia. Pero el resultado es el mismo. Dos ejemplos de esa fatal inconsciencia, que lleva a olvidar los sabios consejos paternos, desafiando leyes universales, son Ícaro y Faetón, protagonistas de sendos mitos solares.
Ícaro es hijo de Dédalo, brillante arquitecto, que diseñó el Laberinto cretense, hogar del Minotauro, Y todo parece indicar que no heredó el carácter discreto ni la inteligencia de su padre. Cuando Dédalo, después de años de secuestro, decidió urdir un modo de escapar de la isla, superándose a sí mismo, construyó un sencillo y eficaz ingenio volador, unas alas de plumas naturales unidas con cera. La elección de este método nos habla, por un lado de la gran admiración de los griegos por el ingenio humano, ya que se hace confluir en el mismo personaje el talento arquitectónico y la inventiva aeronáutica, haciendo de Dédalo un héroe por cualidades propias. Por otro lado, como fábula moral, Dédalo insiste mucho en advertir a su hijo que no vuele alto, para evitar que los rayos del Sol derritan la cera, destruyendo las alas. Sabio y prudente consejo de padre, que conoce la inconsciencia del hijo joven. El Sol es poderoso, es peligroso y hay que saber mantener distancias. No te confíes. No te acerques a él y vuela a ras del mar. Advertencia inútil. Ícaro al sentir la embriagadora sensación de libertad de volar olvidó inmediatamente los consejos y quiso poner a prueba sus alas, volando directo hacia el Carro Solar. Y el Astro Rey, que de acuerdo a su naturaleza, no puede hacer otra cosa que brillar y calentar, como fuego puro que es, convirtió la blanda cera en líquido.
En aspecto difícil, puede provocar superficialidad o extravagancia.
Apollon en la 1ª casa Disfrutarás con tu familia, tus amistades y muchas otras personas. Ellos te acercarán a las actividades científicas, comerciales o de negocios. Puedes tener antepasados famosos.
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